ÍDOLOS: EL DINERO Por Rogelio Erasmo Pérez Díaz Recuerdo una anécdota de mi infancia, cierta por demás, de un vecino de buena posición que un día perdió su billetera en el camino real. El hombre estaba desesperado, porque en ella había una enorme suma de dinero. Resulta que, un rato después de la pérdida, atinó a pasar por el sitio uno de los hombres más pobres del lugar, el cual, como supondrán, encontró la perdida cartera. Honesto que era, se dirigió presuroso a buscar al propietario para entregarle lo que le pertenecía. Éste, inmutable y sin una pizca de gratitud ni amor por el hombre que le devolvía el monedero conteniendo miles de pesos, contó su plata hasta el último centavo, para asegurarse de que no le había sido sustraído nada. Luego, viendo que estaba completa, sacó un billete de a diez y lo entregó al “afortunado” que había recuperado su bien, diciéndole: —Toma, aquí tienes, si hubiese sido yo quien hallara tu cartera, no te la habría devuelto. Es por eso que soy más rico que tú. Espero con esto te dé para comprar una buena soga con que ahorcarte, pues una persona tan tonta como tú, como mejor está es muerto. Hoy les quiero hablar de uno de los ídolos que con más frecuencias se hacen los hombres en nuestros días: el dinero. En 1Timoteo 6:6-12 Dios nos dice: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos.” Y quiero detenerme específicamente en el verso 10, en el cual se nos dice que “…raíz de todos los males es el amor al dinero”. Observe usted que no nos dice que sea el dinero la raíz de todos los males, sino el amor a éste. El dinero es bueno, evidentemente. Más allá de la fobia que sienten algunos por la palabra “prosperidad”, debido a algunas doctrinas extrañas que en los últimos tiempos se predican, Dios quiere que sus hijos sean seres prósperos, que tengan riquezas, dinero, un patrimonio y, sobre todo, que sean ricos en la fortuna de nuestra comunión con él. Solo que Dios no quiere que las riquezas sean el centro de nuestras vidas. Ese sitio le pertenece solo a él. Y es que cuando amamos desmedidamente algo (ya sea el dinero o cualquier otra cosa), lo colocamos en el sitio más importante, en ese que corresponde solo a Dios. La palabra de Dios es clara en este aspecto. En 6:6 leemos que “…gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento…”. Piedad no es lo mismo que lástima. Ya lo dijo alguien antes. Cuando usted siente lástima del prójimo es innegable que sufre por su mal, pero no hace nada al respecto. Sin embargo, piedad es sinónimo de misericordia, clemencia y humanidad. Si usted, en cambio, se apiada de alguien, sufre junto a él por su estado, pero no se queda ahí, sino que trata de hacer algo por mitigar su situación. Dice que la piedad va acompañada de contentamiento y eso es cierto. Es grande el gozo que se siente cuando podemos ayudar al prójimo en su aflicción o necesidad. En el verso 6:7 se nos dice “…porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.” Creo que eso queda claro tanto para creyentes como para no creyentes. Los primeros no nos afanamos en ello, pensando en que de nada nos vale hacernos “…tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín
corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (Mateo 6:19-21). Los segundos no se afanan, porque saben que cuando mueran, de nada van a valer sus riquezas, pues todo habrá terminado para ellos. Es por eso que se empeñan en “vivir la vida” y disfrutar de todos los placeres posibles acá en la tierra. Sólo que olvidan o no han sabido nunca que donde esté su tesoro, allí estará también su corazón, y es evidente que el de ellos está aquí, en la tierra. Es por eso que no se contentan con sustento y abrigo, quieren algo “más sólido” que llevar consigo… a la tumba. En 6:9 se nos dice que “…los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición…” Es evidente que Dios provee de acuerdo a su enorme misericordia, pero, sobre todo, de acuerdo a su infinita sabiduría. Él prospera sus caminos hasta el punto de que su bienestar no lo aleje de él. No sucede así cuando trata de labrar su propia fortuna, haciendo a Dios a un lado. Usted, mientras más tiene, más quiere. Eso es codicia, eso es pecado. Eso, a medida que su patrimonio va creciendo, lo aleja más y más de Dios. Dios quiere que andemos en “…justicia,… piedad,… fe,… amor,… paciencia,… mansedumbre.” Que peleemos “… la buena batalla de la fe…”, que echemos “… mano de la vida eterna…” a la cual fuimos llamados, “… habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos.” Él es el Dueño del oro y la plata, Él “… empobrece, y enriquece; Abate, y enaltece. Levanta del polvo al pobre, Y del muladar exalta al menesteroso, Para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor. Porque de Jehová son las columnas de la tierra, Y él afirmó sobre ellas el mundo (1 Samuel 2:7-8). Dios merece toda la gloria por nuestra prosperidad y bienaventuranza, nosotros merecemos toda la culpa cuando vivimos una vida mediocre, porque así sucede cuando hacemos a un lado a Dios para seguir nuestra propia senda. Yo le pido, pues, que recuerde en este momento Deuteronomio 8:10-20 y bendiga a Jehová, el que todo ha dado: “Y comerás y te saciarás, y bendecirás a Jehová tu Dios por la buena tierra que te habrá dado. Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; que te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y de escorpiones, y de sed, donde no había agua, y él te sacó agua de la roca del pedernal; que te sustentó con maná en el desierto, comida que tus padres no habían conocido, afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien; y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día. Mas si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis. Como las naciones que Jehová destruirá delante de vosotros, así pereceréis, por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios.” Confíe, pues, en Dios, hermano, y va a ser bendecido, pues si pone su esperanza en el dinero o cualquier otra riqueza material, sólo va a recibir maldición. Este escrito es una contribución de la agrupación para eclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS. Puede comunicarse con MCU al correo:
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