SÓNIECHKA
CRÍTICA DE LIBROS
POR LIUDMILA ULÍTSKAYA ANAGRAMA TRAD.: MARTA REBON 118 PÁGINAS $ 48
NARRATIVA EXTRANJERA
ENSAYO
Tenues pinceladas maestras L
a historia que narra esta breve novela podría resumirse, a grandes rasgos, en tres momentos fundamentales. En el primero, una bibliotecaria llamada Sóniechka (diminutivo de Sonia), devota de los libros y dueña de “un talento excepcional, tal vez una suerte de genialidad para la lectura”, conoce al pintor Robert Víktorovich, de 47 años. En el segundo, ella y el pintor se casan, tienen una hija (Tania) y enseguida Sonia deja de interesarse en el mundo de la ficción literaria. En el tercero, unos cuantos años más tarde, Tania introduce en el hogar a su amiga polaca Yasia, hermosa y algo mitómana, y esta se convierte en la amante de Robert. Bajo esta serie de hechos cronológicos yace apenas sumergido el pasado de Robert, un pintor judío que, luego de vivir en Francia, regresó a Rusia en la década del treinta, pasó cinco años en un campo penitenciario (el apellido Stalin no es mencionado en la novela; a lo sumo, se habla de “campo estaliniano”), fue dado por muerto en publicaciones extranjeras consagradas al arte y, al momento de conocer a Sóniechka, desempeña una “misión de servicio”. En consonancia con casi toda la obra narrativa de Liudmila Ulítskaya, Sóniechka puede definirse como una novela de trama familiar. No se trata aquí de esas familias numerosas que
Liudmila Ulítskaya ALBERT OLIVÉ / EFE
hay en las novelas de Tolstoi o Pasternak, sino de un núcleo pequeño, mezcla de triángulo amoroso y triángulo familiar. “Solo la familia es capaz de defender al individuo del Estado. La idea de Stalin consistía en convertir al hombre en un ‘tornillo de la máquina estatal’”, dijo Ulítskaya hace poco, en una entrevista concedida al diario El País de España. Sóniechka sigue, entre otras cosas, la transformación de Sonia “de joven idealista a pragmática ama de casa”. Pero no
solo ella ha abandonado el mundo de los sueños; la pintura forma parte del pasado de Robert, quien desde el nacimiento de su hija trabaja como contable en una escuela para tractoristas. El desenlace muestra, entre otras cosas, por qué Sóniechka vuelve a sumergirse en la lectura y cómo se reencuentra Robert con la práctica de la pintura, esto último mediante dos largos pasajes presididos cada cual por un color: como si después del “negro” de la inactividad viniese el “gris metálico” y, por fin, el “blanco”. Al cabo de una escena en la que contempla “la blancura de la nieve”, “el perfil blanco” de una jarra y el “blanco mate” del yeso, Robert empieza a pintar nuevamente, salvo que ahora, leemos, “no pintaba otra cosa que naturalezas muertas blancas”. Sucinta, tenue, lírica, esta novela publicada originalmente en Rusia hace quince años reveló el talento de Ulítskaya (1943), formada en biología genética y hasta entonces conocida como directora del Teatro Kámerni (teatro judío estatal) de Moscú, como poeta o como autora de libros infantiles y piezas dramáticas. De sus libros posteriores a Sóniechka, Anagrama ya había editado hace poco Sinceramente suyo, Shúrik, novela mucho más extensa, galardonada en Rusia y China. Una de las mayores virtudes de Sóniechka es que con pocos trazos (de for-
Sansón en la ópera on el pretexto de ofrecer al público una guía completa de Sansón y Dalila, ópera recientemente ofrecida por el Teatro Colón, Cecilia Scalisi y Maximiliano Gregorio-Cernadas recopilaron minuciosamente diversas informaciones para quien quiera indagar en ese mito bíblico y sus proyecciones en la música. Su contenido es atractivo; sobre todo, gracias a la figura del compositor Camille Saint-Saëns (1835-1921). Viajero infatigable –estuvo por lo menos dos veces en la Argentina, recorrió el interior, dejó escrito un himno para el Partido Colo24 I adn I Sábado 1º de septiembre de 2007
