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27 may. 2014 - con ellos, en Villa Pueyrredón. No tardaron en enamorarse de ella. La madre de la beba tenía otros dos hijos con su pareja anterior. Cuando.
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Sociedad

Los niños que crecen sin sus padres

| Martes 27 de Mayo de 2014

Chicos sin cuidados parentales en el país

Distribución de los chicos según la región

Cada figura representa a 100 chicos (niños, niñas y adolescentes)

Total

14.675

Edad de los chicos

Son chicos huérfanos, abandonados o separados de sus familias biológicas por ser víctimas de abuso, maltratos o desatención

26% tiene entre 0 y 5 años 29% tiene entre 6 y 12 años 44% tiene entre 13 y 17 años

49% se encuentra en Buenos Aires (ciudad y provincia)

17% en el Noreste

15% en el centro del país 8% en Cuyo 6% en la Patagonia 5% en el Noroeste

Fuente: Sennaf-Unicef

sociedad Edición de hoy a cargo de José Crettaz | www.lanacion.com/sociedad

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Familias de tránsito. Los que reciben en su casa a hijos de otros En el país hay unas 2000 familias que se ocupan de bebes y chicos abandonados o abusados hasta que la Justicia resuelve su situación; entre la alegría de ayudarlos y la tristeza de tener que dejarlos ir Evangelina Himitian LA NACION

Para Sandra, ese día tiene el rostro de Lucila, de dos meses y medio. Para Ana, el de Roxana, de un año y siete meses, y para Victoria, de Marcela, de casi dos años. Después de haberlas cuidado como a sus propios hijos, las vieron irse de regreso con su familia biológica o con sus padres adoptivos. Son parte de las casi 2000 familias que hay en el país que abrieron sus casas para recibir temporalmente a niños abandonados, maltratados o abusados, que fueron separados de sus padres hasta que un juez o el Estado resolviera su situación. Estas mujeres, todavía, cuando recuerdan ese día, no pueden evitar las lágrimas. El vacío, el desarraigo, los sentimientos encontrados vuelven. Pero también, la convicción de haber

pasado una experiencia que las enriqueció a ellas y a sus familias. Los últimos datos disponibles de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (Sennaf) indican que en el país hay 14.675 niños que crecen sin el cuidado de sus padres biológicos. El 14% de ellos vive en casas de familias de apoyo o acogimiento. Los demás viven en hogares de gestión privada o pública, a la espera de que se resuelva su situación. Ser una familia de tránsito implica recibir a un niño como a un hijo propio, cuidarlo, amarlo, darle la atención médica y afectiva que no tuvo, para pocos meses después verlo irse con su familia definitiva. Estos padres temporarios no podrán, por ley, pedir la adopción de los chicos que recibieron. Deben saber que así como llegan un día se irán de

su casa. Tienen que prepararse para esa despedida, que en la práctica puede resultar mucho más difícil y dolorosa de lo que imaginaron, sobre todo cuando el niño vuelve a un entorno complicado. Sólo el 10% de los chicos que fueron alejados de sus padres por situaciones de violencia física, maltrato psicológico, abuso sexual o negligencia y abandono serán separados definitivamente de su familia biológica y dados en adopción. El 90% restante volverá a su entorno de origen. En la mayoría de los casos, alguna abuela, tía u otro pariente se hará cargo de él, según afirma el subsecretario de Promoción y Protección de Derechos de la Secretaría de Niñez bonaerense, Sebastián Castelú. En otros casos, volverá con sus padres, luego de que el juez considere que se resolvió la situación de maltrato, por ejem-

plo, al separar al violento del hogar. La primera vez que Victoria Acosta escuchó de las familias de apoyo fue hace 20 años. Estaba en la fila para confesarse, en la Catedral de San Isidro, cuando el bebé de la mujer que estaba adelante le llamó la atención. “¿Es tuyo?”, le preguntó. Entonces la señora le contó que lo criaba como si lo fuera hasta que le encontraran un hogar. “Yo no podría, me encariñaría”, pensó Victoria. “Si no te encariñás, no servís”, fue la respuesta. Desde entonces, ella, su marido y sus siete hijos, que en ese entonces tenían entre 13 y 3 años, se convirtieron en familia de apoyo. Hoy es la directora de la asociación Familias de Esperanza, que cuenta con más de cien parejas voluntarias y por la que ya han pasado más de mil niños. “Tenés que abrir lo más personal y valioso que uno tiene, que es su fami-

