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—Nuestro hogar es. . . bueno era una humilde isla coronada en el centro por un ... No teníamos conocimiento de ninguna isla que estuviera en medio del ...
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Panero, Carolina Los Reinos de Hêrion: la llave púrpura / Carolina Panero y Leonor Ñañez1 ed.- Córdoba: Grupo Editorial Fojas Cero,2012. 280 p. ; 21x 14 cm ISBN 978-987-27136-6-9 1. Narrativa Argentina. 2. Novela de Aventuras. I. Ñañez, Leonor II. Título CDD A863

Fecha de catalogación: 11/04/2012

Ilustración de Tapa: Elizabeth Rodriguez Diagramación de Tapa: Grupo Editorial Fojas cero. Corrección y estilografía: Raúl Omar Velardez (G.E. Fojas Cero). Composición, Edición y Fotolito: Grupo Editorial Fojas Cero.

© 2011 Grupo Editorial Fojas Cero Perales 56 Bo Gral Paz, Córdoba, Argentina Te.: 0351-------------E–Mail.: [email protected] [email protected]

Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723; todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial.

“Agradezco profundamente a todas aquellas personas que me han inspirado a lo largo de mi vida y lo siguen haciendo; a mi madre, por enseñarme a navegar en un mar de fantasía y a mi padre por recordarme caminar con los pies firmes en tierra. A mi amiga del alma, porque con ella la vida es toda una aventura, Carolina, que siempre lucha conmigo a capa y espada por hacer un sueño realidad. Y al hombre que elegí para admirar el amanecer de cada día y con el que quiero divisar la última puesta de sol. Por último, al gran maestro Tolkien, con quien empezó todo”. Leonor Ñañez:

“Quería agradecerle al “Único” por haberme dado este don tan hermoso que me acompaña desde hace mucho tiempo y hace de mi vida una aventura constante y un viaje placentero. A mis padres, a mi hermana, a mi abuela y a mi tía Lily, por apoyarme, alentarme a perseguir mis sueños y por aguantarme cuando quiero leerles algo. A mi esposo, por decirme que no baje los brazos y por decidir acompañarme en este sendero de la vida que elegimos caminar juntos. A mis tres mosqueteras, mis amigas del alma que conocí gracias a un grande de la literatura, “Don” Tolkien. Sobre todo a Ely por hacer una bella tapa que encierra un momento clave de la historia. Y a Leo por no reírse de mis escritos y por apoyar esta idea de escribir algo juntas. Gracias, chingu” Carolina Panero

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Un mundo desbordante de magia es el campo fértil para la soberbia. Como una semilla del mal, crece lentamente, intercalando sus pequeñas espinas y retorcidas raíces, con las de las tiernas hojillas de las buenas intenciones. Demasiada luz puede cegar los ojos insensatos. Demasiado vino dulce puede empalagar el gusto más delicado, y embriagar el corazón de los hombres codiciosos. Magia. Juego de los mortales. Delicia de los poderosos. Regalo del Único. Cuando la hay en abundancia, pierde la gracia en poco tiempo. Si es un bien para todos, para algunos se convierte en un desperdicio. Cuando escasea es carne de carroñeros, provoca miedo. Todos se vuelven perspicaces y temerosos. Para algunos, la magia es una bendición. Para otros una verdadera maldición. Dos caras de una misma moneda. La “suerte” está echada.

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Primeras Bendecidas (Las que escuchan las Plegarias) Reino de Choprak Rej: Naisha Reino de Gwenndelyn: Moragh Reino de Nirat: Mahiya Reino de Xiäng: Hwa Young Reino de Lavonia: Velsigne Reino de Korelia: Jungfru Reino de Arcadia: Adara

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Capítulo I Los Náufragos Décimo sexto día de la estación del sueño, 2345 años de la Era Iluminada.

