La Ley de Dios y la Ley de Cristo

17 may. 2014 - La pregunta que el joven rico le hizo a Cristo tenía que ver con la to- talidad de la vida, y en su respuesta él reveló el esquema de la reden-.
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Lección 8

La Ley de Dios y la Ley de Cristo Sábado 17 de mayo La pregunta que el joven rico le hizo a Cristo tenía que ver con la totalidad de la vida, y en su respuesta él reveló el esquema de la redención. Le reveló el código moral de justicia, que el joven rico había pensado que lo había seguido plenamente. Al preguntar: ¿qué más me falta? deseaba mostrar que se sentía satisfecho con su moralidad, confiado en su piedad y, aunque no se consideraba perfecto, sentía que estaba muy cerca de serlo. La instrucción que pedía de Jesús tenía como propósito alcanzar la perfección por sí mismo. Cristo le mostró que estaba dependiendo de su propia justicia, y que lo que le faltaba era entender el verdadero propósito de la ley. El amor al yo y el amor al mundo eran las barreras que lo separaban de Cristo; barreras que solo Jesús podía remover. El joven rico no se conocía a sí mismo, ni había comprendido que idolatraba los tesoros terrenales. Se le ofreció la oportunidad de usar los talentos que se le habían confiado para bendecir a los necesitados y hacer su tesoro en el cielo. También se le ofreció el privilegio de seguir al Maestro a quien él había llamado “bueno” y a quien verdaderamente admiraba. Al elegir quedarse con sus posesiones terrenales y poner en peligro la vida eterna, mostró cuán poco amaba a sus prójimos y cuánto amaba sus posesiones. Se fue triste. Prefirió sus propiedades antes que la compañía de Jesús; prefirió sus tesoros terrenales antes que los tesoros del cielo; amó más las cosas pasajeras de esta vida, que la vida eterna (Review and Herald, marzo 28, 1893). Domingo 18 de mayo: La Ley y los profetas Son muy pocos los que comprenden el poder de su amor por el dinero hasta que se los pone a prueba. Entonces es cuando muchos RECURSOS ESCUELA SABATICA ©

que profesan ser seguidores de Cristo muestran que no están preparados para el cielo. Sus obras testifican que aman más el dinero que a su prójimo o a Dios. Tal como el joven rico, preguntan por el camino de la vida, pero cuando éste les es señalado y cuando calculan el costo, y ven que se exige de ellos el sacrificio de las riquezas mundanales, deciden que el cielo cuesta demasiado. Cuanto mayores son los tesoros hechos en la tierra, tanto más difícil resulta para sus poseedores comprender que éstos no les pertenecen sino que les han sido prestados para que los utilizasen para gloria de Dios... Aquí puede apreciarse el poder de la riqueza. La influencia del amor al dinero sobre la mente humana es casi paralizadora. Las riquezas infatúan y hacen que muchos que las poseen obren como si estuviesen privados de razón. Cuanto más tienen de este mundo, tanto más desean. Sus temores de llegar a padecer necesidad aumentan con sus riquezas. Se sienten inclinados a amontonar recursos para el futuro. Son mezquinos y egoístas, y temen que Dios no provea para ellos. Esta clase de gente es en realidad pobre delante de Dios. A medida que han acumulado riquezas han ido poniendo su conciencia en ellas y han perdido la fe en Dios y sus promesas. Los pobres, fieles y confiados, se hacen ricos delante de Dios utilizando juiciosamente lo poco que poseen para bendecir a otros. Sienten que tienen obligaciones hacia su prójimo que no pueden descartar si quieren obedecer el mandamiento de Dios: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Consideran la salvación de sus semejantes de más importancia que todo el oro y la plata contenidos en el mundo. Cristo señala la forma como los que poseen riquezas y sin embargo no son ricos delante de Dios pueden obtener las riquezas verdaderas. Él ha dicho: “Vended lo que poseéis y dad limosna” (Lucas 12:33), y haceos tesoros en el cielo. El remedio que él propone es una transferencia de sus afectos a la herencia eterna. Al invertir sus recursos en la causa de Dios para ayudar en la salvación de las almas y aliviar a los necesitados, se enriquecen en buenas obras y atesoran “para sí buen fundamento para lo por venir” para “que echen mano de la vida eterna” (1 Timoteo 6:19). Esto resultará una inversión segura. Pero muchos muestran mediante sus obras que no se atreven a confiar en el banco del cielo. Prefieren confiar sus recursos financieros al mundo antes que enviarlos delante de ellos al cielo. Estos tienen que realizar una gran obra para vencer la codicia y el amor al www.escuela-sabatica.com

