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Por Rogelio E. Pérez Díaz. Usado con permiso. A veces observamos que las personas del mundo, incluso algunos que han conocido al Cristo Redentor, les.
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UN DÍA A LA VEZ Por Rogelio E. Pérez Díaz Usado con permiso A veces observamos que las personas del mundo, incluso algunos que han conocido al Cristo Redentor, les resulta contradictorio el tema del pecado original. Le confieso que hubo un tiempo en que yo “me negaba a aceptar como mía” la culpa de Adán. Ahora, a la luz de Dios, he recibido la sabiduría suficiente para entender y quiero compartirla con usted. Partamos de algo: de la misma forma que dice la Palabra... «¡Jehová, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad, que conserva su misericordia por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que de ninguna manera dará por inocente al culpable; que castiga la maldad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, sobre la tercera y sobre la cuarta generación!» (Éxodo 34:6-7). Tenemos que entender entonces, que siendo un Dios de justicia, tampoco va a hacer lo contrario, es decir, dar « por culpable al inocente o castigar donde no haya pecado, pues también nos dice en 2 R. 14:6 Pero no mató a los hijos de los que le dieron muerte, conforme a lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés, donde Jehová mandó diciendo: No matarán a los padres por los hijos, ni a los hijos por los padres, sino que cada uno morirá por su propio pecado.» Evidente es entonces que Dios no le va a pedir cuentas por las faltas de otro, ni siquiera si éste es Adán, el ascendiente de todos los hombres. Usted va a ser llamado a juicio y comparecerá ante un Juez justo. Se le acusa de uno o muchos delitos: de sus delitos. Por ellos (solo por ellos), usted (y solo usted) va a responder, a ser juzgado y condenado. ¿Qué tenemos pues, con Adán y su pecado? Veamos primero cómo se consuma la transgresión de Adán. Dios creó en este orden: El primer día: la luz y vio Dios que la luz era buena. El segundo día: los cielos y vio Dios que era bueno. El tercer día: La tierra, los mares, la hierba y los árboles y vio Dios que eran buenos. El cuarto día: Las lumbreras del cielo; el sol, la luna y las estrellas y vio Dios que eran buenas. El quinto día: Los peces y las aves y le parecieron a Dios buenos. El sexto día: Creó Dios a todos los animales de la tierra... y vio dios que era bueno. Detengámonos aquí un instante, aunque todos sabemos, a la luz de la Biblia, que todavía no hemos abarcado toda la obra de la creación. Fijémonos, antes de concluir en dos cosas que podemos observar hasta aquí: Primero: El orden sabio en que Dios creó. Si toma los tres primeros días de la creación y los relaciona con los tres últimos. Así: Primer día: la luz. Cuarto día: las lumbreras. Es decir, que había luz antes de que hubiese lumbreras pero ambos actos creadores son interdependientes. Segundo día: la separación entre las aguas abajo y arriba. Quinto día: las aves para que habitaran arriba, es decir, en los cielos y los peces para que habitaran las aguas que estaban abajo. Tercer día: unió las aguas que estaban abajo y llamó al espacio descubierto tierra y creó también toda la vegetación. Sexto día: los animales de la tierra, que ya tenían espacio seco para vivir y vegetación para alimentarse.