L a noche era muy cerrada. La neblina con su manto fantasmal, cubría la superficie del agua y daba la sensación de que cielo y mar eran uno solo. Apenas unas diminutas luminarias, tímidamente se asomaban entre pesadas nubes de tormenta. El frío calaba los huesos y hacía castañear los dientes de todos. El pequeño estaba arrebujado cerca de la mujer a la que llamaba madre, aunque ella parecía no transmitirle calor alguno; más bien lo abrazaba indiferente, concentrada en otear hacia adelante esperando divisar algo entre aquel manto blanco. Las embarcaciones habían zarpado temprano, y a poco de iniciar la travesía, se encontraron inmersos en una densa niebla. Parecían haber navegado a la deriva durante días y noches hasta que por fin, uno de los hombres que iban en la proa pronunció la palabra tan esperada: ¡Tierra! Los tripulantes de las diversas barcas se prepararon y ya cerca de la costa, algunos comenzaron a lanzarse al agua desesperados. Chapoteaban en el agua, gritaban aliviados, exagerando cada uno de sus movimientos debido a que el poco abrigo que llevaban estaba mojado y provocaba lógicamente, que sus movimientos fueran lentos, torpes, como los de un lisiado. El niño que comenzaba a adormitarse ante el incansable vaivén del navío, de repente abrió los ojos mirando para todos lados creyendo que estaba soñando. Había perdido la noción del tiempo, sólo el hambre y el intenso frío, que parecía habérsele metido dentro, le daban la sensación de que aquella travesía había sido eterna. Pero ahora la situación era otra, había dado un vuelco. Sin miramientos lo alzaron en andas, aunque desinteresadamente, no evitaron que se mojara con el agua extremadamente fría. Lo depositaron enseguida en la costa y lo llevaron a la rastra con ellos. Su madre le apretaba fuerte los dedos, que los sentía entumecidos y doloridos. Cada tanto lo apuraba y le 10

gritaba que caminara de una vez. El pequeño hizo su mejor esfuerzo y trató de seguir el paso de sus mayores aunque sin mucho éxito; tropezaba a cada rato y se raspaba las manos, las rodillas. Su madre le dio una mirada de aprobación, pues pensaba que con ese aspecto tan ruinoso seguramente infundiría más lástima. De repente se oyeron gritos, miradas asustadas, confusión, y la explicación ante semejante revuelo no se hizo esperar: unos hombres semejantes a ellos en casi todo, excepto en vestimenta y el curioso hecho de que iban montados sobre unas impresionantes bestias de cuatro patas, les apuntaban con armas. A juzgar por sus gestos y miradas, estaban igual de estupefactos y sorprendidos con aquel inesperado encuentro. Al parecer, les gritaban órdenes pero nadie comprendía lo que querían decirles. Uno de los tripulantes de las barcas se arrodilló y apoyó su frente en tierra. El resto comenzó a imitarlo, hasta que todos quedaron en la misma posición de sumisión y entrega. La madre empujó al niño al suelo, ya que él no podía evitar observar cada detalle con gran admiración y curiosidad. Todo le resultaba tan raro, pues de la noche a la mañana había sido arrancado de las oscuras y tenebrosas tierras a las que hasta ese entonces llamaba su hogar, para internarse en el mar y llegar a costas extrañas. Siempre había creído que ellas eran las únicas que habitaban un vasto mundo, pero ahora, esto indicaba que eran partícipes de un error, que estaban equivocados. Los eventos siguientes se sucedieron con rapidez. Pronto fueron acomodados en las caballerizas de las torres de vigilancia costeras. Eran muchos y los pueblos más cercanos aún estaban a una considerable distancia para que viajaran de noche. Mandaron mensajeros a la capital de Lavonia, Hovstad para avisar lo acontecido. La noticia y los rumores viajaron con la velocidad de un rayo hasta los oídos del rey Thuron, monarca del Reino de Lavonia, uno de los que estaban ubicados al norte del continente de Hêrion. El soberano Thuron, era un joven inexperto en alguno asuntos del reino, pero no por ello se amedrentó. Reunió a sus sabios y consejeros, preparó la guardia, y le advirtió a todos que fueran precavidos ante los próximos visitantes. Mandó llamar a su doncella Bendecida Häxa, poseedora del don directo de la magia otorgado por el Único, para que escuchara atenta y evaluara la situación en 11

