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Domingo 28 de junio de 2009
RUGBY
Una despedida inolvidable
final El acto
OPINION Santiago Roccetti De la Redacción de LA NACION
Se termina la aventura del mejor de la historia
En un emotivo partido, Agustín Pichot dejó atrás su etapa de jugador, en la misma cancha donde empezó: el CASI
Por Santiago Roccetti De la Redacción de LA NACION omo en un film cuidadosamente guionado, en el amistoso diseñado para enriquecer el instante final de Agustín Pichot como jugador, se entremezclaron sus tres décadas de relación con el deporte que ama. No faltó nada. Su trayectoria rugbística se pudo revivir en esa hora plena de emoción. Los incondicionales compañeros de la camada 1974 se reencontraron después de muchísimos años para volver a tacklear, aunque muchos físicos ya no están en condiciones para esos requerimientos. Amigos de distintos ámbitos y varias generaciones de Pumas fueron parte de la ceremonia de tributo al ex capitán del seleccionado. Dijo adiós en la misma cancha en la que empezó a jugar, cuando apenas tenía cuatro años y ni soñaba en convertirse en lo que es. La Catedral desbordó en una tarde inolvidable; cerca de 5000 personas lo ovacionaron cuando se acabó el encuentro y Mario Ledesma lo llevó en andas. Al último ruedo salió por la calle que sus invitados le hicieron, y las primeras lágrimas se le escaparon cuando aparecieron de sorpresa sus hijas, Valentina y Joaquina, para abrazarlo y darle un beso. Las pequeñas lucían una remera negra con una inscripción alegórica –con el apodo de sus íntimos y el año de nacimiento– en letras blancas: “Enano 9. Orgullo 74”. En la tribuna, Florencia, su mujer, hizo lo que pudo para no lagrimear, pero pocas veces ganó en esa lucha. A Cristina, su madre, también se le notó el orgullo: disfrutó viendo a sus tres varones con la misma camiseta. Juan Martín Hernández ejecutó el kick-off de un encuentro con reglas flexibles y dos formaciones (todas las casacas tenían el 9 en la espalda), con rotaciones permanentes. En el primer tiempo –de media hora– Agustín se vistió
C
de azul y enfrentó a su hermano mayor (Enrique); a su lado tuvo a Patricio Fuselli, el compinche de la adolescencia. Diego Albanese apoyó el primer try, y aunque no se llevó con precisión el tanteador, quedaron grabadas secuencias imborrables: su propia conquista repiqueteando desde la base de un ruck; la palomita hacia el in-goal de Pablo Iturrioz; la anotación de Eliseo Branca; el fervor de Serafín Dengra; las corridas Santiago Gómez Cora; las piruetas de Ignacio y Juan Fernández Lobbe; las humoradas de Mario Ledesma y Mauricio Reggiardo (salió lesionado de la rodilla izquierda); la desfachatez de Juan Leguizamón al patear la conversión de un try; los ingresos de Martín Gaitán, Fabián Turnes, José Santamarina... y un montón de situaciones más. Sobre el césped se brindaron felices muchísimas de las personas que él considera importantes, pero fuera del campo también lo siguió gente relevante en su camino: Felipe Contepomi (viajó especialmente desde Dublín por dos días, y vino con Shane Horgan, wing de Irlanda), el neozelandés Alex Wyllie, Marcelo Loffreda y Daniel Baetti –todos ex entrenadores de la selección–, entre tantos otros. Se respetó la rutina habitual, como si se tratara de un partido oficial. En la noche previa –estuvieron concentrados– se realizó el reparto de camisetas, el calentamiento se llevó adelante en la cancha de paleta y en el vestuario hubo charla motivadora y entrega de algunos presentes. La satisfacción se completó cuando en el último período, a Agustín, vestido de negro y blanco, lo escoltaron en la misma alineación sus hermanos, Enrique y Joaquín –marcó un try–. La ceremonia estuvo impregnada de flashes conmovedores, y Enrique entregó una elocuente descripción de la esta experiencia movilizadora: “Este fue el reconocimiento de la gente por el esfuerzo y el cariño que Agustín le dedicó a este deporte. Como hermano me siento completamente lleno, porque es un grande”.
