El último acto de Robert Vesco

25 may. 2008 - Jimmy Carter, a funcionarios del gobierno norteamericano para cerrar una operación de venta de aviones militares de los Estados. Unidos a ...
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Enfoques

Domingo 25 de mayo de 2008

LA NACION/Sección 6/Página 5

[ EL MUNDO ]

El último acto de Robert Vesco Su vida tuvo todos los ingredientes del thriller de acción: dinero, poder, política, estafas millonarias. Llegó a convertirse en enemigo público número uno de los Estados Unidos y en el prófugo más buscado por el FBI. Para eludir a la Justicia saltó de país en país y hasta planeó fundar su propio estado en una isla del Caribe, pero terminó preso en la Cuba castrista, donde murió en noviembre pasado, aunque la noticia recién se conoció este mes Por Luis Moreiro l cable de la agencia EFE está fechado en La Habana, Cuba, el 5 de mayo de 2008. “Lidia Alfonso Llaguer, última esposa del financiero y delincuente estadounidense Robert Lee Vesco, indicó hoy que su marido falleció en La Habana en noviembre de 2007, víctima de un cáncer de pulmón, y que está enterrado en el cementerio Colón de la capital cubana”. Cuatro renglones de la pantalla de una computadora alcanzaron para cerrar la vida del hombre que tuvo el triste privilegio de haber sido el enemigo público número uno de los Estados Unidos y el prófugo más buscado por el FBI. Seis meses tardó en hacerse pública la noticia y no son pocos los que todavía dudan de su veracidad. Es que, aun tratándose de Cuba, no es fácil creer que a la CIA se le pudiera haber escapado una información de tal tenor. Vesco, para quien no lo sabe, se había transformado en el prófugo más famoso tras haberse alzado, en 1972, con 224 millones de dólares que no le pertenecían, de un fondo de inversión suizo que operaba en Wall Street. Hoy Vesco, según su esposa, está enterrado en el cementerio Colón bajo un nombre ficticio y en una tumba no identificada. –¿Pero tiene usted los datos?, le preguntó el periodista de EFE a la viuda. –Claro que los tengo, yo lo enterré, le respondió.

E

Vida de película La vida de Robert Vesco se asemeja a un thriller en el que, alternativamente, se entrecruzan el dinero, el poder, la política, los negocios turbios y las drogas. Hasta donde se sabe vivió en Estados Unidos, en Costa Rica, en Nicaragua, en Nassau, en Antigua y en Cuba. Fue amigo y protegido de presidentes democráticos, de dictadores, de encumbrados hombres de negocios y de narcotraficantes de gran monta. La protección, al parecer, se mantiene aún a seis meses de su muerte. El gobierno cubano nada informa sobre ella. En los buenos tiempos de negocios, cuando aún su imperio florecía, se movía de un punto al otro del planeta en un Boeing 707 de su propiedad. Años más tarde, cuando la justicia le pisaba los talones, intentó comprar una isla del Caribe para establecer allí su propio estado soberano. El escándalo de Watergate, además de costarle la renuncia a Richard Nixon, permitió descubrir que Vesco, en 1972, había aportado clandestinamente 200.000 dólares para la campaña de reelección del presidente. A cambio sólo pedía que se detuviera la investigación de fraude que pesaba sobre su compañía financiera. También fue acusado de intentar sobornar, durante el gobierno de Jimmy Carter, a funcionarios del gobierno norteamericano para cerrar una operación de venta de aviones militares de los Estados Unidos a Libia. Años después, cuando ya vivía en Cuba y se había casado con Lidia Alfonso Llaguer, se asoció con un sobrino de Nixon y convenció a Fidel Castro para que el régimen financiara una investigación científica en la búsqueda de un remedio contra el cáncer. La operación terminó en fraude y Vesco y su esposa, en la cárcel; él con una condena de 13 años y ella de 9. Nixon Jr. la sacó barata. Después de un mes de detención fue devuelto a los Estados Unidos. A Vesco, como se dijo, el FBI lo perseguía desde 1973, cuando se desentrañó la madeja de los turbios negocios de la Investor Overseas Service Ltd. (IOS), un fondo de inversión con casa central en Ginebra, Suiza, pero que operaba en Wall Street, de donde desaparecieron los famosos 224 millones de dólares norteamericanos. Pero claro, ése no es el comienzo de la historia. A los 20 años Robert Vesco comprendió que no quería repetir la vida de su padre, un oscuro obrero automotriz de Detroit. El joven, emprendedor y simpático, tenía otros planes. Abandonó sus estudios en una escuela técnica y comenzó a trabajar en una firma de inversores en la que sólo se mantuvo hasta ahorrar los 800 dólares con los que fundó su primera empresa dedicada al negocio del aluminio. Al parecer, el emprendimiento fue floreciente y, a mediados de la década del 60, consiguió hacerse de la International Controls Corporation (ICC), una modesta financiera de Nueva Jersey que, gracias a la política agresiva y

