Hace un rato me cansé y paré de escribir. A veces no escribo porque ...

ni un segundo de tregua a nadie. No escribo porque ya suelo leer diariamente a gente que escribe mucho mejor que yo. No escribo porque me aterra mirar a ...
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Hace un rato me cansé y paré de escribir.

A veces no escribo porque me da la sensación que no estaré a la altura del lector. No escribo porque estoy demasiado ocupado con una vida que parece no dar ni un segundo de tregua a nadie. No escribo porque ya suelo leer diariamente a gente que escribe mucho mejor que yo. No escribo porque me aterra mirar a los ojos a un procesador de texto en blanco. No escribo aunque las pulsaciones de mi corazón superen a veces a las del más diestro taquígrafo. No escribo porque no estoy seguro de si ese acento iba ahí o de si ese signo de puntuación iba allá. No escribo por temor al escrutinio externo al que mis palabras se verán sometidas. No escribo por temor a un escrutinio interno autoimpuesto aún más estricto. No escribo porque sé que caeré en la anáfora fácil. No escribo porque no quiero importunar a aquel que no está de acuerdo conmigo. No escribo aunque sea la única forma de iniciar una más que necesaria catarsis de todo eso que en aquel momento llevaba encima.

Otras veces no escribo porque escribiendo nadie reafirma tus palabras con una cálida y expresiva inclinación leve con la cabeza seguida de una mueca

con los labios prietos. No escribo aunque, en realidad, esté deseándolo. No escribo para que nadie pueda demostrar que ese día dije algo. No escribo para no seguir alimentando una mente ya de por sí cavilativa. No escribo porque convendría asegurarme de que no ha aparecido comida por arte de magia en estos diez minutos sin abrir la nevera. No escribo porque, aunque no lo sepa, a veces estoy demasiado ocupado siendo feliz. No escribo porque las musas solamente llegan cuando caes en la cuenta de que la melancolía te acaba de acorralar. No escribo aunque ese niño me dijera que estaba gordo, que ese profesor me dijera que me fuera a la FP o que esa piba se fuera con el chulito de clase con moto.

Y es entonces, y solamente entonces, cuando te das cuenta de que no hay nada que desees más en ese momento que volver a sentarte en la silla, poner el culo y los pies sobre el asiento y las rodillas debajo de la barbilla y acudir como un espectador más al espectáculo de luz que protagonizan el destello de la pantalla y a la lobreguez de tus pensamientos.

Joe, qué ganas me han entrado de escribir.