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CONOCIMIENTO Y CONFIANZA Por Rogelio E. Pérez Díaz Usado ...

Por Rogelio E. Pérez Díaz. Usado con permiso. ¿Desea usted tener certeza exacta de si su fe es verdadera o algo temporal, pasajero, artificial? No le.
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CONOCIMIENTO Y CONFIANZA Por Rogelio E. Pérez Díaz Usado con permiso ¿Desea usted tener certeza exacta de si su fe es verdadera o algo temporal, pasajero, artificial? No le proponemos un test de esos que salen en revistas sensacionalistas. Simplemente queremos que medite, como trato de hacerlo frecuentemente, acerca de lo que nos dice la Palabra de Dios, y como “ajustamos” nuestra vida a Las Santas Escrituras y no a la inversa, como en ocasión hacen algunos para su conveniencia. Bástele saber que la fe verdadera tiene dos elementos fundamentales: EL CONOCIMIENTO y LA CONFIANZA. En síntesis, usted confía en lo que conoce de Dios; o, lo que es lo mismo, usted cree a Dios (que no en Dios) por lo que de él le ha sido manifiesto por su Palabra. CONOCIMIENTO: es entendimiento, ciencia, doctrina, erudición, sabiduría. Proverbios 24:3-5 nos asegura que: “Con sabiduría se edificará la casa, Y con prudencia se afirmará; Y con ciencia se llenarán las cámaras De todo bien preciado y agradable. El hombre sabio es fuerte, Y de pujante vigor el hombre docto.” Mientras que en 1 Timoteo 2:3-4 se nos dice: “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” CONFIANZA: (de confiar) apoyar, creer, descansar, fiarse, encomendarse, entregarse. Al respecto leemos en Job 4:6: “¿No es tu temor a Dios tu confianza? [El «temor de Dios» puede calificarse como reverencia y reconocimiento de la majestad, el poder y la santidad de Dios; o sea, respeto filial. Es este temor el que Dios pide en Sal 33:8; 34:9; 112:1. En el Antiguo Testamento, por la importancia dada a la Ley en la vida de los israelitas, a menudo se consideraba la verdadera religión como sinónimo del temor de Dios (ver Salmo 34:11; Jeremías 2:19)] ¿No es tu esperanza la integridad de tus caminos?” Mientras que el Salmo 40:1-4 nos dice: “Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, Y confiarán en Jehová. Bienaventurado el hombre que puso en Jehová su confianza, Y no mira a los soberbios, ni a los que se desvían tras la mentira.” Definitivamente, si usted se apoya, cree y descansa en el entendimiento que tiene acerca de lo que conoce de Dios, entonces su fe es verdadera, es una fe capaz de mantenerse firme ante cualquier prueba. Considere pues, la presente reflexión como un llamado a tener entendimiento (conocimiento) de la verdad de Dios. Ciertamente, la fe verdadera no es una fe ciega, sino una fe inteligente basada en el pleno conocimiento de nuestro Señor, que obtenemos cuando leemos su Palabra revelada en las Santas Escrituras. No por gusto el propio Jesucristo nos dice en Juan 8:31-32: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” Nuestro Padre no espera entonces, que seamos minusválidos mentales. Él quiere adoradores inteligentes, no fanáticos que le crean ciegamente. Él nos pide en el Salmo 95:7-11: “Porque él es nuestro Dios; Nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano. Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, Como en el día de Masah en el desierto, Donde me tentaron vuestros padres, Me probaron, y vieron mis obras. Cuarenta años estuve disgustado con la nación, Y dije: Pueblo es que divaga de corazón, Y no han conocido mis caminos. Por tanto, juré en mi furor Que no entrarían en mi reposo.” Porque si oyéndole, lejos de alimentarnos con su Palabra, cerramos nuestro corazón y nuestra mente a ella, corremos el riesgo de tentarlo, ponerlo a prueba. Y entonces, él sentirá justa ira por ello y nos negará la gracia de entrar en su reposo. Con la actitud antes descrita nos hacemos hombres incrédulos. ¿Qué nos espera entonces? Hebreos 3:16-19

nos dice: “¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad.” Si no le creemos, no tenemos parte con él, somos desechados, no recibiremos la justificación que es por el sacrificio de Cristo Jesús. En el Antiguo Testamento, Dios por cuarenta días de incredulidad, de falta de fe en que mediante su poder iban a entrar en la tierra prometida, condenó justamente al pueblo de Israel a deambular cuarenta años por el desierto (un año por cada día) ¡Cuánto más no hará en aquellos de nosotros que vivamos toda una vida de incredulidad! Recibiremos algo así como cuarenta vidas de justo castigo y no precisamente en el desierto, sino en un lago de fuego y azufre. Sólo que a diferencia de lo judíos que de vez en vez se volvían a Dios y le clamaban, los hombres de estos tiempos que no se quebrantan ante él ni siquiera un instante, por supuesto que no van a recibir cuarenta años de castigo, sino toda una eternidad. Hermano, amigo, vecino, el mundo se destruye, el hombre se aleja cada vez más de Dios y esto son señales de los últimos tiempos. El hoy es una certeza, el mañana sólo incertidumbre. Todo está a punto de terminar, hasta el tiempo para conocer a Dios y confiar en él. Si lo pospone para mañana, corre el riesgo de que ese mañana no exista. ¡Es ahora o nunca! Él lo espera con los brazos abiertos y le asegura vida eterna, porque nos ama de tal manera que “... ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Sólo en él hay la certeza de un mañana: en la tierra o en su presencia. No hay términos medios, no hay muchas opciones, solo dos: aceptarle o negarle, conocerlo y confiar o negarlo y esperar lo que ha de venir. Pienso que el Salmo 56 es un canto de confianza de David a Dios. Le recomendamos que acuda a las Sagradas Escrituras para que se alimente de él (también le sugerimos que vea el número 31), leyéndolo totalmente. He aquí lo que dice 56:3-4: “En el día que temo, Yo en ti confío. En Dios alabaré su palabra; En Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?” ¡Albergue en su corazón la seguridad que da tal afirmación y recibirá de Dios el regalo de una fe verdadera! El autor es miembro de la agrupación paraeclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.