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con el nombre de Cerro de las Mitras. Una mitra, o tiara, es el tocado que utilizan los prelados de la iglesia romana cuando celebran oficios especiales.
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BAJO SU SOMBRA Por Arlina Cantú Lectura bíblica: Salmo 23 Texto clave: “...en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra”. Mt. 4:6b La ciudad de Monterrey es la capital del estado de Nuevo León y se localiza al norte de la República Mexicana. Hasta esa ciudad fue mi hijo a realizar sus estudios superiores. Completó su preparatoria e ingresó a la universidad para hacer su carrera profesional. Fue en estos inicios de la facultad, cuando conoció a una linda chica con quien entabló un noviazgo muy bello. Y a través de ella fue que conoció y se afilió a la Asociación Scouts de México, y en su compañía empezó a participar en diferentes actividades. En una ocasión se programó una excursión de la tropa de la que mi hijo formaba parte. Para quienes desconozcan esta organización mundial, una de las divisiones que la integran, es llamada tropa. Se forma con los jóvenes que tienen entre 15 y 20 años, aproximadamente. Dicho ejercicio consistía en escalar uno de los cerros que rodean a la ciudad y que es conocido con el nombre de Cerro de las Mitras. Una mitra, o tiara, es el tocado que utilizan los prelados de la iglesia romana cuando celebran oficios especiales. Este cerro forma parte de la Sierra Madre Oriental y recibe su nombre por la forma peculiar de sus riscos, que semejan un conjunto de tiaras. Contaba mi hijo que la parte más difícil de aquella excursión se presentó cuando llegaron al lugar donde terminaba una mitra y empezaba la otra. El guía les indicó que debían saltar de tal suerte, que alcanzaran el otro cerro para continuar la caminata hacia el final del recorrido. Y poco tiempo después, cuando mi hijo llegó de visita a casa, relataba con voz entrecortada por la emoción que, en sus 17 años de vida nunca antes había sentido un miedo tan terrible como en aquella ocasión. Decía que por unos momentos se sintió incapaz de moverse para continuar. Enseguida, se negó rotundamente a hacerlo, pero cuando el guía le explicó que no podía regresarse solo y si no saltaba tendría que quedarse ahí, fue que logró hacer un esfuerzo inaudito y saltó. Mi corazón de madre late aceleradamente cuando recuerdo que me lo contó. He olvidado los detalles minuciosos del suceso, pero me quedaron muy en claro dos razones importantes. La primera, que ese tipo de decisiones le dieron a mi hijo, además de fortaleza física, una gran madurez para enfrentar la vida. Y, segunda, que esos hechos que fui conociendo tiempo después, me dejaron en el alma la certeza de que mi hijo camina siempre bajo la cobertura del Espíritu Santo, donde la protección y los cuidados de Dios son evidentes.

Resulta agradable pensar que nuestra oración es escuchada, pero mayor gozo representa confirmar que la oración de una madre –cuando pone a sus hijos en las manos de Dios- es escuchada y respondida sin lugar a dudas desde el trono de la gracia. OREMOS POR LOS HIJOS QUE ESTUDIAN LEJOS DE SU CASA. Usado con permiso

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