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ENFOQUES

I

Domingo 8 de abril de 2012

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El perfil

Federico Delgado, el fiscal que investiga la tragedia ferroviaria de Once

Conectados

Sacar fotos, un placer para compartir GASTON ROITBERG LA NACION

Informal y provocador, con fama de ser inmune a las presiones políticas, está convencido de la responsabilidad del Estado y de la empresa en el accidente que costó 51 vidas, por lo que se apresta a pedir la indagatoria del ex secretario de Transporte Juan Pablo Schiavi; del titular de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte, Eduardo Sícaro, y de los Cirigliano, concesionarios del Sarmiento ROMINA MANGUEL PARA LA NACION

Quién es

N

o necesita lugar en el playón de estacionamiento de los tribunales de Comodoro Py 2002. No hay auto oficial con chofer que lo deje cerca de las 10 AM, como a la mayoría de los jueces y fiscales, en las escalinatas del imponente edificio. A media mañana, cuando todos entran, Federico Delgado se va pedaleando en su vieja bicicleta playera gris desde Retiro hasta Palermo, donde vive hace veinte años. Es difícil imaginar que tras ese morocho, flaco, de shorts, remera y zapatillas se esconde uno de los fiscales federales que llevan hace años causas tan sensibles para el poder político como los sobornos en el Senado o la investigación por la tragedia ferroviaria de Once, en la que se apresta a pedir la indagatoria del ex secretario de Transporte Juan Pablo Schiavi; del titular de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte, Eduardo Sícaro y de los empresarios Cirigliano, dueños de la empresa Transportes de Buenos Aires, concesionaria del Sarmiento. La investigación por las 51 muertes que provocó el accidente lo tiene hoy en la mira de la opinión pública. Y convencido de la responsabilidad del Estado y de la empresa, ya se enfrentó con el juez Claudio Bonadio, al que acusó de “apropiarse de la causa”, cansado de reiterarle el pedido para sacar fotocopias del expediente. Puertas abiertas A los cuarenta y dos años, Federico Delgado acumula razones para coronarse como el más díscolo de los representantes del Ministerio Público Fiscal. Informal hasta la provocación, tiene un solo traje y un par de zapatos de cuero que acumulan polvo en la esquina de su oficina del 5° piso y que sólo usó en dos ocasiones en los últimos ocho años: para asistir a un juicio oral y cuando lo convocaron para que escuchara la segunda confesión del arrepentido Pontaquarto. Su oficina de puertas abiertas es una excepción en un mundo en el que el acceso restringido es la norma; sus empleados lo llaman “Fede” cuando en Tribunales el prestigio se juega en el apelativo “doctor”. Ahí, donde otros ostentan relojes, Delgado irrita con las muñecas desnudas. Y en el cuello lleva colgado un ojo griego engarzado en cinta de coser expedientes. Fiel a su estilo, abjura del celular, y la mochila de tela en el hombro parece una declaración de principios mientras sus colegas desfilan con maletines de cuero lustroso. Con ese aire de eterno estudiante atrincherado en su oficina, que evita por todos los medios socializar con el resto, cosecha odios y amores. “Si cree que está por encima del resto y que esto es un nido de ratas y llega a la madrugada para cruzarse solamente con el ordenanza, ¿ por qué no se va con la dignidad a la casa y renuncia? Es un tipo inteligente y por más que putee si hace veinte años que está acá no puede hacerse el que la mira de afuera”, asegura un fiscal joven en años y viejo en el fuero. Si Delgado tiene enemigos, no parece importarle demasiado. En un esfuerzo por la corrección política que no lo caracteriza, dice que su problema no es con los jueces ni con los fiscales sino que solamente tiene “suspendidas las relaciones sociales”. Reconoce sólo dos amigos abogados de nombre Pablo que lo pueden demorar con algún que otro café y al actual camarista Eduardo “Chiche” Freiler como un ex compañero de juergas jurídicas cuando compartían

Nombre y apellido: FEDERICO DELGADO

Edad: 42 Hijo de la educación pública: Hijo de una maestra y de un empleado bancario, reconoce con orgullo su formación dentro de la educación pública. Está casado desde hace veinte años y tiene tres hijos. Oro, trenes, coimas: Entre las causas más resonantes en las que intervino se cuentan la investigación por contrabando de oro, la que involucra al ex concesionario de la línea Roca, por defraudación, o las coimas en el Senado.

