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Le dije que ella siempre me abre la puerta —volteó a decirle a su compañera de viaje. Acto seguido, los dos entraron a la enorme casa, y no era menos bello ...
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En los sueños de Berenice Clem S. Severino

Copyright © 2015 C. S. Severino No esta permitida la reproducción total o parcial de este libro, por ningún medio, sin la debida autorización del autor. La violación de estos derechos constituye a una penalización.

Para todos aquellos jovenes que sufren por no poderse expresar y para aquellos padres que les cuesta aprender a entender.

La autora

Contenido LA FAMILIA LLUVIA DE LÁGRIMAS LOS SUEÑOS EMPIEZAN POR CASA LO QUE EMPIEZA EN MI MENTE SOÑAREMOS JUNTOS EL MUNDO DE LOS SUEÑOS EXPLICACIÓN DEL SEÑOR BENJAMÍN PÉREZ DE LEÓN REVIVIENDO TRISTES RECUERDOS MUNDO EL CAMINO MÁS ALLÁ DESPERTAD ES EL MOMENTO DE OBSERVAR OTROS MUNDOS PARA MÍ LA MENTE REFLEJA LO QUE HAY EN MI CORAZON EL SUEÑO Y LO QUE ES REAL

LA FAMILIA El señor Benjamín Pérez de León era un científico e inventor, cuya pasión era su trabajo; viviendo para el de una forma apacible. Aunque su residencia era en la ciudad capital, trabajaba para una compañía extranjera que estaba causando sensación en el mercado de la tecnología; por sus aportaciones a la misma y por fomentar la pasión de inventores y científicos de todas partes del mundo. Actualmente, se encontraba en un trabajo que consumía gran parte de su tiempo, pero en el cual tenía depositadas grandes esperanzas para el futuro. Su esposa, Camila Sálcedo Pérez de León, era su más ferviente admiradora. Habían estado juntos desde la universidad, cuando ella se sintió fascinada por una lámpara de noche de diferentes luces que él inventó para ella. Consistía en una lámpara común en forma de candelabro, sobre una placa giratoria creada por él mismo. Sostenía en cada rama una bombilla de diferentes colores, para que cuando fueren encendidos en la oscuridad causaran el efecto de una aurora boreal que daba vueltas al rededor de la habitación, en el sentido del reloj. Era algo verdaderamente hermoso de admirar y desde entonces la percepción que ella tenía del genio de su marido nunca varió. A lo largo de su matrimonio, tuvieron sólo dos hijos: Berenice, la mayor, y Oscar. Pero, como en todas las familias, cada uno de ellos tenía su propio carácter. Berenice era la artista de la familia, el talento no reconocido. Su pasión era un contraste para una casta de donde habían salido ingenieros, abogados, científicos, doctores, entre otros. Jamás hubo un artista. El mejor ejemplo de eso era su madre: mujer empresaria, exitosa y aún se conservaba joven y en forma; prácticamente con un mundo de negocios en sus manos y la cabeza de una compañía que ella misma dirigía. Sin embargo, a Berenice le gustaba el arte y disfrutaba de invertir el tiempo en leer libros y escribir historias. Fue su refugio cuando dejó de bailar ballet a los doce años y nunca dio muchas explicaciones del por qué. Le gustaba lo clásico. Su madre, en ocasiones, tenía miedo de que terminara siendo una des adaptada social; pero de igual manera, la joven disfrutaba de sus pasatiempos; sólo que por el momento se las guardaba para sí mientras veía como su hermano menor, Oscar, gozaba de las atenciones de un predilecto. Aunque decían que a los dos los querían por igual, Berenice no podía dejar de darse cuenta o de percibir, quizás con un instinto infante aun no extinto, que habían muchas esperanzas en el joven prodigio. Oscar era inteligente, el número uno de su clase; gozaba de tener una mente ágil y vivaz que lo hacían aprender demasiado rápido; en momentos demostraba haber heredado de su padre cierto talento para los inventos y de su madre la capacidad en los deportes, convirtiéndose en miembro activo del equipo de soccer de su escuela. En resumen: era un orgullo del que madre y padre se jactaban frente a sus amigos y colegas y, que en momentos, hacían sentir a Berenice algo lejos de parecerse a él. Cierto día que pactaron una reunión con unos parientes lejanos de la familia de Benjamín, en la ciudad de La Vega, salieron en familia (cosa que sólo sucedía una vez cada cierto tiempo) e hicieron del encuentro algo grato y ameno. Los parientes eran personas muy hogareñas y hospitalarias, por lo que no les fue difícil darse cuenta de que era cierto que el pequeño Oscar demostraba más agudeza mental que sus primos; los cuales estaban entre su edad. Se encontraban jugando con él en el área de la piscina mientras los otros se quedaban almorzando en la mesa que habían hecho sacar al jardín para que pudiesen compartir las ocho personas que se encontraban en aquella reunión; exceptuando a los niños que jugaban.

Por un momento, Oscar fue el tema de conversación y Berenice permanecía en silencio, sentada junto a ellos, comiendo una empanada que acababan de servirle; aunque, cuando llegó su turno de poder decir algo en la armoniosa reunión familiar, le preguntaron sobre las cosas que le gustaban y a qué se dedicaba fuera de los tiempos de estudio, a lo que ella respondió con cierta pena. — Me gustan los libros; me gusta mucho inventar historias. — ¡Baya! —dijo la tía demostrando algo de fascinación—, una escritora en la familia. Sin duda alguna debe tener mucha imaginación. — Ella es como los artistas —dijo en un suspiro su madre—, nada la complace. — Supongo que alguna vez han leído algunas de sus historias —dijo la tía intentando dar valor a los talentos de su sobrina. — Para dedicarse a leer —respondió Camila con cierto tono cansado en su voz— se requiere tiempo y, Benjamín y yo trabajamos arduamente; pero, tal vez, cuando por fin tengamos tiempo de dedicarnos a leer un libro pacíficamente, ella optará por alguna otra vocación que, sin duda alguna, la convertirán en una mujer importante para la sociedad; como cuando dejó esa tontería del baile. "Una mujer importante para la sociedad", pensó Berenice para sus adentros un tanto desanimada. Lo que fuese que quiso decir Camila, tuvo el resultado de dar por concluido el tema. De inmediato, se vieron interrumpidos por la algarabía de los niños correteando al lado de la piscina; y la joven hizo de cuenta que nada había escuchado sobre la conversación referente entre su madre y su tía, y se dedicó a reír mientras veía a sus primos hacer travesuras. Muchos intuían que era Oscar el orgullo de sus padres y, aunque no lo decían frente a Berenice, está también intuía de forma asertiva que él lo era. Aún así, disimulaba sus emociones frente a los demás y las plasmaba en papel. Escribir era su mundo y se consolaba con poder recurrir a el y a su capacidad para soñar despierta. De todas formas no podría negarse que algo de celos se habían despertado en la joven; de forma tal que, en ocasiones, sólo deseaba estar lejos de su hermano y tener ella su propio espacio; su lugar en el cual brillar. En cambio, su hermano le demostraba, de vez en cuando, lo feliz que se sentía de tener una hermana mayor con la cual contar si se metía en problemas; pero Oscar jamás se metía en ninguno; todos lo querían, todos disfrutaban de su presencia; así era Oscar.

LLUVIA DE LÁGRIMAS Un día lluvioso que ambos hermanos se quedaron en la casa, cuidados sólo por el personal de limpieza y la niñera; un hecho que se mantuvo en la memoria de todos por siempre ocurrió. Oscar estaba impaciente por salir después de más de medio día de una lluvia torrencial. Necesitaba regresar un libro de ficción que un amigo le había prestado para una de sus clases y sintió la urgencia después de que recibió la llamada presurosa de su amigo, diciéndole que lo necesitaba antes del día siguiente. Estaba en un apuro, puesto que todo el personal había recibido órdenes directas de no dejarlos salir a la calle, como cada época en que llovía tanto en temporadas ciclónicas. Para Berenice esto no representaba mucha molestia, pues tenía pocos amigos a los cuales acudir y la mayoría ni si quiera residían en el país; pero Oscar no soportaba el encierro, y menos en uno tan aburrido donde ya no tenía nada nuevo que hacer. Jamás fue amante de pasar el tiempo viendo la televisión ni jugar solo, así que la llamada de su amigo fue un alivio para él.

