Hecho en Buenos Aires La madrugada del 23 de

Desde San Juan 21 en San Telmo, Darío Herrera, coordinador del área de ..... de 2017. —Yo metí todo de vuelta en la mochila y la cerré —cuenta Sosa, actual ...
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Hecho en Buenos Aires

La madrugada del 23 de mayo de 2015, un hombre de 32 años llamado Sergio Rafael Sosa, pisó por segunda vez en su vida el Complejo Penitenciario Federal de Devoto. —Viste que me bajé— le dijo al custodio del camión, que siguió a las cárceles de Ezeiza y Marcos Paz. La celda completó sus 18 camas con el Negro Sosa. Aunque ése no era lugar para dormir, enseguida lo intuyó, sin necesidad de ver lo que vio más tarde: al preso de la otra punta de arriba con las zapatillas sobre el colchón, la cabeza torcida contra el tubo fluorescente, y una faca que “no terminaba más de salir”. El arma no se usó contra él y no podría decirse si mató al chico “todo arrastrado” el día del motín, una semana después. La noche que volvió a Devoto, la del cumpleaños de su hijo del medio, a los únicos que Sosa debió enfrentar fue a los policías “con manos así” que lo provocaron en la puerta del pabellón: —¿Peleás por tus cosas vos? En su mochila había: una gorra, un jean, el documento, varias revistas Hecho en Bs As edición del mes y un carnet plastificado con foto, número de vendedor (2508) y lugar de venta asignado (Plaza de Mayo).

La mañana del 22, un viernes, Mariel Suligoy amaneció preocupada: el Negro no había vuelto a dormir. Hasta el mediodía quiso creer que se había quedado en Capital para estar desde temprano en la parada cuando empezaran los festejos; era el último 25 de Mayo de Cristina Kirchner como presidenta y se había organizado algo grande. Pero justo ese día, que tenían su propio festejo, que habían quedado en comprar gaseosa, no podía ser. Así que pidió prestado un teléfono y salió a buscar señal a la avenida. Desde San Juan 21 en San Telmo, Darío Herrera, coordinador del área de distribución de Hecho en Bs As, tuvo noticias durante la mañana, por comentarios de otros vendedores que pasaban por la sede a comprar revistas: a la noche se habían llevado a cuatro compañeros a la comisaría del barrio, la Segunda. La mujer de 27 años, pelo castaño y ojos claros, tomó el tren en Glew y desde Constitución caminó hasta Perú 1050. Ahí esperó, insistió, esperó, insistió, preguntó otra vez y esperó: le negaban que Sosa estuviera detenido ahí.

Tarde en la noche del jueves, a Sosa le tomaron las huellas dactilares. El comisario tuvo que hacer varias fichas, recuerda él, “como veinte”, porque sus dedos no dejaban surcos. —¿Loco, qué te hiciste?—preguntó. —Nada, hermano—respondió el Negro—. Éstas son las manos de un laburante. De uno que construye su casa, no lo que estás haciendo vos. Lo que estás haciendo vos es una cochinada. El policía que lo detuvo en la calle cumplió con lo que dijo en el momento: “Esto lo vamos a comer cuando lleguemos”. Y si no fue el mismo Ayudante Martín Jiménez, fue otro el que después le agradeció la picada, por la bolsa de recortes de fiambre que había en la mochila de Sosa. El Negro, hombre de estatura mediana y huesos anchos, se vengó no dejando dormir a nadie. “¡Loco, levantensé, hagan un ruido que nos vamos!”, gritaba primero; y en el fondo, solo, no se rindió: pateó las rejas y gritó todo el tiempo que pudo, todo lo que el cuerpo le dio: “¡Me quiero ir!”. Al otro día, fue el único de los vendedores que no quedó en libertad. No por mal comportamiento, sino por sus antecedentes. Es lo que dispone el Código Penal, le informó el defensor oficial Alejandro Esnaola, según el delito que se les imputaba a los cuatro: “Robo en poblado y en banda en grado de tentativa”.

