OPINIÓN | 13
| Viernes 29 de marzo de 2013
beppe grillo. El reciente triunfo del candidato italiano denuncia los abusos de las clases dirigentes, de funcionarios a banqueros y economistas, y desnuda las fisuras de un sistema político viciado y fuera de control
La antipolítica llega al poder Alberto Benegas Lynch (h.) —PARA LA NACION—
E
n las elecciones parlamentarias de Italia del mes pasado, Giuseppe Piero Grillo (Beppe) obtuvo un apoyo electoral realmente descomunal: un 25% de los sufragios, ocho millones de votos. Beppe es un contador devenido en cómico y destacado showman de la televisión que cataliza las frustraciones de los italianos, especialmente de la gente joven asqueada de la corrupción de los políticos, de sus privilegios, sus arrogancias descomunales y sus crecientes atropellos, todo a espaldas de ciudadanos absortos con el triste y reiterado espectáculo de un bochorno sin solución de continuidad. The Economist lo tilda de “estrella naciente”, la revista Times lo menciona como “uno de los héroes en la batalla contra la corrupción política”, Businessweek sostiene que países como “Francia necesitan un Beppe Grillo” y el semanario Zona Crítica concluye que el personaje de marras “no es un cómico sino un desinfectante”. Beppe Grillo fundó el Movimiento Cinco Estrellas, al que Mario Di Giorgio –director de una señal de televisión digital en Milán– denomina “el movimiento antisistema”, establecido para lograr su cometido de llamar la atención sobre los estropicios de la clase política y administra un blog consultado por millones de personas en italiano, inglés y japonés. Insiste en que “se está terminando una época” y pretende contribuir al nacimiento de otra algo más oxigenada. Algunas de sus propuestas resultan confusas, como en materia de ecología y economía, y suele intercalar chanzas: “Si es cierto que en China todos son socialistas, ¿a quién pueden robar?”. En definitiva, en línea con las palabras de Golda Meir –“Nada es tan escandaloso como cuando nada nos escandaliza”–, lo que vale del ahora célebre Beppe no son tanto sus propuestas sino, como queda dicho, el llamado de atención sobre la debacle de las estructuras políticas del momento. La idea de la democracia complementada con la noción republicana implica el respeto a los derechos de las minorías, el recato y la sobriedad en la administración del poder, el federalismo, la transparencia, la división de poderes, la seguridad jurídica y la igualdad ante la ley en el contexto del afianzamiento de la justicia. Hoy se ha producido una peligrosa y extendida metamorfosis de la democracia que ha mutado en cleptocracia, es decir, en gobiernos de ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida. En otros términos, una burla grotesca a la buena fe de los habitantes de los países del llamado mundo libre. Cada vez más suben los impuestos pa-
ra no entregar prácticamente nada como contrapartida, mientras los consabidos fariseos de las pseudofinanzas machacan con el equilibrio fiscal no importa si los contribuyentes sobreviven al reiterado experimento. Con un poco de imaginación para salirse del brete conservador, debería prohibirse el endeudamiento público por incompatible con la democracia, ya que compromete patrimonios de futuras generaciones que no participan en el proceso electoral del que resulta elegido el gobernante que contrajo la deuda. Debería también liquidarse la banca central que siempre destruye el valor del dinero y permitirse que la gente elija los activos monetarios de su preferencia tal como se ha fundamentado en múltiples ensayos de gran calado y, entonces, que se las arreglen los gobernantes con ingresos presentes formados por los impuestos, al tiempo que deben estimularse y aplaudirse las rebeliones fiscales como signo de dignidad y autoestima cuando los gobiernos se extralimitan. Como una ilustración de las preocupaciones que surgen en el seno del Movimiento Cinco Estrellas, señalo que tal vez una de las primeras medidas de un gobierno razonable debería consistir en la eliminación de todas las embajadas con sus pompas, privilegios y mansiones principescas. La embajada es una idea de la época de las carretas, cuando las comunicaciones eran muy deficientes y había que adelantarse a los acontecimientos. Hoy, con las teleconferencias y demás herramientas extraordinarias que brinda la tecnología moderna, ese tipo anacrónico de diplomacia no tiene sentido. Con un modesto consulado es más que suficiente. Incluso para las relaciones comerciales resultan superfluas las embajadas. Guatemala no mantiene relaciones diplomáticas con China y sin embargo es el país latinoamericano que más comercio exhibe con los chinos en relación con su producto. En su muy difundido discurso ante miles y miles de jóvenes en la Piazza San
