OPINIÓN | 25
| Domingo 31 De marzo De 2013
¿Qué es peor, engañar o engañarse?
Mariano Grondona —LA NACIoN—
A
unque nunca ha conseguido definirlo con precisión, el Gobierno sostiene que cuenta con un modelo de gestión que denomina simplemente el modelo, al cual atribuye su supuesto éxito. La oposición, por supuesto, piensa todo lo contrario: el “modelo” de Cristina es para ella un “antimodelo”, que está llevando el país, lenta pero inexorablemente, a la ruina. La mejor aproximación que hemos encontrado al concepto de “antimodelo” fue elaborada por el economista Luis Rappoport en un artículo que hace poco publicó Clarín. Su título es “El síndrome del quebrado”. La palabra “síndrome” es definida por el Diccionario como “el conjunto de síntomas característicos de una enfermedad”. Al “síndrome” de la ruina de una persona o de un país, Rappoport lo llama, precisamente, “el síndrome del quebrado”. Y lo cuenta como si fuera una anécdota o una parábola, de la siguiente manera: “Unos comerciantes veteranos se juntaban en la vieja confitería Richmond para contarse historias. He aquí una de ellas. Un empresario le pidió algo de plata a un amigo para iniciar un pequeño negocio. Como su proyecto no era viable, no pudo devolver el préstamo. Entonces emitió un pagaré con información falsa sobre su negocio. Cuando venció el nuevo plazo y tampoco pudo cumplir con su compromiso, entregó un cheque diferido de su propia mujer. Al vencer también este cheque, el amigo engañado descubrió que el deudor moroso había falsificado la firma de su mujer. Acudió por ello a la policía, pero el deudor, interrumpiéndolo en el camino, lo mató. Ya en la cárcel, abandonado por todos, el deudor infiel se ahorcó con una media”. “El síndrome del quebrado” cuenta cómo lo que fue al principio sólo una pequeña deuda entre amigos terminó convirtiéndose en una tragedia. ¿Cuál fue el momento preciso de esta fatal mutación? La tesis de Rappoport es que ese momento no fue comercial, sino moral, porque introdujo un nuevo factor que de ahí en más pasaría dominar los acontecimientos: nada más y nada menos que la mentira. Porque lo que perdió al deudor moroso, transformando sus dificultades comerciales en un drama moral que también golpeó a quienes lo rodeaban, fue el preciso instante en que decidió acudir al engaño. No fue la falta de dinero, sino la falta de escrúpulos lo que, en resumidas cuentas, lo perdió. Si aplicamos la moraleja de esta parábola al caso argentino, resulta que el déficit principal de nuestro Gobierno no es la pérdida de dólares, sino la pérdida de credibilidad. Hay, en este sentido, dos clases de dificultades económicas: aquellas que resultan de que el deudor no puede pagar y aquellas que resultan de que el deudor no quiere pagar. En medio de la tremenda crisis de 2001-2002, la Argentina no podía pagar. Sus dificultades eran “objetivas”. Sin embargo, la esperaron y al fin salió del pozo. Diez años después, cuando el país tiene sin comparación más recursos, ocurre lo contrario. Tenemos más recursos, pero no nos creen ni nos prestan. Somos más ricos, pero menos creíbles. Nuestras dificultades se han vuelto “subjetivas”. Simplemente, no confían en nosotros. Es que, cuando un gobierno o una persona no pagan porque no pueden, siempre queda la expectativa de que, cuando puedan, pagarán. ¿Qué pensar de aquellos que pueden, pero no pagan? Por más que ahora acumulen recursos, ¿quiénes apostarían por ellos? Los recursos que les faltan son de otra índole que el dinero. Así llegamos a la paradoja de que, al comenzar los años 2000, el gobierno argentino, que se había quedado sin dinero, aún conservaba credibilidad, mientras diez años después, habiéndose hecho de dinero, tiene un faltante de credibilidad. Quizás el momento crucial de esta pérdida de buena fama ocurrió cuando el Gobierno empezó a manipular los índices del Indec. Ya no éramos tan pobres, pero había-
mos dejado, casi al mismo tiempo, de ser confiables. Aparentemente, el problema que plantea la falta de dinero es más difícil porque supone una acumulación de recursos quizás inalcanzable, pero para eso está justamente el “crédito”. La voz proviene del latín credere, que quiere decir “creer”. Al deudor honesto y capaz sus acreedores le creen porque confían no sólo en su capacidad, sino también en su rectitud. ¿No nos debiera decir algo a los argentinos, en este sentido, que nuestro Gobierno deba pagar al contado porque ha dejado de ser un deudor confiable? ¿Cuál es su verdadero capital de credibilidad? Hay un momento fatal para los deudores no creíbles: es el momento en que empiezan a creer en