El rock barrial se reagrupa

21 sept. 2014 - LA PESAdA dEL. rOCk&rOLL fines de los 60 - comienzos de los 70 siguen tocando de cerca. “Teníamos todo acordado con el Luna Park pa-.
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espectáculos

| Domingo 21 De septiembre De 2014

El rock barrial se reagrupa resurgimiento. La escena parecía tener los días contados tras la tragedia de Cromañón, pero supo esperar y volvió a emerger;

hoy vuelve a ser popular en Buenos Aires y la prueba son los shows de La 25 en Tecnópolis y La Beriso y Los Gardelitos en el Luna Park

Viene de tapa

“Barrio Obrero Valentín Alsina, los obreros caminan rumbo al yugo diario. Van con sus bolsos al hombro y sus caras de cansado”. En Valentín Alsina, 2 Minutos trazó un fresco del rock barrial. El obrero, los pibes en la esquina, la cerveza, el ex amigo que se hizo policía… Aun desde el punk, Mosca y los suyos dieron en el blanco y emergieron como disparador de una subcultura rock que encontró en los Rolling Stones a su deidad y en el barrio a su escudo protector. La fuerte pertenencia a un puñado de cuadras apareció en el centro de la escena en los 90. La década menemista dejó un tendal de fábricas cerradas, desempleo de padres e hijos y ríos de incertidumbre. Las largas horas muertas con amigos en la plaza o en el kiosco y la música de Sumo, Los Redondos, Los Piojos, Bersuit Vergarabat y La Renga se convirtieron en inspiración, en caldo de cultivo para una nueva generación. A 20 años de ese Valentín Alsina (disco y canción) y a casi diez de la tragedia de Cromañón, el rock barrial hoy experimenta un resurgimiento. Más allá de la masividad que parecen alcanzar Los Gardelitos y La Beriso y del crecimiento en convocatoria de La 25 y El Bordo, la estigmatización que los persiguió parece llegar a su fin. En paralelo, los músicos de Callejeros recuperaron la libertad, con excepción de Eduardo Vázquez, en prisión por el asesinato de su esposa. El debut tardío de los Rolling Stones en Buenos Aires en 1995 provocó una inmediata stonesmanía. “Los Ratones Paranoicos originales”, como decían algunos con bastante humor y algo de malicia, calaron hondo en el Gran Buenos Aires y en los barrios del sur de la ciudad. Con Jagger y Richards en un pedestal y una estética más propia de los años 70 que convirtió a los jeans gastados, el pañuelito al cuello y los flequillos rectos en look oficial, el fanatismo por los Stones se tornó rolinga, con usos y costumbres que poco tenían que ver con las Majestades Satánicas de los 90 pero bastante con la estética que definiría al rock barrial. Si alguien aún no sabe de qué estamos hablando, no tiene más que buscar en Peter Capusotto y sus videos: el personaje de Jesús de Laferrere da en la tecla. También el personaje de Paola Barrientos en Viudas e hijos del rock and roll: la joven Miranda que conoció a Diego en Gesell era una rolinga “de ley”. “Amanece, la avenida desierta pronto se agitará. Y los obreros, fumando impacientes, a su trabajo van. Sur, un trozo de este siglo, barrio industrial”. Hoy suena proto-barrial el “Avellaneda Blues” de Manal. Quizá más sutil y poético, pero igual de contundente que ese “Valentín Alsina” de 2 Minutos; o “Los invisibles”, de Callejeros: “Luchando sin atajos los invisibles, agitan rocanroles irresistibles. Piden que sus críos se salven y no piden más”. Sin embargo, entre el rock empedrado de Manal y el barrial de las últimas dos décadas, hay una conexión que merece ser revisada. Cuentas pendientes “Si vas a llorar por tu miseria te vas a cansar”, cantaba Luis Alfa en el 96, en el disco debut de Resistencia Suburbana, probablemente la más barrial de todas las bandas argentinas de reggae. A su manera, intentaba levantarle el ánimo a una generación desangelada. En ese debut, Cuentas pendientes, también había espacio para un patovica de boliche, para hablar del servicio militar obligatorio, para recordar a Walter Bulacio (asesinado por la policía en 1991 tras un show de Los Redondos en Obras) y, por supuesto, para lanzar sus dardos contra los uniformados (“una linda pistolita y cerebro de ratón”). De las letras crípticas de los años de la dictadura y el pop hedonista de los 80 se daba paso a las crónicas crudas de lo que sucedía en los barrios entrados los 90. Cristian Pity Alvarez y sus Viejas Locas cantaban acerca de aquello que veían y vivían a diario en Lugano, igual que el grupo que fundó luego, Intoxicados. “Todos tienen fierros, yuta tiene miedo, entonces tiran sin preguntar primero. Y esquivando balas en mi bicicleta voy a casa de mi puntero a buscar mi hierba” (“Una vela”). La tele les devolvía una vida distinta a la que estos músicos vivían y veían a diario. La Renga, el trío de Mataderos, se enojaba con la señora de los almuerzos en “Buseca y vino tinto” (“Pidió postre con cereza, delicada la burguesa y anunciaba un lindo comercial que donaría las sobras y los huesos a la prosperidad”; de Bailando en una pata). Los Piojos,

