USEMOS LA ARMADURA Por Rogelio E. Pérez Díaz Usado con permiso Por lo general pensamos, porque vivimos en el mundo, que todas las cosas malas que nos suceden vienen de los seres humanos que nos rodean y que podemos, con nuestras propias fuerzas, enfrentarlos. Nos sentimos “autosuficientes” para luchar contra “ese prójimo malvado que nos acecha y tiende trampas”; ese mismo prójimo que Jesús nos dio el mandato de amarle como a nosotros mismos en Mateo 22:39. Como es de esperar, esto nunca resuelve nuestro problema; no nos libra de las circunstancias difíciles de la vida. ¿Por qué? Sencillamente porque hemos enfocado la mira de nuestro rifle en el enemigo equivocado y… ¡estamos prestos a apretar el gatillo!, no percatándonos de cuán importante es “corregir el tiro” si no queremos “matar un inocente”. Siempre (o casi siempre) la sensación de malestar se agudiza, porque finalmente sentimos que hemos agredido, ofendido, humillado a otro y no hemos obtenido con ello nada beneficioso a cambio. ¿Cómo “corregir”, pues “el tiro”? Medite un momento: Dios mismo nos dice quién es el verdadero enemigo. Efesios 6:11b dice: “… para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.” ¡He ahí el nombre de nuestro verdadero enemigo! Y, conocido el enemigo ¿Cómo combatirlo? Volvamos un versículo más atrás en la propia carta a los efesios. En 6:10-11a el Apóstol Pablo nos insta: “…fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios,…” O sea, “… tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.” Y, ¿qué piezas constituyen tal armadura? (vea Efesios 6:14-20) “… Ceñidos vuestros lomos con la verdad…”. Es la verdad la primera prenda del divino atuendo. Si somos veraces en todo momento, no le damos ocasión al diablo para que nos tiente… él está al acecho. Es como si te dijera: “Eso es solo una mentirilla sin trascendencia con la cual, a cambio, vas a librarte de un mal mayor, pues se va a ver afectado tu testimonio”. ¡Realmente a él no le importa para nada cuán bueno sea nuestro testimonio, sólo se interesa por hacernos partícipes del pecado de mentir! “…Y vestidos con la coraza de la justicia…” Ser justos es la segunda de las prendas. Los hombres somos generalmente injustos; está en nuestra naturaleza humana y viene… ¡de Satanás! Queremos ser medidos con una vara y a la vez usar otra distinta para medir al prójimo. ¡Tampoco al diablo le importa que usted sea justificado o castigado! A él lo que le interesa es que usted use una medida falsa, que es otra manera de mentir. “…Calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz…” El evangelio de la paz es la tercera prenda. Debemos estar calzados con las buenas nuevas que hemos recibido, para con ellas, a medida que vayamos andando por el mundo, ir dejando una estela, una huella de ese magnífico regalo recibido, para que sea visible a los ojos del prójimo necesitado de semejante gracia, para que busque de ella. Indudablemente, el diablo se siente derrotado cuando nuestro andar es luz para las gentes del mundo. Él, que una vez fue señor de luz, es ahora señor
de las tinieblas y quiere tinieblas para la humanidad, porque andando en ellas los tiene como esclavos de su “reino”. “…Tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno…” El escudo de la fe. El pasaje se explica por sí mismo. Con fe y solo con fe podemos ser invulnerables a las tentaciones que por ráfagas dispara Satanás contra nosotros. Esas tentaciones son fuego que quema, son llamas del infierno que se nos vienen encima. Pero si hay fe, si confesamos con nuestra boca “Mi Señor y Dios, solo en ti hay esperanza, a ti me entrego en la certeza de que solo tú puedes protegerme de las trampas que me tiende el diablo”, no dude que ya es nuestra la victoria, que en Dios la tenemos. “…Tomad el yelmo de la salvación…” Salvación: esa es la prenda que protege nuestra cabeza, que mantiene resguardada nuestra mente para Dios y solo para él. “… la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios…” La palabra de Dios: su palabra revelada a nosotros, sus Santas Escrituras, son la espada, el arma para atacar, la única arma con la cual podemos vencer el enemigo. Recuerde que Jesús fue tentado en el desierto y siempre respondió “escrito está”. Se defendió, pues, atacando al diablo con la palabra de Dios. Esa es la única arma que tiene usted para “atacar” al enemigo acechante. “…orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu…” La oración: Mantenga comunicación constante con Dios, solo él puede aconsejarle como actuar ante cada lazo de Satanás, solo él está capacitado para discernir como actuar en un momento dado, pues nosotros estamos limitados por nuestra mente, mientras él es infinito en sabiduría. “… palabra para dar a conocer con denuedo el ministerio del evangelio…” Eso pide Pablo, palabra para predicar el ministerio del evangelio. Finalmente, nosotros, al igual que el apóstol, protegidos ya con las armas defensivas, guardados nosotros mismos, pasemos entonces a “la ofensiva”. Prediquemos el ministerio del evangelio a toda criatura. Como recibimos por mandato, estemos prestos a ser usados por Dios para traer nuevas personas a sus pies y alejarlas de los pies del maligno. Cada alma ganada es una victoria contra el diablo. Este escrito es una contribución de la agrupación para eclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.