SOCIEDAD
Domingo 18 de diciembre de 2011
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EL CARLOS PELLEGRINI s MAS ALLA DE LA PISTA
La tarde en que el glamour fue rebeldía El nuevo presidente del Jockey Club, Enrique Olivera, pidió austeridad, pero la tradición y la elegancia prevalecieron en San Isidro SOLEDAD VALLEJOS
Una fiesta como Ascot o Longchamps
LA NACION Rebeldes y glamorosas. Esta vez, el dress code no exigía el tradicional y pomposo sombrero. Pero ellas, sólo un puñado de coquetas y distinguidas mujeres, lo lucieron orgullosas durante toda la tarde. Cautivaron miradas, elogios y hasta alguna broma hecha por sus propias amigas tal como: “Dale, sacate ya la panera de la cabeza”. Pero nada las hizo claudicar en su ícono supremo de elegancia. “Es casi la única oportunidad en todo el año que tenemos de usar este tipo de sombreros. ¡Ni locas dejábamos la tradición de lado!”, dijo desafiante Connie Vallarino Lottero de Piuma, integrante del consejo administrativo de la Fundación del Hospital Dr. Juan A. Fernández y una de las 350 personas que participaron del almuerzo benéfico en el restaurante Godoy del Hipódromo de San Isidro, donde ayer se realizó una de las competencias del turf más importantes del mundo: el Gran Premio Internacional Carlos Pellegrini. El evento, claro está, excede meramente lo deportivo, y desde sus inicios y a lo largo del tiempo ha reunido cada año a los sectores más exclusivos de la sociedad, y también a los más populares. La gran fiesta hípica que se vivió ayer en todas las tribunas de San Isidro conjugó pasión, elegancia, deporte y un fin solidario: los 300.000 dólares que, en esta oportunidad, la Fundación del hospital Fernández donará al centro médico para equipar un quirófano con la más alta tecnología. “Las expectativas se cumplieron, y fue una tarde espectacular, con un clima que acompañó durante toda la jornada y una gran concurrencia de público. Nuestra labor con la fundación es constante, pero este es uno de los eventos más queridos por nosotros –comentó Miriam Bagó, presidenta de la institución que trabaja desde hace 15 años para equipar al hospital porteño. Junto a ella, compartió la mesa durante el almuerzo Enrique Olivera, el flamante presidente del Jockey Club, quien prefirió estrenar su primer Gran Premio Carlos Pellegrini con un estilo más autóctono y austero. El gran ausente fue el ex presidente del club Bruno Quintana. Sí se dejaron ver el intendente de San Isidro, Gustavo Posse, y el ministro de Turismo, Enrique Meyer. “La gran cantidad de público que se ve esta tarde hace recordar a las mejores épocas del turf. En esta edición también han participado muchos caballos extranjeros, y nos enorgullece que se aproveche el Premio para recaudar fondos para el Hospital Fernández”, destacó a LA NACION Enrique Olivera al dejar el restaurante Godoy, donde estuvo reunido con empresarios de primer nivel, embajadores y celebridades. Fueron de la partida, entre otros, el ex embajador uruguayo Alberto Volonté, el ex embajador argentino en Francia Juan Archibaldo Lanús, Jorge Lukovsky (de Aeropuertos Argentina 2000), Claudia Stad (joyería Jean Pierre) y Adelmo Gabi, titular de la Bolsa de Comercio. La presidenta honoraria de la fundación, Mirtha Legrand, llamó a Miriam Bagó y ofreció sus disculpas por la ausencia de ayer por la tarde. La diva se cayó, se lastimó la rodilla y acusó reposo.
MARIANO WULLICH LA NACION
Laura Noettinger, Graciela Blanco Igarzábal de Alvarez, María Ballester de Telecemian, Ana Otermin de Domínguez y Connie Piuma
Enrique Olivera y Miriam Bagó
Luna Paiva y Teresa Anchorena
Luciano y Mecha Miguens EMILIANO LASALVIA Y GENTILEZA HOLA
Anoche, en los bares de Francia, en los típicos bar-tabac, se consumía champagne, vin rouge y tabaco mientras por las pantallas de TV, la gramilla de San Isidro mostraba el mejor de los crepúsculos con un espectáculo casi insuperable en lo tradicional, social y deportivo: el Gran Premio Carlos Pellegrini. Es que ayer por la tarde no hizo falta estar en Longchamps, en los bosques de Boulogne, en donde se corre el Arco del Triunfo ni en Ascot, Inglaterra (el hipódromo de la Reina), para ver el King George. No, la máxima carrera de América del Sur y, una de las mejores del mundo, se corría en medio de la ciudad, en donde 300 hectáreas de inigualable verde rodeadas por edificios decó entornaban esa fiesta única. Ellas, espléndidas: las venidas del polo con caras más lindas que las francesitas; las mujeres de mediana edad, más elegantes hasta que las de los sombreros en Inglaterra y, las veteranas, finísimas. Por allí, ellos, los turfmen con infaltable corbata. También, los poleros, aunque de turf sepan muy poco y, finalmente, los burreros. Por eso, en las mesas de socios, champagne, whisky, jazmines y un lomito, y en las tribunas, paddock y populares, tostados, vino y choripanes. También, en los mejores rincones, las que pueden, con ajustados blue jeans, y ellos... no valen la pena, porque en la tercera carrera me hablaron de Dinámico, que con “Chupino” Noriega en el lomo entró segundo y pagó más de cinco pesos a placé. Hoy, algo más desestructurado en las formalidades, el hipódromo tiene la impronta que dejaron Félix de Alzaga Unzué, Roberto Vasquez Mansilla o Bruno Quintana, pero por sobre todo, la del Carlos Pellegrini, por algo, la gran carrera es así como se define.