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Sociedad
| Miércoles 12 de febrero de 2014
una vida contada a través de imágenes
La apuesta fue recopilar, entre otras cosas, imágenes del célebre escritor nunca antes publicadas. Todas estas fotos fueron tomadas por la misma Aurora Bernárdez, su primera esposa y una de las encargadas de la recopilación del material para este volumen
Recién publicado, el libro Cortázar de la A a la Z da forma a un original homenaje: una fotobiografía comentada con retratos de todas las épocas
FOTOS AurOrA berNárDez
sociedad Edición de hoy a cargo de Javier Navia | www.lanacion.com/sociedad
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Cortázar inédito. A 30 años de su muerte, textos, fotos y palabras lo redescubren Varias novedades editoriales muestran facetas desconocidas del gran escritor a partir de imágenes, manuscritos, clases de literatura, objetos e investigaciones
Cortázar en la calle San Martín, en diciembre de 1983, pocas semanas antes de su muerte Viene de tapa
“¿Por qué un álbum Cortázar? Porque no podíamos esperar más. Con motivo del centenario de su nacimiento, la internacional Cronopia reclamaba ya con demasiada insistencia una nueva aproximación al escritor y al hombre”, reza la contrapa de la flamante fotobiografía comentada sobre el escritor. Desde España, los editores corroboran el dato y subrayan el objetivo. “La biografía tradicional la descartamos desde un primer momento porque queríamos hacer algo bien diferente”, explica Álvarez Garriga a la nacion. De ahí que haya emprendido,
junto con Aurora, primera esposa de Cortázar bautizada por él mismo su “albacea y heredera universal”, la titánica tarea de reunir todo aquello que estaba disperso y permanecía sin publicarse hasta hoy. A saber: retratos de distintas épocas, fotos de las primeras ediciones de sus libros, sus diversas publicaciones en diarios y revistas, reproducciones de manuscritos y mecanuscritos originales, una antología de textos acompañada por objetos y cuadros y hasta algunos papelitos sueltos. “Es un libro para dos tipos de lectores: para quien no lo conoce, es una introducción perfecta sobre su vida, su
obra, sus inquietudes, sus actitudes. Para quien lo conoce bien, también hay cosas nuevas, como las últimas anotaciones inéditas, las primeras notas dedicadas a la familia, la medalla de bautismo, etc. Yo creo que esto es el colofón, la última página, la imagen definitiva. Con esto ya está: van a pasar varios años hasta que salgan otras cosas nuevas de Cortázar. No hay que tener la desfachatez de publicar otro libro con los restos de los restos”, bromea el editor español, que también tuvo a su cargo toda la correspondencia del escritor y clasificó la famosa cómoda con sus Papeles inesperados, en 2009. Luego, en un to-
DANI YAKO/TÉLAM
no más serio, agrega: “Lo que sucede es que éticamente, profesionalmente, moralmente, no hay que dejar que el lector gaste dinero en una cosa que no tenga entidad suficiente”. Diego Tomasi, por su parte, también refuerza la intención de mostrar un matiz novedoso a través de su trabajo investigativo. “Biografías clásicas había muchas, las he leído todas. Por eso preferí hacer eje en su relación con Buenos Aires: me parece importante para lo que fue su obra posterior, aunque viviera en París –cuenta–. Lo que aporta esta investigación es el hecho de tratar de romper con mitos como que él odiaba la ciudad. Su salida de
Buenos Aires no fue sólo por cuestiones políticas, también hubo razones estéticas.” ¿Cómo nació la idea del libro? Durante una lectura de las Cartas a los Jonquières. “Ahí él cuenta qué hace, día por día, en Europa, con un formato de diario, una biografía involuntaria –recuerda Tomasi–. Me pregunté si podría reconstruir eso, pero en Buenos Aires. Y siendo su lector, se me ocurrió transformarlo en un personaje de un libro de mi autoría.” Cortázar y la academia El rol fundamental de Julio Cortázar como parte del boom latinoamericano, sin embargo, no impidió que los años lo fueran relegando, al menos desde el punto de vista canónico, al lugar de escritor menor, de lecturas iniciáticas, ligado al universo de la adolescencia. ¿Por qué esa resistencia? “No creo que el desprestigio de Cortázar sea tanto en la academia. Me parece que entre los novelistas de la generación de