TU ENEMIGO Por Yoandys López Pérez Usado con permiso La enfermedad que asecha con más fuerza al pueblo de Dios, en la actualidad, es la confusión; hoy confundimos las enseñanzas, las prioridades, el lugar de las emociones, pero lo más triste de todo es que hasta confundimos nuestros enemigos. Una frase muy usada en el mundo secular es: El enemigo de tu enemigo es tu amigo. Lo difícil para el hombre actual es descubrir quién es su enemigo. Nos hemos dado a una tarea que no nos corresponde, tratando de descubrir en nuestro medio a nuestro adversario. Nuestras acciones muestran que entendemos por enemigo el que no tiene mi opinión o que por alguna razón está en desacuerdo con mi actuar; simplemente el que no piense como nosotros, lo registramos con el código de opositor. Lo extraño es que en el afán por destruir nuestro aparente enemigo, muchas veces nos aliamos a nuestros más terribles adversarios; Satanás, el mundo y el viejo hombre. Satanás odia al mayor de nuestros amigos y a todos sus hijos. Nos odia y evidentemente quiere, con nuestra destrucción, hacer sufrir a nuestro Padre. Jesús dijo: El ladrón no viene sino para matar, robar y destruir; yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia. Sí que quiere nuestro mal el acusador de nuestros hermanos; rebelde, mentiroso y padre de mentira. Su destrucción y su lugar le están reservados pero al parecer no quiere perecer solo este canalla. Destruiría, si le fuera posible, aun a los escogidos. Nuestro rival el mundo es más sutil y persuasivo. Nos ofrece como gancho las pasiones que en la carne deseamos más, pero sin piedad nos cobra caro al quitarnos lo que más necesitamos y amamos. El apóstol afirma: No améis al mundo ni las cosa que hay en el mundo, el que ama al mundo el amor del Padre no permanece en él. Este villano promueve toda filosofía contra Dios y su Ungido, apartando con sus prejuicios a los más indecisos de los brazos del Salvador, huecas sutilezas le llaman las Escrituras. Y nos resta otro enemigo, quizás por su posición, el más cruel y deplorable de todos; nosotros mismos, nuestra naturaleza pecaminosa. En Romanos 7 el apóstol Pablo descubriendo lo terrible de su propio viejo hombre dijo: Miserable de mí ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Esta frase ilustra una de las muertes más terribles ideadas por los romanos. Éstos hacían atar un cuerpo muerto y putrefacto a sus sentenciados a muerte. La infección y la putrefacción del cadáver contaminaba al sano hasta hacerlo perecer. El dolor, la fetidez, y lo lento del proceso lo hacían aun más insoportable porque el mal estaba atado a ellos mismos. Algo así es nuestro viejo hombre. No está fuera de nosotros como Satanás y el mundo, tan grande mal en nuestro interior. La oración de un fiel cristiano al comprenderlo fue: Señor, enduréseme contra mí mismo, el cobarde con voz patética que desea reposo y descanso, yo mismo, arquitraidor de mí mismo, mi amigo más falso, mi enemigo más mortal, mi impedimento donde quiera que voy. Son más las veces que mal elegimos al darles lugar a tales enemigos, con el mal fin de dañar a nuestros no iguales compañeros de milicia. Estamos tan entretenidos buscando enemigos donde no los hay, que casi nuestros terribles rivales no dedican tiempo para hacernos pelear entre nosotros [hacemos su trabajo gratis]. Nos apremia hacer algo. Debemos resistir al diablo y sus fuerzas con la autoridad de Dios. Debemos velar y orar para evitar las estocadas e influencias del mundo. Debemos negarnos a nosotros mismos y vivir para el Rey, para que éste tome el control de nuestros deseos, pensamientos y acciones. Y lo más importante: tenemos que aceptar y amar a nuestros hermanos; con sus diferencias y errores y juntos animarnos y levantarnos en esta ardua lucha. No, para esto no tenemos que ser iguales pues como dijo Agustín de Hipona: En lo principal unidad, en lo secundario libertad, pero sobre todas las cosa amor. Entonces y sólo entonces tendremos la victoria. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.