mundo. Los ricos pobres, que profesan servir a Dios, son dignos de compasión. Mientras profesan conocer a Dios sus obras lo niegan. ¡Cuán grandes son las tinieblas que rodean a los tales! Profesan fe en la verdad, pero sus obras no corresponden con su profesión. El amor a las riquezas hace a los hombres egoístas, exigentes y despóticos (Consejos sobre mayordomía cristiana, pp. 156, 157). Jesús probó al joven rico con la ley de justicia que requiere que el ser humano ame a su prójimo como a sí mismo, pero el joven mostró que estaba destituido del amor por Dios y por los demás. Pensaba que era perfecto, pero cuando fue pesado en la balanza del Santuario fue hallado falto... Se fue triste, porque no podía retener sus posesiones y a la vez tener el placer de seguir a Cristo (Review and Herald, 11 de septiembre de 1900). Lunes 19 de mayo: Las “reglas” de amor (Juan 15:10) Cristo le da suma importancia a la obediencia de su pueblo a los mandamientos de Dios. Deben tener un conocimiento inteligente de ellos, y aplicarlos a su vida diaria. El hombre no puede guardar los mandamientos de Dios a menos que esté en Cristo y Cristo en él. Y no es posible que esté en Cristo si tiene la luz de sus mandamientos y pasa por alto el menor de ellos. Mediante su firme y voluntaria obediencia a su Palabra, da evidencia de su amor por el Enviado de Dios. El no guardar los mandamientos de Dios implica no amarlo. Nadie guardará la ley de Dios a menos que ame al Unigénito del Padre. Y con no menos seguridad, si alguien lo ama, expresará su amor mediante su obediencia. Todos los que amen a Cristo serán amados por el Padre, y él se les manifestará. En todas sus emergencias y perplejidades tendrán el auxilio de Jesucristo (Cada día con Dios, p. 142). En esta última reunión con sus discípulos, el gran deseo que Cristo expresó por ellos era que se amasen unos a otros como él los había amado. En varias ocasiones habló de esto. “Esto os mando: — dijo repetidas veces— Que os améis los unos a los otros”. Su primer mandato, cuando estuvo a solas con ellos en el aposento alto, fue: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros: como os he amado, que también os améis los unos a los otros”. Para los discípulos, este mandamiento era nuevo; porque no se habían amado unos a otros como Cristo los había amado. El veía que nuevas ideas e imRECURSOS ESCUELA SABATICA ©

pulsos debían gobernarlos; que debían practicar nuevos principios; por su vida y su muerte iban a recibir un nuevo concepto del amor. El mandato de amarse unos a otros tenía nuevo significado a la luz de su abnegación. Toda la obra de la gracia es un continuo servicio de amor, de esfuerzo desinteresado y abnegado. Durante toda hora de la estada de Cristo en la tierra, el amor de Dios fluía de él en raudales incontenibles. Todos los que sean dotados de su Espíritu amarán como él amó. El mismo principio que animó a Cristo los animará en todo su trato mutuo. Este amor es la evidencia de su discipulado. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos —dijo Jesús— si tuvierais amor los unos con los otros”. Cuando los hombres no están vinculados por la fuerza o los intereses propios, sino por el amor, manifiestan la obra de una influencia que está por encima de toda influencia humana. Donde existe esta unidad, constituye una evidencia de que la imagen de Dios se está restaurando en la humanidad, que ha sido implantado un nuevo principio de vida. Muestra que hay poder en la naturaleza divina para resistir a los agentes sobrenaturales del mal, y que la gracia de Dios subyuga el egoísmo inherente en el corazón natural (Exaltad a Jesús, p. 292). Martes 20 de mayo: Todas las cosas a todos los hombres Pablo no se dirigía a los judíos de un modo que despertase sus prejuicios. No les decía primero que debían creer en Jesús de Nazaret; sino que se espaciaba en las profecías que hablaban de Cristo, de su misión y obra. Paso a paso llevaba a sus oyentes hacia adelante, y les demostraba la importancia de honrar la ley de Dios. Rendía el debido honor a la ley ceremonial, demostrando que Cristo era quien había instituido la dispensación judaica y el servicio de sacrificios. Luego los traía hasta el primer advenimiento del Redentor, y les demostraba que en la vida y muerte de Cristo se habla cumplido toda especificación del servicio de sacrificios. Al hablar a los gentiles, Pablo ensalzaba a Cristo, presentándoles luego las imposiciones vigentes de la ley. Demostraba cómo la luz reflejada por la cruz del Calvario daba significado y gloria, a toda la dispensación judaica. Así variaba el apóstol su manera de trabajar, y adaptaba el menwww.escuela-sabatica.com

