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4 ene. 2013 - no son tan agradables que se diga y por eso es preferible que olvide cuanto se refiera a ellos. ..... No soy nada apuesto que se diga pero tampoco me veo muy mal. ... —Todo eso de ti es lo que me gusta, Sasha. —No creo ...
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Sasha Diario de un chico adolescente Volumen I Por: Luis F. López Silva.

Huella digital

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Identificador:

1301044296800

Fecha de registro:

04-ene-2013 18:40 UTC

Licencia:

Todos los derechos reservados

Autor:

Luis F. López Silva

Comencé a escribir esta historia con toda mi alma, tanto, que ahora no distingo si he narrado la historia de Sasha o simplemente he plasmado mi vida. LUIS F. LÓPEZ SILVA

Sinopsis: Sasha es un chico de 17 años con una vida adolescente bastante normal, pero la adolescencia no es una etapa común y corriente; está llena de muchas emociones y vivencias que presionan su vida. Las experiencias vividas y las sensaciones a flor de piel son palpadas en cada párrafo de su historia. Esta es la historia de la adolescencia de un chico, contada desde el punto de vista de un chico y vivida como tal. Esta es la historia de Sasha; esta también es tu historia.

Prólogo

E

stoy en un lugar vacío en donde solo mis pensamientos retumban en la nada. No veo cosa más que mi propio cuerpo y la inmensa soledad que se extiende y parece perderse a lo lejos. Esto se está haciendo cada vez más repetitivo. Comienzo a caminar, con paso desconfiado pues no sé en qué es lo que estoy parado. No recuerdo mucho de la última vez que estuve acá, estos sueños no son tan agradables que se diga y por eso es preferible que olvide cuanto se refiera a ellos. Veo algo. Un delgada línea enterrada en el suelo; se ve muy pequeña. ¿Qué será? Decido avanzar un poco más rápido e investigar de qué se trata. Siento que la línea se aleja cada vez más hasta que se pierde de mi vista. Un destello de luz a lo lejos entra por mis pupilas. Despierto. El sonido del despertador aturde mi habitación a buena hora de la mañana. Quisiera seguir durmiendo pero las obligaciones del día me lo impiden y me ordenan

ponerme de pie y prepararme para el instituto. Mis ojos, aún un poco torpes del sueño, tratan de visualizar la hora en mi reloj de mesa; las cinco y treinta de la mañana. Como desearía poder hacer que el tiempo se detuviera y continuar tumbado en mi cama bajo las gruesas cobijas, durmiendo y olvidando momentáneamente mis problemas. Sigo pensando que hubiera sido mejor ser un niño para toda la vida, sin ninguna preocupación, sin ninguna obligación, sin el latente deseo de querer ser tan igual pero muy distinto de los demás. La confusión al crecer no disminuye porque sepas más cosas, sino más bien aumenta por saber demasiado. Es entonces cuando te das cuenta que el mundo cada vez está peor y lo que hagas por mejorarlo termina siendo un guijarro más tirado y olvidado en el suelo. En conclusión, la adolescencia es una mierda. O eso creo hasta el momento. Corro las cortinas de mi ventana y la abro lo más que puedo para dejar entrar la tenue luz del crepúsculo del amanecer y la fresca brisa de la madrugada. Mi único consuelo es poder tener la habitación que linde con una vasta llanura que la vista no alcanza a verle fin, cubierta por pasto verde y una soledad tranquilizadora. Los tonos anaranjados y purpuras contrastan con el verde haciéndome sentir un poco mejor. Sonrío, haciéndome creer que ese lugar tras mi habitación, abandonado y solitario, solo me pertenece a mí y me muestra su belleza solamente a mí. Creo que jamás me encontraré a alguien que pueda ver lo que mis ojos ven y contemplarlo como yo lo hago. La belleza tiene un sentido diferente para cada persona pero en algunos casos como el mío, esa belleza puede estar ligada a lo que pueda sentir al verla. Me considero un caso especial. Siento algo extraño bajo mi ropa de dormir. No, esperen, no es nada extraño. Si bien dije que la adolescencia era una mierda, creo que no me equivocaba. Desde que entré a ella, todas las mañanas me encuentro con la sorpresa de tener mi sexo erecto, duro como un fierro—o algo así—que bajo mi bóxer se mira como una protuberancia puntiaguda y peligrosa. No creo que sea capaz de sacarle un ojo a alguien con esto pero no digo que no sea posible. Uno nunca sabe. De todas maneras, espero en mi habitación hasta que el fenómeno pasa. Dicen que en los hombres las erecciones en la mañana son normales porque eso indica que el corazón está haciendo circular la sangre por ese lugar y no la deja estancada. Si es cierto, entonces eso indica que mi corazón la hace circular demasiado perfecto. Ya sabrán ustedes a qué me refiero. Me dirijo al baño que está al final del pasillo de mi habitación. Hay un silencio demasiado perturbador pero rápidamente recuerdo que mis padres están en viaje de índole laboral. Ellos son genetistas, trabajan en cosas relacionadas con esa ciencia o