Lo primero que hizo, fue ir a tocar a la puerta de la habitación de su hermana con impaciencia. Ella se encontraba realizando una investigación en su computador sobre flora y fauna salvajes. — ¡Berenice! —la llamó más de una vez con notable insistencia, hasta que ella se molestó. — ¿Qué es lo que quieres? — reaccionó con cierta agresión en su voz. — Tengo que salir a entregar un libro, ¿quieres ir conmigo? — No — respondió secamente. — ¿Qué estas haciendo? — preguntó luego de un rato de silencio sin moverse de frente a la puerta— ¿Estas escribiendo? — Déjame tranquila, Oscar; me necesito concentrar. — ¡Sal con migo!— le suplicó casi en un berrinche poco propio. — No vas a salir a ninguna parte. Sabes bien que ni a mami ni a papi le gusta que salgamos con un clima tan oscuro sin necesidad. — Es que es importante. Si no lo regreso, Fernándito nunca volverá a prestarme nada. — Dile a la niñera. — Ella no me va a dejar salir solo; pero si tú vienes conmigo, seguro que me deja porque eres más grande. — ¿Por qué solo? ¿Y el chofer? — Salió a hacer las compras de la despensa…estoy desamparado —suspiró algo lacónico al final. — No voy a ir contigo a ninguna parte —fue la respuesta final de su hermana, quien sólo quería concentrarse en lo que estaba haciendo. Frustrado y molesto por no haber podido convencerla, Oscar se retiró rabeando de la puerta. Quería salir a como diera lugar. Había heredado la testarudez de su madre; así que, saldría a llevar el libro y luego regresaría. En definitiva, la casa de su amigo no estaba muy lejos; podría recorrer las calles en su bicicleta y volver a tiempo antes de escuchar los reclamos de la niñera, quien en ese momento estaba distraída preparándose un bocadillo en la cocina en compañía de la sirvienta. Al ser su casa, conocía la clave de seguridad del portón de salida de memoria; gracias también a todas las veces que había presenciado como se colocaba frente a él. Nadie se dio cuenta de que el niño salió solo. Su hermana no creyó que lo haría y la niñera no se lo esperaba. Nadie se percató de que Oscar había desaparecido hasta media hora después, cuando la niñera notó el silencio extraño que no era típico de él; siempre era un muchacho dinámico. Lo buscó por doquier sin encontrarlo. Oscar, inocente Oscar; tan impaciente, tan intrépido. Nadie pensó que lo chocaría un camión de regreso a casa. La excusa fue que las calles estaban muy resbaladizas por la lluvia; él era muy pequeño y el camionero no lo pudo ver a tiempo. Los doctores dijeron que la muerte fue instantánea al choque. Nunca hubo tanto dolor en la familia como en aquellos días. Los padres estaban inconsolables ante la resignación de saber a su pequeño muerto. Ambos se encontraban trabajando cuando los llamaron para darles la noticia y el señor Benjamín Pérez de León, ni siquiera se encontraba en el país. Necesitando un culpable, todo el peso recayó sobre la niñera. La señora Camila no deseaba ver impunidad; alguien tenía que pagar, al menos en apariencia, pues referente al peso de la conciencia, esta peor prisión se repartió entre varios, y cada uno en grados diferentes. Lo cierto es que nada volvió a ser igual; se sintió en los dos años que siguieron a ese, donde vemos a un Benjamín Pérez de León que, en apariencia seguía

siendo el mismo, pero que en su interior sentía la nieve de la pérdida. A una Camila Pérez de León igualmente apática en algunos aspectos, tanto de la vida familiar como la laboral y la social, pero sin desatender, así como decía, a su hija, a quien llamaba con más frecuencia para cerciorarse de que todo estaba bien. No podía evitarlo si había sufrido en carne propia lo que era la pérdida de un hijo en circunstancias tan inclementes. Lloraba aún al ver su fotografía sobre el escritorio y sus lágrimas le recorrían sin poderlas detener.

LOS SUEÑOS EMPIEZAN POR CASA Berenice, sin embargo, había presenciado un cambio en sí misma digno de ser atribuido a una metamorfosis personal. Cambios que los padres ven venir con la adolescencia de sus hijos. Ahora ella tenía quince años. Ya no escribía ni pasaba tanto tiempo en casa. Tenía nuevos amigos que andaban con ella; no tanto por su compañía, sino por la tarjeta de crédito que sus padres le habían regalado. Estaba siempre sonriendo con ellos. Riéndose de sus chistes así fuesen malos, como encontrando en la risa un refugio para algo. Sí, la joven estaba viviendo la vida que una adolescente normal debía de vivir; sin demostrar afectación por lo que ha perdido o dejado ir; al menos, eso era un alivio para sus padres. Sin embargo, como perseguidos por la mala suerte, las desgracias de los Pérez de León no sólo concluyó con la muerte del pequeño Oscar. Hubo un día en el que la joven Pérez de León salió con sus amigas a una fiesta. Era el cumpleaños número diez y ocho de una de ellas y ésta deseaba celebrarlo a lo grande. Ingresaron a un bar en donde no impidieron el paso a Berenice, por el hecho de ser menor de edad; por la simple razón de que su amiga conocía al dueño y, además, la señorita estaba tan maquillada y vestida con tan poco recato, luciendo un cuerpo que no ocultaba el proceso de su desarrollo hacia la madures, que sí parecía dos años mayor de lo que era, por lo que no les fue muy difícil hacerla entrar con ellos. Algunas se reunieron con sus novios en el camino y otras habían decidido esperar a la festejada en su casa, donde le esperaba una fiesta con todos sus amigos. Habían estado tomando mucho, inclusive, la joven Pérez de León, llegó a tomar unos cuantos tragos que, aunque no le complacieron mucho, era una forma de no sentirse excluida de la diversión. Finalmente acudieron a la casa donde se festejaba la verdadera fiesta para la cumpleañera. La música estaba a todo volumen y la casa llena de jovenes de entre diez y siete y veinticuatro años (con excepción de Berenice quien apenas contaba con quince). Ella trataba de divertirse a lo grande con sus amigos, y no veía razón para no corresponder a la mirada coqueta de algún galán; algo que hizo tal vez demasiado bien. No acontecieron todavía unos minutos cuando el joven con el que intercambió miradas se la llevó al segundo piso a besuquearse en los pasillos. Al principio, la joven no parecía pensar con claridad, y los pocos tragos que se había tomado le estaban haciendo efecto; como mala bebedora que era, pues, hasta aquel día, jamás había tomado ni una sola gota de alcohol, por lo que era vulnerable a la facilidad de embriagarse; pero, al parecer, por muy embriagada o liberal que se sintiese en ese momento, parecía haber algo que no estaba dispuesta a consentir y era pasar tan deprisa a tercera base y menos con alguien a quien apenas conoció ese día. — Vas muy deprisa —le advirtió ella en cuanto se vio libre de su beso. — Voy normal —fue la respuesta del joven habiendo interpretado mal las intenciones de la muchacha durante el coqueteo. Todo lo que ella sabía respecto a eso lo