Vesco en una foto de 1974, en San José de Costa Rica ARCHIVO/AP

En 1972, cuando era presidente de International Controls Corp ARCHIVO/NYT

“Años después, cuando ya vivía en Cuba, se asoció con un sobrino de Nixon y convenció a Fidel Castro para que el régimen financiara una investigación científica en la búsqueda de un remedio contra el cáncer. ” hostil de Vesco, fue dueña en poco tiempo de una empresa de aviación y de varias fábricas en diferentes puntos del territorio estadounidense. Su capital, dicen, rondaba los 50 millones de dólares, y él se había transformado en un playboy, un bon vivant que compraba empresas en quiebra para insuflarles dólares ficticiamente, o fundaba empresas fantasma que le permitían recoger ganancias que, rara vez ,claro, eran reinvertidas. Sus ratos libres los dedicaba al golf. Su hobby eran los relojes caros y los autos más caros todavía. El sueño americano, mágicamente, se había hecho realidad. Poco tiempo después adquirió un deslumbrante yate y su propio Boeing 707, tan lujoso que hasta discoteca incluía. Bautizó a la nave como “Silver Phyllis”. Pero el avión no era plateado ni Vesco tenía parientes que se llamaran Phyllis. El rumor de la época decía que a Vesco le había encantado la fonética de las palabras que se asemejaban a sífilis. Sus excentricidades no terminaban allí. Phil Davison, periodista del Financial Times, recuerda que cuando Vesco era un joven y ascendente empresario solía presentarse ante extraños como Jefe Ejecutivo

de la LPI. Si el desprevenido interlocutor preguntaba qué significaban las siglas, Vesco explicaba: “Looting and Ploundering Incorporated”, que en castellano sería algo así como “la corporación para el saqueo y el pillaje”. En 1970, la crisis había golpeado duro a la IOS, una financiera con sede en Ginebra que, en realidad, operaba con fondos de inversores estadounidenses no muy interesados en pagar lo que el fisco exigía por sus bienes. Sus acciones habían caído de 18 a 12 dólares y, para salvarla y salvarse, su fundador y dueño, Bernard Cornfeld, se asoció con Vesco. Dos años después el mundo –y especialmente los bancos y los inversores que confiaron sus dineros a la IOS– descubrirían que esos empresarios, juntos, eran dinamita. Se sospecha que Vesco había utilizado unos 500 millones de dólares de la IOS para cubrir los oscuros negocios de la ICC. Creó, para tal fin, empresas fantasma en toda Europa. Una, incluso, tenía como dirección postal la mismísima residencia del principe Bernardo de Holanda. El negocio, lógicamente, no podía durar toda la vida. En 1973 estalló la bomba. Cornfeld terminó preso en Suiza. Vesco, acostumbrado como

