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rango de capitán de un ejército sin soldados. Y ese saberse vivo .... impensables, Patrick, un joven belga criado en una adinerada y culta familia burguesa de ...
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BALBEC

BALBEC Macoco G.M.

Título original: Balbec. Primera publicación 2016. Copyright © Manuel Giménez Medina (Macoco G.M.) Todos los derechos reservados. Ilustración de la portada: Macoco G.M. Ningún fragmento de la presente publicación podrá ser reproducido, almacenado en un sistema que permita su extracción, transmitido o comunicado en ninguna forma ni por ningún medio, sin el previo consentimiento escrito del propietario de los derechos. Si desea contactar con el autor, envíe un mail a [email protected]. Este libro está disponible en soporte digital e impreso en las principales plataformas. Nº de registro de la propiedad intelectual: 201399900204280 Depósito Legal: SE 1338-2016 Maquetado y autopublicado por el propio autor. Disculpen si en alguna parte encuentran algún defecto de maquetación. Será bienvenida cualquier tipo de corrección por parte del lector. Disfruten de la lectura.

Para mi familia, para toda.

ÍNDICE PARTE 1: LA LLEGADA ............................................................. 11 Capítulo 1: Existiendo para morir ............................................... 13 Capítulo 2: El centro de todo el mal ............................................ 15 Capítulo 3: Las ramificaciones del mal ........................................ 19 Capítulo 4: Humano, demasiado humano ................................... 23 PRIMERA OLA: LA MAREJADA................................................ 27 PARTE 2: LOS ELEGIDOS, LOS DOS ....................................... 31 Capítulo 5: Las múltiples celdas .................................................. 33 Capítulo 6: Las múltiples realidades............................................. 37 Capítulo 7: Los instintos de Jean Paul y su nacimiento ................ 41 Capítulo 8: Theodor y Adolf, ¡recordadlos! ................................. 45 Capítulo 9: Evocaciones de Jean Paul, algunas de ellas ................ 49 Capítulo 10: Verdugo y víctima, dos caras de la vida ................... 55 Capítulo 11: Jean Paul, la escoria de Dios .................................... 59 Capítulo 12: Recuerdos de la iglesia............................................. 63 Capítulo 13: La casualidad de vivir en un mismo mundo ............. 65 SEGUNDA OLA: LA TEMPESTAD ........................................... 69 PARTE 3: SE EXPANDE LA LOCURA ...................................... 73 Capítulo 14: Diario de un miserable (I) ....................................... 75 Capítulo 15: La transposición del alma de Jean Paul .................... 81 Capítulo 16: Diario de un miserable (II) ...................................... 83 Capítulo 17: El mar se expande y todos se posicionan................. 89 TERCERA OLA: LA TORMENTA .............................................. 93 PARTE 4: JEAN PAUL, EL NO ELEGIDO................................ 97 Capítulo 18: Las ventanas............................................................ 99 Capítulo 19: El germen de Jean Paul ......................................... 103 Capítulo 20: La Criatura experimenta en la Gran Guerra ........... 107 Capítulo 21: Las manos de Jean Paul ......................................... 111 Capítulo 22: El Juicio, uno más ................................................. 113 9

Capítulo 23: Los pecados .......................................................... 117 CUARTA OLA: LA EXTRAÑA CALMA ................................... 121 PARTE 5: NO HAY PAZ, NO PUEDE HABERLA .................. 125 Capítulo 24: La carne de Jean Paul se pudre, como todas lo hacen... 127 Capítulo 25: La mirada .............................................................. 131 Capítulo 26: Pierre vuelve a Argento ......................................... 133 Capítulo 27: Martin tras la guerra, y Adolf en Múnich ............... 135 PARTE 6: PENETRANDO EN EL ABISMO DE LO ABSURDO . 141 Capítulo 28: Diario de un miserable (III) ................................... 143 Capítulo 29: Dos Jean Paul, dos o más ...................................... 149 Capítulo 30: Diario de un miserable (IV) ................................... 151 Capítulo 31: Hacia dimensiones desconocidas ........................... 157 Capítulo 32: La casona .............................................................. 161 Capítulo 33: El multiverso ......................................................... 167 Capítulo 34: Aaron .................................................................... 173 Capítulo 35: La decisión final .................................................... 179 Capítulo 36: El encuentro ......................................................... 185

