SI DE NOMBRES SE TRATA Por Rogelio E. Pérez Díaz Usado con permiso Cuando usted está en la luz del Señor, cuando ha aceptado a Dios en su corazón, se convierte en centro de atención para las gentes. No pretendo enjuiciar cuán profunda o auténtica es su conversión, pues creo que todos, sin excepción, cuando aceptamos a Cristo como único Señor y Salvador, lo hacemos, en cierto modo, de igual forma y recibimos la gracia de la justificación por la infinita misericordia de Jehová. Todos, por igual, nos entregamos a él como Señor porque es Dios y como Salvador, porque tuvo en poco su condición divina y se hizo hombre para vivir una vida de hombre, para llevar una existencia como la suya o la mía desde el vientre de María, donde fue puesto. No lo dude, su vida fue igual a la nuestra. Muy similar en todo a la del más humilde de los hombres, excepto por el pecado. Nació en un pesebre, como el más miserable de los seres humanos, caminó por los caminos de Israel siendo niño, quizá hasta sin calzado que protegiera sus pies del terreno árido y pedregoso o, escaso de vestiduras que lo abrigaran en las frías madrugadas. Creció en una familia humilde. Su padre adoptivo, por decirlo de algún modo, era carpintero y, con ese trabajo bastante duro y que Jesús aprendió y ejerció también, se sustentaban todos. Subsistió entre la gente común y con ella aprendió acerca de Dios, siendo él mismo Dios. Vivió la hipocresía de los hombres que predicaban cosas rectas y practicaban otras torcidas, airándose justamente por ello. Antes de morir fue traicionado. Por Judas Iscariote primero, el discípulo que lo vendió por treinta piezas de plata como había sido profetizado en el A.T. y por el resto de sus más cercanos seguidores después, cuando todos huyeron atemorizados al ser él aprehendido. Huyeron como cobardes Juan y Santiago, aquellos mismos discípulos que en Mateo 20:21 tenían en gran estima el sentarse en un lugar honroso en su reino. Huyó Pedro, quién había demostrado, según Mateo 16:16, tener el exacto conocimiento de que Jesús era el Cristo. En realidad no huyó literalmente, sino que hizo algo peor: le negó, tal y como había profetizado Jesús que sucedería. Luego Jesús murió. No de una muerte común y corriente como morimos la mayor parte de los seres humanos, sino crucificado entre dos ladrones, un tipo de muerte tan denigrante que los propios judíos aborrecían, reservada por los romanos para los peores criminales y fue a continuación sepultado en la manera que se hacía con todos los seres humanos de la época. Solo que no quedó colgado de la cruz o encerrado en un sepulcro: se levantó de los muertos y regresó a su morada celestial. Hubo, en cambio, una gran diferencia entre la vida que vivió Jesús y la que vivimos el resto de los hombres. Jesucristo fue más tentado que nosotros en todo, pero nunca pecó, sino que siempre anduvo en caminos rectos. Ni en la agonía de la atroz muerte que recibió, negó al Padre, a ese que nosotros negamos de continuo. Dicho esto, estamos ya ubicados en el contexto que queríamos y podemos empezar a tratar el tema que nos ocupa: los nombres. Decíamos, que cuando usted se convierte a Cristo, se vuelve un poco centro de la atención de las miradas de quienes le rodean, incluso, lo señalan con el dedo, como señalaría cualquiera a su hijo un animal curioso durante una visita al zoológico. Muchas entrevistas que se hacen cuando usted va a comenzar en un nuevo empleo, incluso antes de preguntarle de sus ideas políticas o si ha consumado alguna vez un hecho delictivo es esta: ¿Practica usted alguna religión? ¡Asombroso, verdad! Para algunos resulta más importante (o preocupante) si es usted religioso que si es un enemigo político o un delincuente.