El jueves 21 de mayo fue, en palabras de Sergio Sosa, “un día de trabajo lindo”. El fuerte de ventas no iba a ser hasta el sábado, domingo y lunes feriado, pero en la zona de Casa Rosada ya había más movimiento del normal, entre el armado de escenarios, pruebas de sonido y demás. Al bajar el sol, los cuatro vendedores de Hecho en Bs As de zona sur, se reunieron en el supermercado chino más cercano al cruce de las calles México y Defensa, de donde se los llevó la policía. Al lado solía haber un bar de comida al peso que después de las cuatro de la tarde vendía con descuento. En esa vereda comieron y bebieron en abundancia. A eso de las ocho, empezaron a caminar en dirección a Constitución por la calle Defensa. Sergio Sosa primero, con alrededor de 300 pesos en el bolsillo –unas 20 revistas al precio de entonces– y los remanentes en la mano. Sus compañeros Javier

Dardo y Fabia Oubiña lo dejaron avanzar más o menos media cuadra y salieron atrás, también con sus revistas afuera. Matías Rojas, el hermano de Oubiña, se perdió de vista.

El otro grupo venía por México y dobló en Defensa, en dirección a la Plaza. Eran cinco varones y dos mujeres que salían de trabajar del call center GESPO. El Juez de Instrucción Jorge de Santo pidió la declaración indagatoria a los vendedores en base al acta labrada en la Comisaría 2, donde el compareciente es Sosa: El 21 de mayo de 2015, a las 20 y cinco horas, sobre la calle Defensa y su intersección con México de esta ciudad, el compareciente que vestía una gorra blanca y camisa a rayas, interceptó a Juan Manuel Álvarez y sus compañeros de trabajo María Florencia Cami Tenconi, Santiago Javier Aranzamendi, Evelyn Magalí Konig, César Augusto Foti Muñoz, Luis Ignacio Bevilacua y Federico Espejo, y le consultó al primero si quería comprar la revista Hecho en Buenos Aires que el deponente poseía. Refiriéndole el damnificado que no la deseaba, por lo que el aquí indagado comenzó a insultarlo y le refirió en forma agresiva “Vos que tenés cara de vivo querés pelear.Te la das de cheto la concha de tu madre”. Ante lo cual Álvarez hizo caso omiso e intentó continuar caminando. Bajo estas circunstancias se aproximó la consorte del deponente, Fabia Elizabeth Oubiña, la cual le refirió a Álvarez “Vos sos cheto qué le decís a mi hermano hijo de puta, antichorro, te voy a matar, vas a ver lo que te va a pasar”. Para seguidamente empezar a propinarle golpes de puño, patadas y rasguños, intentando Álvarez cubrirse el rostro para protegerse, momento en el cual se interpuso María Florencia Cami Tenconi quien también fue agredida por Oubiña. En ese momento intervino en el hecho su consorte Matías David Rojas el cual le propinó un golpe de puño en su rostro y otro en su espalda, ello mientras Oubiña aprovechó para tironear fuertemente el morral que Álvarez cargaba logrando sustraerlo y lo que además generó que se rompiera la camisa del damnificado. Mientras ello sucedía intervino Dardo Javier Franco -quien también tenía puesta una gorra- el cual le propinó varios golpes a Álvarez y en ese momento Santiago Javier Aranzamendi intentó separar a los agresores y allí el deponente le propinó un golpe de puño en la boca arribando en ese momento personal policial quien procedió a la detención del compareciente y sus consortes.

Se hizo la noche del viernes, los tres vendedores sin antecedentes habían quedado en libertad, y a Mariel Suligoy no le informaban que el Negro esperaba destino en un

centro de detención judicial en el centro. De a ratos, la mujer se echaba a llorar. —Y se me acerca uno todo vestido de blanco—dice como si lo estuviera viendo—. Yo pensé que era un enfermero. El empleado de limpieza le describió a Sosa y le preguntó si así era su marido. “Lo engarronaron, lo re empapelaron”, dijo, empático pero seco. Y con disimulo contó lo que había presenciado: al grupo de chicos y chicas discutiendo, las palabras papá y mamá repetidas, la sugerencia del policía: “Armen algo, fíjense lo que van a decir”. —Las palabras fueron: “Atrás de ustedes salen ellos”.

