53 AÑOS Por Arlina Cantú
Reconozco, Señor, puesta de hinojos que abandoné tu senda bendecida, sangrante el corazón, por entre abrojos, gimió mi carne por la abierta herida. ¿cómo pude vagar con desconsuelo lejos de tu redil que me cobija? ¿cómo pude olvidar mirar al cielo donde tú, mi Señor, me llamas hija? Pues me alejé, Señor, y anduve errante sin querer escuchar tu dulce voz, sin ver la herida de mi pie sangrante y sin mirarte que ibas de mí en pos. Un día solté tu mano poderosa, creí poder andar por este mundo sola, porque la vida, Dios, es engañosa y nos brinda falseada la victoria. Cual ciudad derribada y sin murallas que cualquiera consigue poseer, así era la vida que llevaba donde el diablo reinaba con poder. Pero llegado el tiempo de tu gracia no pude más vivir lejos de ti, quebrantaste aún más la vil desgracia en que se había vuelto mi vivir. Lloré un caudal de lágrimas ardientes, rogué que me tomaras en tus brazos, elevé mis plegarias más fervientes, clamé que terminaran mis fracasos. Y me oíste, Señor, mi ruego oíste, te volviste amoroso a mi miseria, recordaste la sangre que vertiste para que un día mi alma salva fuera.
Con tus lazos de amor me rescataste, me devolviste blanca vestidura, piadoso de mi escoria te olvidaste y me hiciste sentir nueva criatura. Ahora estoy junto a ti, agradecida, esforzada en seguir por tu camino, no te quiero dejar, ¡tú eres la vida! el principio y final de mi destino. 1 de enero de 2003