sus propias mentiras. Quizá lo peor, desde el punto de vista moral, es que el engañador engañe a sabiendas. Cuando, al engañar al otro, también se engaña, ¿es más o es menos culpable? Cuando el Gobierno falsifica las informaciones del Indec y disimula, de este modo, por ejemplo, las verdaderas cifras de nuestra pobreza, ¿a quiénes engaña en verdad? Hace poco tiempo, el ahora “papa emérito” Benedicto XVI dijo que, en la Argentina, la pobreza es un escándalo, sugiriendo de este modo que, si hay que combatir la pobreza en todas partes, ella es directamente inaceptable en los países ricos como el nuestro porque en este caso no hay atenuantes. Es aquí, justamente, donde la diatriba implícita en “el síndrome del quebrado” alcanza su pleno dramatismo. En la rueda de conversadores que imaginó Rappoport, la tertulia culmina cuando uno de ellos reconoce que “lo más importante es no creerte tus propias mentiras”. Esta opinión refleja, en cierto modo, el magistral análisis que ofreció Max Scheller acerca del resentimiento, al observar que la víctima principal de este negro sentimiento es su propio portador, ya que el odio que siente contra la persona a la cual se opone termina por deformar su propia percepción de la realidad, induciéndola a graves errores. Supongamos por caso que mi rival me ha vencido limpiamente en un concurso académico. Si reconozco su victoria, optaré por mejorar en el próximo concurso. Si, llevado por mi resentimiento, niego la realidad de su victoria,
La frontera entre el engaño y el autoengaño es difusa. El que engaña a sabiendas es un cínico. Pero ¿es mejor un fanático, aunque crea a pie juntillas en sus mentiras? la perderá de vista y, si no acepto la autocrítica, nunca progresaré. Cuando nuestro Gobierno afirma que le va mal porque el mundo se le ha caído encima, ¿a quién engaña aparte de sí mismo? ¿Qué es peor entonces, engañar o engañarse? ¿El simple engaño a un tercero o el autoengaño? El engaño a un tercero, por ejemplo el de los demagogos al pueblo, puede producir pingües beneficios. Este engaño a sabiendas parece más grave moralmente que el hecho de engañarse a sí mismo, que al menos parece ser más sincero. Pero la frontera entre el engaño y el autoengaño es difusa. El que engaña a sabiendas es un cínico, sin duda. Pero ¿es mejor un fanático, aunque crea a pie juntillas en sus mentiras? Lo que sugiere Rappoport en el artículo que estamos comentando es, más bien, que el autoengaño es un “proceso” en el cual el que engaña cae, casi sin darse cuenta. Empieza por mentir. Difunde después sus mentiras a cada vez más gente, hasta que aquellos a los que ha convencido no lo dejan, ya, desdecirse. Queda prisionero, de ahí en más, de su propia propaganda. En un punto dado, perderá su propia capacidad de autorrectificación. Y aquí culminará su verdadero drama, cuando el que llegó a autoengañarse sigue su camino en busca un engaño masivo que lo vuelva invulnerable a la autocrítica. ¿Cuál será, en todo caso, el punto más vulnerable de la Presidenta si sigue postergando el sinceramiento? Cuando el autoengaño sea cada vez más fuerte y sus frutos cada vez más prometedores, ¿tendrá la Presidenta el coraje de mirar de frente, al fin, el áspero y vivificante paisaje de la realidad?ß
disposición por Nik
Scioli, entre la sumisión y la destitución
Joaquín Morales Solá —LA NACIoN—
Viene de tapa
las palabras
Simuladores Graciela Guadalupe “Reestatizar Aerolíneas no fue una expropiación. Fue devolvernos la soberanía de vuelos.” (De Cristina Kirchner.)
V
uelta de las vacaciones. Martes 26 de marzo. La imagen en el televisor muestra a la Presidenta en un simulador de vuelo en Ezeiza. Simula que despega, que surca los cielos y que aterriza en Bariloche. Casi sin respiro, asegura que la reestatización de Aerolíneas Argentinas “no fue una decisión caprichosa o una expropiación”, sino “devolver a los argentinos” –que simulan no haberse dado cuenta– “la conectividad y la soberanía de vuelos”. Una recorrida por los diarios la muestra en Roma, exultante, simulando que siempre quiso que Bergoglio fuera papa y, ya en nuestro país, bendiciendo al pueblo con ritual de papisa al finalizar sus discursos. La crónica también da cuenta de que su equipo económico tuvo que trabajar duro para intentar explicarle por qué el dólar blue rozó los 9 pesos si no hay inflación, si las importaciones están cerradas, si se profundizó el cepo al dólar y los precios siguen congelados. La respuesta era clara: “Fracasamos”, pero, en cambio, se reunieron para cerrar filas en torno a otro relato que con una nueva fumata blanca evitara el sismo pospapal.