Joaquina y Valentina abrazan a papá ante el aplauso de La Catedral; el 9 lloró como pocas veces
“De Agustín tuvieron el 100% del corazón” Pichot dijo que al rugby y a sus amigos les dio todo lo que tenía; “Llegó el momento: no puedo dar nada más”, explicó Su primo Alejo La Rana Pichot acababa de apoyar en el in-goal. Ya el partido de despedida era historia y entonces esa muchedumbre de amigos que se juntaron para homenajearlo jugando se reunió en un gran círculo para que Rodrigo Roncero, otro símbolo de los Pumas, le entregara una camiseta albiceleste. “A. Pichot”, decía arriba. “72”, abajo, por su cantidad de test matches. Y entonces Agustín Pichot se enfundó en las telas que más lo identificaron. “Es una mezcla de emociones. Estoy llorando desde que salí del Sheraton. No soy de llorar mucho, pero me emocionan algunas cosas. Muchas son fundamentales para hacerse mejor persona: mis hermanos, Juan [Hernández], mi familia, mis hijas, mis amigos, los entrenadores... Que Alex Wyllie haya hecho 20 horas de avión para esto va a quedar marcado en mí para siempre”, confió Ficha luego. Hay quienes no entienden por qué deja el rugby, su rugby, este crack aún vigente y saludable. Una vez más, el jugador insigne de la era más exitosa de los Pumas lo explicó: “El rugby me había dado todo y yo le había dado todo. Fue un pacto que hicimos cuando yo
La última función de magia: Pichot encará con decisión y lo persiguen el Puma Juan Manuel Leguizamón y Ezequiel Coulter, uno de sus compañeros de la camada 1974
era muy chico: «voy a dar siempre lo máximo, y cuando no pueda, no voy a jugar». Llegó el momento: no puedo dar nada más. No soy físicamente superior, como lo ven, pero sí una persona que siempre dio el 100% de su corazón. Mi mente y mi corazón fueron las que me impulsaron. Y a estos amigos les di todo lo que tenía. Podrán decir que fui buen o mal jugador; no sé. Pero que de Agustín tuvieron el 100% del corazón, lo tuvieron”. La cinta del gran capitán es ahora legado para Felipe Contepomi, que pese a la lesión que le impide jugar vino desde Irlanda. “Deja los botines el mejor jugador argentino y uno de los mejores medio-scrums de la historia. No me gusta la palabra «retiro», porque él siempre está. La grandeza de Agustín está también en lo que sigue haciendo fuera de la cancha. Ojalá, gracias a su nombre, el rugby argentino pronto esté incluido en otra competencia”, elogió el mellizo. Y para Roncero, ése era “el fin de una carrera brillante. También, algo triste, porque uno deja de tener al costado a un amigo, un gran jugador, un líder en la cancha y fuera de ella”.
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MOMENTOS PARA SIEMPRE En la concentración de Pilar, la noche previa al partido festivo, lo visitó de sorpresa Diego Armando Maradona. El gesto del Diez lo conmovió.
En la entrega de camisetas, junto a la nueva generación Puma: Hernández, Juan Fernández Lobbe, Albacete, Leguizamón, Tiesi y Lozada.
Co omo en los viejos tiempos: antes de enttrar a jugar, Marcelo Lofffreda le dio un preesente. Técnico y ccapitán hicieron hisstoria juntos en el selleccionado.
Primer instante cautivamente de la tarde: Pichot pisa por última vez el césped del CASI, y la multitud le rinde homenaje al ídolo que se va.
Su trayectoria en una camiseta: cuando se acabó todo, Roncero le regaló una casaca de los Pumas con su nombre y el 72, su número de caps.
Por el recelo causado al confrontar épocas o generaciones, no siempre caen del todo bien las categorizaciones. Pero no por eso se puede evadir la posibilidad de otorgarle la jerarquía que se merece. Agustín Pichot depositó ayer en el recuerdo la identidad de jugador, y en este proceso, vale consignar que se termina la aventura del mejor jugador de la historia. En el Mundial 2007, se quitó para siempre la camiseta de los Pumas. Estuvo nueve meses acuartelado tratando de que el corazón, la mente y el cuerpo se pusieran de acuerdo; cuando lo logró, le dijo que sí a Stade Français. Por culpa de un desgarro, apenas cuatro partidos duró la segunda etapa en el club parisiense, y en la conmoción de la despedida se acercó al adiós definitivo. Las circunstancias del alejamiento (por si acepta o no volver a jugar para el Atlético) serán simples detalles frente a la huella que deja. No existió nadie como él. Ninguno de sus antecesores –hubo rugbiers magníficos– le aportó a este deporte tanto como el eterno N° 9. Hugo Porta es el único con el que se lo puede comparar, pero Pichot superó la obra del ex apertura de Banco Nación. Hablar del talento es algo absurdo; los dos maravillaron, del mismo modo que sus influencias y personalidades desbordaron los límites de una cancha. Contabilizar los logros deportivos, rubro en el que el ex CASI saca una gran ventaja, aportará otra referencia, pero no se puede dejar de soslayar la influencia de ambos entre sus pares y, en ese terreno, el medio-scrum es inigualable. Porta, estrella sin par entre 1971 y 1990 –su período activo en escena–, contribuyó notablemente para que se conociera el rugby aquí, así como llevó al seleccionado argentino más allá de nuestras fronteras. Participó en hazañas extraordinarias, vestido de celeste y blanco o camuflado con la ropa de Sudamérica XV. Pichot también sabe de conquistas épicas, pero además guió a los Pumas, desde la estrategia y la filosofía, hacia la ponderación universal: estuvo en cuatro Mundiales, en uno (1995) ni actuó, pero después conquistó un 5° puesto (1999) y una medalla de bronce (2007). Ahora, va por más; en el nuevo rol de dirigente, negocia para ganar el espacio en un torneo con las potencias, y la IRB lo eligió para ayudar a convencer al Comité Olímpico Internacional de que aceptara al seven en los Juegos. En la era amateur, Porta fue excelso, pero en la actualidad profesional –realidades opuestas por completo–, el brillo de Agustín encandiló: durante doce años sobresalió en las dos ligas más importantes de Europa (Inglaterra y Francia, donde ganó dos títulos). La investidura de figura suprema de todos los tiempos le pertenece a Pichot, y razones para otorgársela sobran, aunque el intercambio de opiniones se eternice y, tal vez, no se aborde una coincidencia absoluta con otros dictámenes.
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