Resulta por demás una pregunta bastante difícil de responder, algo así como mal concebida, de dudosa redacción. Si es usted cristiano (que supongo sea lo que ellos están interesados en saber, pues poco les importa que practique usted magia, brujería o hechicería) con esta pregunta lo ponen en una situación bastante embarazosa: usted no quiere mentir, pero casi le están obligando a ello. Yo me he enfrentado varias veces a la pregunta en cuestión y me ha resultado bastante difícil decidir qué contesto. Por una parte, yo no siento que practico una religión, sino que tengo una relación especial con Dios. Debía entonces, en honor a la verdad, responder: ¡No, no soy religioso! Pero si me atengo a lo que ellos realmente quieren saber y contesto no, estaría, muy a la manera de Pedro, negando mi relación con Cristo. Repito que se diría que le están obligando a mentir: decir sí implica una mentira desde mi punto de vista; decir no implica similar mentira desde el punto de vista de ellos. Creo que Dios nos ayuda a escoger entre una respuesta y otra. Él nos dice: “Ellos, en realidad, lo que quieren saber es si tú crees en mí, si me amas.” Entonces, yo digo: ¡Gracias Señor por tu luz! Y marco la casilla correspondiente al sí. Respondí lo que ellos querían y a la vez, Dios y yo sabemos que en realidad no soy “religioso”. Por otra parte, referido al tema de los nombres, los oigo por ahí muy variados y eso me choca sobremanera: Iglesia Bautista… Iglesia Betel… Iglesia de Cristo… Iglesia Adventista… Iglesia Evangélica… Testigos de Jehová… Iglesia católica, apostólica y romana… ¡Mejor paremos! Dijo una vez cierto cantante que “en el mundo hay más religiones que niños felices” y creo que nosotros mismos le estamos dando la razón. Cuando veo estas actitudes de las gentes imagino la iglesia como el cuerpo de Cristo y a esas personas que la dividen e inventan nombres, aclaro que es bueno en gran manera tener un nombre por el que seamos llamados, solo que si usted se llama Pedro no le agradaría para nada que alguien quisiese amputarle un brazo y llamarle Juan a su brazo cortado. A los que así actúan los veo como a jueces y verdugos a la vez. ¡Están condenando y matando a Cristo nuevamente! Y con una muerte tanta o más maldita y dolorosa que la crucifixión: el descuartizamiento. Están apropiándose de miembros del cuerpo de Cristo y levantándolos como bandera. Y lo peor de todo, ¡nosotros le seguimos el juego! Talmente pareciera que son incapaces de tener el cuerpo completo y quieren, por lo menos, tener una parte de él. Nos parecemos a aquel fanático que se contenta con tener un trozo de la camisa de su cantante preferido. No se deje confundir, hermano. Mire, si ser bautista es creer en el bautismo, entonces yo lo soy, porque creo que este ritual es una manifestación externa de la gracia que he recibido de Dios (si es otra cosa, entonces quizá no sea bautista). Betel significa “casa de Dios”. Si desear estar todo el tiempo en la casa de Dios, adorándole, es ser de la iglesia Betel, entonces yo pertenezco a ella (si el nombre implica otra cosa… quizá yo no sea Betel). La Iglesia de Cristo… Bueno, todas las iglesias cristianas son de Cristo ¿o no? (Puede que haya templos de Buda, Mahoma,… hasta de Satanás. Con esos yo no tengo nada.) Pero cuando se trata de Iglesia de Cristo, en singular y con mayúscula, porque creo que es una sola y lo otro son meros nombres, yo milito (entiéndase militar como ser un miembro activo) en la Iglesia de Cristo. Si ser adventista es creer en el advenimiento, en la segunda venida del Cristo, pues soy adventista. Si evangelista es el que tiene en el corazón el mandato de la gran comisión de predicar el evangelio a toda criatura: ¡Soy evangelista; testigo de Jehová!… Yo doy testimonio de que existe un solo Dios Trino e increado, el cual hizo todas las cosas y las sustenta y que, además de otros apelativos, su nombre es Jehová, nombre el cual viene de la antigua palabra hebrea YHVH y las vocales del nombre Adonaí. ¿Es que soy entonces testigo de Jehová? Visto así, ciertamente lo soy. Católico, apostólico y romano… bueno, veamos, ¡no sé lo que significa en términos bíblicos la palabra católico! Le pido a alguien que me ayude a encontrarla en las Sagradas Escrituras y que me explique además, su significado. Apostólico… bueno, los apóstoles existieron, de ello sí da fe la Biblia, pero no son Dios, creo que ya dije que el único Dios se llama, además de otros apelativos, Jehová. Romano… Cristo no tiene nacionalidad, sus verdugos sí, ¡eran, precisamente, romanos!... ¡NO!, creo que católico no soy. Mire, mejor no sigo, no está en mi corazón la intención de cansarlo o aburrirlo o hacerlo conmigo. Yo tengo una fe, tengo una relación con Cristo, esa es mi creencia, pero no tengo religión. En cuanto a los nombres, aunque reitero que son buenos en gran manera siempre y cuando usted, más que por su nombre, por su condición
humana y su fe cristiana, no lo llene de lodo o defecte (usado como sinónimo de deserte, traicione, abandone, desuna) constantemente de su congregación pasando por una, otra y otra, preferiría y desearía de todo corazón que usted también lo prefiriera, llamarme como los primeros (aún teniendo un “nombre propio” que marque la diferencia), pues pienso que son los depositarios del nombre verdadero: seguidor o discípulo de Cristo o cristiano. Disculpe hermano, si se siente ofendido por algo que haya dicho; disculpe si en mi ignorancia no conozco el verdadero significado del nombre de su “denominación”. Disculpe si he sembrado en su corazón la idea de más división. Dios sabe que no es esa mi intención. Sólo quiero o, mejor aún, creo que Dios me ha querido usar para llamar a la unidad, para terminar las divisiones. Perdone, lo repito, si se siente ofendido. ¡Ah!... y una cosa que quisiera que no olvide: ¡Por favor, no dividamos más a la iglesia, que es una sola! ¡No mutilemos más el cuerpo de Cristo! No lo condenemos a morir descuartizado cada día, que ya sufrió el suplicio de la cruz por usted y por mí. Este escrito es una contribución de la agrupación para eclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.