había aprendido de sus amigas, y, de modo que las maestras no eran un pozo de santidad, ya se intuía el error de copiarlas y del por qué el receptor sacaba una idea equivoca de su objetivo; de modo que puede deducirse esto: lo que el muchacho quería no era lo mismo que ella pretendía. Eso ni siquiera asomaba por su mente inocente, pero en cuanto se dio cuenta de las verdaderas intenciones, su primera reacción fue apartarlo bruscamente de ella, creando un ambiente de verdadera tensión entre ambos. — Así son las coquetas —dijo en un arranque de ira el joven—; provocan y luego se hacen las inocentes. Esas palabras fueron una gran ofensa para la muchacha, que molesta estaba dispuesta a ignorarlo y bajar las escaleras a reunirse con sus amigas. Cuando se apresuraba a bajar (bien debería saberse que no es bueno que se hagan pleitos ahí) el muchacho la tomó de manera feroz por el brazo entre las personas que se encontraba bajando y subiendo. El pie se le dobló quedando a merced del tacón, provocándole una caída dolorosa donde el primer golpe fue en la cabeza contra el pasamanos de las escaleras y rodó entre choques con algunas personas. Otros por instinto se aferraron a los barandales de las escaleras para no caer junto con ella, hasta que llegó al suelo donde terminó boca abajo y con todo su cabello desperdigado y cubriéndole el rostro. El espanto que se sintió en ese momento no fue poco. Detuvieron la música de inmediato mientras el horror recorría de boca en boca de los jovenes hasta los pasillos. Berenice yacía en el suelo completamente inconsciente. Una de las amigas intentó socorrerla y no obtuvo ninguna respuesta. El miedo comenzó a recorrerlos por igual, pero más aun al muchacho que la había tomado del brazo; las manos le temblaban al ver que ella no reaccionaba. Ninguno de ellos pudo hacer más que llamar a una ambulancia. Los implicados estaban asustados. Dos de las amigas fueron a acompañarlas hasta el hospital y allí le dieron aviso a su madre desde el móvil de ella. Por segunda vez, la familia Pérez de León se hundía en la desgracia de perder a otro hijo. El golpe que la pequeña recibió en la cabeza había provocado un estado de coma del que no se sabía cuando iba a despertar. Al realizar los estudios los médicos dieron esperanzas de que el golpe producido no le había causado ningún daño grabe; que su sueño se trataba de un coma de primer grado y que quizás despertaría en unos días o en unas semanas, pero esas semanas se volvieron meses y luego años; y dominados por la impaciencia y el deseo de ponerla en las manos de los doctores más expertos, ella terminó finalmente asistida en casa por máquinas y una cama de hospital con todo lo requerido para sus cuidados, en una de las tantas habitaciones que tenían desocupadas; y una enfermera.

LO QUE EMPIEZA EN MI MENTE Dicen que las situaciones difíciles en un matrimonio sirven para traslucir lo que ya estaba mal, debía ser reparado y necesitaba de fortaleza. En este caso, parecía que sólo sirvieron para debilitarlo; como si un fuerte lazo entre ambos se hubiera roto. Si el lecho nupcial se estaba enfriando fue justo durante ese tiempo que se dio a traslucir. Apenas y cruzaban palabras, y cuando no, estaban demasiado ocupados en los asuntos de sus trabajos. El dolor comenzó a apoderarse más de su matrimonio que ellos de el. Cada quien se concentró en su propio dolor y se olvidó del otro; como una forma inconsciente de competir para ver quien sufría más. Así fue durante los tres años en que su hija aún continuaba en coma. Entre luchas intentando entender lo que les había sucedido y de por qué en un momento a otro todo

se volvió tan sufrible y doloroso; mejor prueba de eso fue cuando tuvieron una ligera conversación en la cocina una vez que coincidieron en la casa. — ¿Pasaste por la habitación de nuestra hija? —le preguntó el señor Benjamín después de un rato de silencio buscando la máquina de hacer café, y la mujer asintió tomando un trago de té de forma casi automática, y después dijo. — Estuve hablándole como siempre y creo que me apretó la mano. El hombre se encogió de hombros y dirigió su mirada al suelo, acompañado de un profundo suspiro que denotaba incredulidad; no quería ser pesimista, pero tampoco quería tener falsas esperanzas. Y tras un momento agregó. — En ese estado no creo que haiga tomado tu mano. — Es posible que ya este reaccionando. — Ya otras veces lo has creído y nunca es así. Está en coma. — En coma; no muerta —denotó ella con mucho énfasis—…al menos yo tengo esperanzas en ver una reacción… no como tú. — Sólo quise decirte que no te dejes engañar por tu mente. Que no veas lo que quieras ver. Comprende. — No puedes pedirme algo así… ¿o acaso soy la única que se preocupa porque intente despertar? — Es mi hija también y quiero que despierte. — ¿Y donde yace tu esfuerzo? ¿Sólo en tus palabras? Soy la única que se preocupa por hablarle, por intentar que haga algo. Tú te rendiste demasiado rápido — dijo dejando escapar una lágrima al sentirse tan enojada por el momento. — Yo hago las cosas a mi manera, Camila. No cometas el error de creer que porque no hago las cosas a tu manera lo que sucede no me duele. — Si te doliera lo intentarías todo —tras esto la señora Camila dio rienda suelta a sus sentimientos en un ataque de rabia, dejando salir improperios hacia su marido sin contener el dolor de las lágrimas, y agregó— tú, todos los días viajas, a Estados Unidos, a la India; al país que se te da la gana a reunirte con científicos y colegas para los inventos a los que tantas horas les dedicas. ¡Un trabajo inútil! Y en ese trabajo inútil inviertes más el tiempo que en tu hija, que espero, por lo más sagrado, que cuando despierte lo haga en perfectas condiciones. Pero en eso no es en lo que piensas, ¡Sino en ti! ¡En ti y en tus porquerías de inventos! — Antes mis inventos te gustaban —fue lo único que añadió Benjamín de forma serena, aunque por dentro se sentía humillado y dolido, dando paso después a un silencio forzoso entre ambos, pero lleno de reclamos en las miradas del uno en el otro. Permanecían callados para permanecer pacíficos y no destruir lo poco que aun les unía. Todos aquellos años sumidos en la misma amargura. Cada quien aforrándose a algo para sobrellevar la existencia. No obstante, Benjamín no encontraba una manera de cómo hacerle entender a su esposa que su hija era la justa razón por la que él se había sumergido aún más en su trabajo, incluso de manera exhaustiva. Que era su hija la razón más poderosa por la cual quería terminar su invento. Durante años, el señor Benjamín Pérez de León, estuvo trabajando con amigos y colegas de profesión acerca de la paradoja del sueño; perfeccionando un artefacto para que les permitiera conocer de manera ocular los sueños de las personas; analizarlos y así contribuir de manera profunda con la medicina moderna y la psicología. Esa obsesión empezó durante su época de la universidad, donde había escuchado la idea del filósofo Austriaco Herbert Feigl, sobre crear una máquina que le permitiera conocer los estados mentales del sujeto, basándose en la importancia del ser interior. Creía que en algo Feigl tenía razón, sólo que, en lugar de crear una máquina que sintiese únicamente las

