MARAVILLOSA LIBERTAD Por Arlina Cantú Lectura bíblica: Romanos 15:1-5 Texto clave: “...el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. Ro. 13:8 Todos los seres humanos, y sobre todo los creyentes, recibimos de parte de Dios la bendición de poder ejercer nuestro libre albedrío. Esto es, que se nos ha dado la capacidad de elegir entre el bien y el mal que está a nuestro alrededor. Alguna vez vi, en una caricatura infantil, cómo se plasmaba en dibujos esta difícil elección entre el bien y el mal, y era más o menos así: Al personaje principal se le aparecía a un lado de su cabeza un pequeño ángel que le decía al oído las buenas acciones que debía realizar para con sus amiguitos. En tanto que, al otro lado de su cabeza, aparecía un pequeño y aparentemente inofensivo demonio que le incitaba a lo contrario, a hacer todo el mal posible a quienes le rodeaban. Considero que es la mejor representación de lo que a diario sucede en nuestra vida. Dios nos ha dotado, como a sus hijos que somos, de la capacidad para escuchar la voz del Espíritu Santo que nos guía por el mejor camino, que dará paz y contentamiento a la existencia al vivirla de acuerdo a la voluntad divina. Pero, de igual manera, decidió permitirle al diablo hablarnos también al oído para inducirnos al mal. Y es nuestra la libertad para decidir cuál voz es la que queremos seguir. Cuando nuestra vida es activa al servicio del Señor, es más fácil escuchar la voz del Espíritu Santo y detectar las oportunidades que se nos presentan de agradar a Dios sirviendo a nuestro prójimo. Habrá quien realice grandes hazañas a favor de los demás y merecerá muchos elogios; sin embargo, pienso que las pequeñas acciones son más fáciles de realizar, puesto que son más frecuentes en cualquier entorno en que nos encontremos. El día que mi amado esposo fue llamado por el Señor para ir a ocupar su lugar en las mansiones celestiales, hubo alguien que se acercó a consolar mi pena y pronunció unas palabras que nunca se han borrado de mi memoria. Esta persona me dijo que debía buscar qué era lo que Dios me iba a dar a cambio de lo que me había quitado. Y al reflexionar en ello, cuando el dolor se mitigó, descubrí que la dádiva de Dios para mi vida, al perder a mi marido, fue la libertad. La libertad es un don inapreciable que se coarta un poco durante el matrimonio, por aquella sentencia bíblica de que las mujeres deben estar sujetas a sus maridos. Empero, a mí, al enviudar, se me dio la oportunidad de ejercer esa libertad plena para utilizarla en bien de mi prójimo. A los pocos años de mi viudez, pude valorar esa libertad, porque Dios dispuso de mi tiempo para acompañar con amoroso empeño a la mujer que había sido la madre de mi esposo. Unos años después, en los tiempos libres de mi actividad docente, pude cuidar de mi madre amada, durante la enfermedad terminal que acabó con su vida. Varios años más tarde y ya sin ocupación profesional, cuidé de mi padre querido durante los últimos años de su larga vida, cuando una hemiplejia lo mantuvo atado a su cama y a una silla de ruedas.
De igual manera el Señor me ha permitido disfrutar del especial afecto de una tía ya mayor, que me ha buscado con amor manifiesto y para quien he podido ser amiga, compañera, confidente y apoyo. También he alcanzado gracia de parte de Dios para servir de compañía afectuosa para otra antigua amiga que, con su avanzada edad, me ha dispensado su amor y su ternura considerándome como si fuera una de sus hijas. Puedo ver con perfecta claridad que sin esa maravillosa libertad que me fue concedida, no habría podido ser útil ni hubiera podido poner a trabajar los talentos que Dios puso en mis manos. Naturalmente que el diablillo rojo no ha perdido ocasión de decirme al oído que estas muestras de amor al prójimo no tienen mayor valor ante los ojos de Dios, pero mi fe descansa en que todo lo he hecho, en su momento, “como para el Señor”. Que a él sea la gloria. OREMOS PARA QUE SEPAMOS SERVIR AL PRÓJIMO CON VERDADERO AMOR. Usado con permiso
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