la fiscalía 6 en plena investigación por los sobornos en el Senado. Con él trabajaron la única causa por robos de bebes durante la dictadura, que permanecía abierta en el fuero mientras estaban vigentes las leyes de impunidad. Y con él, un 22 de agosto a las 8.30 de la mañana se enteraron de que les había “caído” la causa que sacudiría el avispero político como ninguna otra: las supuestas coimas en el Senado para aprobar la ley laboral, que involucraba al mismísimo presidente de la Nación de entonces, Fernando de la Rúa. En el marco de esa investigación vio desfilar a Cristina Fernández de Kirchner como testigo, molesta por el denso humo que invadía el despacho del ex juez Liporaci, compulsivo fumador de cigarrillos Particulares 30. Y vio sufrir a un asmático Carlos “Chacho” Alvarez ante la intransigencia del juez y su vicio. Esos años le traen recuerdos de asfixia, pero no del humo sino de las presiones de su entonces jefe, el procurador general Nicolás Becerra, que los hacía presentarse en su oficina hasta dos veces por semana. Presiones sutiles y de las otras. Esas que jura no haber recibido jamás del actual procurador Esteban “Bebe” Righi. “No nos vimos nunca”, asegura. Tras cuatro años de trabajo, la causa por los sobornos finalmente llegará a juicio oral este año, con el propio De la Rúa procesado por el delito de cohecho.

Hijo de una maestra, de un empleado bancario “y de la educación pública”, como suele definirse, Delgado es amante de Hendrix, de la natación y de cualquier deporte que no sea el rugby. Otra razón para justificar la solapada desconfianza que genera entre sus colegas que han gestado amistades y carreras a través de la pelota ovalada. A sus pocos allegados les confiesa sin vergüenza que jamás fue un amante del derecho y que llegó a la facultad “porque era lo que había”. Y a Tribunales no lo llevó el ideal de un mundo más justo, sino la sugerencia al pasar de un compañero de curso que le comentó que había un puesto de meritorio. Y empieza a colarse lo que Delgado llama suerte, una y otra vez, en su relato. Suerte de haberse cruzado con quien reconoce como su maestro, el ex juez de instrucción Carlos Rengel Mirat; suerte de haber aprendido de él esa informalidad de la que hoy hace escuela; suerte de haberse recibido en medio de la reforma de León Arslanian cuando era ministro de Justicia de Carlos Menem, que instaló la oralidad en la Capital Federal, lo que generó múltiples cargos y reveló la falta de abogados para cubrirlos. Así, en este escenario de apuro, Delgado juró con el certificado de condición de egresado porque todavía no tenía el título. Y así como llegó a scretario por la ventana, se encontró con el único hombre al que le

concede uno de esos títulos tan comunes en Tribunales y tan ajenos a él: padrino. A Germán Moldes, fiscal de Cámara, y hoy amigo, le alcanzó con la recomendación de Freiler y con una entrevista que no llegó a durar cinco minutos para nombrarlo secretario de la fiscalía ante la Cámara Federal. Apenas un tiempo después, Moldes mismo le preguntó a Delgado si quería hacerse cargo de “Beirut”, nombre con el que se conocía a la fiscalía 10, donde tramitaba la causa por contrabando de oro. Le firmó la designación Raúl Granillo Ocampo, a quien después imputó en una causa por malversación de caudales públicos. “Está loco”, dicen algunos y dependiendo del interlocutor la valoración puede o no tener una carga negativa. Los que lo miran pasar con La historia de la Guerra del Peloponeso bajo el brazo se espantan de las excentricidades del fiscal, impropias, dicen, de Tribunales. Y mucho más del fuero federal. Los jueces y camaristas que reciben sus escritos citando a Marx, Hegel o a Spinoza le devuelven duras opiniones en blanco sobre negro, advirtiéndole que no se trata de juristas y que se ciña al derecho puro y duro. Gestos de independencia política Los que emparentan locura con independencia y falta de compromisos políticos en un ámbito donde éstos están a la orden del día celebran sus salidas extravagantes e inesperadas. Un ejemplo: cuando el ex juez Liporaci dictó la falta de mérito a los senadores en la causa por los sobornos, Becerra les pidió a él y a Freiler “acompañar al juez”, una sutil sugerencia para que no apelaran la decisión y la causa cayera. Ellos desaparecieron durante las vacaciones y el primer día después de la feria, a las 7.28, hicieron lo que tenían que hacer. Otro ejemplo: en una de las pocas ocasiones en que abandonó su oficina fue para golpear puerta por puerta a cada uno de los once fiscales federales para pedirles que firmen un petitorio para presentar ante el procurador general para que los jueces dejen de tratar a los fiscales como subordinados o empleados menores, eligiendo arbitrariamente qué causas delegan y cuáles no. Ese día sumó a varios magistrados a esa lista no escrita de enemistades que tampoco le importa acumular y que encabeza Gabriel Cavallo: el ex camarista dejó trascender que Delgado y Freiler se habían negado a pedir la detención de la viuda de Escobar Gaviria por una cuestión de dinero. “No se lo voy a perdonar jamás. Puedo ser cualquier cosa, menos ladrón”, repite Delgado, diez años después, con la misma indignación que entonces. El ex camarista consolidó su lugar de enemigo público número uno en la lista de Delgado por su actuación como juez en la causa de los sobornos. “Congeló la investigación”, asegura Delgado. El fiscal no termina de sorprender a quienes creen estar acostumbrados a su particular estilo. Casado hace veinte años, hincha de Boca y de Atlanta y padre de tres hijos, el más imprevisible de los fiscales disfruta de su parsimonia mientras mantiene al resto en eterna tensión. Sobre todo a quienes investiga por la tragedia de Once: hay un solo antecedente de un empresario ferroviario, Sergio Taselli, que llega este año procesado a juicio oral por defraudación. El ex concesionario de la línea Roca se sentará en el banquillo de los acusados. Y no fue otro que Delgado mismo el que lo puso ahí. © LA NACION