algo así. No me interesa mucho la verdad, siempre he pensado que es aburrido trabajar en un laboratorio rodeado de tubos de ensayo y probetas, mirando por un microscopio organismos que carecen de cerebro y que hacen movimientos extraños. Debido a su trabajo tienen que viajar constantemente al extranjero porque aquí, en Colorado, o mejor dicho en todo Estados Unidos, carecen de lo necesario para llevar acabo sus investigaciones. Sí, lo sé, han de pensar que soy un mocoso que viene de una familia adinerada y no sabe por qué quejarse. En buena parte están en lo correcto, mi familia si tiene dinero, pero no soy ningún mocoso que le encante disfrutar de ello. La realidad soy bastante negado para ese tipo de cosas, no soy de los que le encanta salir a despilfarrar dinero en tiendas y restaurantes caros. Prefiero la paz de mi casa a estar en la ciudad rodeado de toneladas de concreto y automóviles. Si algo me caracteriza es el poco aprecio que le tengo a los bienes materiales, además de ser lo poco en lo que coincido con mis padres. Ellos siempre me han dicho que el dinero no es lo más importante, y lo demuestra el lugar en donde vivimos: Longmont, una pequeña ciudad sobrepoblada en el estado de Colorado, alejados de la gran civilización pero con un poco de tecnología. Nuestra casa no es lujosa ni nada por el estilo, es simple, acogedora, cálida y familiar; suficiente para mi vida que se acelera o se hace más lenta por ratos. Si bien Longmont no es la octava maravilla del mundo ni la última, es una ciudad que tiene lo suyo, o al menos para mí es suficiente con sus ríos, planicies y bosques llenos de abundante vida vegetal y animal. Tomo una ducha rápida y me preparo para ir al instituto. Cojo de la nevera leche, busco un tazón y en la alacena la caja de cereal medio vacía. Desayuno un poco apresurado porque el tiempo ha volado mientras contemplaba desde mi ventana el amanecer y no me di cuenta en qué momento se me había hecho tarde. ¡Oh! Mientras corro hacia la puerta me he dado cuenta de algo, perdonen mi mala educación, aún no me presento. Mi nombre es Sasha, soy un chico de 17 años y les confiaré la historia que jamás conté; mi vida.

Capítulo 1: Mi confidente.

T

omo la bicicleta del garaje un poco apresurado y puedo notar el vacío del lugar. El auto de mis padres está en el taller desde hace un par de días cuando fue arrollado por un furgón de carga que pasaba frente a la casa. El auto estaba estacionado bajo el abedul plantado a la orilla de la calle, al parecer el otro conductor no se tomó la molestia de calcular el espacio disponible para pasar y terminó dejando una enorme abolladura en la puerta derecha del auto; por suerte no había nadie dentro de él, de ser así, se hubiera llevado un gran susto. Después de treinta largos minutos de discusión, mi padre y el conductor del furgón llamado Iván—lo supe por el identificador en su camiseta—llegaron a un acuerdo. Iván pagaría los gastos de reparación y se encargaría personalmente de llamar a una grúa para llevarlo al taller. El instituto al que asisto está en las afueras de Longmont. Lo escogí por ser sencillo y bastante acogedor. No me gusta estar rodeado de personas que se valoran