la que ahora se encontraban con esta gente forastera, ajena a Hêrion. Tras unos cuantos días de viaje, los náufragos fueron alojados en las posadas cercanas al castillo del rey, asistiéndolos además con ropa y alimentos. El pequeño nunca había saboreado algo tan exquisito. El pan era tierno y sabía a manteca, mientras que la carne era bien salada y deliciosa al paladar. Le ofrecieron un líquido blanco de textura cremosa, que al principio tuvo miedo de beberlo, quizás tuviera veneno, pero su madre lo obligó a que lo tragara con premura. Durmieron cómodos y al calor de las hogueras esperando la primera audiencia con Thuron. Por fin llegó la deseada mañana en que fueron llevados ante el soberano. Los ahí reunidos jamás olvidarían el impacto de aquel primer contacto con los extraños. Daban verdaderamente pena. Se los veía desnutridos, abatidos, muy debilitados por sus desventuras en el mar. Poseían rasgos similares, tez muy pálida, casi espectral, de cabellos negros como las alas de un cuervo, y los ojos, ¡aquellos ojos! de un gris claro, muy claro, como el de las nubes que recuerdan a las tormentas de la estación del Cambio. No hubo quien no se admirara ante las ropas simples y descoloridas que llevaban, lo que daban en general una idea de ser oriundos de un pueblo muy humilde y trabajador. El soberano, una vez que se hubo presentado como regente de aquel Reino, intentó interrogarlos: —Parecen buena gente, ¿de dónde vienen? ¿cómo han arribado a nuestras costas? ¿acaso son vecinos de algún poblado de nuestros reinos aledaños del que no tenemos registro? ¿cómo es que no nos entienden cuando hablamos?. . . Los extraviados lo miraron temerosos, apretujados unos con otros y abrían grandes los ojos sin comprender en absoluto lo que el Rey les hablaba. Al parecer, desconocían la Lengua Común de los Reinos, lo que concordaba sin dudas con su desconocimiento de la existencia de Hêrion. Häxa dio un paso adelante y pidió permiso para intervenir en la situación. Conocía un simple conjuro que le ayudaría con aquella gente a establecer una comunicación fluida, aunque por cierto limitada. Mientras la graciosa doncella realizaba con sus delicadas manos una serie de símbolos mágicos, un par de ojillos grises la observaban embelesados. El niño sintió la calidez de su mirada posarse efímera en su rostro y cuando le sonrió, le pareció que su estómago se llenaba de pajarillos. Nunca antes había visto una mujer tan hermosa. Su largo cabello dorado era un campo de trigo que se mecía 12

lentamente en la brisa, y con cada uno de sus movimientos parecía detener el tiempo. —Listo. Ahora deberían poder entender cada palabra que estoy pronunciando y al mismo tiempo cuando uno de ellos hable, podré comprender el concepto de lo que relaten y lo interpretaré para el resto. En efecto, cuando Häxa terminó la frase, la expresión de los náufragos cambió por completo. Tenían los ojos bien abiertos, y titilaba en sus pupilas el asombro ante el prodigio realizado por la maga. —¡Podemos entender cada palabra que dices! —exclamó uno de ellos eufórico y todos comenzaron a comentar el milagro. —¿Cómo es posible? —preguntaron varios al unísono, sin salir de su sorpresa. Esta pregunta arrojaba otro dato que el prudente Thuron no dejó pasar por alto: los extranjeros parecían no tener conocimientos de la magia porque de ser así, habrían recurrido a ella para hacerse entender. Este descubrimiento lo guardó para sí, cauto, consideró que era lo mejor, por lo menos en este momento. El Rey procedió entonces a interrogarlos y uno de ellos, el cabecilla del grupo por ser probablemente el más anciano, les explicó lo sucedido mientras la Bendecida hacía de intérprete. —Nuestro hogar es. . . bueno era una humilde isla coronada en el centro por un gigantesco volcán al que llamábamos Vuur. —¿Una isla? No teníamos conocimiento de ninguna isla que estuviera en medio del océano de Kalvann, ni siquiera en el de Dûrglass. En ese instante, dio un paso al frente un hombre bastante mayor y muy arrugado, que tenía apariencia de ser alguien erudito. Educadamente pidió la palabra: —Nuestros navíos son poderosos y zarparon en contadas ocasiones para explorar los mares, sin embargo jamás regresaron. Lo más probable, esa es al menos la conclusión a la que hemos llegado los estudiosos de los Siete Reinos, es que hayan sido presa de espantosos monstruos, esos que como bien cuentan nuestros sabios, rodean el continente. Hay testigos que cuentan cómo gigantes marinos asoman sus largos cuellos y cuerpos bestiales, abren sus enormes fauces y engullen cuanto se cruza en su camino. Obviamente, el océano no es territorio para humanos ¡no hay nada allí que pueda ser habitable! El anciano suspiró apenado ante estos comentarios, luego del permiso de Thuron siguió:

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—Pues bien, les digo con absoluta certeza, que los monstruos marinos de los que hablan en verdad existen, y los hemos padecido en nuestra travesía por las extensas aguas del océano al que ustedes llaman Kalvann; pero también les aseguro que nuestra isla era tan real como lo son mis pies y mis manos, como que mis cabellos se han tornado blancos trabajando mi campo durante largas jornadas de sol, tan real como las reuniones nocturnas alrededor de las fogatas en las que contábamos los pormenores de nuestras vidas pacíficas, rutinarias y como el reflejo de las tres lunas sobre las olas que bañaban la arena de nuestras doradas playas. . . A esta altura del relato, el anciano lloraba. Una mujer se acercó, lo abrazó tiernamente, y mientras lo consolaba, le secaba sus lágrimas. Otros de los extranjeros, muchos, lo imitaban agachando sus cabezas, sollozando. El pequeño llamativamente no lloraba, al contrario: no comprendía nada. ¿Doradas playas? ¿reflejo de las lunas? ¿rutinarias vidas? El Rey le pidió al anciano que continuara, estaba interesado en saber entre otras cosas, cómo habían llegado hasta sus tierras. —Desde que tenemos memoria, el volcán Vuur, permaneció dormido y durante ciclos enteros nuestro pueblo prosperó a su sombra. Siempre trabajábamos la tierra y criamos nuestros animales, nunca nos faltó lo necesario para sobrevivir. Nuestras mujeres nos dieron niños fuertes y sanos. . . y ahora . . . y ahora sólo hemos podido salvar a uno solo de ellos. Los cortesanos exclamaron apenados ante el comentario del anciano, que miraba fijo al único muchacho de unos ocho años quien observaba asustado detrás de la falda su madre. —¿Cómo es que sólo han podido salvar a uno? ¿acaso una peste los enfermó? ¿una guerra? — preguntó ansioso uno de los consejeros del Rey. —Fue Vuur. Hace unas pocas noches, cuando todos estábamos descansando, sentimos un poderoso y espantoso estruendo, como millones de truenos y relámpagos descargados en una sola tormenta. No hacía falta imaginar mucho que Vuur había despertado. Escupía fuego y piedras por todos lados. Nos levantamos desorientados, escuchando los gritos de los poblados vecinos que ardían proyectando negras columnas de fuego al cielo. ¡Nunca vimos nada semejante! La tierra abrió su boca y se tragó a personas, ganado, casas, y todo cuanto encontró a su paso. Lo único que pudimos hacer fue

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subir a nuestras barcas y mirar con tristeza e impotencia cómo nuestra Isla, nuestro hogar, desaparecía de repente en el mar. Cientos de nuestros hermanos perecieron. Sólo quedamos nosotros, los que ven aquí. Silencio. Todos callaron tratando de digerir tan nefasta historia. De ser cierto, aquellas personas no tenían hogar, aquel temible volcán los había llevado a un forzoso exilio, no había opción. El Rey se mesaba el mentón, un gesto característico en él, y que había adoptado para dar la impresión de sopesar con cuidado cada información que recibía, aunque en realidad, las ideas y teorías le saltaban en la cabeza, desordenadas, frenéticas. Podría ser que fueran humildes y no conocieran la magia, pero lo cierto era que venían de otra tierra, una isla, habían surcado los mares y podían proporcionarles información importante. En alguna medida, podían contribuir con sus conocimientos a la prosperidad del reino. Se abría un enorme abanico de posibilidades, y por el momento todas parecían positivas . —De acuerdo a lo que nos dices, esto significa que la isla ha desaparecido y han quedado sin un hogar al cual regresar —dijo pensativo Thuron. —Así es, su majestad. Estábamos perdidos en el inmenso océano resignados a morir de frío y hambre; pero cuando toda esperanza nos abandonó, divisamos las costas de vuestro reino. Son como el paraíso para nosotros. —Discutiré con mis consejeros y sabios lo que haremos con ustedes, pero no teman, no les haremos daño. Mientras tanto pueden seguir disfrutando de la hospitalidad de mi reino. Häxa los miró a todos con lágrimas en sus ojos y deseó con toda su alma, que el Monarca fuera compasivo y mostrara su generosidad para con esta pobre gente. Posó sus ojos sobre el pequeño que todavía la miraba hipnotizado y le sonrió tiernamente. El pequeño se asomó por detrás de la falda de su madre y le devolvió el gesto. Sus extraños ojos grises brillaban y parecían proyectar una luz desde dentro. Pero el gesto no pasó desapercibido. La madre del muchacho hizo una mueca que se habría interpretado tal vez como una sonrisa. En su mente ya se estaba bosquejando quizás, el futuro de su pequeño. 15