en tanto, hacía tiempo que habían dejado atrás reductos como Arpegios y ya entonaban en estadios al aire libre sus primeros clásicos, como “Pistolas”, de Ay, ay, ay: “la muerte es una cuestión de suerte”, cantaba, como un tanguero de El Palomar, Andrés Ciro Martínez, al tiempo que recomendaba, “háganse su ghetto, quédense en su barrio”. La sonrisa de Gardel Un espectador de la primera hora del rock local, Korneta Suárez, forma en el Bajo Flores una banda con sus hijos Eli y Bruno y con el bajista Jorge Rossi. La llama Los Gardelitos y, quizá inspirado en un monólogo que los Beatniks de Moris, Pajarito Zaguri y Javier Martínez leían en sus presentaciones, compone “Gardeliando”, canción que se convertiría en emblema del grupo y de su público: “La sonrisa de Gardel ilumina la ciudad... Ahora es nuestra la ciudad. Ahora es nuestra y nada más”. El 30 de diciembre de 2004 murieron 194 personas en República de Cromañón. Era la tercera y última presentación que Callejeros se disponía a dar tras haber tocado unas semanas atrás para 15 mil personas en el estadio de Excursionistas. Aquella noche trágica también daría fin a las prácticas que el rock venía acumu-

lando y aumentando desde los 90: las bengalas, las banderas y esa futbolización del rock que muchos abrazaron y otros tantos reprobaron. “No lo justifico, pero hacía ya como diez años que se prendían bengalas en lugares cerrados”, señala Eli Suárez, quien heredó de su padre una banda, Los Gardelitos, y un legado de canciones inéditas que sigue compartiendo con su público. “Los chicos de Callejeros eran pibes de veintipico en esa época, venían de un barrio del conurbano (Villa Celina) y hacían las cosas lo mejor posible, con la mejor intención. No estaban preparados para saber si el lugar (Cromañón) era o no seguro. 2004 fue un año bravísimo para mí, perdí a Korneta (su padre) y de golpe me encontré yendo al santuario improvisado que hicieron los pibes después de Cromañón, viendo un montón de remeras de Gardelitos. Me pegó muy fuerte y sentí que me tocaba de cerca.” Para Junior, cantante de La 25 (el próximo sábado la banda cerrará su gira nacional en el microestadio Malvinas Argentinas), durante los años siguientes a la tragedia de 2004 se tornó complicado organizar shows tanto en Buenos Aires como en el resto del país. Es más, los resabios de esa suerte de proscripción que persiguió a las bandas del género, aún los