expresiones empíricas, quería crear algo que, no solo te permitiese verlo sin sentirlo, sino también verlo como si estuvieses presente. Quería abordar ese tema al igual que muchos otros a lo largo de los años, cuyas metas han sido el de profundizar en el interior de la mente humana, sin llegar jamás a resultados concretos que puedan darse por ley. Durante años había estado trabajando creyendo que esto era posible y él quería ser uno de los primeros en llevarlo a la luz, y con el coma de su hija se volvió más una pasión personal que profesional. Creía que su trabajo podría deshacer muchos estados como el de su hija; era lo que más quería, a pesar de que otros colegas consideraban que perdía su tiempo en algo que parecía ser demasiado imposible, y delirios de ciencia ficción. La señora Camila, por su parte, no sabía que más hacer. Había recurrido a los mejores médicos del país y del extranjero para tratar el caso de Berenice, y todos le decían lo mismo: no entendían por qué un coma de primer grado se había prolongado tanto. En una ocasión, la enfermera de la joven Pérez de León, la cual era una mujer amable y hacía muy bien su trabajo, le dijo a la señora Camila, sin ninguna mala intención y de forma amable. — Ella está bien y permanece estable en las mismas condiciones en las que comencé a tratarla. Sus ojos responden a la luz y su cuerpo a ciertos estímulos. Está bien salvo por ese sueño profundo que tiene y que a veces no suelo comprender… como si no quisiera despertar. Ese comentario fue de muy mal gusto para la señora. Estaba abatida. Las noches de insomnio que solía pasar le cobraron factura; dejando de lado a una mujer exitosa, hermosa, a quien el tiempo no parecía afectar de manera desagradable, por una mujer lánguida, depresiva la mayor parte del tiempo y desaliñada. No era para menos; veía como el cuerpo de su hija se formaba durante su letargo sueño y sentía dolor y temor. Su única hija perdiéndose las hermosas etapas de su vida. Como madre creyó haber hecho todo lo humanamente posible por el bien de un hijo; y fue entonces cuando se rindió al último recurso que le quedaba y el cual no había considerado hasta que la desesperación la dominó. Los médicos le fallaron y la medicina también. Se puso de rodillas en su habitación frente a su cama; aprovechando la ausencia de su esposo encerrado en el rincón privado que era su laboratorio. Con los ojos humedecidos se sonó la garganta varias veces como sinónimo de incredulidad. — Es irónico que recurra a esto como mi última opción —reflexionó algo conmovida y apenada—. Ya no sé que hacer; lo he intentado todo para no tener que ver a mi hija pasando los gloriosos días de su vida postrada en esa cama. He hecho todo lo humanamente posible y solo me queda apelar a esto… La señora Camila jamás fue una mujer devota de ninguna religión, era de las que consideraban que ir a la iglesia era una pérdida de tiempo. "No tiene sentido ir a la iglesia", pensaba frente a alguno de sus colegas, "si todo va a seguir igual. Es mejor quedarse como uno esta". Muy a pesar de todas sus creencias, comenzó a llorar mientras hablaba, recordando en sus palabras a su adorado Oscar y de como no quería perder a Berenice también. Las lágrimas se le escapaban como si fueran grandes cataratas ante estos sentimientos encontrados; aun por muy fuerte que había intentado ser ante estas desgracias, el simple hecho de volverlo a recordar habría la herida. Mientras esto sucedía, el señor Pérez de León estaba afanoso trabajando en su máquina; realizando los ajustes que creía necesarios para su funcionalidad. Los aportes y datos científicos de sus colegas de trabajo en línea; los que lo apoyaron en su "delirio

de ciencia ficción", fueron las que le ayudaron a terminar de desarrollarlo; pues, al ser un invento personal lo trabajaba solo, en su casa. Ahora sólo le faltaba comprobar los resultados de tanto trabajo que, por lo general, el equipo de científicos hace en sujetos de prueba. En este caso, el señor Benjamín no tenía mucho con qué contar a falta de trabajar dentro de las instalaciones de la compañía para la cual trabajaba en el extranjero, y tampoco tenía el material adecuado para los análisis; pese a eso, estaba ansioso por ver los frutos de su trabajo, y estaba decidido a que esa máquina despertaría a su hija. La máquina de Benjamín era pequeña y se veía justo como un electrocardiógrafo; exceptuando solo el gran número de cables de distinto color que irían a la cabeza, el pecho y sesos. Era un poco pesada, pero de fácil exportación. Tomó la máquina en sus manos y la arrastró con un carrito de hospital hasta la habitación de su hija. De lo que pasaba en ese momento por la mente de su marido, la señora Pérez de León, no tenía ni la menor idea. Se había quedado dormida en la cama sin siquiera haberse puesto la pijama. No tenía noción de cuanto tiempo había dormido; lo que si supo fue que un divertido sonido llegó a su oído, como maracas con una mezcla armoniosa entre los tambores, violines y flautas; como música ambientalista y festiva. Al principio creyó que lo imaginaba, hasta que prestó más atención. Confundida aún por el sueño giró a ver la hora en el reloj que estaba junto a la lámpara de noche y vio que eran más de las tres y media de la madrugada. "¿Quién podría estar escuchando música a estas horas?". Suspiró profundo y se levantó a seguir el sonido para saber lo que estaba pasando. La curiosidad y la impaciencia por descubrirlo llegaron de súbito al darse cuenta de que provenía del cuarto donde estaba Berenice; donde también, veía que estaban las luces encendidas. "¿La enfermera estará despierta?", pensaba, "sería una falta de respeto si lo es". La puerta abierta le extrañó menos; puesto que se volvió costumbre desde que su hija no despertaba mantenerla así. A paso veloz se dirigió a la puerta para descubrir alguna fechoría, pero, ¡susto! Casi un grito de horror se le escapó cuando llegó a la habitación y descubrió a su esposo, con una expresión de fascinación observando a su pequeña, quien tenía un montón de cables en la cabeza. Antes de que ella pudiera articular palabra debido a la conmoción, el señor Pérez de León, se apresuró a decirle, sin cambiar en ningún momento su expresión, a pesar de la mirada de horror que denotaba en su esposa. — ¡Esa tonada viene de la mente de nuestra hija!

SOÑAREMOS JUNTOS Podían escuchar la música de manera confusa, al igual que unas voces que sonaban demasiado lejanas para entenderlas. Empero, él estaba convencido de que la máquina no los producía, sino Berenice desde su sueño. Cuando le contó esas probabilidades a su esposa, quien en un principio sólo tenía voz para zarandearlo y preguntarle qué había pasado con la enfermera, escuchó con sumo interés y después se sobresaltó de emoción; una esperanza relucía al fin. Y luego, comenzaron a notar que los sonidos iban desvaneciéndose aún más y sintieron pánico al mismo tiempo; entonces Benjamín se acercó a los cables y empezó a ajustarlos a como le parecieron haciendo que el sonido volviera a escucharse, aunque de forma algo ambigua. Ahora que estaba convencido de que podía escuchar a su hija, el señor Benjamín quería probar su otra teoría basada en su trabajo: si era posible combinar los sueños de dos personas en una secuencia que podría servir para muchos en el futuro; confiando en

las pulsaciones eléctricas que el cerebro mandaba a todo el cuerpo. Si era posible interpretar la información que esas pulsaciones mandaban, traduciéndolo con un lenguaje de computadora que pudiese descifrar el contenido de tal información, entonces sí sería posible enterarse en el mundo físico de lo que acontecía en la mente humana; pero si lo hacia él no habría quien atendiera la máquina; de modo que debía hacerlo la señora Camila, quien no opuso ningún tipo de resistencia; al contrario, también lo presionó para que la dejara hacerlo. Si había algo de verdad en las fantasías que decía su esposo sería una oportunidad para comunicarse con ella. Hizo todo cuanto él le dijo sin discernir la inseguridad en la voz de él sobre los posibles resultados que podría tener. Ella sólo era una madre desesperada por volver a ver a su pequeña, y nada más le importaba. Sin más preámbulo, Benjamín fue por unos calmantes al botiquín del baño; unos que tomaban ambos últimamente para poder conciliar el sueño, y se la dio a su esposa para que se quedara dormida. Encendió la máquina, en lo que la señora Camila sentía los parpados cada vez más y más pesados debido al sueño. Cuando ésta abrió los ojos estaba en un lugar desconocido. Era como un desierto, pero no hacia calor ni se veía el sol; tan sólo era de día. También tenía ese tipo de sensación extraña que sólo puede darse en un estado fuera de la realidad; con todo y eso, ella sabía donde estaba; muy a pesar de que nunca había estado en un lugar como ese. No reconocía nada; solamente sabía que lo conocía, lo que nos hace saber que aquel lugar era parte de su propio sueño.