Giovanni titulado “El redescubrimiento de la condición humana”, Grillo no sólo se refirió a la pompa de funcionarios –como los embajadores y sus cortes–, sino que la emprendió contra banqueros y economistas. No es para menos si se tiene en cuenta el fraude legal que significa el sistema de reserva fraccional manipulado por la banca central que permite el privilegio de usar recursos de terceros, y cuando se producen cambios en la demanda de dinero los desfases son cubiertos por las autoridades del momento. No es para menos si se tiene en cuenta que los economistas del establishment, con el apoyo de absurdas instituciones financieras internaciona-
les, repiten a coro la necesidad de elevar la presión tributaria y la deuda, con lo que propinan golpe tras golpe a los azorados trabajadores de todos los ramos, quienes constatan una y otra vez las dádivas entregadas graciosamente a los amigos del poder, inaceptables a los ojos de cualquier persona decente. Esto así no resistirá mucho tiempo y siempre está al acecho el peligro de embestir contra un capitalismo inexistente y, por ende, acentuar los males que se pretende remediar. En este contexto es que Giovanni Sartori dice que Grillo “es un demagogo sin ideas”. De cualquier modo, debemos estar en guardia permanente si queremos preser-
var nuestras libertades. Para ello es menester trabajar las neuronas a efectos de limitar al poder. Son muchas las posibilidades, pero hay tres propuestas dirigidas a los tres poderes que son de interés debatir. Las tres propuestas pertenecen respectivamente a Friedrich Hayek, para el Poder Legislativo; a Bruno Leoni, para el Judicial, y a Montesquieu, aplicable al Ejecutivo, quien escribe que “el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia”, con lo que los incentivos operarán en dirección a proteger vidas y haciendas, dado que cualquiera puede ser elegido. Esto significa la preocupación por limitar las facultades de los gobernantes, es decir, limitar el poder que es precisamente lo que se requiere puesto que, como lo ha destacado Popper, el problema no radica en quién ha de gobernar sino en el establecimiento de instituciones “para que el gobierno haga el menor daño posible”. El antedicho proceso electoral parlamentario en Italia revela atisbos esperanzadores, en medio de la sucesión de dictadores electos como ocurre en Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, para no decir nada de la fantochada cubana y lo que viene sucediendo con un Leviatán desbocado en la Argentina que deglute a pasos agigantados los restos de la tradición alberdiana que van quedando, muy especialmente después del desfachatado acuerdo con el gobierno terrorista de Irán. La Stampa pone de manifiesto que “hemos votado el Parlamento más ingobernable de la historia”, pero estas elecciones reflejan un hartazgo saludable, lo cual constituye el primer paso para una posible rectificación en el mundo de la política convencional de la época, por más que en este caso eventualmente haya que repetir las elecciones para formar gobierno. Vivimos la crisis de aparatos estatales elefantiásicos que abandonan las funciones de brindar justicia y seguridad para internarse en faenas que auguran la demolición del derecho y pretenden convertir a la sociedad en un inmenso e insostenible círculo donde todos tienen las manos metidas en los bolsillos del prójimo. © LA NACION
El último libro del autor es Meditaciones para meditar
El tiempo económico se agota Carlos Mira —PARA LA NACION—
