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EL HIJO QUE FALTA Por Arlina Cantú Lectura bíblica: Isaías 54:10-14 Texto clave: “Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice”. Is. 43:7 A los mexicanos que radicamos en la frontera con los Estados Unidos, siempre nos ha ocasionado cierto grado de tensión el hecho de realizar los trámites del documento que nos autoriza a cruzar al lado americano. Antiguamente, dicho documento, era llamado Tarjeta Local, y era privativo de los residentes fronterizos. Con el tiempo, se generalizó a todos los mexicanos con el nombre de Visa Láser. Los trámites resultan engorrosos, lentos y en ocasiones causan frustración, cuando no se logra obtener. Sin embargo, con todo lo que ello implica, el noventa por ciento de la población mexicana residente en la frontera termina convencido de la necesidad que le asiste, y realiza la odisea de su vida. Por supuesto que, después de obtenido, cada quien cuida de tenerlo a buen resguardo principalmente por el alto costo que ocasiona conseguirlo. He aquí el testimonio de cómo uno de estos documentos sirvió para traer a muchos a los pies de Jesucristo. Osiris es el mayor de mis hermanos varones y era muy joven en aquel tiempo. Tenía poco de haber obtenido su Tarjeta Local y le era indispensable para el desempeño de su trabajo. Pero un día la extravió. Regularmente, cuando eso sucede en la ciudad, se acude a las radiodifusoras locales que tienen programas de servicio social y, después de hechos los anuncios al aire, suele responder quien haya encontrado el objeto que se menciona y, mediante una gratificación, el dueño recupera su pérdida. Este fue el primer paso que acordamos realizar en bien de mi hermano. Pero el Señor tenía otros planes. Tenía yo como tres años de casada con un creyente evangélico y asistíamos a la iglesia presbiteriana. Continuamente invitábamos a mi madre pero hasta ese entonces no habíamos conseguido que nos acompañara ni una sola vez. Ella escuchaba con atención cuando yo le contaba lo que iba aprendiendo en aquella nueva iglesia por la que había dejado el catolicismo. Sin embargo, y a pesar de que ella no era practicante fiel de esa fe que me había inculcado, se negaba a poner un pie en un templo protestante. No hay duda de que el corazón de una madre es capaz de cualquier sacrificio por conseguir un bien para sus hijos. Y esta ocasión no fue la excepción. Mi madre amada había escuchado cuando le contaba que en la iglesia había un grupo de mujeres que se reunían cada lunes para aprender de la Biblia, cantar y orar. Entonces, cuando la angustia llenaba su corazón por el apuro de su hijo, se llenó de valentía y me pidió que llevara un recado a la mujer que encabezaba aquella sociedad femenil. El recado tenía una sencillez maravillosa, y consistía en pedirles que fueran a su casa a orar para que su hijo

encontrara el documento que había extraviado y que tanto necesitaba. Por supuesto que la angustia obedecía a la escasez del dinero para tramitarlo de nuevo y al apremio existente para el desempeño de su trabajo. Casi puedo asegurar que la hermana que recibió el mensaje, vio con sus ojos espirituales la oportunidad maravillosa de hablarle a mi madre del evangelio. Suele suceder que los creyentes no conseguimos darle a nuestras palabras la fuerza necesaria para convencer a los de la familia, y son otras personas los instrumentos que el Señor se complace en usar para traer almas a su reino. No me tocó estar presente en aquella visita de las hermanas, pero lo que sucedió en la vida de mi madre a partir de ese día, fue la prueba fehaciente de que el Señor la había escogido para salvación desde la eternidad. Dios respondió aquella plegaria maternal, el documento extraviado fue devuelto por una persona desconocida y mi madre aceptó a Jesucristo como su personal salvador al poco tiempo. Le sirvió hasta el último día de su existencia y con ella vinieron mi padre y casi todos mis hermanos con sus familias, a los pies del Señor. El único que falta es, precisamente, el hermano que motivó que mi madre diera ese gran paso de fe. Es el único que se ha resistido a aceptar la salvación gratuita que los demás hemos alcanzado. Por fe, declaro que él es especial a los ojos de Dios y que él no dejará que se pierda, porque es parte de la promesa que le hizo a mi madre de que sería salva ella y toda su casa. OREMOS PARA QUE LOS DETALLES PEQUEÑOS LLEVEN A MUCHOS A JESÚS. Usado con permiso

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