siguen tocando de cerca. “Teníamos todo acordado con el Luna Park para tocar el 13 de septiembre –cuenta Mauricio Junior Lescano– y de un momento a otro nos dijeron que no íbamos a poder tocar ahí.” Alejandro Kurz, de El Bordo, banda que nació a fines de los 90 y que experimentó un gran crecimiento con sus últimos discos (el más reciente, Hermanos, lo presentarán el 4 de octubre en el microestadio Malvinas Argentinas), recuerda los días pre-Cromañón. “No recuerdo que alguien se manifestara en contra del ritual futbolero que había en los shows. Era parte del mal llamado folklore de los recitales. Cuando empezamos nosotros queríamos ser como Los Redondos, queríamos que el público cantara los temas, que hubiera banderas y bengalas, que era lo que le sucedía a las bandas grandes.” Eli Suárez cree que ese ritual que encerraban las bengalas y las banderas pudo resignificarse y mantenerse como algo simbólico. “Con las bengalas los chicos querían alumbrar un futuro que no tenían. Eso hoy puede brillar en una letra, en otras actitudes. Lo mismo con las banderas, que no siempre se pueden llevar a los shows. Son el símbolo del ideal que se alza por encima de uno mismo.”ß

Una estrategia para sobrevivir Mataderos como clave de acceso. Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, puede entenderse mejor de qué se hablaba cuando se hablaba de barrio. Porque si bien es cierto que la idea de recortar el pedacito de ciudad y aferrarse a ella sonaba casi opuesto a los postulados básicos e iniciales del rock, en los años del neoliberalismo los sueños se habían vuelto pesadillas. Como si aquella idea hippona de un mundo sin fronteras y para todos hubiera sido el germen de la globalización salvaje que conocimos. En ese contexto, el barrio se volvía lugar de resistencia, señal de particularidad cuando se intentaban borrar las diferencias y se hablaba del fin de la historia. El rock se hacía retrógrado para aferrarse a un pasado que no fue buen presente, pero sí mejor que el hoy. O mutó, como La Renga, que se apartó de la corriente principal del rock con su estructura autogestiva, cercana en intención a la idea de comunidad de los sesenta.ß

el escenario Adriana Franco LA NACION

D

os recuerdos de los años 90, en pleno ascenso de eso que empezaba a conocerse entonces como rock barrial. En el primero, Daniel Melero confesaba en una entrevista su extrañeza por esa apelación al barrio. Sin meterse en lo musical, aseguraba no entender la necesidad de hacerle honores al lugar de nacimiento. “Yo no quería quedarme en el barrio, yo quería salir al mundo” decía, palabras más palabras menos, el músico nacido en Flores sobre los tiempos en que él mismo comenzaba con la música. En el otro, Chizzo Nápoli, de La Renga, interceptado en los pasillos de la muestra 30 Años de Rock Nacional, aceptaba una entrevista –en tiempos en que la banda ya comenzaban a desconfiar de los medios– con la palabra

Genealogía del rock barrial prehistoria, nacimiento y ramificaciones de una subcultura rockera con peso propio

‘ 70

MANAL fines de los 60 comienzos de los 70 y reunión en 1980-81

PAPPO´S BLuES de 1970 A 1978 y regresos entre el 91 y el 99

LA PESAdA dEL rOCk&rOLL fines de los 60 comienzos de los 70

EL rELOJ 1971-1978 y regresos intermitentes entre 1989 y 2002

LOS rEdONdItOS dE rICOtA (1976-2001)

LOS PIOJOS (1988-2009)

‘ 80 SuMO (1981-1987)

rAtONES PArANOICOS (1984-2011)

‘ 90 rOLLING StONES llegan al país en 1995

Punk rock barrial

2 MINutOS (ACtIVA dESdE 1987)

Rock barrial

VIEJAS LOCAS (1990-2000 Y 2009-2014)

LOS GArdELItOS (ACtIVA dESdE 1996)

Reggae barrial

CALLEJErOS (1995-2008)

LA rENGA (ACtIVA dESdE 1988)

rESIStENCIA SuBurBANA (ACtIVA dESdE 1993)

Blues barrial

MEMPhIS LA BLuSErA (1970-2000)

‘ 00

LA 25 (ACtIVA dESdE 1996)

LA BErISO (ACtIVA dESdE 1998) Rock barrial

EL BOrdO (ACtIVA dESdE 1998)

Rock barrial sabinesco

LAS PAStILLAS dEL ABuELO (ACtIVA dESdE 2002)

SALtA LA BANCA (ACtIVA dESdE 2007