Dicen que fue entonces cuando Moreno tomó la pipa para ahumar a los empresarios infieles con la Super-Card y apretar al mercado con pisar el dólar. Cristina fue por más: anunció que se flexibilizarán las importaciones para evitar el monopolio interno, pero que le van a buscar la vuelta para que la ganancia no quede en poder de los importadores a los que exhortó a no cantar victoria refregándose las manos. “¿Abrir las importaciones no era de la época de Martínez de Hoz?”, se preguntó por Twitter el senador radical Ernesto Sanz. Por cierto, la vuelta de las vacaciones también incluye limpieza de biblioteca. Al hacerlo, cae un diario amarillento con un título sugestivo en la tapa: “Mayores facilidades para la importación” y un ministro que dice: “Los consumidores no deben aceptar sobreprecios. Si hay desabastecimiento, será transitorio”. Y agrega: “Es muy importante que los ciudadanos de cada provincia no premien a la demagogia lugareña que, apelando al discurso federalista, a menudo esconde la incapacidad o la falta de coraje para reducir gastos o cobrar impuestos”. El diario es del 8 de mayo de 1991 y el autor de esas frases es Domingo Cavallo, ministro de Economía de Carlos Menem. Falta el tango de fondo y estamos hechos: simulamos cambiar, pero está visto que, en la Argentina, 20 años siguen siendo nada.ß
Pero declaraciones oficiales del cristinismo o trascendidos de ese mismo origen planteaban ya una duda pública: ¿seguirá Scioli? Resistiré, asegura el gobernador. El jefe de Gabinete de Scioli, Alberto Pérez, fue el primero en denunciar una maniobra de destitución. La acción del sindicato docente es destituyente, dijo; todos saben que el sindicato docente es cristinista. Cristina no lo quiere a Scioli en La Plata. La verdad, pura y dura. Aquella opción tiene dos caminos que terminan en el mismo lugar. La sumisión significaría la renuncia voluntaria del gobernador, seguramente con el pretexto de alguna candidatura a diputado nacional. Si no se sometiera, el gobierno nacional lo desestabilizaría con otros medios. Ya están en marcha: ahogo financiero, descalificaciones públicas, vacío político, acoso parlamentario. Cerca de Scioli no se olvidó nunca la gravedad de lo que sucedió hace tres semanas en Junín. Esos episodios de violencia fueron barridos del primer plano por la posterior e inmediata elección del papa Francisco. Pero el peligroso mensaje no desapareció. Punteros cristinistas se colaron en una manifestación pacífica por la muerte de una joven, que había caído en manos de delincuentes comunes. Destrozaron e incendiaron los edificios provinciales y municipales de Junín, pero no los nacionales, como la sede del Banco Nación o de la Anses. Llegaron a la tranquila Junín contingentes del duro conurbano bonaerense. En medio de los disturbios, fueron identificados militantes de Kolina, la agrupación que lidera Alicia Kirchner, de la Juventud Peronista y, en menor medida, de La Cámpora. Junín pudo ser una buena advertencia para Scioli. Su intendente es un radical, Mario Meoni, con estrechos lazos con enemigos históricos del cristinismo, como Julio Cobos, Mauricio Macri o Sergio Massa. La violencia de Junín no comprometió a los intendentes aliados del cristinismo. Era fácil, entonces, trazar desde allí una huella del futuro. Las viejas palabras violentas habían cruzado un límite irreversible; los hechos fueron violentos. Al sciolismo no le pasó por alto ni siquiera la bala anónima que perforó el avión del gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta, otro enemigo para el cristinismo. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar?, se preguntan al lado del gobernador. Hasta la re-reelección de Cristina. Los tres gobernadores que llevan la bandera de ese proyecto reeleccionista (Sergio Uribarri, de Entre Ríos; Jorge Capitanich, de Chaco, y Francisco Pérez, de Mendoza) acaban de recibir autorización del gobierno nacional para buscar financiamiento con créditos. Es la misma autorización que le negó a Scioli, que quiere tomar créditos por 6000 millones de pesos. Esa autorización ya le había sido negada antes a Mauricio Macri en la Capital y al propio Peralta en Santa Cruz. El error de Scioli fue anticipar que sería candidato presidencial en 2015 si la Presidenta no lograra la reforma de la Constitución. Desde entonces, cada gesto del gobernador, cada palabra suya, cada fotografía es mirada como la estrategia de un enemigo. El gremio docente que tiene sin clases a más de cuatro millones de argentinos forma parte, en efecto, del cristinismo. Scioli se jugó personalmente cuando asistió a la última reunión con sus dirigentes. Fue una reunión amable durante casi todo su transcurso. Scioli no podría abrir de nuevo la paritaria, después de que los restantes gremios docentes aceptaron su propuesta. Sería una traición a éstos y un insoportable signo de debilidad política. Lo dijo en esa reunión. El encuentro se estropeó en los últimos diez minutos. Seguimos con la huelga, le respondieron los gremialistas cristinistas, casi sin argumentos. Ya cansan. No se les ocurre nada nuevo, se enfurece el sciolismo. Se refieren al cristinismo, no a los gremialistas. La secuencia es inalterable cada vez que quieren destruir a Scioli: primero le sacan dinero a la provincia y luego culpan al gobernador de mala administración. Un coro de críticos surge de inmedia-
