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VIDAS TATUADAS Por Rogelio E. Pérez Díaz La moda es la más voluble, inconstante, antojadiza y cambiante de las costumbres humanas. No hay deportista, por rápido que sea, que pueda seguirla o escritor perspicaz que pueda imaginarla. La moda, cada cierto tiempo, vuelve sobre sus pasos y retoma hábitos que fueron comunes antiguamente (unas veces más lejos en el tiempo, otras menos) y los trae a la actualidad, no sin antes endilgarle “novedades” propias del tiempo que corre. Tengo ante mí una serie de tatuajes “curiosos” (yo diría que extravagantes, sucios y satánicos) descargados de internet, que se ha traído un vecino en la Pen Drive. Llama la atención el interés cada vez más marcado de la última generación por las cosas “ocultas” y diabólicas ¿Será acaso que el príncipe de las tinieblas de este siglo va delante en la carrera? Así debe ser, pero no es nuestro interés, en el presente escrito referirnos a ello. Hoy queremos hablar de otro asunto. Hoy haremos alusión a los tatuajes. Más que a los del cuerpo, esos que saltan a la vista, a ciertos tatuajes del alma que, aunque menos visibles, marcan más a las personas, pues ellos sólo se dejan ver cuando ya han madurado lo suficiente y están listos para hacer todo el daño posible. Hace unos días, por pura casualidad, porque no es común que mire la tele, tuve la oportunidad de ver a un cantante, que ahora es cristiano, interpretando música del mundo de hace dos o tres décadas atrás. Lo bueno y lo malo de la televisión, y todos los medios de difusión, es que pueden conservar, por mucho tiempo, todo lo que publican. Sólo basta con cambiar el formato de archivarlos cuando aparece un nuevo adelanto tecnológico. El cantante, no importa el nombre porque además de que pueden ser cientos los aludidos lo que cuenta es el acto en sí, interpretaba una melodía que dista mucho, para usar una frase suave, de estar cerca de la actitud, los pensamientos y el modo de vida de un cristiano. Ya sabemos que eso sucedió antes de él tener una relación personal con Jesucristo y, lo que acá se trata de decir, nada tiene que ver con un cuestionamiento de su fe. El punto es otro. Ahora es muy común ver a los jóvenes tatuar su cuerpo con los más inverosímiles dibujos y exhibirlos orgullosamente, diciendo en defensa de ello, que “está de moda” o que “es arte”. Tampoco es la intención el juzgar cuán “artísticos” puedan ser o no tales marcas en el cuerpo o qué será del referido joven cuando tal moda pase. Aunque esto último tiene no poca importancia. Más aún, ahora mismo mientras escribo, lo que me confirma que Dios está a cargo y quiere que me refiera a ella, han puesto por la radio una melodía cuyo estribillo dice más o menos: “Yo no sé lo que es el destino, Caminando fui lo que fui. Allá Dios que será divino, Yo me muero como viví.” Tal canción, cuya letra fue escrita por el propio intérprete, el cual nos tiene acostumbrados a plasmar en su obra ese tipo de filosofía relativista, trasnochada y conformista, la cual no siente ningún pudor en convertir en “estilo de vida” propio y ajeno, no necesita ser presentado para que alguien conozca de quien se trata. Y creemos es cierto, a este señor le asiste todo el derecho a “morirse como vivió”, si es que realmente está vivo o alguna vez lo ha estado. Pero el derecho que no tiene es a, conculcando nuestra