¡Perfecto orden! Segundo: Según Dios iba creando, algo así como que revisaba, inspeccionaba lo creado y daba criterio acerca de ello, y siempre, todos los días, la opinión expresada por él era igual: “esto es bueno”. Pero el sexto día creó también al hombre, para que habitara la tierra. Lo creó a “nuestra imagen, conforme a la semejanza de Dios”... “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”(Génesis 1:26-28). Le dio autoridad para enseñorearse sobre toda la creación y “les bendijo”. Le dio Dios, además, al hombre libre albedrío, que es la posibilidad de decidir entre hacer lo que está bien o lo que está mal. Tan a la imagen de él hizo al hombre que le dio (solamente a él dentro de toda la creación) una característica divina. Y entonces, solo entonces, al crear al hombre, vio todo como “bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Podemos sacar algunas conclusiones acerca de la creación del hombre: 1- Dios lo hizo a su imagen. 2- Dios lo hizo para que señorease sobre toda la creación. 3- Dios lo bendijo. 4- Dios le dio la capacidad de decidir entre el bien y el mal. 5- Dios, cuando le vio solo le dio ayuda idónea: la mujer. 6- Dios, cuando creó al hombre, y solo entonces, vio como completa la obra creadora y buena en gran manera. (Disculpe lo reiterativo en estos aspectos, pero los creemos medulares para mejor explicar el asunto que nos ocupa.) Cuando Dios termina de crear, pone al hombre y a la mujer en el huerto de Edén, un lugar maravilloso que ni usted ni yo somos capaces de imaginar. Y Jehová paseaba por el huerto en comunión total con ellos. Es decir, se relacionaban con Dios, hablaban directamente con él. Hizo entonces Jehová su primer pacto con los hombres (se le llama Pacto Edénico); era un pacto bien sencillo de cumplir: implicaba un solo mandato y un solo castigo. Supongo que Dios le dijo “mira, Adán, cuán bello es el jardín del Edén y cuán completo. En él hay de todo lo que tú y Eva necesitan. Solo te voy a mandar algo para que tú y tu compañera no mueran: del árbol que está en el centro del huerto no coman, porque el día que lo hagan morirán, pues es un fruto que trae muerte y yo no quiero que ustedes mueran, Adán.” Algunos pudieran pensar... Si Dios amaba tanto a Adán y Eva y no quería que muriesen ¿por qué puso ese árbol en el centro del huerto? Lo que sucede hermano, es que Dios sabía de antemano (recuerde que él vive en un presente eterno incomprensible para nosotros) que iba a ser desobedecido, que ellos iban a hacer mal uso de su libre albedrío y escoger el mal. ¿Se equivocó entonces al darle tal atributo? ¡Dios nunca se equivoca!... pero dejemos este tema para otra ocasión y sigamos en el que nos ocupa. Solo, tengamos la certeza de que él esperaba que después de la desobediencia viniera el sincero arrepentimiento por la falta... ¡Y no sucedió precisamente así! Cuando Adán peca muere, en el sentido de que el hombre había sido creado para que no conociera la muerte y en el de su separación de la comunión con el Creador. El pecado se consuma en este orden: la serpiente (Satanás) induce a la mujer a desobedecer a Dios, ésta lo hace y seguidamente induce al hombre a actuar en igual manera, quien, finalmente también lo hace. En ese mismo orden, pero en sentido inverso, se trata de negar la culpa. Cuando Dios entiende, por la actitud de Adán y Eva que le han desobedecido, pregunta al hombre (a él y no a la mujer, porque desde un principio

él hizo a éste responsable por aquélla) “¿Quién te dijo que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol que yo te mandé que no comieses?”(Génesis 3:11). Dios está señalando con el índice a Adán, acusándolo, pidiéndole cuentas de su transgresión. ¿Y qué hace Adán? Trata de justificarse, de negar la culpa, de culpar al que está al lado (con frecuencia usted y yo hacemos lo mismo) y a su lado estaba Eva. Entonces responde: “la mujer que me diste por compañera me dio a comer y yo comí”. ¿No le da la impresión de que trata de culpar a alguien más, aparte de Eva, de su transgresión? Él le dice a Dios algo así como “mira Señor, el primero en equivocarte fuiste tú, al darme por compañera a la mujer”. ¡Cuánta ingratitud! El pecado como que le hizo olvidar que recibió la mujer como compañera porque el Señor tuvo compasión de su soledad. ¿Y Eva? Cuando Dios pregunta a Eva “¿Qué es lo que has