por lo que tienen y por lo que hacen, sino por aquellas que son francas y sencillas con los demás y consigo mismas. Estoy en el último año de mi educación secundaria, teniendo como amigos a la mayoría de mi misma edad. Mis compañeros de clase no son muy distintos a mí, muchos de clase media y unos cuantos de clase baja; no me importa realmente, todos son excelentes personas conmigo. No se comparan con esos idiotas de institutos privados que fanfarronean de llegar en autos lujosos y de llevar la ropa más cara sobre sus cuerpos. Son más bien de aquellos a quienes no les importa si llevan la misma ropa dos o tres veces en la semana o si tienen que ir caminando por no tener dinero para pagar el pase de autobús. Muchos de ellos viajan en bicicleta, como lo hago yo, encontrándomelos en el camino y terminando de llegar juntos. El Instituto Longmont Sunset, que es así como se llama, está pasando unas cuantas colinas y atravesando un pequeño campo de girasoles. No es muy común ver un campo de girasoles en Longmont pero no imposible. La plantación es de propiedad privada, de un señor de apellido Hamilton, que les pidió a mis padres que le ayudaran para poder llevar acabo su proyecto. Mis padres decidieron ayudarle modificando unos cuantos genes a la planta de girasol común para poder ser cultivada en el lugar; ahora el señor Hamilton es el orgulloso productor de semillas de girasol que provee a la ciudad para su comercio dentro de ella. Me encanta visitar al señor Hamilton, desde que nos mudamos a Longmont siempre fue buen vecino con nosotros. Fue una de las primeras y de las pocas personas que entabló amistad con nuestra familia desde que nos mudamos aquí en el 2006. Siempre nos está invitando a cenar o a pasear a algún lugar. Cada vez que lo visito me regala semillas de girasol saladas y las devoro con voracidad; son de mis favoritas. En la primera intersección veo a alguien parada, con una bicicleta de color verde pálido y mochila roja. Es Karla, una compañera de mi clase y mejor amiga. A Karla la conozco desde que tengo memoria, su familia se mudó un año antes a esta ciudad huyendo de problemas familiares por parte de su padre. El corto tiempo que estuve separado de ella mi vida se fue a pique, sentía que algo me faltaba, mis notas en la escuela bajaron drásticamente y mi conducta se volvió bastante inestable. Siempre he sabido que en algún momento de la vida las personas se separan por una razón u otra y terminan rencontrándose muchos años después en algún café o en la calle, pero jamás llevé ese pensamiento como una posibilidad ante Karla. Debido a problemas que causé a algunas personas durante ese tiempo, mis padres decidieron llevarme a un psicólogo. Si mal no recuerdo era un anciano con barba de Santa Claus que siempre olía a tabaco y que algunas veces se dormía a media terapia. Me las ingeniaba la mayor parte del tiempo para despistarlo del tema original

y llevarlo a situaciones confusas en donde no sabía que más preguntarme. El psicólogo concluyó que me afectaba la vida tan acelerada que llevaba en la ciudad de Nueva York y recomendó a mis padres que sería bueno vivir en un lugar más calmado y fue así como llegamos a Longmont. Aunque en un principio nos mudaríamos a España, convencí a mis padres de mudarnos simplemente de estado. —Finalmente llegas—me reta Karla con impaciencia. —Lo siento, se me ha escapado el tiempo de las manos—le digo, deteniendo mi bicicleta junto a ella y tratando de excusarme y ahorrarme una regañada que duraría todo el camino al instituto. —Bueno, ya qué importa, apresurémonos o Cori se terminará yendo sin nosotros. Comenzamos a pedalear nuevamente por aquél camino pavimentado color gris. El aire fresco de la mañana golpea mi rostro y revuelve mi cabello, el tibio sol del amanecer sale poco a poco desde atrás de las montañas cubiertas en sus picos de blanca nieve. El bosque de pinos y otras coníferas se mira aun algo pálidas por la niebla densa que los cubre. Un venado en sus orillas come del musgo que crece en el suelo. Tengo la leve intención de tomarle una fotografía pero cuando busco mi móvil no lo encuentro por ninguna parte, seguramente lo dejé en casa tirado en algún rincón de mi habitación. —Oye Sasha—murmura Karla. —¿Qué sucede? —¿Cómo te encuentras? —Bien, o eso creo. ¿Por qué lo preguntas? —Si te sientes solo, puedes llamarme e iré a tu casa, también llamamos a Cori—me dice bastante preocupada—. O si quieres puedes venir a la mía. Me toman algo desprevenido sus palabras pero comprendo que solo se preocupa por mí. Seguramente ya se enteró que me estoy quedando solo en casa y que mis padres están de viaje. Ella siempre ha tratado la manera de protegerme de cualquier cosa, y en muchas ocasiones rellena aquel hueco que mis padres no pueden llenar. Aquél espacio vacío que necesita afecto y amor que ellos jamás notaron que existía. Comprendo que su trabajo les impide pasar mucho tiempo en casa pero si hago cálculos de la cantidad de tiempo que no hemos pasado juntos y los uno en una línea