Cuesta pronunciar su nombre, pero esa dificultad inicial se evapora cuando los usuarios de iPad, iPhone o teléfonos que funcionan con el sistema operativo Android descargan la aplicación. Se llama Instagram y sus creadores, Kevin Systrom y Mike Krieger, hicieron realidad un viejo sueño de combinar su afición por la fotografía con la posibilidad de compartir las imágenes con otra gente. “Cuando éramos chicos nos encantaba jugar con las cámaras de fotos –amábamos las viejas Polaroid– por su idea de instantaneidad”, cuentan. “Y sentíamos que eran como postales que podían ser enviadas fácilmente a otras personas.” Entonces, los dos egresados de la Universidad de Stanford (la cuna de los grandes emprendedores del Silicon Valley californiano), se animaron a combinar ambas características para crear una de las aplicaciones favoritas, tanto del entorno Apple como del de Google. Ambos desarrolladores vienen de las grandes ligas. Systrom (28 años) contribuyó a la elaboración de productos de gran alcance como Gmail y Google Reader y hasta fue compañero de Biz Stone, Jack Dorsey y Evan Williams en el primitivo Twitter. Krieger (25 años, nacido en San Pablo, Brasil) participó del equipo de interfaces para el usuario del PowerPoint de Microsoft. Hay una enorme variedad de aplicaciones de photo-sharing, pero lo que hace a Instagram una opción diferente es que juega con el efecto nostálgico del álbum de fotos familiar, aquel de soporte papel en el que las imágenes se marchitaban con el tiempo. Acá se pueden poner amarillas, pero por la acción del usuario. La aplicación del AppStore ya fue descargada por más de 4 millones de personas y fue elegida la mejor del año en 2011. ¿Qué se puede hacer con Instagram? Sus 30 millones de usuarios cuentan con filtros para jugar con los tonos de las fotos, sumarle marcos de diferentes estilos y otros efectos especiales. La idea es colocar la imagen en una suerte de cápsula del tiempo para darle el look de una Polaroid de la década del 70 y después compartirla en Facebook, Twitter y Tumblr, entre otras plataformas sociales.

@grmadryn

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Terapia (arriba también se sufre)