Cuando Mariel Suligoy llegó a la Unidad 28, a Sosa ya lo habían trasladado. La pareja de seis años se reencontró una semana después en el penal de Devoto. El 30 de mayo, el Negro se cambió la remera, comió pan con fiambre y tomó agua. —Vos los escuchás y parece que todos mantienen a los presos—dice ella—. Y es mentira porque lo que mantienen es al servicio penitenciario. Al preso lo mantiene la familia. Aquel día, cuando se fueron las visitas, arrancó el motín. El Negro no participó, pero tuvo que ver morir al chico “todo arrastrado, todo atado”, y antes, oír la secuencia como si fuera un sueño viejo: las pisadas rápidas, las rejas, los candados, los gritos de ayuda. Un motín se frena encerrando a los presos y esperando que termine. En los 25 días que estuvo en Devoto, Sergio Sosa peleó dos veces. Se llevaba mal con un paraguayo: la tensión crecía cada día, y si El Negro no hubiera salido, tal vez hoy uno de los dos estaría muerto. —Ahí tenés que ser perro o gato, y gato no me gusta—dice él—. Perro y de caza.

Desde el año 2001, Hecho en Bs As ofrece una oportunidad de inserción laboral a personas en situación de calle y sin trabajo mediante la venta de la revista. Cuando sucedió “este altercado”, como él lo llama, hacia cuatro años que Sergio Sosa pertenecía a la organización. Al principio fue difícil abordar a la gente, explicarse, mantener la simpatía hasta el final, también ante la indiferencia y las malas contestaciones. “Soy renegón”, dice él. Pero con tiempo y consejos llegó a convertirse en un buen vendedor. Le costó sobre todo bajar la guardia, perder los malos modos, dejar de atacar cada

vez que alguien se daba vuelta para su lado: “¿Qué mirás, gato?”. El Negro Sosa ha estado involucrado en peleas, sí, desde que salió de Devoto a los 27 años. Pero no volvió a robar, no volvió a hacer nada para estar preso otra vez. —Es un extraño caso donde la función social de la pena se cumplió—dice Gabriela Carpineti, su actual abogada defensora. Sin embargo, el Negro Sosa volvió a estar en un calabozo; antes de la última vez, hace alrededor de tres años. Estaba vendiendo la revista en Adrogué y lo increpó un policía: lo hizo tirar al suelo y lo esposó. Se lo llevó porque tenía orden de captura: no estaba dado de baja en el sistema de Devoto. Los días en la penitenciaría de Lomas de Zamora fueron cuatro, con un partido de la selección y un feriado en el medio. Se esperaba el papel que certificaba que Sosa Sergio Rafael ya había cumplido su condena. —Ya me cansé de que me tiren al piso adelante de todos. ¿Sabés los años que me pasó eso?. Esta vez El Negro no se tiró. Dijo: “Yo no me voy a tirar al piso. ¿Por qué me voy a tirar al piso si no hice nada? Tirame vos al piso”. Y lo tiraron. Aunque había mostrado la mochila y el documento. Entonces pensó: “Me ponen un doble A y me voy a mi casa”.

En el umbral que separa la casa de Sergio Sosa y Mariel Suligoy de la calle Franklin, en el barrio Parque Roma de Glew, hay una toalla con un diseño infantil gastado. El Negro lo cruza de golpe: irrumpe en su casa como un superhéroe. Es primavera y está de remera y bermudas; brilla su piel de corteza y esos pies sobre la tierra parecen en su estado natural. Cuando se sienta, se le ven las canas en la barba: nadie pensaría que el 20 de septiembre último cumplió 35 años. Sergio Sosa dice: —Te soy sincero, con una mano en el corazón: yo vivo en cualquier lado. Como soy bueno soy malo. Pero te digo la verdad: no me lo merezco. Te lo juro por la luz de mis hijos, que son todo lo que tengo, en ningún momento se me cruzó por la cabeza tocarles algo. Yo tenía mi plata, tenía mi comida, tenía todo. Te digo la verdad, te soy sincero: en ningún momento pensé que iba a pasar por lo que estoy pasando. Yo todos los días le pongo onda, pero a mí cada día que pasa me va enterrando más el puñal así en mi corazón. En sus palabras, lo que ocurrió el 21 de mayo fue “una pelea normal”. En el cruce con el grupo de oficinistas, ofreció la revista, y Juan Manuel Álvarez respondió así: —Textuales palabras: “No, dejame de romper las bolas, ya me tienen re podrido