continua, llegarían a ser ocho años de ausencia por parte de ellos. Mi infancia fue bastante desigual, cuidado por criadas y educado por maestros particulares que cargaban siempre consigo un metro de madera que utilizaban para castigarme si no daba correctamente las clases de francés. ¿Para qué demonios me servirían clases de francés a mis siete años? —No te preocupes, estoy bien—le contesto con una gran sonrisa fingida. Cuando estás tanto tiempo solo, terminas por aprender a ocultar tus emociones. He llegado a pensar que tal vez estas hasta puedan llegar a desaparecer. Al no tener muchos amigos, tu vida se ve envuelta en una burbuja hermética donde solo tú y tu conciencia interactúan. Pero algunas veces se forman grietas que no pueden cerrarse y terminan filtrándose al interior. Recuerdo con dolor esa primera grieta. La muerte de mi abuela ha sido la mayor pérdida que he tenido en estos últimos años. Ella falleció hace 9 años de cáncer en el estómago. El olor a fármacos que siempre cargaba encima y la forma del catéter en su mano derecha estuvieron y están siempre bien presentes en mi memoria. Parece cruel decir esto pero creo que lloré más la muerte de mi abuela de lo que algún día lloraré la muerte de mis padres. Mi abuela siempre estuvo a mi lado, cuidándome y alegrando mi vida con sus historias inventadas y sus tantas anécdotas graciosas, defendiéndome a capa y espada de los castigos de mis maestros particulares y regañando todo el tiempo a las criadas por no cuidarme como se debía. Ella, a mis ojos, siempre fue la madre que nunca tuve y mi mayor consuelo durante mi vacía soledad infantil. En su lecho de muerte me dijo que no importaba si ella partía de este mundo, que de cualquier manera estaría siempre a mi lado. En ese momento creí en sus palabras pero esa ilusión se desmoronó cuando dos días después, mientras la visitaba, comenzó a vomitar coágulos de sangre y murió ahogada por ellos mismos. Ese trauma ha vivido conmigo hasta mi adolescencia y parece que seguirá latente por el resto de mi vida. Comenzamos a pedalear, hablando de trivialidades y recordando los chistes que pasaron el día de ayer en la televisión. Llegamos a la tercera cuesta, pasando por un sinfín de curvas cerradas y unos cuantos riachuelos. Bajo un árbol de manzanas se encuentra sentado, sobre un banquillo pintado de color negro, alguien que yace con las manos dentro de las bolsas de su suéter y con las piernas extendidas sobre sus talones; Cori, mi otro mejor amigo. A su lado está su bicicleta azul. A Cori lo conocí hasta que nos mudamos a Longmont. Un chico de mi misma edad, cabello negro y liso que cubre hasta sus orejas, ojos verdes y tez blanca. Karla es muy distinta a él en muchos aspectos, su cabello es color avellana y sus ojos son

negro azabache, y en lo único que coinciden es que son de tez blanca, que son buenos amigos míos y que les encantan los kiwis. Por lo demás son como agua y aceite, con gustos totalmente contrarios. —Pensé que iba a envejecer esperándolos—dice bostezando —Culpa a Sasha, él ha sido quien llego tarde. —Lo siento Cori, pero he tenido un pequeño contratiempo—le digo guiñando un ojo y mirando mi pantalón. Cori rápidamente capta de qué se trata y se ríe a carcajadas. Karla ya se acostumbró a este tipo de cosas y terminó por saber a qué nos referíamos cuando nos guiñábamos el ojo. Si no era algo de complicidad, era algo pervertido o cosas por el estilo. —Son unos degenerados—nos dice, tratando de contener la risa. Si Karla se diera cuenta del método al que tengo que recurrir algunas veces para deshacerme de ese pequeño inconveniente mañanero entonces pensaría dos veces antes de entrar a mi habitación cuando me visita. Si hay algo de malo en crecer es que descubras la masturbación. Si no te controlas termina siendo algo demasiado adictivo. No niego que esta mañana haya tenido que recurrir a ella mientras me duchaba para hacer desaparecer la erección bajo mi bóxer. ¿Qué esperaban de un adolescente de 17 años con las hormonas alborotadas? Todos los chicos lo hacen. Cori lo hace, mis compañeros de clase lo hacen, incluso he visto a mi padre hacerlo a escondidas cuando cree que no hay nadie en casa. No pienso utilizar eso en su contra porque él tiene demasiado que usar en contra mía. Si mi madre se diera cuenta de que mi padre me descubrió mirando una película pornográfica la semana pasada entonces enfurecería como una loca y me daría el sermón de mi vida. Creo que mi papá no le comentó nada porque sabía que al defenderme saldría a la luz el secreto de su colección de videos que tiene en el ático, con asiáticas desnudas que se tocan entre ellas y que se introducen objetos extraños en su sexo mientras gimen como locas. En fin, todo tiene su lugar. O eso creo. Pedaleamos por diez minutos más, cruzamos el campo de girasoles y llegamos finalmente al instituto. Aún tenemos cinco minutos para llegar al salón y en una corrida épica logramos llegar en tres. Tomamos nuestros respectivos asientos junto a la ventana, uno detrás de otro. Cori tras de mí y Karla adelante. Siempre me gusto quedar en el asiento del centro, así puedo escuchar lo que cualquiera de ellos tenga