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l Gobierno debe producir un cambio profundo de la política económica muy rápido. El deterioro de todas las mediciones corre a una velocidad tal que, si no se actúa en un plazo corto, vamos a dirigirnos a una crisis, no como la de 2001, sino a una crisis de miseria gris y duradera de efectos más horizontales que la abrupta y vertical caída de principios de siglo. El medidor nacional de confianza –el dólar libre– se ha disparado como consecuencia de las disparatadas medidas tomadas contra el turismo, contra los viajeros y contra las agencias de viaje. El argumento oficial para aplicar el recargo del 20% a la compra de pasajes y paquetes turísticos ha sido paupérrimo: como se detectaron irregularidades en algunas operaciones, a parirla todos. Se trata de una típica reacción militar, de colimba barata. En ese sentido, el Gobierno va pareciéndose cada vez más a un cuartel y nosotros
somos los soldados rasos. Pero las variables económicas no tienen por costumbre doblegarse ante las ordenes de un gritón. Pueden hacerlo por un tiempo, pero inmediatamente empiezan a acumular tensiones reprimidas que si no son atendidas, estallan. El impacto de las últimas medidas en el dólar blue ha provocado el paradójico resultado de que ahora es más conveniente viajar afuera del país aun a pesar del 20% de recargo en los tickets. Esta muestra de inconsistencia y de franca chapucería técnica es un ejemplo en superficie de lo que está pasando en la profundidad. La recaudación por retenciones ha caído, según cifras oficiales, un 35% porque los exportadores hacen todo lo posible para retardar la liquidación de sus operaciones de venta al exterior. Se perdieron 10 mil millones de dólares de reservas. La brecha cambiaria supera el 70%. Las inversiones no llegan y las pocas que había compro-
metidas se retiran del país. La Argentina sigue en default y ya ni siquiera habla de cómo piensa pagar lo que debe. La inflación supera ya largamente el 30% aun con congelamiento de precios y las empresas se hayan en una especie de letargo viendo a diestra y siniestra por dónde les llegará el guadañazo. La Presidenta debe actuar rápidamente. La hora de los dogmas ha llegado a su fin. En su propio beneficio debe cambiar por completo su gabinete, empezando por el ¿equipo? económico y la presidenta del BCRA. Mercedes Marcó del Pont está destruyendo la operatoria del mercado, ignora los palotes del puesto que ocupa. Es, al sistema financiero, lo que Moreno fue al mercado de carnes, trigo, leche y maíz. Para emitir una señal clara, la Presidenta debe archivar de un solo golpe todo su discurso. No es “ella o vos”, como dice la publicidad de De Narváez, es “el cambio rotundo o el abismo para sí misma” lo que
debe poner en la balanza. Si no lo hace, los desequilibrios se la llevarán puesta. La otra opción es que la Presidenta no haga nada o intente “profundizar” sus ¿ideas? y el país se dirija a una economía venezolanizada con amplio desabastecimiento, serias dificultades para salir del país, militarización del régimen y una pobreza extendida con paralización económica y pérdida severa de empleos. Sin las ataduras monetarias de la convertibilidad, la tentación podría llevar a una multiplicación de la ya descontrolada emisión que, combinada con el congelamiento de precios y las múltiples regulaciones estatales para trabajar, van a aumentar la velocidad del deterioro. La Presidenta tiene delante de sí la posibilidad de demostrar si es inteligente de verdad. Si elige dejar de lado su revolucionismo pasado de moda –que sólo les sirve a quienes cobran fortunas del tesoro público–, y se concentra en salvar su presidencia
de un final paupérrimo, es posible que esté a tiempo de evitar no un desastre, sino algo peor que eso: una decadencia hacia la insignificancia y la grisura. Parecería un contrasentido decir que queda poco tiempo para evitar caer en la intrascendencia porque a la intrascendencia no le importa el tiempo. Pero a los argentinos, empezando por la señora de Kirchner, sí debería importarles. Pues bien: cambie, señora; cambie las ideas que le impiden cambiar de personas y luego, cambie a las personas. Es mejor hacer eso a que el tiempo la coloque en el lugar de las figuras sin peso de un país sin importancia al que el mundo ignora y desconocería por completo, si no fuera por el hecho de que la silla de Pedro la ocupa alguien nacido en un lugar que muchos conocieron hace una semana, no por sus logros descollantes, sino por entrar a Google Earth para saber de dónde venía el nuevo papa. © LA NACION
