Los enigmas de don Benito Por: Fernanda Gutiérrez En las emblemáticas calles de la candelaria de Bogotá se encuentra en lugar lleno de misterio y misticismo, que se ha convertido en el lugar perfecto para salir de la rutina y compartir un rato agradable entre amigo. Era un miércoles como cualquier otro a las 5:30 de la tarde, el sol ya opacaba sus rayos y en el centro de la ciudad algunas personas culminaban sus jornadas para dirigirse al encuentro con sus familias, a diferencia de muchas otras para las que su marcha estudiantil apenas iniciaba. Me baje en la conocida estación de aguas ansiosa por llegar a mi destino y todas las sorpresas que este lugar me traería, caminé unas pocas cuadras en las que pude toparme con una gran cantidad de personas todas distintas en su andar, en el rostro de algunas ya era notorio el cansancio de la rutina del día, otros más entusiastas caminaban con una gran sonrisa en la cara como si algo muy bueno los fuese a sorprender. En el camino me encontré con diferentes bares, todos con una estética moderna fuertemente marcada, música de diferentes tipos, luces multicolores, copas de todas las formas y tamaños conocidos, una gran estantería con infinidad de tragos para cada gusto, mesas con diferentes diseños, sofás gigantes de colores estrambóticos que lo hacen sentir en su propia casa y ni hablar de las personas que trabajan en estos lugares hombres y mujeres jóvenes, atractivos llenos de entusiasmo y dinamismo. Pero mi destino final no era ninguno de estos sofisticados bares repletos de jóvenes estudiantes de universidades cercanas, que sin importar el día encontraban un pretexto para tomar y pasar un rato entre amigos. En realidad, el lugar que me esperaba no contaba con ninguna de estas características y estaba muy lejos de convertirse en un lugar más de estos. Seguí caminado un poco más por las místicas calles de la candelaria, que, entre sus empinadas calles y su arquitectura colonial que deslumbra a todo el que pasa gurda infinidad de historias de lo que Bogotá es hoy. Un lugar que habla por sí solo. Luego de caminar aproximadamente unos 15 minutos desde la estación de transmilenio y después de hacer algunas pequeñas paradas para distinguir el lugar en que me hallaba, por
fin llegue a mi destino; me encontré con un enrome edificio blanco de ventanales exuberantes, con grabados en piedra que simulan escudos militares, rápidamente distingo que existen 3 puertas dos de ellas custodiadas por un celador que observa vigilante a todos y cada uno de los transeúntes del lugar. En el rostro del celador se vislumbra una mirada fuerte que le da un aspecto dureza, lo cual me retrae
un
preguntarle
poco lo
que
para me
inquietaba en ese momento sobre ese edificio, luego de un rato de miradas acusantes por parte del celador, decidí acercarme a un vendedor ambulante que se encontraba en toda la esquina del edificio, él en una forma de hablar bastante coloquial y como queriéndome contar todo lo que sabe, me explicó que en el edificio funciona en las dos primeras puertas una cede de la universidad del rosario, en la tercera puerta se encuentra en el segundo piso una casa para desplazados por la violencia y en el primer piso como el mismo lo dijo “un lugar para tomar pola que es de un viejito” Y era precisamente para esa tercera puerta a la que yo me dirigía.
Volví al edificio, me detuve a observar detalladamente la enorme puerta de color café oscuro, decorada con figuras de cuadrados que le daban un aspecto bastante lineal, sus largas ventanas llenas de polvo y grafitis poco entendibles de diversos colores no me permitían ver muy bien lo que me esperaba a dentro. Al abrir esta curiosa puerta me daba la bienvenida un enorme corredor que en realidad generaba un poco de miedo, parecía sacado de una película de terror, gastados y amarillentos ladrillos, arcos muy altos que daban la impresión de estar entrando una casa de la época de la colonia, paredes blancas repletas de grafitis multicolor con diferentes consignas políticas a lo largo y anchos del corredor impregnaban la escena de un ambiente alternativo que contrastaba con la solemnidad histórica del lugar. De repente al final del largo corredor se distinguía la figura de un hombre, que por la extraña forma en que apareció de la nada y por el ambiente un poco mítico y cauteloso que se vivía en el momento, no sé distinguía si era un fantasma o una persona real. Poco a poco y luego de que mi mente aclarara la imagen que estaba viendo, llegué al final del extenso corredor y me topé de frente con aquel hombre que minutos atrás me había generado ese gran susto. Un hombre de estatura baja, vestido impecablemente con un traje color gris ratón de pequeños arabescos de un tono gris más fuerte, zapatos negros perfectamente lustrados, una ancha corbata color rojo sangre con su nudo fuertemente atado, en su rosto sus prominentes arugas demuestran los trajines de la vida, su bigote milimétricamente peinado terminaba en una curiosa punta a lado y lado, su cabello jugaba entre el color negro y el blanco era difícil definir uno de los dos.