ma casi impresionista) retrata la sociedad soviética de mediados de siglo XX. Otra es que logra hacer de Sonia, pese a su pasividad, un personaje interesante. Como suele suceder con las novelas cuyo profundo valor reside menos en una trama efectiva que en una prosa cuidada, hecha a partir de sutilezas y detalles, la traducción cumple aquí un rol preponderante. La versión española da toda la impresión de ser irreprochablemente fiel, si bien al caer en ciertos excesos retóricos o giros explicativos no logra la delicada y escueta emoción que destila, por ejemplo, la traducción francesa. La diferencia está dada por una suma de matices poco menos que invisibles: lo que en francés se limita a “la mano todopoderosa del destino que había unido a Sonia y Robert”, en castellano es “el omnipresente capricho del destino que antes había dictaminado que Sóniechka se convirtiera en la mujer de Robert Víktorovich”. No son problemas de contenido, sino de estilo; pero no sorprende que, mientras la traducción al castellano permite leer una muy buena novela, la versión francesa (que, no por azar, obtuvo el premio Médicis 1996 a la mejor novela extranjera y dio el puntapié inicial a la reputación que hoy goza Ulítskaya) sea rayana con la obra maestra. Eduardo Berti © LA NACION
JOSÉ CURA EL TITÁN DE LA LÍRICA
MÚSICA
C
Una frontera franqueable
rado de Uruguay–, homosexual en tiempos difíciles, académico pero artista de raza, Saint-Saëns alcanzó la cumbre con esta ópera controvertida. Los críticos la acusaron de parecerse demasiado a un oratorio; la sociedad de la época, de atreverse a abordar un tema bíblico para la escena profana. Naturalmente sobrevinieron la censura y el exilio artístico. El libro recorre la fuente original de la historia, sus trasiegos a través de las plumas de Milton, Voltaire y Aldous Huxley, hasta desembocar en una visión dialéctica del mito. La informa-
POR CECILIA SCALISI Y M. GREGORIO– CERNADAS
ción incluye las diversas valoraciones históricas suscitadas por la ópera, los textos bíblicos, el libreto, discografía y bibliografía y una descripción de cada acto en la que los aspectos musicales y argumentales aparecen hábilmente relacionados. Así como las dos primeras partes del libro están dedicadas a Sansón y a Saint-Saëns, la última se centra en el tenor que encabezó el título de la obra: el argentino José Cura, que ha triunfado en este papel en los teatros del mundo. No sorprende que su visión dialéctica del personaje, desplegada en
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a década del 30 fue, para los intelectuales europeos, un tiempo marcado por la persecución, la inestabilidad económica, la precariedad laboral. A un gran número de ellos el fin de ese período los encontró en el exilio; a otros, menos afortunados, los alcanzó la muerte. Pero, aún con el horror acechando, hubo quienes hicieron posible la persistencia de espacios de encuentro en los que se pudieran generar y discutir proyectos políticos o culturales; o en los que, simplemente, pudiera resistir a salvo la amistad. Ejemplo de ello sería la relación que por esos años sostuvieron Walter Benjamin y Bertolt Brecht. Erdmut Wizisla, Director del Archivo Bertolt Brecht y del Archivo Walter Benjamin en Berlín, recoge los vestigios verbales de esa relación e intenta mostrar que el vínculo que unía a Brecht y Benjamin iba más allá de la cordialidad entre colegas o de la camaradería entre quienes compartían una misma posición frente al amenazante despliegue del fascismo: se trataba de una auténtica amistad. En principio, el autor se permite sospechar de las versiones dadas por algunos contemporáneos como Gershom Scholem y Theodor Adorno, que veían a Brecht como una “mala influencia” para Benjamin. La hipótesis de Wizisla es que detrás de sus comentarios hechos “con recelo, en parte incluso con malicia”, se esconde el temor de verse desplazados en la consideración de Benjamin. Más acertadas le resultan las consideraciones de Hannah Arendt, para quien “la amistad entre Benjamin y Brecht es úni-