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PARTE 1: LA LLEGADA Sé que no debería disculparme, y es ridículo intentar comunicarme; no podéis entender nada, he venido y me siento inútil. Es complicado, muy complicado veros como seres individuales cuando no lo sois, cuando vuestra naturaleza de simple onda es escondida bajo un espejismo humano vanamente construido por una inocente inteligencia. Sois como dunas que recorren desiertos, o como olas del mar, sois simples ilusiones transitorias en movimiento. Empecemos. *** Treinta de abril de mil novecientos cuarenta y cinco, momentos antes del holocausto. —¡Vamos, vamos, deprisa! Traed el maletín nuclear, venga. Sí, por aquí, no tenemos mucho más tiempo, venga. Aaron está en su habitación, y desea meter las claves. Esos bastardos capitalistas se lo han buscado, ¡morirán todos! —Pero, pero Theodor, ¿estás seguro que eso es lo que quiere Aaron? Nuestro Jefe Supremo apenas puede hablar ya. ¡Si está en la cama a punto de morir! —¡Aparta desertor! Aaron, querido, hemos pasado por mucho, ahora es el momento, o mueren ellos o todo por lo que hemos luchado desaparecerá. ¡Nuestra Europa Libre Aaranista debe sobrevivir! ¡Larga vida a nuestro Gran Obrero, líder de los trabajadores, que nos libró del yugo de reyes y dioses! Y ahora coged su mano, y colocar aquí su dedo. 11

Así, que pulse el botón rojo. Caerán sobre esos cerdos capitalistas diez mil megatones de crudo odio libertario. La Alianza de las Naciones, con Estados Unidos a la cabeza, será de una vez por todas destruida.

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Capítulo 1: Existiendo para morir Agosto de mil ochocientos cincuenta y cuatro. Algo ha cambiado para siempre. Nos encontramos en Balbec, un pequeño pueblo costero al sur de Francia, en el oeste de la Provenza, región ubicada entre los dos brazos principales del delta del Ródano y la costa mediterránea. La arena y la grava van sorteando miles de humedales, hogar de multitud de flamencos que pasean sin más preocupación que alimentarse y sobrevivir. Sus habitantes se nutrían igual que esos rosados pájaros, pero no lograban vivir de forma plena, ya que la evolución les dio una carga demasiado pesada: la conciencia de existir. Conciencia que se transforma en una agotadora y penosa losa insoportable de arrastrar. Conciencia que les lleva a cometer continuas locuras, al no aceptar, como esas rosadas aves de forma inconsciente sí hacían, que el único esfuerzo que debían llevar a cabo es respirar y masticar para no morir, y que si morían, simplemente dejaban de existir. ¡Qué simpleza más complicada de entender! En esas lagunas el aire era muy húmedo, y el salitre de un extraño mar se pegaba a la piel de los vecinos de los pequeños poblados repartidos por toda la costa. Pero lo que para esas aves del paraíso era una obviedad (preocuparse solo de comer e inhalar aire para no morir), para los insignificantes pobladores de esas blancas casitas era un motivo de continuo temor, ya que nunca aceptarían una maldita inteligencia que les diera ese conocimiento de existir, pero no la convicción de que existirían eternamente. Es como si te otorgaran el rango de capitán de un ejército sin soldados. Y ese saberse vivo pero no asegurarse de estarlo para siempre, esa mutilación de una condición (la vida) que nadie había reclamado conocer, es lo que llevaba a esas personas, a esa civilización, a la más completa locura, generando creencias irracionales para intentar combatir su racionalidad incompleta. En esos años Europa guiaba sus políticas sobre la firme base del vetusto tratado de Viena, bajo cuyo paraguas las mayores monarquías europeas habían intentado establecer un equilibrio de poder tras la guerra contra Napoleón. Se pretendía detener con poco éxito las revoluciones sociales, pero se mantenía, eso sí, el predominio del 13

absolutismo monárquico en el continente europeo. Prusia había ganado poder, y se reunificaban los reinos alemanes en un intento de dar contrapeso al expansionismo francés para que no se volvieran a originar nuevos conflictos. Sin embargo, el pueblo germano quería más y soñaba con un gran estado, necesitaba mayor espacio vital. Pero todo eso daba igual, algo había cambiado para siempre, sí, y algo había a la orilla de Balbec.