con esa revista de mierda”. Entonces el Negro contestó: —Bueno loco, contestame bien. Por giles como vos que hablan así los pibes son maleducados y empiezan los problemas. El intercambio, según la memoria de Sosa, terminó con otro “dejame de romper las bolas” y un “andá, cheto de mierda, puto”.

El Negro siguió caminando y enseguida escuchó los gritos atrás. Giró y vio que en el tumulto estaba La Colo en el suelo. Corrió. —Como vi que éramos minoría, manotié lo primero que vi. Con el cartel de un bar, “esos de parado”, le pegó al primero que vio de espaldas. Resultó ser Matías Rojas, que había llegado antes a apoyar a la hermana. La Colo, una chica alta, flaca y temperamental, contó entre conocidos –los vendedores esa noche no declararon– que Álvarez intentó quitársela de adelante con un revés que, al traspasar la revista, le dio en la cara. En total, puede que Matías Rojas haya sido el más lastimado de esa pelea. Álvarez tenía golpes peritados en un ojo y un codo. A Sosa no le curaron la herida que le hizo una de las chicas con la punta del libro que llevaba en la mano: “Me dejó el ojo así”. Testigos y patrulleros no tardaron en llegar, y fue ahí que el Negro le dio los 300 pesos a otra vendedora de Hecho en Bs As que reconoció y no ha vuelto a ver. —Vino la policía y estábamos en una pelea. Todo lo que quedó tirado quedó tirado. La policía juntó. Fuimos todos a la comisaría, pero nosotros en calidad de detenidos y ellos en la parte damnificada.

El 17 de junio de 2015, Sergio Rafael Sosa fue excarcelado bajo una caución de mil pesos. —La sacó re barata—le dijo otro defensor oficial a Mariel Suligoy, que en ese momento no tenía luz ni gas y se le había roto la bombilla del mate. Pero el proceso penal avanzó porque Sosa no tuvo defensa adecuada durante el período de instrucción, y las notificaciones no llegaban hasta su domicilio en Glew. A la causa la elevó a juicio Marcelo Munila Lacasa; los chicos del call center no se constituyeron como querella. La estrategia de Gabriela Carpineti, abogada voluntaria de Hecho en Bs As, será

pedir una recalificación del delito que admita compensación con tareas comunitarias. Por su parte, Sergio Sosa y Mariel Suligoy les dijeron a sus hijos mayores –la menor es casi un bebé– que existe la posibilidad de que el Negro tenga que mudarse a la Patagonia unos años por una oportunidad laboral. La resolución se espera para el mes de noviembre de 2017.

—Yo metí todo de vuelta en la mochila y la cerré —cuenta Sosa, actual sereno del club Defensores de Glew—. Fui el único que mostró su mochila. Y después dice él que entre todas las cosas estaba el libro. Porque supuestamente lo que a nosotros nos complica es que este boludo de Dardo levantó un libro. Yo si quisiera ¿sabés cómo volteo eso? Digo que soy ignorante, que no sé leer. Pero a mí no me sirve mentir porque ellos buscan y saben que terminé la primaria, que me falta un año para terminar la secundaria, que soy un pibe instruido. Lo hice con tal de taparle la boca a todos mis parientes. Siempre tiraron mierda, nunca apostaba nadie al Negro. Pero yo para qué quiero un libro, no me sirve de nada un libro. En la causa 4660 se adjunta como prueba la fotocopia de la tapa: era El viaje del chamán, un compilado de escritos sobre el origen y práctica del chamanismo y su pertinencia en el mundo moderno. De ahí que fuera un libro gordo, y en el revoleo, lo llegara a lastimar.