to; todos son empleados de la Presidenta. Julio De Vido comienza en el acto a canjear entre los intendentes bonaerenses adhesiones a Cristina, y rechazos a Scioli, por dinero fresco para obras públicas. Una política sin dignidad llegó en los últimos días al grotesco: algunos municipios firmaron una solicitada en reclamo de clases, pero sin la firma de los intendentes. Varios intendentes desmintieron luego las firmas que nunca habían existido. A Scioli se le prendió una leve luz de esperanza cuando advirtió que los que hablaban eran cristinistas, mientras Cristina callaba. Duró poco. Alguien escuchó al poderoso Carlos Zannini dar una lección de malicia política: Esta vez no lo pagaremos nosotros. Hablarán otros, explicó. Se refería al último enfrentamiento, cuando Cristina le negó a Scioli los recursos para el aguinaldo, a mediados del año pasado. Entonces fue la Presidenta la que habló y ella terminó ardiendo en el fuego que había encendido. Scioli confía en su diálogo directo con la sociedad. La sociedad no es tonta. Sabe que hay un problema político y que hay también un problema con la distribución de los recursos nacionales, lo escucharon decir. Es su último refugio. ¿Qué hará Scioli en un año electoral? Su paciencia está llegando al límite, pero no quiere romper. Sabe que no podrá colocar candidatos suyos en las listas bonaerenses, ni siquiera para legisladores provinciales. Podría quedar luego al borde del juicio político. Por eso está metiendo algunos dirigentes de él en las listas de Francisco de Narváez. Es probable también que la Juan Domingo y su alianza con Alberto Fernández presenten candidatos del gobernador. ¿Un sciolismo sin Scioli o con Scioli? Eso no lo sabe, por ahora, ni el propio Scioli. ¿El cristinismo está dispuesto a dejarle a Macri el camino abierto a la presidencia si lograra arruinar a Scioli? La re-reelección es socialmente inviable por ahora. No importa. ¿Por qué? Macri sería una alternancia; Scioli podría ser el relevo irrevocable en el liderazgo peronista, explican los que oyen a Cristina. La imposición de Conti a Scioli, en nombre del cristinismo, es una perversión de la democracia. Un gobernador elegido por su pueblo debe someterse, mudo, a los dictados mesiánicos de una líder. Un
Un país en donde no se dialoga; sólo se impone. Ése es precisamente el paisaje argentino, claro y directo, que pintó el nuevo arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli país donde no se dialoga; sólo se impone. Ése es precisamente el paisaje argentino, claro y directo, que pintó el nuevo arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli, que será el primado de la Iglesia Católica argentina dentro de pocos días. El Gobierno no dialoga ni la oposición tampoco. Los sectores sociales, sindicatos y empresarios golpean puertas que nunca se abren. El arzobispo Poli es la continuidad directa e inconfundible del papa Francisco. Poli hizo casi toda su carrera religiosa al lado del actual pontífice y fue su auxiliar en Buenos Aires hasta hace pocos años. Varios obispos locales se sorprendieron ante la rapidez del Papa para nombrar a su sucesor en Buenos Aires. También porque la elección cayó en Poli, un amigo de Papa que no figuraba en ningún pronóstico. Una manera de Bergoglio de decirle a la ciudad y al mundo que su diócesis natural, permanente, es la Argentina, no sólo Buenos Aires. Respeto, pero distancia y diferencia, expuso Poli cuando le preguntaron sobre su futura relación con el gobierno de Cristina Kirchner. En esas tres palabras (respeto, distancia y diferencia) podría resumirse también la relación del entonces cardenal Bergoglio con los dos gobiernos kirchneristas. El Papa seguirá atento a su país y a su Iglesia. Poli es el mejor ejemplo en ese sentido. El cristinismo ha hecho pública, para peor, su decisión inverosímil de adueñarse del Pontífice. Ese esfuerzo resulta inútil cuando se contrastan las enardecidas declaraciones de Conti, propias de un rampante estalinismo, y las del arzobispo Poli. Hay algo entre el país cristinista y la Iglesia del papa Bergoglio que aleja a esos dos mundos casi definitivamente.ß