Hoy, Guillermo Moreno DIEGO SEHINKMAN PARA LA NACION

Moreno: (camina por el consultorio con los pulgares colgados del cinturón, sacando pecho) Los empresarios me tienen terror. ¿Y sabés por qué, flaco? Porque con Moreno no se jode. Miralo a Rattazzi, de Fiat. Después de decir no sé qué cosa de mí en una entrevista, ayer me escribió una cartita de amor diciendo que los medios lo sacaron de contexto. “En ningún momento puse en duda tu patriotismo, del cual no dudo, además de constarme tu pasión y tu entrega”. (se acaricia el bigote, gozoso) Le faltó firmar: “Por siempre tuya, Remeditos de Escalada”. Terapeuta: ... M: A ver si queda claro. Soy un patriota. El día de mañana, los manuales de historia van a decir: “La de la Vuelta de Obligado fue una cadenita en el río. Cadena, lo que se dice cadena, fue la que puso Moreno. No pasó un solo contenedor más”. T: ... M: Ahora se andan creyendo compadritos

los muchachos del Puerto de Buenos Aires. Un tal Corbalán, que maneja el sindicato de portuarios, dice que se le desbordan las bases porque cada vez tienen menos contenedores para descargar. ¿Sabés qué, flaco? Corbalán sabrá manejar la grúa, pero no entiende un carajo de economía. Acá hay que defender la industria nacional. ¿Sabés cuántas empresas de importación hay? 5 mil. ¿Sabés con cuántas quiero trabajar? Con 600. Las que sobran se van a tener que reconvertir. (hace una mueca de incomodidad) T: ¿Qué recordó? M: (piensa) Te voy a contar algo. El otro día un exportador me tocó un poco el corazoncito. Me dice: “Cómo extraño al Guillermo Moreno de antes. Al que me insultaba. Al que me denigraba. Al que, para dejarme entrar el conteiner, me pedía que exporte cualquier disparate. El Moreno de hoy perdió esa hermosa sonrisa psicopática que alguna esperanza te daba. Hoy está serio, seco. Sólo te dice que no y te funde. ¿Qué fue de aquel ser bizarro pero querible?” T: ¿Y qué le puede andar pasando, Moreno,

que perdió esa “hermosa sonrisa psicopática”? M: (se estruja el bigote, nervioso) La novedad de los últimos tiempos es que me acusan de filmar la película “Las puertitas del Señor Moreno”: si vas por la puerta indicada y pagás el peaje ya tarifado, tu producto pasa. Eso sí es nuevo. La acusación de cierta corrupción. T: Tiene todo el derecho de sentirse afectado y preocupado. Esas todavía suaves acusaciones, ciertas o no, lesionan el atributo que usted más ostenta y defiende: su honestidad. M: (se toca el bigote, pensativo) Dicen además que gracias a mí se está armando una Argentina paralela. Y que si me presento a la presidencia en 2015, ya tengo el voto de los cueveros que están haciendo fortunas con el blue. De los despachantes de aduana arreglados. De las azafatas que bagayean. Me acusan de aplicar un nacionalismo vintage que lo primero que reactivó es una idea bien industria argentina: el que hace las cosas por derecha es un gil. T:…

M: A ver, flaco. Todas esas acusaciones son puro grupo. Pura mentira, ¿me entendés? T: Y si es así, ¿qué lo preocupa? M: (tose y empieza a caminar por el consultorio, tenso, y transforma su angustia en agresión) ¿Vos te pensás, flaco, que es fácil andar abriendo y cerrando la llave de paso? Vos fomentás la industria textil nacional. Pero al cerrar la importación, capaz que te queda sin entrar una de las telas que lleva una campera. Y sin esa tela importada, la campera nacional no la podés coser. Ahí parás a toda la línea. Pensá en los miles y miles de productos nacionales que llevan insumos importados. ¿Qué hacés? Si dejás pasar, se te van los dólares. Si cerrás, parás la producción. (se rasca la cabeza y maldice) ¿Sabés lo que más me duele? Que digan que nuestro modelito está mal cosido. Que le

zurcís un agujero y se abre otro. T: M: (mira desencajado) Y que digan que soy un patriota con disfraz de alquiler. T: M: (camina con las manos en los bolsillos. De repente desenfunda el índice y hace el gesto sobre la garganta) ¿Sabés a quiénes les cortaría el gañote? A los boludos que dijeron que Moreno levantó la restricción de los libros importados por la presión de las redes sociales. ¡Pero si yo al pajarito de Twitter me lo como en la polenta! (resopla) Lo que faltaba. Que digan que por primera vez, el apretador demostró ser apretable. T: Qué necesidad de exhibir su hombría en góndola. M: (otra vez sordo) ¿Escuchaste, flaco, la última? Alguno de estos snobs que compran libros importados dijo: ¨En una inmejorable ironía, Perón nombró a Borges inspector de mercados de aves de corral. En otra inmejorable ironía, algún gobierno venidero de otro signo, debería nombrar a Guillermo Moreno director de la Biblioteca Nacional¨.