que decirme. A media clase acostumbramos a pasarnos notitas clandestinas con alguna estupidez escrita y terminamos riendo entre dientes, cachando más de alguna vez una buena reprenda del profesor. —Por cierto, chicos—nos dice Karla—¿Qué tienen planeado escoger de tarea para este semestre? —¿Tarea?—le contesto algo desanimado —Recuerda que este año nos graduamos Sasha—me comenta Cori con un aire de tristeza. Podría jurar que él quiere continuar en este lugar y no lo culpo, una vez salga del instituto tendría que ir a la universidad y separarme de ellos. —¿Y qué tiene que ver eso? —Lo que Cori quiere decir es que debes de escoger una tarea para todo el semestre. Recuerda que debes presentarla al final y eso influirá en tus notas finales. —¡Lo había olvidado!—les digo exaltado—Ya antes había pensado hacer un huerto casero. Cori y Karla se miran el uno al otro algo desconcertados. Parece ser que algo anda mal con mi idea. —El cupo para huertos caseros ya está lleno—manifiesta Cori—muchos de los otros proyectos que la semana pasada estuvieron disponibles ya han sido llenados. La revelación cae sobre mí como un balde de agua fría y me levanto rápidamente a ver las papeletas pegadas en el pizarrón. Busco afanosamente la del huerto casero; llena hasta el tope. Me veo más decepcionado aun cuando miro las demás y veo que todas y cada una están llenas, ¡Pero esperen! Hay una que está ¿vacía? Si, vacía, y creo saber por qué. Miro el título y dice “Proyecto de un diario personal” ¿A quién demonios le gustaría escribir un diario para que su profesor lo lea? Escucho crujir la perilla de la puerta y entra el señor Donovan. —Disculpe, señor. —Dime Sasha ¿Qué sucede? —¿Cabe alguna posibilidad de que pueda integrarme al listado de los que harán el huerto casero?

El señor Donovan me mira por unos momentos y luego revisa el listado. Niega con su cabeza y balbucea unas palabras que no alcanzo a escuchar. —Lo siendo Sasha, el cupo está lleno. ¿Por qué no lo intentas en otro que este más libre? —¡Pero señor!—exclamo con preocupación y rogando clemencia—¡La única lista que queda libre es la del diario personal! —¡Excelente! Estoy seguro que disfrutaras de ello. —¡Pero señor…! —Pero nada—me interrumpe—tarea es tarea y si no la cumples repetirás todo el semestre. Ahora toma asiento que es hora de que comencemos la clase. Cojo un lapicero del escritorio del señor Donovan y me inscribo negadamente en el listado. Soy el único en toda la lista. Siempre creí que los diarios personales han sido solo para las chicas, donde apuntan lo que hacen en el día y sobre los chicos que les gustan. No me imagino a mí escribiendo sobre el chico que pueda gustarme. De solo pensarlo me sube un escalofrío por mi espalda. No soy homofóbico, pero hasta donde sé, no me gustan los chicos. Me voy a sentar dando pasos a zancadas por el salón con el serio deseo de golpear algo…o a alguien. Cori y Karla me miran fijamente mientras yo ignoro a todo y todos mirando por la ventana y perdiendo mi mirada en la nada. Las rabietas de la adolescencia son un poco extrañas, últimamente me molestan cosas tan insignificantes que la mayor parte del tiempo termino quedando como un completo idiota. Sigo culpando a las hormonas. Las clases del día transcurren normales hasta que llega el almuerzo. En mi mochila cargo la comida que prepare esta mañana en casa un poco apresurado. Karla y Cori también traen su almuerzo consigo y me han dicho que almorzáramos juntos. De todas maneras aunque no me lo pidieran siempre termino haciendo todo junto a ellos. Si es para practicar en el laboratorio de química somos el trio inseparable, si es trabajo grupal seguimos juntos y si se trata de hacer alguna estupidez siempre estamos juntos. En fin, no me imagino separado de ellos. Se supone que en la adolescencia es cuando más apoyo necesitas de tu familia pero como mi etapa adolescente no es normal, la columna vertebral que sostiene mi vida son mis amigos. Posiblemente algún día también se una a ese grupo alguna novia.