estaba a la vida disipada, decidió que el traje de presidiario no iba a sentarle bien. Prefirió fugarse para poder disfrutar de los millones mal habidos. Comenzaba, entonces, la película del prófugo más buscado. El enemigo público número uno del FBI tenía nombre y apellido: Robert Lee Vesco. Recaló en Costa Rica, país que por entonces no tenía tratado de extradición con los Estados Unidos, y allí vivió al amparo del ala protectora del presidente José Figueres. Claro que el favor algo le costó. El FBI y la CIA aseguran que Vesco “donó” más de dos millones de dólares a la Sociedad Agrícola Industrial San Cristóbal S.A. que, casualmente, había sido fundada por el propio presidente Figueres. En San José vivía en una suerte de palacio, con guardaespaldas y una flota de autos a su disposición. El presidente Figueres consiguió, por su parte, que se aprobara la Ley Vesco, cuyo único fin era impedir la extradición del prófugo a los Estados Unidos. La suerte del maleante sufrió un brusco cambio cuando la vida democrática de Costa Rica desalojó a Figueres de la casa de gobierno y el voto popular puso en ese lugar a Rodrigo Carazo. El nuevo mandatario consiguió derogar la ley Vesco. Costa Rica ya no era un puerto seguro para el timador que, en 1978, decidió refugiarse en Nassau. Con el tiempo se mudó a Antigua, otra paradisíaca isla del Caribe donde tampoco podía alcanzarlo la justicia estadounidense. Fue por entonces cuando se le ocurrió que crear su propio estado lo pondría a salvo de esa molesta insistencia del FBI y de la CIA que querían verlo de regreso en Nueva York y entre rejas. Intentó comprar la isla de Barbuda, para fundar allí el Principado Soberano de la Orden del Nuevo Aragón. Ese territorio, convertido en paraíso fiscal, le permitiría tener su propio pasaporte, mantenerse a cubierto de cualquier intento de extradición y, obviamente, volver a transformarse en el príncipe de los negocios. No pudo ser. Nicaragua era por entonces un verdadero polvorín. La insurgencia sandinista estaba en el poder y Daniel Ortega creyó que el dinero y los contactos de Vesco podrían ayudar a mantener el régimen y reconstruir el país. ¿Qué tenía que ofrecer a cambio? Protección. Está claro que los sandinistas no iban a entregar a un prófugo proveniente del país del águila opresora.

Nuestro hombre en La Habana En 1982, un ciudadano con pasaporte canadiense llamado Tom Adams llegó a la capital de Cuba en un vuelo de Cubana de Aviación. El motivo oficial de su vista era some-

terse a un tratamiento médico para curar una repetida y muy molesta infección en el tracto urinario. Unos pocos sabían que Adams era, en realidad, Vesco, y que el tratamiento –por orden de Fidel Castro– lo obligaba a internarse en una custodiada residencia de la exclusiva Marina Hemingway. Allí, aparentemente, iba a estar a buen resguardo de ojos indiscretos. Llamó la atención, sin embargo, el lujoso yate de 137 pies que el visitante utilizaba como sede de sus fiestas. Lo mismo que esos cuatro extraños caddies que lo acompa-

ñaban en sus prácticas de golf con voluminosas pistolas 9 milímetros debajo de la guayabera. La historia oficial dice que bajo la cobertura del régimen cubano pudo hacer algunos negocios en la isla. El más famoso fue el caso Trioxidal, o TX, el desarrollo de un medicamento que podría curar el cáncer y el sida, entre otras enfermedades. Los investigadores no se ponen de acuerdo en la cifra que Cuba le habría facilitado para sostener la investigación. De lo que nadie tiene dudas es de que la operación fue un fraude que le costó un juicio y una condena a trece años de prisión. Otra versión sostiene que la causa TX, en realidad, fue una pantalla para tapar la participación de Vesco en una fenomenal operación de narcotráfico que le permitía a los carteles colombianos hacer uso del espacio aéreo cubano para traficar cocaína desde Medellín a Miami. El affaire es conocido como “la causa N° 1” y terminó con el fusilamiento de encumbrados militares del gobierno cubano. Vesco, se sabe, llegó a tener contactos con prominentes narcotraficantes. El colombiano Carlos Ledher Rivas, primer extraditado desde su país de origen hacia los Estados Unidos, condenado y en prisión allí, mantenía relaciones con Vesco. De hecho se supone que Ledher Rivas, vecino del estafador en la isla de Antigua, apoyaba fervientemente la creación del Principado de Nuevo Oregón en la isla de Barbuda. Si Vesco sirvió de nexo entre colombianos y cubanos, nunca se sabrá. La justicia de los Estados Unidos nunca dejó de perseguirlo, pero no lo pudo atrapar. El embuste financiero provocó no pocos remezones en la economía pero lo cierto es que los inversores, según se dice, recuperaron gran parte del dinero que habían perdido. Imposible resulta reconstruir el camino que siguieron los famosos 224 millones de dólares sustraídos por Vesco. El periodista de la agencia EFE le preguntó a la viuda qué había sido del dinero. –Y cómo puedo saberlo yo –fue su respuesta–. Cuando lo conocí ya no tenía ni un peso. © LA NACION

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