saje a las circunstancias en que se veía colocado. Después de trabajar pacientemente, obtenía gran éxito; aunque eran muchos los que no querían ser convencidos. Algunos hay hoy día que no serán convencidos por ningún método de presentar la verdad; y el que trabaja para Dios debe estudiar cuidadosamente los mejores métodos, a fin de no despertar prejuicios ni espíritu combativo. En esto han fracasado algunos. Siguiendo sus inclinaciones naturales, cerraron puertas por las cuales podrían, con un diferente método de obrar, haber hallado acceso a ciertos corazones, y por éstos a otros. Los obreros de Dios deben ser hombres de muchas fases; es decir, deben tener amplitud de carácter. No han de ser hombres de una sola idea, estereotipados en su manera de trabajar, incapaces de ver que su defensa de la verdad debe variar según la clase de gente entre la cual trabajan y las circunstancias a las cuales deben hacer frente. Al predicador le toca hacer una obra delicada al encarar el desvío, la amargura y la oposición. Más que los demás, necesita él aquella sabiduría que “primeramente es pura, después pacífica, modesta, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, no juzgadora, no fingida”. Así como el rocío y la lluvia descienden suavemente sobre las plantas agostadas, han de caer suavemente sus palabras cuando proclama la verdad. Ha de ganar almas, no repelerlas. Ha de procurar ser hábil cuando no haya reglas que rijan el caso (Obreros evangélicos, p. 124). Miércoles 21 de mayo: Cumplir la Ley de Cristo (Gálatas 6:2) Dios ha ordenado las cosas de tal manera que nadie es completamente independiente de los demás. Ha vinculado a los miembros de la familia humana por lazos de reciprocidad dependiente. Y aunque cada persona tiene que llevar sus propias cargas, nadie debe olvidar las palabras: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2). Al tratar con los demás, debemos poner constantemente en práctica el principio de la paciencia, la tolerancia y la simpatía, siendo corteses y considerados con todos. Los pobres deben ser ayudados, los enfermos visitados, los tristes y enlutados consolados, los que no saben cómo actuar aconsejados y los descorazonados animados. Al dar una mano a otros, nos ayudamos a nosotros mismos. Ese espíritu RECURSOS ESCUELA SABATICA ©

de colaborar con los demás debe ser cultivado y mantenerse activo, no por obligación, sino por el deseo de aprovechar cualquier oportunidad que tengamos de ayudar a los que necesitan nuestra ayuda. La humanidad es una pobre combinación de caracteres opuestos. Los seres humanos son naturalmente centrados en sí mismos y obstinados. Pero el egoísmo desaparece de las vidas de aquellos que aprenden las lecciones que Cristo desea enseñarles. Al ser participantes de la naturaleza divina y permitir que Cristo viva en ellos, llegan a considerar a todos los seres humanos como sus hermanos, con las mismas aspiraciones, capacidades, tentaciones y pruebas, todos ellos buscando simpatía y ayuda... El juicio y la crítica no forma parte de las opiniones de aquellos que saben que ellos mismos cometen errores. Recordemos que no podemos leer los corazones ni saber los motivos que llevaron a cierta acción; por lo tanto no debiéramos desacreditar o despreciar a otros por sus acciones, sino mas bien ofrecerles una fuerte mano ayudadora para que puedan levantarse. Puede llegar el momento en que las manos que hemos ayudado, nos ayuden a nosotros mismos a levantamos (Signs of the Times, 11 de mayo de 1904). El poder sanador de Dios se hace sentir en toda la naturaleza. Si se corta un árbol, si un ser humano se lastima o se rompe un hueso, la naturaleza empieza inmediatamente a reparar el daño. Aun antes que exista la necesidad, están listos los elementos sanadores, y tan pronto como se lastima una parte, todas las energías se dedican a la obra de restauración. Lo mismo ocurre en el reino espiritual. Antes que el pecado creara la necesidad, Dios había provisto el remedio. Toda alma que cede a la tentación es herida por el adversario, pero dondequiera que haya pecado está el Salvador. Es obra de Cristo “sanar a los quebrantados de corazón... pregonar libertad a los cautivos... poner en libertad a los oprimidos”. Nosotros debemos cooperar en esta obra. “Si alguno fuere sorprendido en alguna falta... restauradle”. La palabra aquí traducida por “restaurar” significa juntar, como si se tratara de un hueso dislocado. ¡Qué figura sugestiva! El que incurre en el error o el pecado llega a desarmonizar con todo lo que lo rodea. Puede percatarse de su error, llenarse de remordimiento, pero no puede restablecerse. Se encuentra confuso, perplejo, vencido, impotente. Necesita ser ganado de nuevo, sanado, rehabilitado. “Vosotros que sois espirituales, restauradle”. www.escuela-sabatica.com