—¿Almorzamos en la terraza?—sugiere Cori, sacando de su mochila una cajita con su almuerzo. —Claro. Pero hay que buscar al conserje para pedirle prestada la llave. —Entonces nos adelantamos—dice Karla halando del brazo a Cori— tardaremos un buen rato en convencerlo para que nos la dé. La copia que yo tenía se me perdió. Salen del salón y me quedo solo, buscando bajo la pila de cuadernos y lápices el almuerzo de este día. Escucho a alguien tras de mi respirándome en la nuca, un olor dulzón penetra mis fosas nasales haciéndome recordar el aroma de las cerezas en almíbar. Me volteo. —Hola Sasha—me dice una chica con voz tímida. Desconozco realmente quién es, seguramente es de otro salón o posiblemente de un año menor que el mío. —Hola… —Gaby, puedes llamarme Gaby. —Claro…Gaby. Dime ¿En qué puedo ayudarte? La chica baja su cabeza y puedo notar que lleva en las manos un sobre color blanco. Regreso mi mirada hacia su rostro pero no puedo verlo con claridad, sus mechones de cabello cubren buena parte de él. Finalmente vuelve a levantar el rostro y puedo notar que sus mejillas se han ruborizado. —¿Sucede algo? —¡Por favor, lee esto!—exclama de un solo golpe, extendiendo sus manos y dándome el sobre que cargaba consigo. Mientras lo tomo de sus manos puedo notar una sonrisa de alivio en su rostro. Aun no estoy acostumbrado a este tipo de cosas. Si no me equivoco ella está a punto de…No me equivoqué, ya lo hizo; ha salido corriendo tapándose el rostro con ambas manos. Si, las feromonas han estado alteradas últimamente, no estoy muy seguro si las mías sean demasiado potentes o es que simplemente les gusto porque me tienen lastima. Subo a la terraza aun un poco desconcertado por lo que acababa de suceder, el sobre que sostengo en mi mano está sellado y planeaba abrirlo hasta llegar a mi casa

pero Cori me ha convencido de que lo abra justo ahí. En su interior encuentro un papel doblado en tres partes, en él están escritas con caligrafía bastante legible y trabajada lo que parece ser una declaración de sentimientos que no creo corresponder. —Me cita en un lugar de la escuela para que le dé una respuesta—les digo mientras termino de revisar la nota. —¿Qué tienes pensado hacer?—me dice Karla. La veo algo emocionada por el asunto. —Nada. —¡¿Nada?!—exclama Cori— ¿pero por qué? —¿Por qué? En primer lugar, no conozco en lo más mínimo a la chica y en segundo, si era algo tan importante como esto tuvo que habérmelo dicho personalmente. —Vamos Sasha, desde cuando te han interesado ese tipo de cosas. Pudiste haber tenido una novia sin muchas complicaciones. Y, pues bueno, tú sabes, una novia es también sinónimo de sexo —Lo sé pero… ¡Oye! No soy una bestia. Karla nos dirige una mirada bastante fría y nos llama desalmados. Nos da un discurso acerca de la sensibilidad y de los sentimientos que una chica puede sentir y se toma toda la hora del almuerzo hasta terminarlo. Soy un chico y a mis 17 años perder la virginidad es lo más importante que pueda existir hasta el momento, pero no pienso perderla con cualquier persona. Tampoco tengo la necesidad de andar con sentimentalismos y esperar a la “persona indicada” como algunos dicen pero no deseo hacerlo con alguien que pueda arrepentirse de lo que hace. La chica era tan sólo una niña, tendría algunos 15 años. Si hubiese sido por lo menos de mi edad…bueno tal vez hubiera sido diferente. Terminamos de almorzar y volvemos a las aburridas clases de la tarde de las que paso desapercibido, con la mente perdida, pensando seriamente en si asistir o no al lugar de encuentro. De todas maneras la rechazaré, así que si no asisto será como un rechazo, pero si no asisto, la carga moral será peor por no habérselo dicho de frente. Decido asistir. Han terminado las clases y me dirijo al pequeño parque que está detrás del instituto. A las cuatro y treinta de la tarde está totalmente solo, a esa hora todos se han

ido a casa. Solo Cori y Karla me esperan en la entrada a sabiendas de lo que voy a hacer. Mientras me acerco al lugar puedo distinguir en los columpios una silueta sentada que se mece lentamente sin despegar los pies del suelo. Es la chica de antes. La sombra de su cuerpo se proyecta en el suelo cubierto de hojas y los tonos anaranjados de la tarde pintan su rostro. Por un momento me quedo embobado pero reacciono rápidamente sacudiendo la cabeza. Debo concentrarme. —Has venido—me dice poniéndose de pie. —Perdón por la tardanza. La chica se queda parada frente a mí, en silencio y con la mirada pegada en el suelo. Seguramente esta algo apenada y nerviosa. ¿Qué debería decirle? ¿Lo siento, no me gustas? Eso sería ser demasiado cruel pero no se me ocurre ninguna otra forma de decírselo. Debería de practicar para este tipo de situaciones, últimamente suceden muy a menudo y no lo comprendo. No soy nada apuesto que se diga pero tampoco me veo muy mal. Soy de tez blanca, ojos azules y cabello castaño, mido un metro setenta y tres y tengo dos piercing en mi labio inferior. Algunas personas me han dicho que poseo unas pestañas grandes y que les encantan mis ojos pero no lo considero un atributo de fuerza mayor. En fin, hay muchas cosas que a mi edad no comprendo. La novia que tuve anteriormente me dijo que le gustaban mis manos porque podía envolver las de ellas pero nunca permitió que mis manos jugaran con otra cosa que no fueran las suyas. Pensé que mi racha de virginidad terminaría en ella, que sería con ella con quien tendría sexo por primera vez pero me equivoqué. Lo más lejos que pude llegar fue a tocarle los senos y succionarlos una tan sola vez con estos labios rojos del frío. Lo hice simplemente porque lo había visto en una película pornográfica y porque mis primos mayores hablaban de ello todo el tiempo. Decían que no había mejor cosa que tragarle los senos a una chica pero debo admitir que no fue gran cosa. Lo único interesante fue el gemido proveniente de la chica cuando mi lengua y sus pezones se rozaron. —Está bien, no te preocupes— musito con voz temblorosa—. Entonces… —Por favor, dime, que has pensado. —La verdad es que yo… —Sabes—me interrumpe. La voz se le escucha un poco más firme ahora— desde que comenzó el curso te he estado observando. Tú forma de hablar, la manera en que caminas, el modo en el que tratas a los demás…

