Walter Jakob, un talentoso actor y creador del cine y del

25 mar. 2014 - ca buscó. Mientras estudiaba cine, ... reconoce. Con su amigo. Mariano Llinás comenzó a estudiar cine. ... O sea, de la escena independiente.
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espectáculos

| Martes 25 de Marzo de 2014

Walter Jakob, un talentoso actor y creador del cine y del teatro porteño

Peter Hammill y sus dos groupies La historia íntima de la obra La edad de oro

agenda propia. El codirector de Los talentos

y La edad de oro, dos obras de culto, prepara una opereta que se estrenará en el Colón Viene de tapa

“Pensar que tanta diversidad es una única cosa...”, apunta señalando su humanidad en medio de una confitería tradicional en la que el café viene acompañado por unos pañuelitos de pionono con dulce de leche que no tocamos. Esa confusión que su propia diversificación genera en el medio lo divierte. “Igual, de lo único que puedo hablar es del trabajo, no mucho más”, apunta. De seguir su actual línea de trabajo estamos, casi, en problemas. Como actor de teatro, los sábados forma parte del elenco de Murga, espectáculo de Ana Barletta (Abasto Social Club, para más datos). Como coautor y codramaturgo, repuso La edad de oro (en ElKafka) y, en pocos días, los miércoles a la noche, vuelve Los talentos (también en ElKafka). Los dos espectáculos se han convertido en verdaderos objetos de culto del circuito alternativo (categoría difusísima, pero es lo que hay). Fueron premiados, sus textos han sido publicados, tuvieron excelentes críticas y vuelven a la cartelera aunque hayan pasado tres y cinco años, respectivamente, del momento de sus estrenos. En él lo de actuar fue algo que nunca buscó. Mientras estudiaba cine, otros compañeros le pedían que actuara en sus cortos. Él aceptaba porque la pasaba bien. En 1999, mientras estudiaba actuación con Javier Daulte y Alejandro Maci, ahí sintió que, por primera vez, era actor. Como correlato inmediato, Mariana Chaud lo llamó para integrar el elenco de Sigo mintiendo, hermosa obra. Claro que su familiaridad con la ficción probablemente haya que buscarla ya en su infancia. Su padre tenía un proyector de 16 milímetros. De vez en cuando, armaba veladas artísticas en dos partes. En la primera, proyectaba películas caseras en las que Walter Jakob, cuando todavía no era un grandote, aparecía por ahí. Luego, casi como si fuera una versión familiar de Función privada, se proyectaba una película. A los 18 su papá murió. “Yo quedé medio boyando...”, reconoce. Con su amigo Mariano Llinás comenzó a estudiar cine. Fue Llinás el que lo convirtió en el protagonista de la extraordinaria Historias extraordinarias. En ese film trabajaba con Agustín

Mendilaharzu. Agustín es con quien escribió y dirigió Los talentos y La edad de oro. Como dicen ellos, son amigos de antes de haber nacido (o algo así, ya que sus madres eran íntimas amigas). Nacieron en 1975 con dos meses de diferencia. Cuentan que fueron condenados a ser amigos y que cumplen con esa condena con perpetuo rigor. Llinás, Mendilaharzu y Jakob son amigos. De hecho, Los talentos, cuenta Walter, es como una visión desbocada de ellos tres en sus tiempos de adolescencia. O la historia de tres pibes que se ocultan detrás de un formidable aparato intelectual para disimular sus propios miedos y la dificultad de tomar contacto con la realidad. Esa obra es, sencillamente, impecable. En esto de trabajar entre amigos, conocidos y/o afines, Mendilaharzu y Llinás crearon otra banda: la de Pampero Cine, productora cinematográfica. Otro de los socios de Pampero es Alejo Moguillansky. Walter, confirmando esto de ser parte de una misma red de amigotes que hacen cosas, trabajó en la (bella) película El loro y el cisne, de Moguillansky, y trabaja en la última película de este cineasta llamada El escarabajo de oro. Ese film forma parte de la competencia nacional del próximo Bafici. Ese estreno coincidirá con las funciones de Velada Fantômas, la opereta radiofónica que Jakob y Mendilaharzu están ensayando en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC). O sea, de la escena independiente al Bafici pasando por el Colón. “Todo bien, pero nada termina instalándote en el medio. El mismo año de Historias extraordinarias actuaba en las películas La ronda y en Los paranoicos. Me hicieron una gran nota presentándome como el actor de la temporada. Al año siguiente, sólo filmé un rol secundario de un cortometraje. Nada más. Todo esto es muy misterioso”, dice con una expresión al borde de la vergüenza. Entonces, como en el principio de la charla, vuelve a su apuesta al trabajo. El trabajo de este actor y dramaturgo y director y fanático de la música con esa cosa de gordo y nogordo que tan bien les hace al cine y al teatro. ß