Solamente el amor que fluye del corazón de Cristo puede sanar. Solo aquel en quien fluye ese amor, como la savia en el árbol, o la sangre en el cuerpo, puede restaurar al alma herida (La educación, pp. 113, 114). Jueves 22 de mayo: Ley y Juicio (Juan 5:30) El Padre ha entregado todo el juicio a su Hijo. Cristo pronunciará la recompensa de la lealtad. “El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo... y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre”. Cristo aceptó la humanidad, y vivió en esta tierra una vida pura y santificada. Por esa razón ha sido designado juez. El que ocupa el puesto de juez es Dios manifestado en la carne. A Cristo le ha sido entregado todo el juicio, porque es el Hijo del hombre. Nada escapa a su conocimiento. No importa cuán elevada sea la jerarquía y cuán grande sea el poder de los apóstatas espirituales, Uno más alto y mayor ha llevado el pecado de todo el mundo. Es infinito en justicia, en bondad y en verdad. Tiene poder para resistir a los principados, a las potestades y a las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Armado y equipado como el capitán de las huestes del Señor, viene al frente en defensa de su pueblo. Su justicia cubre a todos los que lo aman y confían en él. Como General de los ejércitos preside a la hueste celestial para que esté como un muro de fuego alrededor de su pueblo. Únicamente él es el juez de la justicia de ellos, porque los creó y los redimió a un precio infinito para él. El velará para que la obediencia a los mandamientos de Dios sea recompensada y los transgresores reciban [el pago] de acuerdo con sus obras (Comentario bíblico adventista, tomo 5, pp. 1108, 1109). La ley de Dios, por su misma naturaleza, es inalterable. Es una revelación de la voluntad y el carácter de su Autor. Dios es amor, y su ley es amor. Sus dos grandes principios son el amor a Dios y al hombre. “El cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10). El carácter de Dios es justicia y verdad, y tal es la naturaleza de su ley. El salmista dice: “Tu ley la verdad”; “todos tus mandamientos son justicia” (Salmo 119:142, 172). El apóstol Pablo declara: “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Una ley tal, expresión de la mente y la voluntad de Dios, tiene que ser tan perdurable como su Autor. Y esta ley es la norma por la cual las vidas y los caracteres de los RECURSOS ESCUELA SABATICA ©

hombres serán probados en el juicio. Después de señalar nuestro deber de obedecer sus mandamientos, Salomón agregó: “Porque Dios traerá toda obra ajuicio” (Eclesiastés 12:14). El apóstol Santiago amonesta a sus hermanos: “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Santiago 2:12). Jesús aparecerá en el juicio como el abogado de su pueblo, para abogar en su favor ante Dios. “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse por nosotros ante Dios”. “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 9: 24; 7: 25). En el juicio, todos, los que se han arrepentido realmente del pecado, y por fe han reclamado la sangre de Cristo como su sacrificio expiatorio, han tenido el perdón registrado junto a sus nombres en los libros del cielo; al haber sido participantes de la justicia de Cristo, y sus caracteres encontrados en armonía con la ley de Dios, sus pecados serán borrados, y ellos mismos serán considerados dignos de la vida eterna... Jesús dijo: “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles” (Apocalipsis 3: 5) (Reflejemos a Jesús, p. 54). Viernes 23 de mayo: Para estudiar y meditar Testimonios para la iglesia, tomo 7, pp. 248-253.

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