¿TÚ O DIOS? Por Yoandys López Pérez Usado con permiso Un engreído perico se dispuso a probar su inmensa fortaleza, al hacer frente a lo que pensaba no era un digno rival para él. Así que voló, en busca de la locomotora más cercana, para ver quién sobreviviría al impacto de sus dos enormes fuerzas. El encuentro se efectuó y, tres días después, lleno de moretones y quejosa, despertó la intrépida ave (la verdad, después de colisionar con el tren un joven campesino lo había encontrado y, con mucho cuidado y atención le colocó en una jaula). Al despertar y observar que se hallaba entre rejas, llena de arrogancia, exclamó: “Si me pusieron en prisión, ¿cómo habré dejado al otro?”. Este, es un típico chiste callejero, pero ilustra nuestra actitud, muchas veces, hacia la voluntad de Dios. Uno de las más eminentes personalidades de la modernidad, el teólogo C. S. Lewis, lo manifestó así: “Existen dos tipos de hombres: unos, los que dicen: Señor que se haga tu voluntad; y otros, a los que Dios dice: Bueno si así lo quieres que se haga tu voluntad”. Otros tan reconocidos como Agustín de Hipona, arden en el deseo de hacer la voluntad de Dios, al decir: Dios, que tu voluntad se haga mía, para que mi voluntad sea la tuya. Con nuestras vidas egoístas, muchas veces demostramos que nuestro interés está en que Dios cumpla nuestros deseos, sueños y aspiraciones, y nos escudamos en que, en ocasiones, estos tienen el propósito de glorificarle a él. Pero Dios tiene otras ideas: nuestros anhelos nunca podrán cumplir las expectativas de Dios, son muy limitados y faltos de fundamento, como para que nuestro Señor haga su voluntad en ellos. Nuestra voluntad está limitada por nuestra capacidad y destinada a perecer. La Biblia dice de las ideas del hombre: Y el mundo pasa, y sus deseos; … pero afirma que el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Solo la voluntad de Dios tiene el poder, en sí misma, para perdurar. Muchas veces, nuestras oraciones y vida están enfocadas a que Dios nos sirva y nos respalde en nuestras decisiones. Los más sabios han comprendido el error de esta intención y se han ofrecido a Dios como sus instrumentos. Al igual, minimizamos y reducimos la voluntad de Dios, al pensar que todo tiene que ver con hablar y afirmar positivamente nuestro compromiso con él, pero no se trata de decir sino de hacer (Mateo 21:18-31). Nuestro Padre celestial es muy paciente con cada uno de nosotros, él nos ha dado libertad de voluntad. Ejemplo de ello es que podemos decidir lo que vamos a hacer con nuestra vida. Pero su mayor deseo es que nos rindamos a él y dejemos que nos guíe. No es simplemente un capricho de Dios: sino porque nos ama y anhela nuestro bien, intenta tomar el timón de nuestra nave. Él nos creó y sabe cómo funcionamos, lo que realmente nos conviene. Como criaturas libres podemos hacer lo que nos plazca, podemos hasta resistir su voluntad, pero el fin de esto es salir lastimados en una lucha tonta e innecesaria, es sólo demorar los propósitos y planes que él tiene con nosotros.
En conclusión, podemos resistirnos, hacer perretas*, enojarnos con Dios porque quiera hacer lo mejor de nosotros, enfrentarle, pero la verdad, por más que queramos e intentemos, nuestra voluntad no podrá prevalecer sobre la de Dios. Sería como si chocara el perico con un tren. Así que, por amor, somete tu voluntad a la de él y sé para este mundo simplemente su siervo, un instrumento de Dios. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.