libertad por su prerrogativa de hacer uso de los medios de difusión para dar cobertura a su sórdida ideología, cosa esta que nos está vedada a los que pensamos diferente, incentive a la juventud que por millares asiste a sus conciertos y corea sus impertinentes estribillos, mientras saltan frenéticamente, a hacerla propia. ¡Sí que tiene derecho a morir como él desee, pero no lo tiene a tatuar las vidas de los que, desgraciadamente y a falta de algo mejor, están obligados a escucharle! Puede que un día le veamos a él también andar la senda angosta que conduce a Dios, ¡oramos porque tal cosa suceda! Pero ¿Y “su música”? ¿Y la ideología que con ella divulgó? ¿Y el daño hecho? Todo eso va a seguir ahí, puede que algún día él sea el primero en lamentarlo, pero no por eso va a dejar de ser difundida y seguir haciendo daño. ¿Tiene alguien derecho a ello? De lo que acá se trata es de que queda luego que algo pasa. Oigo frecuentemente a las personas decir que cuando se viene a los pies de Cristo todo es “borrón y cuenta nueva”, que el pasado no importa, etc. Y citan para ello la palabra de Dios en 2 Corintios 5:17, es decir, “…que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” Y así es en efecto, sólo que se nos dice que las cosas viejas han pasado, no que nunca hayan sucedido, porque sucedieron y, cual la babosa, “su rastro dejaron”. No queremos decirle con eso que alguien deba vivir atado y lastrado en su caminar por el mundo, mientras va de la mano de Jesucristo, con todas esas cosas que una vez fueron, pero ya no son. Él le ayuda voluntariamente con la carga. Más aún, él quiere que se despoje de ella definitivamente. Pero hay secuelas en los demás que, pasado el tiempo, es imposible borrar. Entonces, no se trata de cuanto usted se arrepienta de haber hecho algo, sino de que debimos asumir una actitud más responsable en la vida de la que a veces toman las personas que tienen la posibilidad de influenciar a otras con su modo de pensar y actuar. Ser una personalidad pública, es decir, un político, científico, artista, deportista, predicador, etc. Conlleva una responsabilidad que pocos sienten y asumen. Luego son los resultados que sus actitudes dejan y cuánto se arrepientan o no de ello. Para su vida es importante el grado de arrepentimiento respecto a una mala actitud que usted pueda tener, pues eso la marcará más que el acto en sí. Pero el impacto en otras personas no resulta tan fácil de neutralizar o, cuando menos, modificar. Definitivamente, el mal o bien que sus actos hagan en otras personas sólo puede ser cambiado en ellos y por Dios, no en usted y por usted. También es verdad que las personas comunes nos vemos, infinidad de veces, también en tal dilema. Recuerdo constantemente cuanto influyó mi renegada y caprichosa actitud respecto a Dios en el carácter y forma de pensar y actuar de mis hijos mayores y otros familiares. Eso no puede ser cambiado por mucho que yo me arrepienta, ya el daño está hecho. Yo no estoy obligado a vivir con ese recuerdo martillando mi conciencia, pero tampoco tengo derecho (menos aún) a obligar a otros a que así vivan. Está muy bien que usted se arrepienta del mal que hizo. Está muy bien para usted, pero ¿lo está para los demás? ¿Resuelven algo ellos con su arrepentimiento? No se trata tampoco de, en cierta forma, censurar los “archivos” que sobre usted haya en los medios de comunicación. Además de que ellos podrían argüir a su favor, que usted lo hizo voluntariamente y a sabiendas de que tales cosas iban a ser difundidas cuantas veces ellos lo entendieran. Supongo que, cuando hizo tal decisión, la cosa le haya parecido tan buena, incluso, que pensase para sí: “¡perfecto, mientras más lo publiquen, mejor!” A lo que nos referimos es a lo ambiguas y perjudiciales que resultan, a la larga, las leyes humanas respecto a cualquier asunto y de lo irresponsablemente que actuamos debido a la educación relativista, contemporizadora y acomodaticia que recibimos desde el día que nacemos.

Creemos que, efectivamente, cuando Jesucristo cambia su vida, usted tiene que “soltar todo el lastre” para vivir a plenitud, ¡pero cuán bueno hubiera sido que usted no hubiese tatuado su vida con actitudes que después puede reprochar! Pienso entonces que el mensaje, más que a los que ya sufrieron la experiencia, debe ir dirigido a aquellos que en un momento de sus vidas pueden hacer algo de lo que luego se arrepientan y avergüencen, es decir, a los jóvenes. ¿Querrán ellos escuchar la advertencia de alguien que le dice que no haga algo que él mismo, en su tiempo, hizo? Si de responsabilidad se trata, pienso que debíamos hacer todo lo posible por ser escuchados por ellos, pues somos garantes por sus vidas y por la influencia que puedan ejercer nuestras actitudes, pasadas o presentes, en ellas. Anímese pues, y no sea tardo para decirle a ese joven a su lado, que la moda de los tatuajes un día puede dejar de ser y le va a resultar difícil encontrar qué hacer con la marca en su cuerpo (o en su alma). Pero, si quiere estar a la moda y a la vez hacer algo útil por sí mismo y por el prójimo, le sugerimos un hermoso tatuaje para que marque con él su vida, que no su cuerpo. Helo aquí: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.” (Deuteronomio 6:4-5) El mismo Dios nos manda a continuación, en la referida cita, que así lo hagamos: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Deuteronomio 6:6-9). Este escrito es una contribución de la agrupación para eclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS. Puede comunicarse con MCU al correo: [email protected] Usado con permiso ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.

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