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Capítulo 2: El centro de todo el mal Balbec, ese indiferente y anodino poblado; Balbec, ¿cuna de las sinrazones del siglo veinte? Hablemos del poblado Desde los acontecimientos de mil ochocientos cincuenta, fruto de esa extraña, súbita y podríamos decir, artificiosa inundación sufrida en la aldea, ese pequeño edén turístico francés se convirtió, digamos, en un lugar muy peculiar, en un emplazamiento con una singularidad prodigiosamente sobrenatural. Y es que como resultado de los demoníacos incidentes, nadie en la villa volvió a ir a la playa, nadie se atrevía. Esos incautos turistas, piensan desde entonces los habitantes del pueblo, no saben lo que hacen al caminar por el paseo marítimo, al pasear bajo los seis barrotes de las minúsculas ventanas de ese infernal edificio, de esa temible y arcaica casa que se reconstruyó a sí misma; al respirar esa humedad de un mar cuyas olas, para los que saben mirar, tienen una armonía muy poco natural. Bueno, hay alguien, un chiflado, un imprudente artista, un atrevido pintor que quiere lo imposible, que quiere hacer lo que nunca antes se hizo: crear de la nada el cuadro que nadie se atrevería a mirar. Y se atreve sin atreverse para intentar lograr su ya longevo propósito; porque creando no mira, y pintando solo bosqueja lo que no puede ver. Está el mar, sí, el mar; están las familias de vacaciones paseando, tomando el sol, locos inconscientes y pobres miserables aturdidos mientras intentan alejar la sensación de absurdo que a todos les ataca; está esa curva en el paseo por donde continúa la playa; está ese mar, ese mar con sus olas, ese mar; está el espigón que se adentra en el agua salada y que justo en esa curva divide el litoral en dos, con una zona condenada desde donde se ve la endemoniada casona que el espigón hace invisible al otro lado; y está el mar, volvemos una y otra vez a él, a esa inmensidad que dice mucho más de lo que querría decir y sufre cuando nadie le entiende; con esos pescadores, auténticos héroes del pueblo que al volver se tapan los ojos, navegando a ciegas mientras llegan hasta zona segura, ya que el destino ha querido que los peces no teman a nada y se reúnan justo en frente de la casona y del demente pintor que mira sin cesar el afectado vaivén del agua salada. Balbec, un pueblo de ojos negros, totalmente negros, que sabe más 15

de lo que cree saber; Balbec, unas calles apenas empedradas e impregnadas por la sal, por la conciencia, por la más auténtica de todas las existencias, por el más despótico de todos los absurdos. Unas casas muy blancas, un suelo muy limpio, unas palmeras demasiado reales; todo es demasiado real, muy, muy real. Cuestas que suben y bajan, caminos de arena, dunas que acechan, y todas las viviendas de espaldas a la playa. Todas. Solo los hoteles, que vinieron después, no creyeron en leyendas y se atrevieron a mirar al océano. Y solo una de las construcciones originarias de ese primer asentamiento, estando de espaldas, tiene como castigo una ventana hacia el paseo marítimo. Porque desde mil ochocientos cincuenta el resto de viviendas sellaron sus vistas y accesos a la playa. Y en esa casona, con su singular y lúgubre abertura cubierta por seis barrotes, es donde el mar refugia a sus condenados o a sus elegidos. Hablemos de la casona Dicen que en esa casa viven fantasmas. Dicen que está maldita. Dicen que fue demolida y luego, durante la inundación volvió a aparecer. Todos en el pueblo se van turnando para llevar comida. Y el primer día en su cargo el nuevo alcalde llama a la puerta y se presenta con su bastón de mando y su traje de gala, con todos sus temores a flor de piel, con la angustia por bufanda y con la mirada perdida. Suele hacer un calor muy húmedo y pegajoso. Los turistas se amontonan, es folklore y es divertido, piensan. Son raros estos pueblerinos con sus ojos de carbón, todos con enormes pupilas que ocupan toda la cavidad, y sonríen mientras lo comentan con sorna mientras les llaman “ojos de charol”. Pero las piernas del alcalde retumban maquinalmente y un frío sudor recorre todo su cuerpo. Siempre a la espalda de las olas, siempre evitando el paseo marítimo, siempre con la mirada perdida de sus quemados ojos negros, siempre por ese mismo lado del viejo, mohoso y desconchado edificio que da hacia el interior del pueblo, siempre de cara a esa puerta de madera maldita de la que nunca sale nadie pero a la que hay que alimentar. Dicen que el océano te habla, que dicta sentencias, que las olas construyen mensajes que solo unos pocos poseídos los pueden interpretar. Eso dicen los viejos del lugar, e incluso algunos conocieron a otros que dijeron que alguien conoció una vez a un tipo que descifraba y entendía esos, decía él, alaridos demoníacos, esos tormentos que esa inmensa masa de agua salada transmitía. Nadie 16