—Bueno, no es que sea… —Todo eso de ti es lo que me gusta, Sasha. —No creo que sea algo especial, Gaby. Tal vez eso que describes en mí no sea todo lo que debas conocer. Jamás habías hablado conmigo antes y… —¡Si, pero siento que se todo sobre ti! —¿Y te has enamorado con solo observarme? —¡Por supuesto!—asiente con emoción—¿¡Y quien no!? —Creo que te equivocas de persona. ¿Te gusto por como soy o por lo que soy? Gaby se queda pensativa unos momentos. Creo que la he terminado confundiendo pero para darle mi respuesta necesito que me conteste esta pregunta. —Perdón yo…—hace una breve pausa—no se realmente como eres. —Lo ves, no creo que pueda gustarte. Tal vez todo este tiempo solo ha sido…agrado. Sí, eso es, no ha sido más que… —Tengamos sexo—manifiesta Gaby con tono seco. Bien, esto es extraño. Me he quedado inmóvil y la piel se me ha puesto de gallina. Un escalofrío sube por mi espalda hasta mi nuca dejando un dolor punzante. ¡Me está pidiendo que tengamos sexo! Este tipo de cosas solo se dan una vez en la vida ¿Qué debería de hacer? ¿Decirle que sí? ¡Ah! ¡Mierda! No cargo condones en mis bolsillos. —Lo siento yo… ¿Qué has dicho? —Puedo darte el mejor sexo oral de tu vida, Sasha ¿Qué dices? Esperen un segundo, esto me da mala espina. Si lo hago seguramente utilizara esto en mi contra luego para comprometerme y tenerme a la fuerza a su lado. ¡Pero es sexo oral! ¿Quién se negaría? Como odio la conciencia que tengo, creo que seré el único hombre sobre la faz de la tierra que está a punto de negarse a hacerlo. ¡Demonios! —Perdona Gaby, pero no puedo darte lo que quieres. —¿A caso eres gay?

—¡No! Pero no podemos tener sexo oral así por así. —Sí, si podemos. Solo tienes que dejar que mi boca haga el trabajo y… —Lo siento, yo me largo. ¡Ah! Y mi respuesta es que no me gustas. Lo siento— retrocedo unos pasos mirándola fijamente, doy la media vuelta y me retiro en silencio. Bien, por fin lo he dicho y me he deshecho de una carga pesada. Muchas cosas cruzan aceleradas por mi cabeza y no puedo pensar con claridad. Acabo de desperdiciar la oportunidad de mi vida de tener sexo y he rechazado a una chica. Si, como lo he dicho antes, la adolescencia no es nada sencilla. Por momentos mi vida se acelera, momentos como este y por otros se hace demasiado lenta, tan lenta que quisiera suicidarme. —Eres un imbécil, Sasha—me grita desde donde está parada—Por eso tus padres jamás pasan tiempo contigo. Eres un maldito chico que se niega la verdad; eres un estorbo para tus padres, por eso te quedas solo. ¿A caso no lo ves? Eres demasiado cobarde. Incluso tus amigos lo saben. Sus palabras penetran hasta el fondo de mi conciencia haciendo que por instinto me detenga. Deseo voltear y decirle su par de verdades pero no conozco ninguna de ella. ¿Qué soy un estorbo para mis padres? Eso ya lo sabía, pero no esperaba que alguien más me lo refutara. Siento que otra brecha más se abre en mi mundo hermético pero esta parece que será reparada pronto. La soledad, desde que recuerdo, ha sido mi compañera inseparable, la que ha visto mis llantos y mis penas salir a flote. Dicen que los chicos no lloran pero esa es una afirmación sin fundamento. He llorado tanto sumido en la soledad que si contara en litros la cantidad de lágrimas llenaría cientos de barriles de ellas. Me acostumbré todo el tiempo a consolarme a mí mismo, a buscar la felicidad por mí mismo y no esperarla de nadie pero no lo lograba todo el tiempo. Luego apareció Karla y pude descubrir una fuente de felicidad inagotable en ella y después vino Cori y vi que el desbordaba de lo que yo necesitaba, pude encontrar en ambos lo que me faltaba y que mis padres jamás pudieron darme; amor y afecto. Vuelvo a caminar y decido no ceder a mis impulsos, me dirijo hacia la entrada del instituto donde Cori y Karla aguardan por mí con sus bicicletas a su lado. Me reconforta verlos y no estoy seguro del por qué pero espero y me pregunten qué ha sucedido y así poder soltarles toda lo sucedido. No voy a soportar tenerme este suceso bien guardado en mis adentros, son demasiadas emociones que recorren mi cuerpo que si no las dejo salir me voy a desmoronar. No sé si lo que hice fue una estupidez o