EL MUNDO DE LOS SUEÑOS Primero, estuvo en un estado inactivo por cierto tiempo hasta que sintió la necesidad de moverse. El señor Benjamín permanecía del otro lado susurrándole suavemente al oído lo que tenía que hacer: encontrar a su hija en el sueño. Palabras que ella ejecutó como si fuesen órdenes y salió sin rumbo, sin saber exactamente a donde iba. Caminó hasta encontrar una puerta y casi tambaleándose por un desequilibrio extraño, la abrió y no pudo evitar su sorpresa al encontrarse con un paisaje por completo distinto al desierto de su mente; era algo increíble. La sorpresa estaba en la forma en como podían percibirse los detalles minuciosos de aquel mundo; podía distinguirse el claro de un hermoso cielo azul, de las matas de guayaba y limoncillos, las nubes, el panorama. Eran imágenes tan detallistas que parecía el lienzo de una pintura del Prerrafaelismo ingles, cuya obra más destacada era "La muerte de Ofelia" por John Everett Millais; en homenaje a la obra de Shakespeare. Sólo por eso no se confundía entre estar dormida o despierta. En ese estado de semi aturdimiento atravesó la puerta. Caminó sin fijarse hacía donde iba, guiada por la fascinación de ver un paisaje tan hermoso. Fue entonces cuando se percató que, justo a su lado, había un hombre de baja estatura, barbudo y con un sombrero de paja, entrando algo que parecía ser diamantes, de una carretilla de minero a un saco. Camila se sorprendió de tan extraño ser que no parecía darse cuenta de su presencia concentrado en su trabajo. — Disculpe —sonó la garganta dos veces intentando llamar su atención—, ¿dónde estoy? El enano le respondió sin desviar la atención de su trabajo. — En Santatierra. — ¿Santatierra? —repitió ella con gran grado de estupefacción— ¿Dónde es eso?

— Más allá de las colinas, de las montañas… estás en el —continuó el enano, cargando su saco de diamantes para colocarlo sobre su carreta, y se iba arrastrándolo con tal fuerza que Camila se sorprendió de que un ser tan pequeño tuviese tanta. Ella tomó la decisión de seguirlo y no se equivocó al hacerlo; el pequeño ser la guió a lo que parecía ser una aldea, con sus tejados y casas al estilo medieval y colonial. Se sorprendió al saber que había gente reunida en una divertida fiesta y, de inmediato, reconoció el sonido que había escuchado a través de la máquina; ahora entendía de donde provenía; de una fiesta digna de un rey, con la participación de niños, jovenes y adultos que no había visto en toda su vida. Ahora comprendía con total asombro de donde provenían las risas y las voces confusas. La señora de León observó todo con determinación y cierto asombro fascinante. Se le hacía increíble saber que estaba viviendo un sueño; y de pronto, allí la vio: bailando en el centro de la fiesta con gran alegría, hasta el punto de reír a carcajadas como nunca lo había visto. Berenice, feliz, riendo de forma amena y, a su alrededor un sin número de jovenes que interactuaban con ella como si fuesen íntimos amigos; aunque no fue esto lo que más impactó a Camila, sino cuando se dio cuenta de quien era el pequeño compañero de baile de su hija; el pequeño Oscar. Tenía una hermosa corona de oro y perlas preciosas sobre su cabeza. Estaban sonriendo el uno al lado del otro. La emoción que sintió fue tan fuerte que sin percatarse se despertó llorando del estado. Era de día.

EXPLICACIÓN DEL SEÑOR BENJAMÍN PÉREZ DE LEÓN El señor Benjamín tuvo que despertarla porque los sollozos de su mujer comenzaron a preocuparle. A ella le faltaba el aliento para articular palabra alguna. Un inmenso dolor cubría su pecho y solo cabía el espacio para llorar; como si se ahogara en ellas con total centralización. En cuanto tuvo las fuerzas se puso de pie y se dirigió a grandes zancadas a la habitación que fue de su pequeño Oscar. Habían donado la mayoría de las cosas de él dejando la habitación casi en una completa desolación, pero en algunas cajas se conservaban ciertos recuerdos suyos. A esas cajas se dirigió su madre; sacando algunas prendas que le pertenecieron cuando él tenía cinco y seis años, para abrasarlas con nostalgia y dejar escapar en ellas todas sus lágrimas. Al presenciar aquella actitud de Camila, el señor Benjamín no tuvo mas remedio que permanecer en silencio, adoptando una actitud comprensiva. Estuvo viéndola llorar por más de una hora sentado en el suelo, a un lado del marco de la puerta, hasta que por fin ella sintió los ánimos de poder hablar. — Estaban ahí… Oscar; mi pequeño Oscar — decía entre sollozos, tumbada sobre la cama de la habitación, y el señor Pérez de León de inmediato comprendió que ese era el momento de ir hacia su esposa y abrasarla con todas sus fuerzas. Cuando Camila volvió en sí, se dio cuenta de que los dos se habían quedado dormidos sobre la cama. La tarde ya estaba más avanzada. El señor Pérez estaba tan dormido que no se dio cuenta cuando ella retiró lentamente sus brazos de sobre sí y se levantó de la cama para no despertarlo. Ella parecía tener muchas cosas que pensar y todas rondaban alrededor de su vida familiar. Seguía somnolienta, pero el agobio la inquietaba, y antes de darse cuenta ya se encontraba abriendo la puerta de la habitación de Berenice, la cual era vecina del frente de la de su hermano. La señora Camila había procurado que su cuarto permaneciese exactamente igual que antes de que ella cayera

en coma. Tenía la esperanza de que cuando su hija despertara sintiera que nada había cambiado. Tuvo el impulso de ver entre sus cosas para impregnarse de ella y de sus recuerdos agradables. Su pequeña estaba feliz en el mundo de sus sueños y con su hermanito Oscar vivo en ellos; una evidente señal de que lo echaba de menos. Se sentó frente al escritorio mirando los libros que estaban encima, y por vez primera, tuvo otra percepción sobre los gustos de su hija. Antes los consideraba algo aburridos o in entendibles, en especial después de que inesperada mente dejara el ballet cuando antes era lo único que respiraba. Ahora los veía como la representación de todo aquello que su hija creía: historias de caballeros medievales, biografías de escritoras celebres, y pósteres de mujeres exitosas alrededor del mundo; libros de los mas celebres escritores de latino América y Europa. Todos ya muertos. Entonces fue cuando posó su vista en un cuaderno que le era conocido. En ocasiones había visto a su hija cargarlo a todas partes. Tuvo curiosidad de saber por qué, en un principio, pero cuando ella le contó lo que escribía en el, en su fuero interno, perdió la curiosidad de saber qué tanto escribía. Suponía que eran cosas de niños y ella tenía muchas cosas en que pensar para seguirle el juego. Actualmente, ante la ausencia de la escritora y el deseo de retener su recuerdo, sintió ese apremiante deseo de indagar sobre a lo que su pequeña le dedicaba tanto tiempo de su vida. Lo tomó y al abrirlo dejó caer un afiche. Era sobre un concurso de escritores organizado por una editorial muy famosa, cuyas elecciones estarían organizadas para tan sólo un par de meses. Tal vez estaba interesada en participar. Camila suspiró hondo, llena de remordimientos al ver ese afiche y, sin retrasar más a su curiosidad se dispuso a leer el cuaderno. En ese acto la encontró el señor Pérez de León cuando se despertó y salió a buscarla. Estaba sumida en su lectura cuando, después de unos segundos, se dio cuenta de la presencia de su marido. — Nuestra hija hace buen uso de las palabras —le dijo con una sonrisa forzada, mientras él permanecía recostado del marco de la puerta con ambas manos en los bolsillos del pantalón de tela—… me encontré con éste personaje cuando entré a su sueño —le señaló girándose a mostrarle el cuaderno y el dibujo de un enano que se encontraba en el borde—, se llama Mateo, "es un minero de diamantes que trabaja para el pueblo y se encarga de hacer con ellas joyas exclusivas para quien le agradece con su gratitud, y alimentando su ego al ser el mejor joyero de todo el país" — dejó de citar las palabras—, con eso le basta… la historia es muy interesante. Tiene otras pero creo que esta es la que más le gusta porque le ha hecho numerosas modificaciones a lo largo del cuaderno… en la más reciente habla de Oscar. Hizo una historia en homenaje a su hermano… se refiere a él como el ser más importante y especial — hizo una pausa para enjugarse las lágrimas—… el ultimo párrafo no esta terminado; me dejó con la curiosidad… — ¿Cuántas historias leíste? — preguntó Benjamín con una mirada tierna y voz suave. — Todas —afirmó—. Las nueve. — ¿Leíste nueve historias en tan solo unas horas? —le preguntó Benjamín. — Es que son muy buenas... se expresa con un lenguaje tal que no parece escrito por una joven de catorce años en ascendencia... lo que me gustó más es que, por ejemplo, a esta le hizo una dedicatoria muy personal; como éste que fue el que más me dejó pensando. "muchas personas dicen que ser joven es la época mas hermosa de la vida; te aconsejan que vivir es la mejor manera de afrontar al futuro, y no digo que mientan por decir eso; pero algunas personas, sin darse cuenta, hacen que disfrutar de ese tiempo de