lia. Lo más importante que les dejamos a estos chicos es enseñarles a ser familia. A vivir una cotidianidad que tal vez nunca tuvieron. No necesitan que los llenemos de regalos ni que los llevemos a Disney”, apunta Acosta. Pero ¿cómo no encariñarse? ¿Cómo salir entero de semejante experiencia, sobre todo cuando ese niño que pasó casi un año con uno y su familia vuelve a un entorno en el que no recibirá los mismos cuidados? “Vas a sufrir. Pero lo importante no es uno, sino el otro”, apunta Acosta. Existen requisitos para convertirse en familias de acogimiento. La pareja tiene que tener hijos y no estar inscripta en el registro de adoptantes. Y obviamente, no tener antecedentes penales y ser evaluados positivamente por un equipo de psicólogos y sociólogos. Desde el Estado no se da mucho im-

pulso a esta modalidad de atención de niños alejados de sus padres porque se considera que el factor económico es para muchas familias la razón para abrir sus hogares. Según detalló Castelú, aquellas familias vinculadas a instituciones o programas públicos reciben unos 2000 pesos por cada chico. Sin embargo, las que se vinculan a ONG no reciben plata. Otra de las razones que se alegan para desalentar estos programas es que las familias se encariñan demasiado y aunque firmaron un contrato por el que se comprometieron a no pedir la adopción de ese chico finalmente no logran desprenderse de él. “En algunos casos, las familias de acogimiento enmascaran una adopción irregular”, apunta Castelú. “Nosotros somos familias que recibimos en nuestra casa a un niño abandonado o en estado de abandono por un tiempo, mientras la Justicia decide su futuro. Realizamos este trabajo junto con los Tribunales de Familia, quienes nos otorgan la guarda del niño, y lo cuidamos en nuestra casa como un hijo más, sin ningún tipo de retribución económica ni de ninguna naturaleza”, dice Silvina Villanueva, directora del Servicio de Hogares de Belén, del Movimiento Familiar Cristiano de la Iglesia Católica. “No existe un entorno mejor para cualquier chico que crecer en una familia. No creo que nadie pueda decir lo contrario”, agrega Acosta.ß

Pablo y Sandra Tambolini tienen tres hijas y crían ahora dos bebes en tránsito

Juan Pablo y Ana Zervino, sus cuatro hijos y María, a quien cuidan

Tambolini-Rizzo. “Les dimos un hogar justo cuando lo necesitaron”

Zervino-Rodríguez Alcobendas. “Es duro, pero vale la pena cada lágrima”

“Se buscan familias.” A Sandra Rizzo, de 45 años, le llamó la atención un cartel que colgaba en el colegio de sus hijas. Pertenecía al Servicio de Hogares de Belén. Se pedían familias para recibir temporariamente a un bebe. Desde que lo leyó no pudo pensar en otra cosa. Lo habló con su marido y con sus tres hijas adolescentes, y luego de una serie de entrevistas Lucila, de 15 días, ya estaba viviendo con ellos, en Villa Pueyrredón. Notardaronenenamorarsedeella. La madre de la beba tenía otros dos hijos con su pareja anterior. Cuando quedó embarazada, la nueva pareja comenzó a amenazarla con matar a la beba. Entonces, apenas nació, la entregó en el hospital. Poco después se separó y volvió con el padre de sus hijos mayores, que la ayudó a recuperar a la niña. Así, dos meses después de que Lucila llegó a la vida de los Tambolini-Rizzo, un juez ordenó que volviera con su mamá. “Esa tarde fue terrible. Vino una asistente social a buscarla. Se la dimos. Sabíamos que era lo mejor. Pe-

Ana Rodríguez Alcobendas tiene 46 años, es psicóloga y crió junto con su esposo, Juan Pablo Zervino, a cuatro hijos: Juan Pablo, de 22 años; Belén, de 20; Valentina, de 17, y Benjamín, de 13. No tenía cuentas pendientes con la procreación cuando le llegó la propuesta. Había comenzado a ayudar en el hogar de Familias de Esperanza cuando le pidieron convertirse en la “madre temporaria” de Roxana hasta que un juez resolviera su situación. La niña tenía un año y dos hermanos mayores que vivían en el hogar. Ella era demasiado chiquita para estar allí. Y siempre que fuera posible era mejor que creciera en una familia. La rutina de los Zervino se revolucionó desde aquel día. Todos, incluso los adolescentes, se involucraron. No pasó mucho hasta que Roxana se convirtiera en el centro de la casa en la que viven, en La Horqueta (San Isisdro). Volvieron los pañales, el cochecito, y el living familiar se llenó de peluches. Pero siete meses más tarde el juez resolvió que