Babel, con antecedentes en Puig, Viñas o Aira, entre otros, sí se dio un fuerte desprecio, en particular por su obra novelística y también por su progresismo, en tiempos en que el progresismo era atacado desde la derecha tanto como desde la izquierda –opina Sebastián Hernaiz, docente de Literatura Argentina en la carrera de Letras de la UBA–. De todas formas, considero que la obra cuentística sigue vigente, tanto en la iniciación de lectores como en el interés que genera en los estudios académicos.” Tomasi, sin embargo, plantea que la academia ha sido bastante crítica con él: “Lo consideran un escritor de iniciación, pero creo que es una lectura equivocada, es gente que no ha leído en profundidad la complejidad de su obra. Tal vez tenga que ver con que él no era amigo de las instituciones ni de las solemnidades: como si fuera una forma de devolverle ese malestar”. Alcanza con leer las cartas que Cortázar le mandaba a Guillermo Schavelzon por aquella época, para entender a qué se refiere: “Mi curso en Berkeley fue excelente para mí y creo que para los estudiantes, no así para el departamento de español que lamentará siempre haberme invitado (…) les demolí la metodología, las jerarquías profesor/alumno, las escalas de valores, etc. En suma, que valía la pena y me divertí”, escribía por ese entonces. En este sentido, Álvarez Garriga no titubea al asegurar que todavía conserva el sabor amargo de aquella primera visita a Buenos Aires, en 1995, cuando, investigando material de archivo para su libro, se topó con un bibliotecario curioso que lo increpó sin matices: “Ah, Cortázar, un escritor de colegio secundario”. “Espero que este año la Argentina se reconcilie con él –concluye el editor–. Esa displicencia, que muchos todavía conservan, puede empezar a cambiar. Éste debería ser un año para reivindicarlo,”ß
Una idea ambiciosa, un tributo merecido opinión Julia Saltzmann PARA LA NACiON
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ay varios bloques distinguibles en la edición de la obra de Julio Cortázar. Por un lado, está el bloque principal de obras que él decidió publicar y de las que se hizo cargo por sí mismo: todos sus libros más conocidos, desde Bestiario, de 1951, hasta Deshoras, de 1983. Luego de su muerte, Aurora Bernárdez, su albacea literaria, se hizo cargo de la edición de sus obras y así fue como vieron la luz libros de juventud como El examen o Diario de Andrés Fava, se publicaron los Cuentos completos y se comenzó la recopilación de su correspondencia, que dio lugar a una edición en tres tomos, superada por la que hicimos en 2012, con mil cartas más y en cinco tomos. La tercera etapa se abre cuando empezamos a trabajar junto con Aurora y Carles Álvarez Garriga. Carles Álvarez le imprimió mucho ritmo a la recopilación de cartas, a la búsqueda de inéditos y a la reunión de textos dispersos. Ese impulso y el cuidadoso trabajo que hicimos aquí dieron como fruto libros que agregan mucho, tanto al placer del lector cortazariano como al conocimiento de la obra de Cortázar. Me refiero a la edición definitiva de Salvo el crepúsculo (que corregía Cortázar al momento de su muerte), los Papeles inesperados, las Cartas a los Jonquières y los cinco tomos de correspondencia, las Clases de literatura y, ahora, Cortázar de la A a la Z, que fue de algún modo una consecuencia de las Cartas. Es que a medida que las editaba me surgían deseos de conocer a sus corresponsales, de ver las casas desde donde las escribía, los cuadros que describía... Si había un archivo de objetos personales y de ediciones de sus libros, ¿por qué no hacerlos públicos? Lo que faltaba de la vida y el mundo de Cortázar era… verlo. Era una idea ambiciosa, pero nos pareció una gran manera de festejar su cumpleaños número 100. Un homenaje y a la vez un regalo para sus fieles y renovados lectores.ß
La autora es editora de Alfaguara
Aquella agridulce y controversial despedida de la Argentina El escritor visitó Buenos Aires pocas semanas antes de morir, pero Alfonsín nunca lo recibió Pablo Mendelevich PARA LA NACiON
Hacía diez años que Julio Cortázar no volvía a la Argentina. En diciembre de 1983, exactamente cuando la dictadura se iba y la democracia llegaba, vino a Buenos Aires por última vez. Un suceso que en las biografías del escritor se ensancharía con el tiempo, en primer lugar, como es obvio, debido a que la muerte le llegó a Cortázar apenas semanas después, lo cual consagró aquella visita como viaje de despedida, por más que él sólo había deslizado que venía a despedirse de su madre moribunda. Pero, además, la Argentina