En abril, el artista estrenará además una película en el Bafici

soledad aznárez

En muchos sentidos, la obra La edad de oro da cuenta del fanatismo de sus dos creadores, Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu, por la música de Peter Hammill. Walter fue por primera vez a ver un concierto de Hammill en 1991 (teatro Alfil, para más datos). Lo recuerda como si hubiera sido ayer (más que eso: anoche). Al año siguiente fue que llevó a Mendilaharzu. “Era fanático del rock progresivo tipo Yes o Genesis. Cuando nos enteramos de que volvía a Buenos Aires fuimos a comprar sus discos. De ahí no paré”, reconoce. Sigue: “Hammill es un tipo que no se convirtió en una estrella. Está ahí por la música, no por otras cosas. Es lo contrario de lo cool, del canchero o de un tipo como David Bowie, músico que también me encanta, pero que tiene toda una parafernalia alrededor de él. En Hammill solamente está la música”. Después del estreno de La edad de oro tomaron coraje y le mandaron una carta en la que le contaban que habían escrito una obra de teatro que era un homenaje a su persona y a su música. Intentaron que fuera una carta seria, profesional. Sin embargo, no pudieron evitar hacerle entender que su música había marcado sus vidas. De hecho, acompañaron la misiva con una foto de cuando lo vieron en aquel concierto de 1992. Hace dos años, Los talentos fue a España. En la ciudad de Victoria se enteraron de que, en Bilbao y al día siguiente de la función, se presentaba este señor. Fueron (obvio). Otra carta y otro encuentro minutos antes de la función. Ahí fue cuando le dieron una versión en papel de la obra. Y se saludaron. Y ellos quedaron temblando. A los minutos, ¡horror de los horrores!, se dieron cuenta de que no se habían sacado una foto con él. Se quisieron morir. Estoicos, el grandote y su amigo más flaco lo esperaron al salir. Con cierta vergüenza, le pidieron la foto. Él, el mítico Hammill, aceptó. Y les dijo: “No sé si notaron, pero canté muchos temas sobre el teatro y la actuación”. Obvio, habían anotado todo. ß

La edad de oro de Jakob y Mendilaharzu Funciones, sábados, a las 23 Sala, ElKafka (Lambaré 866)

Un pasaje de La edad de oro

El lado oscuro del San Martín en la década del 70 investigacion. El libro Teatro militante, de Lorena Verzero, narra hechos de censura y casos paradigmáticos de la escena Lorena Verzero es doctora en Historia y Teoría de las Artes e investigadora del Conicet. Acaba de publicar el libro Teatro militante. Radicalización artística y política en los años 70, un exhaustivo análisis sobre la producción escénica que tiene como telón de fondo (y protagonista) a un bloque histórico que se inicia con el Cordobazo (mayo de 1969) y culmina con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Las 413 páginas examinan con sumo rigor cómo la actividad escénica del momento se nutrió del cine militante, la canción popular y el activismo en el campo de las artes visuales. Uno de los tantos ejes de esta necesaria investigación es el vínculo entre la producción escénica y el Teatro Municipal San Martín, emblema de la escena oficial en esos tiempos violentos, convulsionados y expansivos. “En términos generales, las políticas teatrales oficiales se abrieron en dos sentidos: tradicionalista/nacionalista y culturizante/ universalizante, observándose cierto acercamiento a montajes modernizadores en algunas gestiones del Teatro San Martín y un intento de aproximación a los sectores populares por parte del mismo Teatro durante el período peronista. En este sentido, en ese momento se infiltran algunos elementos del teatro militante en el teatro oficial, aunque esto se da cargado de contradicciones y conflictos”, asegura quien también es miembro de Proteatro. En el San Martín esas contradicciones y conflictos adquirieron matices sumamente llamativos y poco indagados hasta el momento (uno