hecho? (Gn. 3:13), ella reacciona como lo hizo Adán: mira hacia el lado buscando un culpable, solo queda la serpiente, y contesta: “la serpiente me engañó y yo comí.” Un poco, también Eva tarta de culpar, además de a la serpiente, al propio Dios de su falta. Le quiso decir algo así como “Ese animal que tú has creado y dejado andar por el huerto (o ese ángel que te desobedeció), fue el que me indujo a hacerlo.” Nosotros hoy, miles de años después, seguimos “pidiendo cuentas a Dios” por nuestras faltas día a día. Cuando hacemos algo malo y, por supuesto, recibimos la correspondiente corrección por nuestra transgresión, decimos a Dios “¿Por qué, Señor, me haces esto?” ¡Ingratitud! Debíamos decir “¡Gracias Señor, por haberme disciplinado, pues yo estaba apartado de tus caminos y tú sabes, oh Dios, que lejos de tu presencia nada soy !” Pero continuemos con el caso de Adán, que en su momento ya hablaremos del nuestro. Adán, el ascendiente de todos los hombres, y Eva, su compañera, recibieron el castigo por su error. Pagaron el precio de su pecado. Y Dios, que es toda justicia, no cobra dos veces lo mismo. Definitivamente, él no nos dice que heredamos el pecado de Adán. Él lo enfoca así: “... El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Es decir, heredamos de Adán la tendencia continua a hacer el mal, no “su propio” mal en sí, sino la actitud (observe como siempre los hijos heredan características de los padres, tanto positivas como negativas) y, por ese rasgo de la personalidad de Adán que recibimos sus descendientes, todos en algún momento hemos estado en pecado (seamos conservadores, no digamos que continuamente). Todos hemos transgredido el mandato de Dios con nuestras propias transgresiones. Dios no tiene que pedirnos cuentas del pecado adámico para juzgarnos y castigarnos, nosotros tenemos la conciencia llena de nuestros propios pecados y es por ellos que nuestro Padre nos pide cuentas. De Adán, reitero, sólo heredamos la tendencia a hacer el mal en lugar del bien y no su pecado. Solo que, a diferencia de Adán, nosotros tenemos al Mesías prometido, Aquél de quien se nos dice en Romanos 5:17 “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.” Y... ¡Seguimos pecando! Día a día lo hacemos y, con ello negamos el valor del sacrificio de Jesucristo por nosotros. ¡Somos doblemente culpables! Lo somos por el pecado en sí y por el menosprecio al acto de infinita misericordia de Dios, que se hizo hombre para cargar sobre sus espaldas nuestras faltas y morir en lugar nuestro. Creo que debíamos vivir un día a la vez en el sentido de que hoy pecamos y nos quebrantamos, nos humillamos, pedimos perdón por la falta y... ¡mañana volvemos a fallarle! Por lo que procede un nuevo quebrantamiento, humillación, petición de perdón a Dios. Y el ciclo se repite continuamente, hasta el cansancio. En Mateo 16:24 leemos “...Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.” Este acto habla de la decisión radical que debe tomar cada cristiano en su vida. El discipulado exige la confesión humilde delante de Dios, la renuncia a ambiciones personales y el vivir conforme a su voluntad. Eso es vivir un día a la vez. También lo es vivir de continuo en la ignorancia del momento en que vamos a estar en su presencia (pues no lo sabemos con exactitud) y estar prevenidos, a cuentas con él, porque ya sea por nuestra propia muerte física o por su venida, un día vamos a estar cara a cara con Dios y va a preguntarnos qué hicimos con nuestra vida. Ese día, lejos de lo que a veces decimos, creo que en realidad no nos va a mirar a través de Jesucristo y vernos limpios. Él nos va a mirar directamente a nosotros, a lo que

realmente somos y creo que va a ver mucha suciedad. Ciertamente vamos a ser justificados por su acto redentor, pero Dios permita que sea en otra forma y nos vea limpios y no tal cual somos. No debía pensarlo dos veces, hermano: Neguémonos a nosotros mismos cada día y volvamos a cargar nuestra cruz que dejamos tirada cuando pecamos y reemprendamos el camino en pos de Jesús. Día a día y un día a la vez, para no ser sorprendidos por su venida que será, como dice 2 Pedro 3:10 “.... como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.” Es decir, cuando no lo esperemos. Este escrito es una contribución de la agrupación para eclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.