Ralph Fiennes en Buenos Aires

aparecían por el Suplemento Literario,. Villordo sacaba por el cuello de la camisa cadenitas con cruces, vírgenes y santos para ahuyentar las ondas malignas.
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Viernes 10 de enero de 2014 | adn cultura | 3

CróniCas de la selva

Ralph Fiennes en Buenos Aires Brindis con champagne, el 1 de enero, para celebrar la memoria de un querido hombre de letras; el veraneo porteño de una estrella Hugo Beccacece | para la nacion

1 de enero de 2014. Dos mesas unidas por la amistad en La Biela. Sentados, un grupo de amigos del escritor Oscar Hermes Villordo, el querido “Negro” Villordo: Natu Poblet, Josefina Delgado, Graciela Melgarejo, Antonio y Virginia Requeni, Jorge Cruz y Anteo Silvio Savi. A ellos se sumaron dos jóvenes escritores: Pietro Salemme y Jorge Valiña, que no sólo se interesan por la obra de Villordo, sino que además han organizado en Hurlingham la Biblioteca Lgttbi Argentina, a la que le han dado el nombre del autor de La mano en la brasa. Con champagne en la mano, todos brindaron por la memoria del Negro, que murió el 1 de enero de 1994. Natu Poblet puso sobre una de las mesas una cajita en la que había anotadores con manuscritos inéditos de Villordo y leyó unas páginas del diario del escritor, que registró cuando los médicos del Hospital Británico descubrieron que estaba enfermo de sida. Esas páginas son un documento íntimo de una crudeza por momentos insoportable en el que, sin embargo, no faltan detalles de humor. Después Poblet, Requeni y Delgado leyeron poemas del Negro, entre ellos “Antínoo”. Villordo fue celebrado por el público por las novelas de tema homosexual (La brasa en la mano, La otra mejilla y El ahijado), que se editaron hacia el final de su vida, pero era por sobre todo un poeta de un oído privilegiado, como lo testimonian sus libros Poemas de la calle y Teníamos la luz. Durante muchos años trabajó en el Suplemento Literario de La NacioN; a la vez, escribía cuentos, novelas, poemas y biografías. Era un hombre de una gran simpatía, en el que se mezclaban la bondad y el espíritu pícaro. Fue inevitable que se contaran anécdotas del Negro. Requeni recordó un hecho en el que se combinaban la política y la poesía. Cuando Alfredo Palacios, el célebre socialista de chalina en el hombro y bigotes eternamente negros, fue nombrado embajador argentino en el Uruguay, Villordo y Requeni viajaron a Montevideo en barco para estar presentes en el acto. El Negro llevaba una rosa en la mano. Uno de los tripulantes del barco, extrañado, le preguntó: “¿Qué es eso?”. Y el poeta

respondió: “Una rosa, pero tenga cuidado porque tiene espinas”. La rosa no era un homenaje socialista a Palacios: estaba destinada a la tumba de la poeta uruguaya Delmira Agustini. Juntos, Villordo y Requeni, desembarcados, se fueron al cementerio a dejar la flor. En el Negro se conjugaban la fe católica y las supersticiones populares en las que creía de un modo exagerado e irónico a la vez. Estaba convencido de que de ciertas personas brotaba una energía negativa capaz de perjudicar a los inocentes. Esas personas de cuidado, “innombrables”, tenían nombre y apellido, y no eran simpáticas. Cuando aparecían por el Suplemento Literario, Villordo sacaba por el cuello de la camisa cadenitas con cruces, vírgenes y santos para ahuyentar las ondas malignas. A veces, sentía que los visitantes estaban demasiado cargados de efluvios. En esos casos extremos el Negro se abalanzaba sobre un cajón de su escritorio, del que sacaba una botella de alcohol fino Mattaldi. La botella no contenía alcohol, sino agua bendita. Villordo se empapaba las manos en el divino líquido y las pasaba sobre la ropa y la piel de los que estaban alrededor para sustraerlos a las vibraciones nefastas. Por supuesto, el paso de comedia suscitaba risas sofocadas y nerviosas entre los humedecidos.

a veinte años de su muerte, sus amigos lo recordaron con un cariñoso homenaje en el que no faltó el humor oscar hermes villordo escritor

en plan turístico, recorre las milongas y los bares porteños acompañado por un cicerone de lujo ralph fiennes

Ralph Fiennes , de visita. El actor de La lista de Schindler y El paciente inglés, y el Lord Voldemort de la saga de Harry Potter, entre otras películas, llegó a Buenos Aires con una carta de la baronesa Beatrice Monti della Corte, viuda del escritor y actor Gregor von Rezzori. La carta estaba dirigida a alguien que podría revelarle al intérprete algunos de los lugares más o menos secretos de Buenos Aires: el escritor Edgardo Cozarinsky, al que le encanta mostrar la ciudad a los extranjeros y está al tanto de las últimas novedades y de lo tradicional. Por ejemplo, la parada inicial del dúo fue un lugar de moda, pero poco conocido, Florería Atlántico, en la calle Arroyo. Desde la calle, Fiennes sólo vio la típica vidriera de una florería de barrio. No había otra indicación. Pero

actor

una vez que entró, llevado por su Virgilio, fue hasta el fondo, atravesó una puerta y bajó al subsuelo. Allí se encontró con un inesperado bar-restaurante-parrilla, una especie de speakeasy. Los parroquianos eran en su mayoría jóvenes, el tipo de público que supone haberlo visto todo a pesar de sus pocos años. Eso les garantizaba a Fiennes y a Cozarinsky una comida en paz. Nadie reconoció al actor y si alguien lo hizo, optó por no darse por enterado para no ser considerado un cazador de celebridades, vulgo, un “cholulo”. El viaje de Fiennes a la Argentina no tiene otra finalidad declarada que el turismo. El año pasado, estrenó su segunda película como director, The Invisible Woman (La mujer invisible), en la que se narra la relación que Charles Dickens tuvo durante los últimos trece años de su vida con Ellen Ternan (Nelly), una mujer mucho más joven que Dickens y que la esposa de éste, Catherine. La primera película dirigida por Fiennes fue Coriolano (2011), una adaptación de la obra de Shakespeare a la época actual, en la que también hacía el papel protagónico, y su madre, en la ficción, era Vanessa Redgrave. Segunda parada del dúo: el Salón Canning. Fiennes quedó encantado con el ambiente de tango, con los pasos de baile y la mezcla de niveles sociales y estéticos. Claro que allí el inglés fue reconocido por varias mujeres, entre ellas las meseras. Todas le pidieron autógrafos y se tomaron fotografías con él. Cozarinsky asistía a la escena como espectador; cuando una muchacha se le acercó y le dijo: “¿Vos sos Cozarinsky? Yo estoy haciendo un trabajo en la facultad sobre tu novela El rufián moldavo”. ¿Halagador, no? La lectora y estudiosa muchacha le hizo a Edgardo algunos comentarios sobre la obra de éste y, al cabo de un rato, le puso una mano sobre el hombro, como quien por medio de un gesto quiere dar a entender: “Ya basta. Ahora viene lo importante”. Dijo: “Te quiero pedir un favor. ¿Me podés presentar a tu amigo? Quiero sacarme una foto con él y conocerlo un poco”. C