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Por Arlina Cantú. Lectura bíblica: Juan 15:7-17. Texto clave: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”.
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EL HERMANO JAIME Por Arlina Cantú Lectura bíblica: Juan 15:7-17 Texto clave: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Juan 13:35 Quienes lo conocemos sabemos de su increíble don de servicio hacia todos los que le rodean y ello le ha conseguido gran estimación y sinceros afectos. Llegó a la congregación hace ya varios años. Hombre relativamente joven y deseoso de crecer en el conocimiento de la Palabra. Paciente, afectuoso y servicial, se ha ganado a pulso el reconocimiento de todos los hermanos. Buscaba yo en ese entonces a alguien en la iglesia que dispusiera de tiempo para ministrarle la Palabra a mi amado padre que llevaba ya ocho años sufriendo a causa de una hemiplejia que lo mantuvo atado a una cama y a una silla de ruedas. Y el hermano Jaime respondió al llamado de Dios y empezó a acudir diariamente a mi casa. Fue maravilloso cómo dedicó tiempo y esfuerzos a la vida de mi padre que era ya de 88 años. Dice la Biblia que los años de nuestra vida son 70 y si en los más robustos son 80, con todo su vida es ya molestia y trabajo. Esto era evidente en el cuerpo de mi padre puesto que ya no caminaba y era necesario cargarlo en brazos para ponerlo en la silla de ruedas o en el coche. El hermano realizó la más grandiosa labor de amor durante más de cuatro años. Aprendió a tolerar los días difíciles de mi padre, a perdonarle sus enfados y también a reír en su compañía cuando los días eran buenos. Conforme pasaba el tiempo, se volvió más importante para él y para todos en casa. Lo mismo se quedaba a su lado por horas enteras viendo televisión, que lo subía al coche y lo llevaba por todos los rumbos de la ciudad. Le prodigó su amor cristiano sin límites porque lo mismo le hacía ver que no estaba bien cuando se negaba a comer o a tomar sus medicinas, que le cambiaba el pañal o lo arropaba en el invierno. Hasta llegó a dedicarle las dos semanas de vacaciones que le daba la empresa donde trabajaba, cuidándolo de día y de noche para que yo pudiera tomar el descanso necesario para reponer mis agotadas fuerzas. Nunca vi, ni en familiares ni en amistades, a alguien que reflejara el amor cristiano con más fidelidad que el querido hermano Jaime. Y permaneció a nuestro lado hasta que mi padre cumplió 93 años de edad, hasta el día en que mi padre cerró sus ojos en la tierra para abrirlos en la mansión celestial que Jesucristo le preparó. Estuvo al pie de la tumba hasta que la tierra lo cubrió y lloró al despedirlo, como si hubiera sido otro más de sus hijos. Durante todos esos años al lado de mi padre, el hermano Jaime fue motivo de mis plegarias delante del Señor. Oré para que le fuera concedido un mayor crecimiento espiritual y, a su tiempo, la iglesia le ordenó como diácono. Oré para que el Señor le concediera encontrar a la

mujer que sería su esposa, y la oración fue contestada. Ahora sé que no estará ya solo, sino que Dios ha premiado su gran bondad y su hacer cristiano. Él conoce el sentir de mi corazón. Me ha escuchado decir que, aunque quisiera, no tendría con qué pagarle su entrega y su servicio hacia mi padre. Pero sabe también que en todo lugar yo testifico de que su vida es un ejemplo de lo que es el verdadero creyente que todo lo hace como para el Señor. Algún día él conocerá esto que escribo. Sean, pues, estos pensamientos como un pequeño homenaje por su labor de humildad, de desprendimiento, pero sobre todo de amor a su prójimo, que fue mi padre. La gloria sea para Jesucristo que enaltece al humilde, que engrandece al que le busca y que premia al que obedece su palabra. OREMOS POR LOS CRISTIANOS QUE DEDICAN SU TIEMPO A LOS ENFERMOS. Usado con permiso

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