fue lo más inteligente que he podido hacer en mi vida. Necesito que alguien me diga algo. —¿Qué sucedió?—expresa Cori al ver mi rostro y mis ojos algo enrojecidos no sé si de la rabia o de la decepción. —No lo sé—le contesto con voz algo torpe. Karla se da cuenta rápidamente y se baja de su bicicleta y me abraza fuertemente contra su pecho. Torpemente mis brazos se levantan poco a poco y se comienzan a aferrar a su espalda, a ese suéter gris a rayas con el cual me encanta verla. El abrazo lo siento tan cálido, tan reconfortante y tan lleno de vida que las lágrimas comienzan a rodar por mi rostro sin darme cuenta. Cori me mira y ve nuevamente la faceta de mi que muy pocos conocen, aquella faceta que solo Karla y él me han visto pocas veces en su vida. Él se baja también de su bicicleta y me abraza por detrás, envolviendo con sus brazos a Karla y a mí. Comienzo a sollozar en aquel abrazo que me sirve como cuna en mis momentos de debilidad y ahoga mis problemas hasta matarlos. Karla acomoda su rostro en mi hombro derecho y Cori en el izquierdo y escucho sus susurros que me dicen que todo estará bien y que nunca me abandonaran. No me da vergüenza llorar frente a ellos, mostrarles mis debilidades y permitir que me ayuden a levantarme cuando me caigo. Ese orgullo de chico inmaduro que tengo lo tiro a la basura cuando ellos están junto a mí. Ellos son los que tienen acceso libre a ese mundo que formé en mi interior y se les permite entrar y hacer lo que deseen. Solo ellos. Me han acompañado hasta mi casa y Cori insiste en quedarse esta noche a dormir en mi casa. Sé que lo hace para que no me sienta solo, pero en estos momentos lo que necesito es soledad así que le digo que estaré bien y que no se preocupe. Poco convencidos se van y me dejan en aquel vacío sofocante de mi hogar, que por momentos se vuelve tan acogedor pero otros tantos como este se convierten en un tempano de hielo. Me voy a la cama temprano, disponiéndome a dejarme caer en el sueño oscuro de mi habitación pero acabo de recordar que la tarea del señor Donovan ni tan siquiera la he comenzado. Sé que no es el mejor momento para comenzarla y no sé por qué se me ha venido a la mente pero tal vez me sirva de distracción a todo este embrollo del día. Busco en la gaveta de mi mesa de dormir una pluma y algo en lo que pueda escribir. Me encuentro un cuaderno de empaste duro color marrón y de bordes metálicos, parece una agenda pero lo abro y compruebo que esta vacío. Un cuaderno sin líneas en las cuales escribir, solo paginas amarillentas esperando ser utilizadas. Me

dispongo a escribir aunque no sé cómo ni por dónde comenzar pero creo que con lo que haga será suficiente. No conozco reglas que digan cómo escribir un diario, y si existiesen no me interesan mucho realmente, simplemente voy a tratar de ser yo mismo, de escribir lo que piense y sienta en el momento; de plasmar en lo que a mí respecta, es importante. Martes 15 de Junio de 2010 No estoy seguro de si sea correcto o no escribir de esta manera, pero no tengo la intención de aprender a hacerlo de la forma que debe de ser. Quiero aclarar que esto lo hago no porque quiera, sino porque me veo obligado a hacerlo, pero eso no significa que no llegue a gustarme. Y si algún día me llegase a agradar, entonces lo escribiré orgulloso aquí, en estas páginas, y serán ellas testigo de lo yo les confíe. Desde ahora serán mi baúl de secretos. Amigo confidente, hoy, en este día, me he desmoronado.

Sasha.