vida se sienta difícil; escondiendo su belleza sobre capas de inconformismo que pueden terminar opacando nuestro brillo natural. Por ejemplo, fuera de escribir no encuentro una mejor manera de ser escuchada y expresar las palabras que tanto deseo expresar; debe ser porque al hacerlo puedo escuchar mi propia voz y dejar salir todo aquello que sabe quemarme por dentro. Es por eso que escribo, porque es mi manera de decirle al mundo que existo, a si como lo es el destacar la tuya. Y, aunque para muchos este "yo" no signifique nada, para mí vale tanto como si una persona muy especial me hubiese dicho que esto es lo mío. No quiero aburrirte con palabras tan largas solo para decirte: "que voy a intentar que esas capaz de inconformismo no opaquen lo único que tengo para poder brillar". Atentamente: Berenice Pérez de León". Luego, Camila se quedó en silencio; como si estuviese meditando. Ante tal situación, el señor Benjamín agregó, tocado por aquellas palabras que consideró inmensamente profundas. — Admito que nuestra hija tiene más temple que cualquier niña de su edad. — No es que tuviera temple o no —replicó su esposa—, el asunto es que es una niña. ¡Nuestra niña! ¿A ti te parece que su conducta es una conducta normal? ¿Te parece que ella siempre haya sido así... o nosotros la hicimos así?... todavía me acuerdo cuando era pequeña. Era feliz, sonreía mucho y después de un tiempo sólo lo hacia en ocasiones... después de que Oscar murió la vi con amigos, la vi salir, sonreír, ser feliz... ¿y le pasa esto?... acabo de leer todo esto y me doy cuenta de dos cosas, Benjamín. La primera es que no creo que haiga pasado con mis hijos el tiempo suficiente para conocerlos. Hay cosas aquí que ni siquiera sabía de mi propia hija. Ni yo conocía esta... manera que ella tiene de ver la vida. Si hubieras leído todo esto como hice yo, te darías cuenta de qué hablo. Benjamín le tomó la palabra y luego añadió desviando la conversación a uno de sus temas predilectos, intentando distraerla de la inmensa tristeza que veía aproximarse si continuaba dándole vueltas al asunto. — La mente humana es un misterio; por esa razón es que me obsesioné con el estudio de la mente suspendida, un área que no muchos han logrado dominar. La mente de ella también parece un tema interesante. — No te entiendo. — Como sabes, esta es la primera vez que uso mi máquina y no estoy muy seguro de los efectos que pueda causar si no se les hacen las pruebas debidamente necesarias. A lo que me refiero es a que existe una barrera entre lo que puede ser real y lo que no; el mundo que nos rodea o el conocimiento de nosotros mismos; un solipsismo; es decir, la fuerte creencia de nuestra propia existencia. Hasta ahora solo es una idea. Una ves que tú dudas de todo menos de ti, en mi opinión, vas en buen camino, pero cuando el ser ya no difiere de lo que es real y lo que no, duda incluso de su propia existencia y es incluso cuando su propia salud mental esta en riesgo; ése es mi miedo. Según los expertos que atendieron a nuestra hija quedaron de acuerdo en que ella respondía a los estímulos realizados medidos en la escala de Glasgow, la medida inventada por Teasdale en 1974; por lo que determinaron que su coma era de primer grado. Lo raro fue que no respondió a ninguno para poder despertar. Está sana. El golpe no fue grabe, pero aun así no responde; ahí es donde científicos con mis metas entran en escena. ¿Qué es el sueño? ¿Que es soñar? Para Hipócrates eran reveladores del estado de la salud; juzgaba que tan bien o que tan mal podía estar una persona dependiendo de lo que soñaba. Para Platón, eran las formas de manifiesto de los deseos ilícitos censurados por la propia mente y liberados durante este estado. Dichos ejemplos de su teoría se muestran en su celebre "mito de la caverna", donde se encarga de poner en tela de juicio lo que para el hombre

es el conocimiento. Para Sigmund Freud, menospreciado durante los primeros años de su investigación sobre el estado de la vigilia, difería con la opinión de Platón. Creía que los sueños eran imágenes de lo deseado que se presentaba en el estado de sueño; lo mismo que con Sócrates, y que ni te diga de Descartes, para quien era más bien como la manifestación de una duda de lo que es lógico y metafísico. Lo expreso mejor empleando sus celebres palabras: “tal vez el mundo no existe en realidad; lo único que es cierto es que yo pienso que el mundo existe”. Yo lo describo como "el estado de la locura". En 1862, Jules Baillarger, neurólogo y psiquiatra francés, hizo una observación muy interesante en la que destacó: "El hombre que sueña reconoce como suyas ciertas ideas, y atribuye otras a un ser extraño; de ahí, las conversaciones que tenemos tan frecuentes durante el sueño". Pero ninguna de estas teorías fue más curiosa que la de Samuel Aun Weor; él veía el sueño como la oportunidad de abandonar el cuerpo de manera astral. Se refirió a nuestro propio cuerpo como una prisión llena de valores, por así decirlo, virtudes; y que cuando lo abandonamos somos capaces de experimentar todo tipo de sensaciones sin ningún tipo de censura; ilícitas o no si estuviéramos en nuestros cincos sentidos. Hacer todo lo que nuestra moral no nos deja hacer y al volver al cuerpo, regresamos a esa prisión teniendo esa sensación de que tuvimos un sueño borroso que muchas veces no logramos recordar y en la mayoría de los casos si se pueden revivir dependiendo de si se prestó atención a las imágenes cuando estaba en ese plano astral. — Hay muchas teorías. — Y todas tienen razón si los ves partiendo de todos sus ángulos para un fin: “el bienestar de la mente en el estado de vigilia”. Para muchos soñar significa algo. Abarca desde las ciencias hasta la religión, donde le daban un significado profético, usando como ejemplo las historias de José o Daniel. Abarca el mundo de las artes. Soñar es como vivir una segunda vida donde puedes ser libre o puedes descubrir lo que te hace esclavo. Para mi, si puedo decirlo así, todos tienen razón. Yo veo los estados del sueño como capaz; una detrás de otra. Donde hay un sueño primario, luego otro secundario, otro terciario y así sucesivamente... y mientras más atraviesas ésas capaz, en un estado de sueño más profundo vas cayendo. Pedro Ouspensky decía que el ser humano vivía únicamente en el estado de sueño normal y el de vigilia; pero, ¿dónde quedan las personas con un coma como Berenice? ¿Pasa algo o no por su mente mientras esta desconectada del mundo real? Preguntas como esa hace que nos cuestionemos que tan importante es lo que te rodea en esos momentos. Por ejemplo, según mis investigaciones, si los sueños realmente están en capaz puede decirse que el primer sueño es el que soñamos todos mayor mente: imágenes sin sentido, recurrentes, que no te afectan en absoluto porque tu propio cuerpo te dice que estas durmiendo, que el mundo y las imágenes que te rodean no es real, por lo que no hay mezclas de sentimientos profundos de ningún tipo. — ¿Y las otras capaz? —preguntó Camila, atrapada en las explicaciones de su marido. — Todavía no estoy seguro de responderte hasta que mi trabajo no este terminado. Pero estoy muy convencido que mientras más profundo, más involucrado esta tu cerebro y por tanto también tu cordura. De esta manera, el señor Benjamín despertó una fuerte curiosidad en su esposa acerca de su trabajo y de las opiniones médicas y filosóficas que tenían científicos y filósofos acerca de la teoría de la mente, la funcionalidad del sueño y las diferentes teorías. Y se dio cuenta de que esa clase de temas eran muy complejos y al mismo tiempo muy interesantes.

