ACERCA DE LOS TESOROS TERRENALES Por Arlina Cantú Lectura: Mateo 7:24-29 “Dicha grande es la del hombre...” dice el himno tan conocido. Y es verdad. Cuando el hijo crece y se transforma en hombre, puede saborear la dicha de ver el fruto de andar por las sendas rectas, conforme a la Palabra. En el mes de junio de 1994, mi hijo mayor, aún soltero, me llevó con él a conocer la casa que el Señor le concedió comprar. Aspiraba mi hijo a establecerse en la ciudad de Monterrey, donde cursó su carrera profesional, y sintió la necesidad de dejar ya la casa de estudiantes en la que había permanecido por puro compañerismo. Los ingresos que entonces percibía le dieron la facilidad para adquirir una casa bella aunque no muy grande, en un fraccionamiento moderno y funcional. Grande fue el gozo de mi corazón de madre al respirar allí dentro, todavía, el olor a casa recién construida. Y por encima del sentimentalismo que embargaba mi corazón al pensar que con aquella casa mi hijo echaría raíces en otra ciudad que no era la nuestra, me alegré con él, escuché sus planes para decorarla y sus sueños del futuro. Con gratitud a Dios en mi corazón fui recorriendo con mi mano las paredes y al subir cada escalón que llevaba al segundo piso le daba gracias al Dios Todopoderoso por la bendición que le había dado a mi hijo, reconociendo que lo ha hecho un triunfador en su juventud. Y a pesar de que mi hijo es ya adulto, sentí la necesidad de recordarle que es más importante “hacer tesoros en el cielo” porque sólo ésos son indestructibles, y que debemos ser sensibles para agradecer a Dios los tesoros materiales que nos regala. -Oremos por los jóvenes que alcanzan prosperidad material. Gracias te damos, oh Dios, por concedernos el tener una casa donde habitar, rogamos por todos aquellos que aún no la tienen. Amén. Usado con permiso

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