de los tantos hallazgos de esta investigación que demandó cinco años de trabajo). La llegada de Kive Staiff a la dirección de la sala (o su primer llegada, habría que decir) fue en noviembre de 1971. Su gestión, según asegura el libro, implicó que varios exponentes del teatro independiente fueran tenidos en cuenta por una sala oficial. Por ejemplo se estrenó una obra de Griselda Gambaro (Nada que ver, 1972). Claro que ese reconocimiento vino acompañado de conflictos. De hecho, según se afirma en el libro editado por Biblos, la obra fue censurada. Con la idea de reflejar ese hecho, la revista Panorama publicó un artículo cuyo título fue “Teatro San Martín: la caldera del diablo”. En él, el actor, director y dramaturgo Juan Carlos Gené denunciaba que se habían suprimido escenas completas de la obra. En ese momento, vale aclararlo porque es todo un signo de la época, Gené era el presidente de la Asociación Argentina de Actores y el director del grupo Podestá, colectivo militante teatral. Ante la denuncia pública de censura, según se consigna, Staiff, minimizó el hecho. El enemigo: el pueblo El hecho no quedó ahí. Un año después, en 1972, se estrenó Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen Actuaban, entre otros, Víctor Hugo Vieyra, Héctor Alterio, Jorge Rivera López y Roberto Carnaghi. La obra fue censurada (o, quizás, habría que hablar de censura previa). El confuso episodio tuvo como telón de fondo (expresión tan trillada como teatral) el asesinato del empresario de la Fiat, Oberdan Sa-

El inglés, el caso de una obra del teatro militante que llegó a la escena oficial llustro. Esa situación de violencia llevó a decir al secretario de Cultura de la Municipalidad de aquel momento que la obra era inadmisible ya que su intención era cuestionar a la autoridad. La noche del estreno –siempre según la investigación– Gené, Pepe Soriano y Onofre Lovero entregaron volantes denunciando los dos casos de censura. Mientras que un sector cuestionó la figura de Staiff (Iris Marga, entre otras, quien era directora artística del San Martín), el intendente Saturnino Montero Ruiz defendió su gestión. Montero Ruiz era el hombre que el gobierno de facto de Alejandro Lanusse había designado para estar a cargo de la ciudad. El 25 de mayo de 1973 comenzó la

llamada “patria peronista”: Héctor José Campora, Raúl Lastiri, Juan Domingo Perón e Isabel Perón. “El teatro San Martín fue tomado por asalto por la derecha vinculada con los sectores obreros «entreguistas» y los empleados fueron encerrados durante días, hasta que vino la intervención”, narra el libro. En ese marco, la (primera) gestión de Staiff llegaba a su fin. Después de varios nombres al frente de la sala, en enero de 1975 asumió la dirección Ariel Keller, una persona vinculada con la derecha peronista. “Nosotros somos la raíz latina y cristiana, y promovemos en todas las cosas el sano nacionalismo cultural que nos inculcó el general Perón”, dixit Keller. En la Casa Ro-

ctba

sada eran tiempos de Isabel y de su fiel aliado: López Rega. “Durante este período, los rasgos tradicionalistas, nacionalistas y populistas ya presentes en las gestiones anteriores se afirmaron y se sistematizaron en consonancia con la vertiginosa derechización del gobierno nacional”, escribe Verzero. En ese contexto de tensión dentro del mismo peronismo se instrumentó el Plan de Reencuentro del Teatro con el Pueblo (otra de las rarezas históricas que rescata el libro). El plan reprodujo metodologías de trabajo que habían aplicado los colectivos teatrales de la izquierda peronista mutilados meses antes. Entre funciones en parroquias, colegios y gremios se hacían obras en el Teatro Sarmien-

to, que el mismo Keller programaba. Una de las seleccionadas fue El inglés, espectáculo de Gené que protagonizaba Pepe Soriano junto al Cuarteto Zupay (Pedro Pablo García Caffi, actual director del Teatro Colón, entre ellos). En ese caso, Keller fue más allá, ya que programó a la obra en el mismo Teatro San Martín. Gené había escrito El inglés después de la caída de Cámpora. Para contrarrestar el sentimiento de frustración se le ocurrió llevar a escena un triunfo popular: las Invasiones Inglesas. De ese hecho se nutre la obra que, caso paradigmático, pasó por el circuito comercial, el militante y el oficial. Y por el exilio, claro. El 24 de marzo de 1976 llegó la dictadura. La gran mayoría de los integrantes de los colectivos teatrales militantes (Octubre, LTL, Podestá, Machete, Once al Sur) ya se habían disuelto o sus integrantes debieron partir. A la dirección del San Martín volvió Kive Staiff en un período que concluyó en 1989 (gobierno de Alfonsín). “Así comenzaba la diáspora. Y, con el acallamiento, la huida y la desaparición de los intelectuales y militantes [...] El teatro militante, entonces, anclado a su tiempo, perecido con él, deja como saldo concepciones del arte y la política, modos de producción colectiva y de relación con innovaciones estéticas. Junto con ello, deja abierta a su tiempo por venir, a su teatro por venir, una serie de preguntas”, concluye la autora. Esas preguntas que, el libro Teatro militante se encarga de reformular para alumbrar la actividad escénica en un período clave de la historia argentina.ß Alejandro Cruz