conoce si lo que surge de ese incalculable volumen son buenos o malos presagios, consejos partidistas con malos propósitos o suplicios de un alma herida; nadie sabe nada, pero todos entienden en lo más profundo de su ser que hay una presencia ahí cerca que no es como ellos y que según las habladurías conecta muy de vez en cuando con las estirpes malditas. Muchos se atreven a manifestar además que ese mar es juez y parte, que hace y deshace, que dicta sentencia cada cierto tiempo lanzándose en estampida para atraer hacía sí mismo el mal; su resaca atrapa la maldad y no la suelta, pero esto último nadie que esté vivo lo vio jamás, excepto alguien que mira a través de una pequeña ventana con seis gruesos barrotes. En viejos retablos de la iglesia los vecinos pueden ver inmensas olas atacando casas que se atreven a mirar hacia el horizonte. ¿También sucedieron estos misteriosos sucesos lustros atrás? ¿Esa inundación de mediados del siglo diecinueve fue el principio o solo la continuación de hechos anteriores? Hablemos de los lugareños Dicen tantas y tantas cosas, tantas cosas pasadas y tantas por venir, tantos miedos y tantos tormentos, tanto dolor se acumula que allí nadie es feliz, o quizás, pensándolo bien, lo son con demasiada intensidad. Viven atemorizados, viven esperando no ser atrapados por esa cosa sin saber que son parte de ella y sin darse cuenta que ya están viviendo una realidad muy distinta a la de los turistas de cada verano. Todos lo sienten pero no lo comentan con nadie; algunos se levantan y se quedan perplejos mirando los árboles, otros caminan y se quedan absortos observando sus pequeñas moradas o el reflejo de su sombra hasta que ésta es devorada por la oscuridad; y todo pasa de forma muy pausada, todo sucede muy lentamente, despacio, muy despacio, muy pegajoso, todo existe de una forma muy pastosa, muy densa y extremadamente vigorosa; en ese pueblo la gravedad “pesa”. Y miran las paredes durante horas a través de esos ojos ennegrecidos, tostados por lo real, pensando que ese muro blanquecino está ahí delante, que esa pared existe lejos de otras paredes, como los árboles, no todos, sino el que tienen en frente en ese momento, ese árbol, solo ese, ese que rompe con la palabra árbol, ese que de forma muy espesa, muy real, muy única y verdadera, está creciendo cada día y reverbera en sus cerebros con una fuerza descomunal mientras succiona nutrientes del suelo. Así se diferencian de los de fuera, de los extranjeros; esos que no son del pueblo tienen los ojos diferentes mientras que ellos solo 17

tienen pupilas, pupilas muy dilatadas que ocupan toda su cuenca ocular, pupilas que no reflejan ni un ápice de luz, ni un suspiro de realidad, pupilas que lo absorben todo y que hacen que los demás los miren raro, que hacen que incluso médicos vinieran a estudiar el caso, ya que al nacer, los bebés sí que tenían la iris y los ojos de colores, ojos que luego se van oscureciendo. Pero nadie quiso ser analizado, ¡iros de aquí!, pensaban, ¡iros mejor y no volváis insensatos! Tenemos los ojos negros, tenemos los ojos de charol, la realidad nos los ha quemado, ¿cuál es el problema? Y conforme todo ocurría, el pueblo crecía, los turistas se agolpaban, los hoteles se construían uno detrás de otro mientras el siglo diecinueve daba paso a una era sanguinolenta, mientras los años comenzaban a verter litros de sangre y kilos de vísceras en los campos y ciudades de toda Europa. ¿Casualidad?