ro cuando subí a su pieza y encontré toda la ropita, se me hizo un vacío y no podía parar de llorar. Mil veces quise ir a verla, pero no me dejaron; así son las reglas. Pensé que nunca más iba a querer recibir a otro bebe. Pero a las pocas semanas llegó Pablito, con 11 días, que estuvo seis meses con nosotros”, recuerda Sandra. Seis meses más tarde, apareció una familia adoptiva y desde el juzgado les pasaron los teléfonos para iniciar una transición. Los nuevos padres tenían 45 y 57 años y habían estado nueve años en lista de espera. “Mis hijas les enseñaron a cambiar los pañales. Establecimos una amistad que mantenemos hasta hoy”, cuenta. Ahora Pablito tiene dos años y cinco meses. Sandra y su esposo, Pablo Tambolini, se convirtieron en una especie de tíos. La jueza les dijo a los nuevos padres: “Este chico no puede perder más vínculos, pero depende de ustedes”. Y así ocurrió. No pasó mucho y la casa se volvió a llenar de juguetes. Ahora, Sandra y Pablo crían a Ian, de dos años y

medio –llegó con tres meses– y a Inés, que tiene un año y medio, y llegó con 11 días. La mamá de la beba tiene otros tres hijos y cuando nació ella, la abandonó. Sandra recibió la llamada del juzgado y, aunque no pensaba recibir a dos niños juntos, cuando le contaron la historia no pudo negarse. Es probable que en poco tiempo Inés sea adoptada junto con su hermano biológico, de 5 años. La situación de Ian también debería resolverse en el corto plazo. Según la ley de adopciones, los períodos de guarda transitoria no deberían prolongarse por más de 180 días, en la provincia de Buenos Aires. Las tres hijas del matrimonio, Agustina, de 17 años; Lucía, de 18, y Julieta, de 13, saben que va a ser duro. “No sé cómo será ese día. Sé que se nos va a desgarrar el corazón otra vez. Pero tengo muy en claro que nuestra función está cumplida. Nosotros les dimos el hogar y la familia en el momento que los necesitaban”, dice Sandra.ß

la niña debía volver con su familia. Sabían que esa noticia iba a llegar de un momento a otro. Habían viajado a Costa del Este para las vacaciones cuando llegó la llamada. Tenían 24 horas para entregar a la niña. “La llevamos al hogar. Yo sentí un vacío enorme. Lloramos todos. Por momentos, creíamos que nunca íbamos a volver a estar en condiciones de recibir a alguien más. Pero unas semanas más tarde la madre de los chicos llamó al hogar para saludar. Y después nos permitió volver a verla. Era una familia humilde, que había pasado por un momento difícil, pero que estaba saliendo adelante”, dice Ana. Desde entonces mantienen relación con Roxana y sus padres. Siguen siendo una familia de apoyo y se convirtieron en sus padrinos. Los Zervino no pensaban en volver a recibir a un chico en su casa. Habían pasado casi cuatro años. Pero hace unos meses no pudieron resistirse a los encantos de León, que entonces tenía apenas un mes de vida. Había llegado al hogar y también

FOTOS emilianO laSalvia

necesitaba cuidado personalizado. Dos meses más tarde llegó otro pedido: una familia para María, de un año y medio. Ana reunió a la familia y los consultó. Aunque no estaban en la situación ideal, sabían que decir que no le dejaría un futuro incierto a esa pequeña. Las hijas fueron las que tomaron la delantera. Ellas se ocuparían de atender al bebe para que también pudiera venir María. Hoy, a dos meses de ese día, celebran la decisión. Todos se involucran en el cuidado de los bebes y en asegurarse de que aunque sean pocos los meses que pasen con ellos se sientan amados, cuidados y estimulados a seguir creciendo. Saben que falta poco. En cualquier momento puede llegar esa llamada que les avise que el juez encontró un hogar definitivo para los bebes. Ese día, saben, el corazón volverá a rasgárseles. “Otra vez vamos a sufrir y a llorar. Es duro, pero vale la pena cada una de las lágrimas. Les permitió a nuestros hijos conocer necesidades y situaciones que a ellos no les tocaron”, asegura Juan Pablo.ß