La secundaria pública en la que estudió el Papa Sergio Abrevaya —PARA LA NACION—
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n adolescente Jorge Bergoglio obtuvo alguna vez su diploma de técnico químico en el Industrial N° 27 del barrio porteño de Versailles. Los argentinos de entonces lucían orgullosos la excelencia de su educación pública. Perduraba la potencia pedagógica del modelo sarmientino del siglo XIX, que había establecido la obligatoriedad y la universalidad de la educación elemental primaria. En cambio, el nivel secundario de formación educativa que cursó quien sería el futuro papa Francisco no estaba universalizado. No había sido concebido para que lo cursaran todos, y además las exigencias de aprobación de cada materia seleccionaban a los que efectivamente lo culminarían. A veces la legislación concede y otorga
derechos por sí misma; otras veces las leyes son programáticas: enuncian derechos y un rumbo para alcanzarlos. Así sucede con un conjunto de derechos de carácter social consagrados en la propia Constitución Nacional. La obligatoriedad de la enseñanza media promovida por la ley nacional sancionada en 2006 no pertenece a ninguna de las dos clases de normas mencionadas, sino a una tercera categoría, muy típica de nuestra afición a los simulacros de derechos: las normas para el relato. Al universalizar el colegio secundario sin crear simultáneamente una nueva escuela media apta para semejante epopeya social le hemos exigido al viejo dispositivo escolar –organizado como espejo de una cultura y una forma de pensar al alumno que fomenta la selección y la formación de
elites– que, sin cambiar su antiguo formato, incluya absolutamente a todos. El resultado de la “norma-relato” ha sido la profundización de la brecha educativa y la paulatina extensión del modelo bipolar de escuela: una para pobres, de gestión estatal, con mayor ausentismo docente y días sin clases, y otra escuela de gestión privada –de diversas calidades– para los que pueden pagarla. Y como al puñado de colegios públicos que brindan una educación de calidad aceptable hace tiempo que no concurren chicos provenientes de hogares de menores ingresos, podemos concluir que el sistema educativo en su conjunto está operando en favor de una estratificación social con movilidad sólo descendente. Si bien la calidad educativa no depende exclusivamente, ni mucho menos,
de la cantidad de horas y días de clase, el deterioro de la enseñanza media se acelera actualmente porque el imperativo de la obligatoriedad presiona a los docentes para contener a los alumnos en el aula aun a costa de degradar las exigencias y los estándares de aprobación. Un contrasentido en un viejo formato de colegio diseñado para seleccionar. Desde ya que es valorable contener a los chicos en la escuela, pero no habrá horizonte de inclusión personal para ningún joven si lo obligamos a asistir a un colegio secundario a sabiendas de que más allá de su rendimiento finalmente será aprobado. En contraste con nuestra incapacidad o pereza para avanzar hacia el derecho a una educación equitativa, Brasil produjo cambios de fondo en la organización de su
escuela pública con una matriz de dos variables: inclusión y calidad. La norma-relato argentina no ha puesto en vigor un programa de derechos a concretarse en el tiempo. Entre escolarizar a todos en un marco de excelencia educativa y lucir una mera estadística de diplomas entregados hay una distancia infinita, como la hay entre el relato enunciativo y la consagración de una educación secundaria universal y a la vez equitativa. A tono con estos días de júbilo y parafraseando al nuevo pontífice, tanta distancia como la que hay entre predicar la cruz y cargar con ella. © LA NACION
El autor es presidente del Consejo Económico y Social de la Ciudad de Buenos Aires