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Capítulo 3: Las ramificaciones del mal La irracionalidad, ese extraño y vigoroso sentimiento que atenta con una lucidez encomiable contra nuestra propia forma de vida; la irracionalidad, que surge y se comunica directamente con el corazón, destruyendo a su paso modelos, ideas, miedos, culturas; la irracionalidad, a la que no le importa más que su propia condición y alcanzar un eterno reinado sobre toda voluntad, sobre todo comportamiento; la irracionalidad, verdadera expresión del Yo más radical, libertad incondicional, absoluta expansión que arrasa todo lo que, una vez se ve liberada, intenta ponerse en su camino. El por qué el siglo veinte fue una de los periodos más salvajes de la historia es una pregunta de difícil respuesta, pero si tiene alguna, habría que buscarla ahondando en las distintas capas de mantillo que se fueron sedimentando lentamente gracias a las ideas y los pensamientos del pasado. La Ilustración, la Revolución Industrial y los nuevos medios tecnológicos habían dado a la humanidad en los siglos anteriores la creencia de que la paz perpetua era posible, y de hecho, hasta la Primera Guerra Mundial, el mundo civilizado vivió en calma casi cien años desde las ultimas Guerras Napoleónicas, con pequeñas batallas muy puntuales, y nadie en su sano juicio se planteaba una confrontación global. Europa colonizaba y expandía su cultura, era el centro del mundo, garante de los preceptos de la razón y la ética universal; tenía el sagrado deber de inculcar, a fuego y metal si fuera necesario, sus principios a los pueblos menos desarrollados. Éstos necesitaban por el bien común recibir mediante mandatos la organización y la democracia que debido a su inferior condición no poseían. Era la razón, la razón más pura, era ella la que haría a esos europeos tan civilizados unos seres inhumanos, era esa razón irracional mezclada por el relente surgido de las olas de Balbec, sí, sí, de Balbec. Y mientras en Europa la civilización parecía haber llegado a límites impensables, Patrick, un joven belga criado en una adinerada y culta familia burguesa de Rotterdam que cada domingo acudía piadoso a misa dando su limosna, y que hacía tan solo cuatro meses partió a África al servicio de la empresa de su rey Leopoldo II, mutilaba sin mayor escrúpulo a Mivek, un congoleño al que cortó a machete la mano izquierda al no lograr obtener sus cuotas de caucho y marfil. 19

Patrick se marchó furioso porque su preciada camisa acabó llena de sangre. Al mismo tiempo varios soldados ingleses, amigos que meses antes habían asistido a un festival de poesía en Londres del que todos salieron emocionados, violaban, en otra zona de Africa, a Ayana, una salvaje, más parecida a un mono que a un ser humano, que momentos antes vio morir a dos de sus hijos ensartados por la misma bayoneta, cuando estaba peleando con ellos para que fueran a recoger agua. Dave, el único que no había participado en la violación, estaba indignado, muy indignado. No podía entender cómo sus amigos podían tener deseos sexuales con esa especie de simio mal oliente, simio al que dejaron tirada y desnuda abrazada al cadáver de sus dos niños. Son solo ejemplos, dan igual sus nombres, son solo personas como otras cualquiera. Volviendo al reino de la razón, se pensaba, porque en Europa se pensaba mucho, que en estos tiempos de modernidad los gobernantes podrían remediar fácilmente sus disputas usando los nuevos medios tecnológicos para hablar de forma más directa entre ellos, e incluso se creaban organizaciones internacionales como la de los trabajadores, que trascendían por primera vez a los estados y a las religiones, juntando a personas de niveles sociales similares con objetivos globales comunes en distintos países. Sin embargo ocurrió exactamente lo contrario de lo que la sacra y tan venerada lógica hacía pensar, ya que en la época de la sagrada razón, la irracionalidad comenzó a asomar lentamente la cabeza y el militarismo inició una escalada sin precedentes impulsado por una especie de orgullo racial y una visión romántica y viril de la guerra. Y es que esa misma razón tan pregonada fue la que llevó a la humanidad al desastre, sí, fue la que hizo que Darwin en mil ochocientos cincuenta y nueve nos llevara al más absoluto caos, devastación que tomó su punto más álgido en la Segunda Guerra Mundial. La ciencia, esa ciencia que tanto nos ha hecho progresar y que dio pasos increíbles para comprender al hombre, trajo consigo "una brutalización de la raza humana, como nunca antes se haya visto", como predijo Adam Sedgwick, antiguo profesor del joven Darwin. Y el mar de Balbec estaba allí en forma de transparente humedad, el mar de Balbec ayudó a Charles a escribir veloz para publicar su origen de las especies y le susurró una idea: que incluyera al hombre dentro de una teoría que solo debió ser aplicada a la naturaleza y nunca a la sociedad. Darwin dio lugar con su libro a un racismo sin precedentes, ya que no solo dividió al hombre en razas, 20