REVIVIENDO TRISTES RECUERDOS Después de lo sucedido, el señor Benjamín decidió analizar la máquina por si algo no fuese a salir bien, mientras Camila decidió distraerse dando una visita al malecón de la plaza central. Había faltado unos días al trabajo, pero no importaba mucho, pues al ser la cabeza tenía la comodidad de hacerlo también desde casa. Sentía que tenía tanto en que pensar, pero a la vez sentía algunos remordimientos. Ansiaba que su esposo retocara la máquina para volverlo a intentar, no estaba dispuesta a permitir que la única esperanza que tenía de volver a ver a su hija se convirtiera en nada. Vio a algunos niños jugar en el parque e ir de paseo con un adulto, cuidados por damas jovenes y de pronto, de forma inesperada, le llegó la imagen menos pensada a la mente: la niñera. Le habían condenado a dos meses de prisión por lo que ya era libre. La señora se quedó observando a aquella mujer que se encontraba a la distancia y luego la reconoció. Era la niñera de Oscar. Ésta levantó la vista al tiempo en que se encontró con la mirada de sorpresa de la señora Camila, y luego fue a acercarse. Por un momento Camila pensó que se acercaría a ella con mala intención, o que al menos la ignoraría; sin embargo, el gesto de la muchacha la sorprendió aún más. La saludó y le preguntó por su familia como si nunca hubiera pasado nada. Al principio, la señora de León no salía de su asombro y no podía articular bien las palabras que le siguieron; se aclaró la garganta un poco y le contó algunas cosas de las calamidades que le habían precedido desde la muerte de Oscar hasta llegar a concluir serenamente. La antigua niñera hizo una expresión que parecía ser de alguien que sintiera lastima. "Hipócrita", pensó Camila,"debe estar algo alegre en el fondo. Por culpa de nuestra familia fue que estuvo en la cárcel". El muchacho se les acercó. Era mucho más alto que ambas damas; debía tener algunos catorce o quince años; pero, por su altura, podía fácilmente pasar por un chico de diez y nueve. La niñera lo tomó de la mano y lo presentó con una sonrisa — Este es mi hijo, Javier —al principio el joven se mostró algo apático en cuanto supo quien era la mujer de pie frente a él, y no era para menos; por su culpa su madre había pasado dos meses en prisión mientras esperaba la sentencia que la declaró inocente. Todos aquellos problemas gracias a las influencias de la señora Pérez de León. En aquél entonces, Camila estaba furiosa y quería que la cabeza de alguien rodara, pero ahora que algunos años le habían pasado por encima a aquél terrible día, le parecía que obró de una forma tan precipitada que culpó a una inocente de algo que, incluso a ella le hubiera pasado; ya que no ignoraba que Oscar había sido también muy travieso. Cuando ella abordó ese tema frente a la mujer, no pudo evitar conmoverse hasta el punto de llorar. No quería tener que hablar de ello, pero al reencontrarse con aquella mujer se le removieron las entrañas y creía ver lo cruel que había actuado con anterioridad. — Yo soy madre —fue lo único que se limitó a decir la niñera a punto de llorar también—, yo quería mucho a Oscar y a Berenice, que espero que pueda recuperarse pronto. Le aseguro que si hubiera sido mi hijo al que le hubiere sucedido ese accidente, yo también hubiera obrado impulsada por el dolor que nubla todo conocimiento. A estas le prosiguieron otras palabras más dulces y finalmente, Camila soltó sollozos sin avergonzarse tanto de que la vieran en un estado tan vulnerable. Pensaba que ya nada le importaba; aunque todas las palabras de aquella mujer la hicieron sentirse un poco mejor en cuanto a las culpas que la atormentaban. Era grato saber que no le guardaba rencor.

Cuando la señora regresó a casa descubrió a su esposo hablando por el teléfono de la sala acerca de la máquina con uno de sus amigos extranjeros. Debía ser uno de los americanos, porque estaba hablando en ingles; aunque no era garantía de nada, pues también hablaba ingles con sus amigos de la india y Alemania a pesar de que hablaba sus idiomas también. No interrumpió la conversación y continuó de largo hacia la habitación donde estaba su hija. Recostada del marco de la puerta, la contempló con las máquinas conectadas a ella; su permanencia inmóvil, sin hacer ningún movimiento. Cuánto deseaba verla despierta, contenta y hablando. Luego, se dirigió a su despacho; como buscando algún lugar en la casa donde poder calmar su inquietud. No conciliaba la tranquilidad. Encendió la computadora y se puso a navegar en Internet. Lo primero que le vino a la mente fue investigar acerca de las paradojas del sueño y de la creencia de lo que se suponía sucedía en cuanto cerrabas los ojos; luego quiso investigar más a fondo y, sin haberse dado cuenta, había permanecido más de cuatro horas investigando sobre el asunto que le intrigaba y también le asustaba. La escala de Glasgow (tal y como lo había dicho su marido) era la medida más utilizada por los médicos para determinar el grado de coma de un paciente por medio de ciertas respuestas motoras (el nivel de conciencia). Descubrió que mientras más avanzado era el número dentro de la escala, más fallas había en las respuestas motoras del paciente comatoso. Por ejemplo: el coma tipo uno, mantiene el mayor número de respuestas motoras, desde el estimulo de los ojos, sensibilidad al dolor, al movimiento de las pupilas. El coma tipo dos, mostraba más inquietud en los movimientos, desorden al dolor y mantenía la vista fuera de su órbita. El coma tipo tres, no mostraba reacciones oculares, siendo estas débiles y sin ningún signo de sensibilidad a los estímulos; abriendo paso a los dos estados más temidos; el estado vegetativo, donde toda reacción motora es nula, y el ultimo nivel, que corresponde a la muerte. El señor Benjamín intentó interrumpirla preocupado en dos ocasiones, pero ella objetaba con tanta frialdad que él no tuvo más remedio que retirarse sin éxito. Se enteró de casos en los que un paciente en coma, en lugar de mejorar, muere; otros pasaban más de treinta años sin despertar y, en el mejor de los casos, si despertaban, podían hacerlo con algún tipo de disfunción o estado parapléjico. Tenía miedo de que algo semejante le ocurriera a Berenice; y mientras más leía más se lamentaba de que salir de un estado de coma no fuese como lo pintan en las películas: milagroso y rápido. Camila tomó una resolución en su corazón mientras leía. Tenía el valor para levantarse y buscar a su marido dentro de la casa. Lo encontró acostado en el sofá cama y le dijo de forma seria y tajante. — Quiero hacerlo de nuevo... y esta vez no quiero despertar hasta que no valla a regresar con mi hija. El señor Benjamín al principio no dijo nada, se limitó a un estado de estupefacción, pero después reaccionó con una negativa alegando que sus amigos colegas estaban interesados en ver la máquina para estudiarla y asegurarse de que fuera segura; pues el prototipo aún no era confiable sin haber pasado por las pruebas de rigor. Sin embargo, ella estaba más decidida que nunca y obstinada respecto a ese tema. El señor Benjamín estaba seguro de que nada la haría cambiar de opinión; pese a eso, tenía miedo. Lo que le estaba proponiendo su mujer era muy peligroso. Hubo una discusión más fuerte que nunca entre ambos, como jamás había ocurrido desde el día que se casaron, y una de las mechas fue cuando Camila, guiada por la ira le gritó. — ¡Me demuestras que tu hija no te importa en lo más mínimo cuando te rindes demasiado rápido!