le dio una acogida agridulce, hasta hoy controversial, acaso vinculada con recelos que ocasionaba su personalísima condición de exiliado vitalicio combinada con intensas posturas de izquierda. En aquellos últimos días del general Reynaldo Bignone en la presidencia, Cortázar fue tratado con mucha calidez por el público que lo reconocía en las calles, en especial lectores suyos veinteañeros, algo que lo emocionó. Transitó cafés de la avenida Corrientes, mantuvo encuentros afectuosos con viejos amigos y conocidos, concedió entrevistas periodísticas y hasta fue ovacionado en un acto de Teatro Abierto. Pero la incipiente democracia, que ya prometía un renacimiento de la cultura, de algún modo lo ignoró. Por lo menos eso fue lo que entendieron muchos intelectuales dolidos por el hecho de que Cortázar no fue
recibido por el entonces presidente electo, Raúl Alfonsín, ni incluido en ningún encuentro con gente de la cultura organizado por los radicales que llegaban al poder tras asestarle al peronismo la primera derrota presidencial de su historia. Huelga decir que tampoco los cenáculos peronistas –a esa altura de capa caída– habrían pensado en un reconocimiento al escritor que llevaba décadas viviendo en París a partir de su antiperonismo irreductible. El gobierno entrante se preparaba en el hotel Panamericano, frente al Obelisco, en un clima de desorden y mucho bullicio, perfeccionado éste por los fans de la banda Menudo, que se alojaba al lado. Alfonsín nunca conoció personalmente a Cortázar, y ése es el quid de la cuestión. Hipólito Solari Yrigoyen, que acababa de ser nombrado asesor personal del presidente con rango de secretario
de Estado y que hasta 1983 estuvo exiliado en París, probablemente fue el mayor impulsor de la entrevista que no pudo ser. ¿Cómo sucedió todo? “Cortázar nunca solicitó una entrevista con Alfonsín, a quien apreciaba sin hacerse demasiadas ilusiones –aclaró Osvaldo Soriano, tres años antes morir, en Página 12–. Fuimos algunos de sus amigos, que teníamos también muchos amigos radicales, los que pensamos que un presidente electo con un discurso de democracia y derechos humanos, rodeado de intelectuales más o menos progresistas, tenía el deber de recibir a un escritor ejemplar.” Y siguió el autor de No habrá más pena ni olvido: “Solari Yrigoyen hizo todo lo que pudo para persuadir a Alfonsín. Hizo algo más que pedirle a Margarita Ronco que incluyera a Cortázar en una agenda o que lo guardara en su resbaladiza memoria. Yo mismo
hablé con asesores y futuros funcionarios de Alfonsín, les di un número reservado de teléfono y les indiqué la hora a la que podían llamarlo”. Cita traspapelada Soriano siempre pensó que habían sido razones ideológicas las que frustraron el encuentro Alfonsín-Cortázar, a diferencia del círculo alfonsinista, que lo atribuye a un error. Hace ya muchos años que Margarita Ronco, la histórica secretaria de Alfonsín, se postula como responsable de lo que considera una cita traspapelada en el caos del Panamericano, pero su autoincriminación no convence a todos. Ella sí conoció a Cortázar. Por esos mismos días participó de una comida en honor del escritor que se hizo en la casa de María Elena Satostegui, y al despedirse, según contó, le dijo: “Ya se va a ver con mi jefe”, a lo cual Cor-
tázar habría respondido “qué bien, qué bien”, escena que Ronco dice haberle narrado al día siguiente al propio Alfonsín. Lo cierto es que en los seis días que Cortázar pasó en Buenos Aires nadie lo citó en el Panamericano, ni siquiera cuando se hizo allí un encuentro de gente de la cultura, que incluyó a Borges y excluyó a Astor Piazzolla y a Soriano, según Carlos Gorostiza –primer secretario de Cultura del gobierno radical– otro error. Piazzolla y Soriano llamaron a Gorostiza para quejarse. En cuanto a Cortázar, él nunca se quejó ni dejó traslucir rencor alguno, aunque tampoco tuvo ya mucho tiempo para acumularlo. El trato que recibió ese diciembre histórico se convirtió en tema tras morir casi apenas vuelto a París. Muerte que nadie imaginaba tan pronto. Se ignora si él sí.ß