ca porque en ella el mayor poeta alemán vivo se encontró con el crítico más importante de la época”. El primer encuentro entre ambos se produjo en 1924. Sin embargo, los contactos más fuertes tuvieron lugar entre 1930 y 1939. Wizisla divide este período en dos etapas. En la primera, que llega hasta 1933, “los encuentros de Benjamin y Brecht se caracterizan por las masas de conversación bastante turbulentas y la cantidad de planes, de los cuales el más interesante es el proyecto de la revista
BENJAMIN Y BRECHT. HISTORIA DE UNA AMISTAD POR ERDMUT WIZISLA PAIDÓS TRAD.: GRISELDA MÁRSICO 379 PÁGINAS $ 48
Krise und Kritik”. En torno a ese proyecto –que finalmente no se realizó– se suscitan profundas discusiones en relación con el papel de los intelectuales en “la transformación del mundo”, la necesidad de una “crítica de la crítica”, las posibilidades de intervención en la crisis para abrir nuevos caminos. En esas discusiones fue surgiendo una constelación común de intereses que permitió ahondar la relación. La segunda etapa está mar-
cada por el exilio: “Con las difíciles condiciones del exilio como telón de fondo –sostiene Wizisla– entre Benjamin y Brecht creció una relación personal de confianza (...) a los intereses programáticos en materia artística y políticos que ya compartían se sumaron ahora motivos existenciales”. En ese período fueron cruciales las visitas de varios meses durante los veranos de 1934, 1936 y 1938 que Benjamin realizó a la casa de Brecht en Dinamarca, donde, además, el dramaturgo había puesto a salvo buena parte de la biblioteca de Benjamin. Algo que al autor le interesa especialmente es mostrar que la influencia entre ambos intelectuales fue mutua. Para ello se vale fundamentalmente de las notas que ambos tomaban en sus diarios tras sus conversaciones, y de fragmentos de cartas entre ellos y a terceros en los que quedaron registrados temas, posturas, problemas que emergerían años después en la obra publicada. Así sucede, por ejemplo, con las controversias en torno a sus interpretaciones de Kafka y Baudelaire: “el debate sobre Baudelaire –sostiene Wizisla– no se agotó en la confrontación de pareceres. Benjamin tomó objeciones y sugerencias de Brecht cuando revisó el estudio” y “Brecht cuestionó como poeta su propio veredicto cuando, probablemente estimulado por el trabajo de Benjamin, comenzó a traducir poemas de Baudelaire”. La misma reciprocidad puede advertirse en los apoyos mutuos para editar y difundir sus trabajos a medida que las condiciones materiales se tornaban más acuciantes en el exilio.
Bertolt Brecht y Walter Benjamin ARCHIVO
Surgido como un desarrollo de su tesis doctoral, el texto de Wizisla conserva el rigor de un texto académico. Cada expresión está debidamente documentada en extensas notas al final de cada capítulo; cada encuentro entre Benjamin y Brecht está precisamente fechado en la “Crónica” con la que se cierra el libro. Sin embargo el texto no pierde en ningún momento sonoridad ni belleza. Porque está a tal punto atravesado por las voces de los protagonistas que por momentos el autor no parece más que un coleccionista que se deleita formando series, combinando las fichas de un inmenso rompecabezas literario. Quizá la más hermosa de las citas y la que mejor expresa la amistad explorada sea la más dolorosa, aquella que recoge uno de los poemas que Brecht escribe al enterarse de la muerte de Benjamin: “Me dicen que has alzado la mano contra ti/ adelantándote al carnicero (...) / empujado al final a una frontera infranqueable / has, dicen, franqueado una franqueable”. Gustavo Santiago © LA NACION
FUNDACIÓN TEATRO COLÓN 253 PÁGINAS $ 50
las entrevistas aquí reproducidas, coincida con la expuesta al comienzo por los autores. Con todo, tal vez sea una hipérbole presentar al artista como el intérprete máximo del Sansón operístico en la actualidad, salteando un camino histórico que es clave en la evolución interpretativa del personaje. Daniel Varacalli Costas © LA NACION
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