sino que habló de cómo mejorarla, lo que posteriormente otros aplicarían mediante la eugenesia. Ante Dios todos éramos iguales, pero ante la ciencia se abrían claras diferencias. Dios y Ciencia, Ciencia y Dios, caras de una misma moneda. ¿Qué llevó a Darwin, un biólogo observador de la naturaleza a derivar sus teorías también hacia la sociedad? ¿Por qué esos ciudadanos que tan orgullosos portaban la bandera de la civilización se volvieron más salvajes que nunca? ¿Por qué decidieron ver a los hombres como clasificaciones étnicas y a los pueblos como organismos que debían luchar para sobrevivir? ¿Por qué el orgullo y la demencia se expandieron como un enorme velo negro por todo el continente? Nadie lo sabe ni nunca se sabrá, y nadie supo además que mientras, en Balbec, sí, en Balbec, en ese ridículo lugar, el mar mecía sus olas de forma muy mecánica y calculada, de forma demasiado matemática. Y todo sucedió gracias a esa envenenada y lenta propagación del salado relente, relente que a mediados de los años cincuenta de ese nefasto siglo XVIII se encontró con Darwin y comenzó a jugar con él. No era tan fuerte como otros y se dejó influenciar, se dejó manejar y originó el desastre, provocando en los países la paranoia racial, una alucinación que les llevó a comportarse como animales acorralados por otras etnias que debían ser exterminadas para que prevaleciera el más preparado, el más fuerte, el que entendiera que vivir era luchar. La ley de la naturaleza y de la ciencia ahora sustituía a las leyes sociales y divinas. *** Muchos aseguran que los turistas en Balbec son carnaza, que de entre esos incautos viajeros las olas escogen a su víctima y la arrastran sin remedio hacia un maldito final. La mayoría de los que pasaron por allí partieron hacia otros lugares, llevándose de forma directa la maldición, aunque muy pocos sobrevivieron a ella. Esos extranjeros que lograron vivir con el mal en sus cuerpos fueron luego personas importantes, personas muy relevantes que esparcieron la miseria o la gloria allí donde iban. Otros siguieron siendo gente convencional convertida en puntos de apoyo para la expansión. Eso sí, todos fueron humanos que dejaron de serlo, personas víctimas de una superioridad que quemaba en sus cabezas, ¿personas?, no, no, no lo eran; no eran humanos aunque nadie lo sabía, no eran humanos porque algo intentaba comunicarse y la maldad suprema no tiene canales ni protocolos establecidos; tampoco eran animales, los animales no razonan y ellos lo hacían demasiado, reflexionaban para concluir que 21

había que dejar de pensar; eran sujetos o mejor dicho, eran entes a los que el instinto en mayor o menor grado devoró a la razón, instinto liberador, impulsos desmedidos, intuiciones de mentes dirigidas por algo que no es, pero que quería estar entre nosotros, por algo ajeno que vino para ayudarnos. A algunos solo les afectó una parte de su sensibilidad, y comenzaron por ejemplo a pintar de forma extraña, a dibujar en lienzos una realidad que solo ellos veían, con otros matices, con otra luz, con otros trazos que generaban impresiones diferentes, dando lugar a nuevas formas de entender el arte. Era ese mar, sí ese mar que se expandía, eran esas nubes que dejaban caer agua que llegaba impregnada de maldita humedad de Balbec. Surgieron de esta forma movimientos artísticos nuevos basados no en la observación sino en el sentimiento, y aquellos cuerpos mejor preparados para soportar pequeñas proporciones de demoníaca humedad, consiguieron mirar hacia dentro, muy dentro de sí mismos, descubriendo el inconsciente, lo irracional, lo menos humano. En esas condiciones, en ese entorno amoral y sobrenatural vivieron su historia Jean Paul, Pierre, Friedrich y Theodor.

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