Lo saludé dándole la mano, era el conocido Don Benito como es llamado por todos los que frecuentan el lugar, ese señor serio, de poco hablar, bastante formal para ser exactos, me daba la bienvenida con un familiar “sigan que se van a tomar”. Seguí caminando por un pequeño patio que me llevó a este mágico lugar, subí un corto escalón y cuando elevé la mirada una sensación extraña me atrapó, sentí que ese largo corredor que había atravesado minutos antes me estaba conduciendo a otra dimensión. Y por fin estaba allí, donde don Benito, ese sitio que en realidad no sabría si clasificarlo como un bar, una taberna, una cantina o una simple tienda; en realidad es más que eso es un lugar enigmático lleno de historias por contar. Lo primero que percibí fue el olor, quizás puede llegar a ser poco agradable para muchos, olor a humedad, a algo viejo, pero en realidad este peculiar aroma hizo que me detuviera más detenidamente a observar cada una de las cosas que me rodeaban,
imagen
que
era
ambientada a la perfección por la música ranchera que sonaba de fondo. Al entrar al lugar inicialmente me encontré con una larga barra en madera con cuatro sillas altas forradas en cuero negro, algunas un poco rotas, pero aún así igual de cómodas. Detrás de esto se encontraba
una
pequeña
estantería repleta de botellas de aguardiente y cerveza vacías llenas de polvo. Curiosamente al lado derecho se hallaba un
viejo lava platos bastante viejo, a decir verdad, en su interior estaban encallados 5 vasos transparentes que en realidad parecían de color gris por la gran cantidad de polvo acumulado a lo largo de los años. Pero don Benito es celoso, no le gusta que le detallen mucho su tesoro, así que rápidamente me condujo a la primera de las tres habitaciones con las que cuenta el lugar, en esta se encontraban 5 mesas cada una con un diseño totalmente distinto al de la anterior, es como si fuese la reunión de todos los comedores que han pasado de generación en generación en la familia, en un extremo de la habitación delante de una extraña puerta se encontraba sobre una enorme caja café un viejo televisor de ruedita del que se suspendía una gran antena en forma de triángulo.
Pasé al que se podría considerar como el salón principal y decidí quedarme allí en una pequeña mesa ubicada al lado derecho, por una gran claraboya de vidrios gruesos ubicada en el techo en la que en ocasiones se veía el reflejo de la gente que pasaba por encima, entraba una gran cantidad de luz, que junto con el ventanal de un grueso marco blanco llenaba de una luz tenue la misteriosa habitación.
En ese momento ingresó de nuevo Don Benito traía en sus manos dos cervezas y un viejo cenicero de vidrio como el que comúnmente utilizan los abuelos, lo colocó sobre la mesa y salió de la habitación, solamente respondió con un “muy bien” cuando se le dieron las gracias. Poco a poco se comenzó a llenar el lugar, con personas de todas las edades desde amigos, parejas, hasta grupos de estudiantes que en sus rostros no reflejaban más de 20 años. La habitación más llamativa del lugar, se podría considerar como el salón VIP de los conocidos bares de Bogotá, pequeño pero encantador, en el centro una sólida mesa de madera para 5 personas, del alto techo lleno de humedad en el que se encontraba plasmada una figura antigua en yeso se desprendía un enigmático candelabro de una luz amarillenta. Uno de los atractivos principales de “donde don Benito” es el baño, en realidad un lugar tenebroso que dicho por los mismo visitantes “da miedo ir solo” para llegar a este lugar tenía que atravesar un corredor bastante estrecho, al final se encontraban dos puertas una cerrada con un gigante y viejo candado, al abrir la puerta continua está el baño, una habitación prácticamente igual de grande a las principales, lo que más llamaba la atención es la enrome tina blanca percudida con los años que cubría la mitad de la habitación, al lado se encontraba un pequeño lava manos gastado y roto en partes que combinaba perfectamente con las baldosas amarillentas que decoraban lo largo y ancho de todo el baño. Al finalizar mi instancia en este lugar me acerque a la larga barra, en la que don Benito demarcaba la cantidad de cervezas que cada mesa había pedido, realizando figuras triangulares con todas las tapas de las cervezas que le había llevado a sus clientes, sorprendentemente y a pesar de su notoria gastada edad es puntual en sus cálculos y no confunde ni una sola tapa.
Este enigmático lugar abrió sus puertas como espacio de esparcimiento hace 3 años, la casa, si la memoria de don Benito no falla tiene más de 60 años de construcción, es un espacio que pude llegar a parecer tenebroso para quien lo vista por primera vez, pero que en realidad es un lugar mágico, enigmático, lleno de historias, donde todo lo que habita allí incluso el mismo don Benito, detienen el tiempo y transportan al visitante a décadas atrás. Sin lugar a duda es lugar lleno de misterio que vale la pena visitar.