EL TOMATE MISTERIOSO Hace un par de años, un grupo de seis chicos y chicas, amigos de la escuela, se encontraron para tomar algo y decidir qué harían el próximo fin de semana. Hablando, hablando, unos querían ir a la playa, otros al zoo, y otros a la montaña. Hicieron votaciones y decidieron ir a la montaña, y los fines de semana siguientes harían las otras actividades. Quedaron para el fin de semana, que había puente, y alguien se encargaría de mirar la previsión del tiempo para llevar una ropa u otra, pero a la hora de la verdad, nadie había mirado nada. Salieron con las bicicletas hacia las montañas de Montserrat y al principio todo iba bien, pero de pronto, empezó a llover y comenzaron a mojarse. No todos llevaban chubasquero, pero por suerte, uno de los chicos, Sesiom, recordó que tenía conocidos cerca y se lo comentó a los demás. Entonces fueron a buscar la casa de Andreu para preguntarle si les dejaba resguardarse en su casa mientras llovía. Mientras esperaban en una de las habitaciones, Andreu les trajo un chocolate calentito y ellos sacaron sus provisiones y merendaron todos juntos. Jugaron a las cartas, al “ahorcado”, a “los disparates” y a todos los juegos que se les ocurrieron y no paraba de llover. Fueron a preguntarle a Andreu si tenía algo qué hacer, si le podían ayudar en algo, porque ya estaban aburridos de tanto jugar. Les propuso que le ayudaran a arreglar el tejado que, con la tormenta, se había roto. Todos aceptaron y, como les faltaba material, se fueron Legnam, Ragde y Leqar con Andreu en su coche. Mientras Sesiom, Nivek y Atram se quedaron esperando contándose historias de miedo. De pronto, alguien llamó a la puerta… Era un vendedor de tomates, y Nivek y Sesiom decidieron comparle un par. Lo que no vieron, es que uno de los tomates estaba vivo. Mientras los chicos que habían ido a por el material, volvían hacia la casa con un chico del pueblo amigo de Andreu, que les ayudaría a arreglar el tejado. Como se había hecho tarde, Andreu le dijo que se quedaran a dormir, que ya haría algo de sitio, y se pusieron a hacer algo de cena. Ellos harían una ensalada y Andreu prepararía el resto. Primero tenían que arreglar el tejado, así que se repartieron las tareas. Mientras unos se quedaron en la cocina, otros fueron a echarle una mano a Andreu. Pero… ¡sorpresa! Cuando llegaron a la cocina, uno de los tomates había desaparecido. Empezaron a buscar, abrieron la nevera, miraron debajo de la mesa, en los cajones, en los platos, ¡miraron hasta en el microondas! Pero nada, no lo encontraron. Empezaron a pensar que alguien se lo había comido y preguntaron los unos a los otros, y nadie sabía nada. Sospecharon de todos, volvieron a buscar por todas partes y, como no lo encontraron, decidieron buscar más allá de la cocina, las habitaciones más cercanas a la cocina. Ragde y Legnam miraron si se les había caído en la puerta al comprarlo. Leqar y Atram buscaron de nuevo en la cocina, y Sesiom y Nivek miraron por el pasillo. Todo era muy raro y empezó a serlo más… Al cabo de un rato, Ragde y Legnam no aparecía, Andreu ya tenía la cena hecha y Sesiom y Nivek fueron a avisarles y no los encontraron, pero en su lugar encontraron una zapatilla de Legnam. Fueron corriendo a la cocina asustados para avisar de que habían desaparecido dos compañeros y empezaron a pensar que hubiera entrado alguien en la casa. Miraron por todas partes, no encontraron nada raro y pensaron en llamar a la policía y, cuando decidieron coger cosas para poder defenderse por si pasaba algo, oyeron unos golpes y fueron a ver qué pa-
saba y, cuando llegaron al lugar de donde venían los golpes, resultó ser una cabra dando golpes a un árbol. Cuando el animal paró, escucharon otros golpes que venían de un lugar que estaba mucho más lejos de donde estaba, y fueron a investigar. Se dieron cuenta de que regresaban a la casa. Entraron y los ruidos venían del sótano que estaba cerrado, y la llave estaba fuera. Cuando los encontraron les dijeron que los habían estado buscando por todas partes y ellos explicaron que buscando el dichoso tomate se habían metido allí y se les había cerrado la puerta. Por fin, pudieron cenar tranquilamente, eso sí, sin tomate. Al día siguiente, se despidieron de Andreu y pudieron acabar la excursión con las bicicletas hasta llegar a Montserrat. Y del tomate, nadie supo nada de nada.