Laiseca, el delirio al poder

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Libros y autores E

Por Alberto Laiseca Simurg 632 páginas $ 159

La reunión en un solo volumen de todos los cuentos del desmesurado narrador argentino permite vislumbrar los alcances de una obra original y clarividente

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Laiseca, el delirio al poder POR MARTÍN LOJO La Nacion

IGNACIO COLÓ

máquinas de guerra, un tanque y un buque-ciudad-torre de tales dimensiones –más de mil metros de largo y más de quinientos de ancho– que precisan más de treinta mil hombres para ponerlas en funcionamiento y resultan, por supuesto, completamente inútiles por su incapacidad operativa. Inventa una máquina para viajar en tornado que pulveriza a su tripulante en el viaje inaugural. Narra rebeliones militares obstinadas que condenan a la autodestrucción. Una expedición a la tumba de Tutantchaikovsky despierta la ira de la momia de Mozart, y la “escalación de la gran madera” descubre que el gigantesco monolito emplazado en una llanura arenosa no es el resto de una civilización perdida ni un artefacto extraterrestre, sino “simplemente, un lugar a medio hacer”. Cuando narra el fracaso de proyectos colosales, Laiseca logra sus páginas de mayor belleza plástica. Tal es la última visión del tripulante de la nave de “Viaje en tornado”: “En cierto momento pasó por un estanque lleno de peces color sangre, y llevóse toda el agua y su contenido. Los animales ahora giraban junto al cuerpo del titán. No habían tenido tiempo de morir y circulaban por su nuevo elemento siguiendo las trayectorias de las líneas de fuerza, como glóbulos rojos marchando en torrente por las venas”. Algo semejante ocurre con la explosión de forma y color de las plantas mutantes de “El jardín de los monstruos magnetofónicos”. Como dice el croto Moyaresmio Iseka, el objetivo es “vislumbrar la verdad a través del dislocamiento de las exageraciones”. La carcajada crispada que despierta el delirio de Laiseca es el reconocimiento de que su lógica absurda, apenas aumentada por un lente deformante, es idéntica a la de los inútiles esfuerzos de toda civilización

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por dominar el destino y vencer la muerte. El humor es un exorcismo contra el triunfo Los Sorias, su legendaria novela de seguro de la entropía y el Anti-ser. En el cuento 1323 páginas, tardó dos décadas en “Los santos”, los habitantes de una ciudad alcanser publicada. El derrotero editorial zan la gracia divina dedicando su vida a actividade Alberto Laiseca (Rosario, des inútiles, pero realizadas con minucia religio1941) tuvo una suerte errática, sa. Uno recopila hechos insólitos, otro estudia la aunque con los años su populosa obra fue viendo la luz. Entre sus magia teórica, otro lee enciclopedias; uno consnovelas se cuentan La mujer en truye, solo, la Gran Muralla China; otro, la Gran la muralla (1990), El jardín de las Pirámide. El guardián de la ciudad explica al vimáquinas parlantes (1993) y El sitante: “El error consiste en tomar a estos homgusano máximo de la vida misma bres como excepciones. Es tarea común a los hu(1999). También publicó Poemas manos, sólo que tales trabajos por lo general son chinos (1987) y el ensayo Por favor, parciales e invisibles. Le hablé de lo poderoso de ¡plágienme! (1991). la tentación. Aun así dominarla no resulta irrealizable: basta con rechazar el espejismo desértico para que la arena deje de crecer a costa de la tierra. Sin trabajo interior el hombre se convierte en santo automáticamente. No porque esto sea lo natural, sino a causa de que hoy el mundo está lleno de incentivos y catalizadores en esa dirección”. Este relato resume la ambición de la obra de Laiseca: captar tanto el horror como la belleza de los vanos, amorales e irracionales esfuerzos de la humanidad por extender los límites de su dominio. “Más allá: la nada, con todos sus abismos.”

