IMAGEN DEFORME Por Yoandys A. López Pérez La meta superior del cristiano es mostrar la imagen de Cristo, es llegar a ser cada día más como él. El ideal como padre es el ser el tipo de progenitor que es nuestro Padre, ese que conoce las necesidades reales de sus hijos y trata de suplirlas, como Dios suple las nuestras. La realización del hombre es la imagen de Cristo, es aceptar la responsabilidad de su morada y ser el sacerdote, el guía y guardador de los suyos, es como Cristo, no sólo aceptar la responsabilidad de sus actos, sino cargar con los de todo el mundo y en nuestro caso también los del hogar. En todo sentido: social, espiritual, personal, nuestro mayor logro es vivir más a la forma de aquél al que llamamos Señor. Él es nuestro final, es ser más a su estatura; es poner la mira en las cosas de arriba donde está Jesús sentado; es seguir el ejemplo que nos ha dado para que como él nos ha hecho hacer también nosotros con los demás; es tratar a los demás como quisiéramos ser tratados y amar a nuestro prójimo a la magnitud que nos amamos nosotros mismos. Esa es quizás la mayor tarea que nos ha dejado. Pero, tristemente para muchos, no es realmente nuestra pasión. Hoy con todo el conocimiento disponible, el acceso a información, tenemos una imagen más deforme del cristianismo que nunca antes. Hoy nos preocupamos en defender e imponer nuestra posición teológica por encima de todo. Tener la razón y hacer que los demás se correspondan con nuestra verdad, es nuestro ideal, señalando a otros como herejes y, al igual que Saulo encargados por un apasionado ”celo de Dios” nos alistamos a una nueva cruzada, cacería de brujas o nos proyectamos a una nueva inquisición. No, no simplifico el lugar e importancia de la sana doctrina, ni niego la realidad de que la verdad de Dios no es relativa sino del todo absoluta. Pero, me detengo y miro mi incapacidad y me doy cuenta de que nuestra compresión de esta verdad es limitada. Agustín de Hipona, al que algunos han llamado el teólogo más grande de todos los tiempos, después del apóstol Pablo, escribió una frase que, por mucho que repito, no pierde valor. Dijo: En lo principal unidad, en lo secundario libertad, pero sobre todas las cosas amor. Uno de los hombres que más admiro a través de la historia es a Martín Lutero. En Worms la verdad para éste, no era una opción. Después de pedirle que se retractara, estando en su habitación escribió: Consumado está, consumado está ¡Si yo tuviera mil cabezas, soportaría que todas ellas fueran cortadas antes de retractarme! Pero esta pasión por la verdad nunca lo llevó a estar de acuerdo a dañar y aun matar a aquellos que no pensaban como él. Y es que la verdad no se impone, se muestra con nuestra vida y con nuestro amor. Pues el fin no justifica los medios. En mi país reza una frase de una canción popular: “Por amor se está hasta matando”, quizás celebre, pero no con un mensaje sano pues como enseña las Escrituras: El amor no hace mal al prójimo. Hay mucho que admirar de aquellos apasionados por Cristo que, de alguna manera, no han pensado del todo como nosotros. Doctrinas tales como la salvación por gracia, el sacrificio sustituto de Cristo por nosotros, la justicia imputada, la santificación, la deidad de Cristo, su doble naturaleza, y todas aquellas por las cuales podemos llamarnos cristianos, no son negociables. Pero el problema actual es que no sólo peleamos (en el sentido sano) con idólatras, arrianos, etc. sino que lo hacemos con nosotros mismos y por doctrinas que no tienen una trascendencia eterna, es que somos tan “espirituales”, que cuestionamos nuestra forma de adorar, la administración de los recursos, la elección, el alcance de la expiación, etc. Nos llamamos además de presbiterianos, bautistas, luteranos, metodistas, pentecostales, también calvinistas arminianos, tricótomos o dicótomos, pos o pre milenaristas, conservadores o carismáticos y la lista sería interminable. ¿No sería mejor sólo llamarnos cristianos?; ¿no es a Cristo al que debemos imitar? ¿Somos de Apolos o de Cefas o de Pablo? ¿Acaso no seguimos siendo cristianos aunque pensemos de alguna u otra forma o como uno u otros de ellos? ¿Acaso no confrontó Jesús a sus discípulos por el hecho de prohibir que otros, que hablaran en su nombre, aunque no estuvieran con ellos? En las manos de Dios y solo en sus manos nuestra vida tienen trascendencia y valor, por encima de nuestra postura definida.
Sólo somos vasijas y aun con nuestras limitaciones en él, y solo en él, somos realmente grandes. El mismo que usó a Lutero usó a Calvino, o a Jonatán Edwards, Wesley, Finney, Müller, Moody, Taylor, Carey o al igual a nosotros. Estos tenían diferentes posiciones teológicas, pero todos sabían e imitaban a quien habían creído. Uno de los predicadores al aire libre más grandes de todos los tiempos y un calvinista de pura cepa escribió de Juan Wesley su amigo y arminiano nato: Ojala pudiera yo parecerme a Wesley así como él se parece a Cristo. Imitar a Cristo; llevarlo en nuestros actos en nuestra vida diaria; copiar en nosotros lo mejor posible su estilo de vida es lo más cercano posible a la santidad y a los planes de Dios. Observar a otros sin que su ejemplo nos lleve directamente a nuestro Señor es desenfocarnos, perdiendo calidad en una fotocopia de una copia. Tenemos la mejor enseñanza en la doctrina de Cristo, el mejor Sacrificio, en la muerte de Cristo y el mejor ejemplo en la vida de Cristo. Lo demás aunque notable podría llevarnos a vivir una imagen deforme. Este escrito es una contribución de la agrupación para eclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.