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CUENTOS COMPLETOS

n el capítulo 131 de Los Sorias (1998), los linyeras del país de Tecnocracia, considerados “animales mágicos” por el tirano Monitor, emprenden la titánica edificación de un “Falso Bayreuth”, de mayores proporciones que el teatro original, en el que representarán la tetralogía wagneriana. Como es lógico tratándose de crotos, sus “haraposidades” utilizan chatarra, telas, arpillera, estopa, cajones para vino, velas y todo tipo de descartes. La empresa se lleva a término pero, por la precariedad de los materiales, el teatro se incendia por completo en la primera representación, al finalizar El ocaso de los dioses. Ese episodio es una metáfora precisa de los artilugios del “realismo delirante” acuñado por Alberto Laiseca (Rosario, 1941). Sus relatos toman como materia prima tanto obras canónicas literarias y musicales (Poe, Joyce, Mozart, Wagner) como “desechos” de la cultura: el cine clase B (el terror, la ciencia ficción, el policial), los best sellers, la pornografía, los dibujos animados, las historietas de superhéroes, los lugares comunes del habla y de la música populares, la divulgación científica, el ocultismo. Un punto de partida que comparte con numerosos autores locales que encontraron en el delirio un modo de escapar de la monotonía narrativa. Pero a diferencia del control que brinda el experimento vanguardista en que se amparan obras como la de César Aira, la escritura de Laiseca se pierde sin reparos en la búsqueda de una obra total y desmesurada, en la que cada acierto es el resultado de un avance arduo a través de sus obsesiones. Cuentos completos, que reúne sus esenciales tres primeros libros del género, Matando enanos a garrotazos (1982), Gracias Chanchúbelo (2000) y En sueños he llorado (2001), y agrega relatos más ligeros publicados en diversos medios o inéditos, ofrece un panorama exhaustivo de esa escritura que produce por igual la carcajada y el espanto, la fascinación y el desconcierto. En un texto de 1983, Fogwill atribuía a la obra de Laiseca las propiedades de un fractal: una forma hipercoherente en la que todos los niveles reproducen la misma estructura. Una misma morfología se repetiría en el léxico y la sintaxis, en la acción y la descripción. Tales características pueden comprobarse en un texto como “Terriblemente, ferozmente, horriblemente”, en el que el autor de Matando enanos a garrotazos responde a la mítica admonición que se le adjudica a Borges sobre ese libro (“¿qué se puede esperar de un tipo que empieza en gerundio el título de su obra?”) con una declaración de guerra: “Dedicando, entonces, éste, un mi cuento, a los enemigos de siempre. Aquí les ofrezco no sólo gerundios los tales, sino adverbios, frases germanizadas, comas antes de verbo, rimas, hiatos y disonancias de las más pura y clásica cepa roman atonal”. Con tal propuesta beligerante, Laiseca borra los límites de la “mala escritura” y crea la extrañeza de un ritmo “exótico” (cuentos hindúes, arábigos, chinos), afecto a producir colisiones semánticas como el encuentro, en un mismo párrafo, de nombres como Biko Peter Gabriel, Gancho Gelatinoso Formol y Robert McNamara. El resultado es la creación de una lengua lujuriosa y barroca “a garrotazos”, la forma ideal para narrar historias prodigiosas. Laiseca reescribe leyendas populares como la mujer sepultada viva de “La verdadera historia de la Mujer de Blanco” o el perro-rata de “El Bobi”; escribe, en “El cuarto tapiado”, un cuento de terror total que incluye fantasmas y mansiones góticas, científicos locos, tumbas egipcias y golems; crea una religión hindú de ratas mafiosas en “El poeta Charán” y mezcla casos policiales y zombis en “Perdón por ser médico”. Pero algunas de sus obsesiones se destacan y evidencian que su búsqueda va más allá de la mera hipérbole humorística. Discípulo industrioso de Sade, el maestro Lai explora torturas extremas y perversiones que estremecerían a los lectores más osados. Es ejemplar “La isla de los cuatro juguetes”, en el que una joven sometida a la represión de su madre se venga convirtiéndola en su esclava sexual, con la complicidad de su padrastro, violador y amante. Como aclara en “Trilogía misógina”, no se trata tanto de sadomasoquismo como de “horror y desesperación”, y la violencia de estos “cuentos edificantes” tiene un fondo de justificación moral que desenmascara la represión como origen de la crueldad. Las obsesiones que ocupan sus mejores relatos son, no obstante, las del poder, la guerra, la ciencia y la técnica, las fuerzas de la civilización que hacen al hombre víctima de sus deseos. Entre sus gigantografías, Laiseca imagina la construcción de