Fue como un golpe al corazón del hombre, pero finalmente los gritos cesaron y él terminó cediendo a la voluntad de su mujer. Prepararon todo para que el sueño fuera lo más duradero posible: un sofá cama al lado de la de Berenice y unos sedantes que Benjamín consiguió de un amigo medico; recibiendo también sus instrucciones previas para aplicarlo sin causarle ningún daño. Los dos estaban conscientes del posible riesgo; con todo, no había marcha atrás. Camila se colocó en el sofá en completo silencio y el señor Benjamín procedió con el protocolo anterior. La sedó y esperó a que empezara a dormirse para encender la máquina. El suero hizo su efecto. El sueño comenzó a dominarle de tal forma que todo se vio borroso. Los parpados se le hacían más y más pesados a cada minuto y antes de que pudiera darse cuenta estaba soñando otra vez.

MUNDO Despertó sorprendida sobre la mesa de su cocina; se había quedado dormida después de haber tomado tanto té, y de la discusión que tuvo con su esposo. Se sentía tan fuera de lugar que pudo jurar que no se dio cuenta en qué momento se había quedado dormida. Se encontraba bostezando cuando se dio cuenta de la figura de un niño que corría por los pasillos. Se estremeció al contemplar la escena una segunda vez. Era la imagen del pequeño Oscar corriendo por los pasillos como lo hacia antes de fallecer. Entonces todo vino a ella como una sacudida. "Estoy soñando". Le parecía increíble, pero Oscar estaba allí y ella sabía que en su verdad él ya no estaba; aunque le fue un poco complicado separar lo que era ilusión de lo que era real. Por un momento se sintió tentada a seguir aquella imagen mientras sentía su corazón oprimirse de nostalgia. Aunque algo le recordaba lo que tenía que hacer. Era el señor Benjamín susurrándole del otro lado para que encontrara la salida de su propio sueño. Nuevamente no escuchaba su voz, pero lo entendía como su deber, y se dispuso a abrir las puertas del pasillo para encontrar la salida. Sin éxito abrió puerta por puerta, hasta muchas que le eran desconocidas porque jamás habían existido en la casa. Es bueno recordar que en los sueños todos los panoramas cambian. La arquitectura misma crea cambios alternos a la realidad. Así fue durante unos minutos de sueño, hasta que al fin se encontró con una puerta inexistente bajo la escalera. Valerosamente se acercó a ella y la abrió, encontrándose con un panorama similar al que había visto la vez anterior. Debió ser por el hecho de que su hija jamás hubo interrumpido su sueño y pudo continuar con el hilo de su historia; aunque una sola alteración podía cambiarlo todo. Era como una mezcla entre lo tropical de las islas del caribe y lo selvático de la amazona. Camila lo admiraba como lo que era; un hermoso sueño. Aun así, sabía que no tenía tiempo que perder. Se dispuso a caminar como la última vez, sin saber hacia donde se dirigía, pero confiaba en encontrar algún tipo de ayuda como la vez anterior y, nuevamente, se sintió alegre de que el instinto no le fallara. Dio con una especie de ciudad colonial que era más desierta que otra cosa y extrañamente se sentía como si hubiesen muchas personas aunque sólo se le veían a unas pocas y la gran mayoría no tenía el rostro definido, salvo algunos. Los veía jugar o contar historias, entre otras cosas que no podía identificar. Le preguntó a aquel que estuvo más cerca y éste le respondió señalándole una mansión que ella jamás notó. Allá, a lo lejos, iluminado por una especie de sol inexistente que lo hacia resplandecer a la vista. Allí debía de refugiarse su hija todo aquel tiempo; y ahora estaba tan cerca de dar con ella que no tardó en dar el paso

esperanzador hacia esa dirección, siendo interrumpida en su camino por un joven que le preguntó — ¿Quiere que la lleve? —ella asintió sin mirarlo y se dejó guiar hasta la pequeña colina en la que estaba ubicada la enorme mansión; así como en los cuentos caballerescos y, a pesar de la distancia, no fue un viaje cansado. Antes de darse cuenta ya estaba frente a la puerta de aquella mansión y fue como si lo viera por primera vez: enorme y con la terraza hecha de puro cristal, las puertas estaban bien barnizadas en un color caoba muy brillante. Era toda pintada de un hermoso azul celeste con tonalidades de plata que más bien parecían diamantes incrustados en cada orificio sobresaliente hecho alrededor de toda la casa. Antes de tocar intentó abrirla, pero no se podía. Entonces, por vez primera, se guió a su compañero; más bajo de estatura, aparentando algunos trece o catorce años. Quedó anonadada al mirar su rostro hasta el punto de sentir como en un solo impulso se le conmovía el corazón. Aquél joven tenía un gran parecido con su hijo Oscar. — La reina no le abre la puerta a mucha gente, pero yo sé como hacer que abra; a mí siempre me deja entrar —decía con una sonrisa, mientras Camila dejó escapar un suspiro profundo. Así se vería su hijo a su edad. Seguramente Berenice lo había figurado en su mente y por eso estaba allí. Se frotó los ojos como en dos ocasiones y la imagen era la misma: tenía la cara de un Oscar más grande; un adolescente, pero era Oscar. Lo único que no podía distinguir era su voz. No obstante, todo lo demás lo representaba a él. Entre estas y otras cosas más debatía entre sus adentros, en tanto el muchacho llamaba a la puerta con un nombre y se le abrió. — Le dije que ella siempre me abre la puerta —volteó a decirle a su compañera de viaje. Acto seguido, los dos entraron a la enorme casa, y no era menos bello de lo que se veía por fuera. Las escaleras eran de plata y el suelo de madera estaba bien pulido y brillante; parecía inspirado en un gigantesco salón de baile. Con una hermosa alfombra en el medio bordado con oro al igual que las cortinas. La luz clara del día se reflejaba incluso como si estuviera alumbrando tenue desde adentro. Era hermoso y a la vez increíble de que esa arquitectura la hubiese concebido Berenice; incluso llegó a pensar que se había inspirado en alguna fotografía de esos grandes palacios o incluso en algunas películas de arquitecturas medievales hermosas. No parecía haber nadie adentro, por eso no pudo comprender quien pudo abrir las puertas; así que se volvió a su compañero para hablarle y se llevó la sorpresa de que ya no estaba. Había desaparecido de la forma más digna de un ser que pertenece a un sueño. Sólo estaba ella en el desierto del lugar. Paseó por los lugares de la planta baja esperando encontrar a su hija con impaciencia y, de pronto, le vino a la mente el segundo piso. A pasos veloces subió las empinadas escaleras refulgentes de un brillo natural. El segundo piso era un lugar desierto, salvo por una única puerta cerrada de dos metros y medio de altura; hecha con tablones de madera barata. Era lo único que contrastaba con aquella visión. Al acercarse se dio cuenta de que podía escuchar unos murmullos. Intentó abrir con suavidad al principio; sin embargo, la puerta no cedía. Intentó una vez más con mayor fuerza y ni siquiera logró un leve movimiento. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo pesada que era en verdad y de la fuerza superior que debiera ejercer si quisiera verla abierta. Así que buscó con la mirada alguna otra posible entrada; la que

fuera más sencilla de acceder, pero no hubo nada; así que se dio cuenta de que no tenía otra alternativa mas que enfrentarse a la pesada puerta. Empujó con todas sus fuerzas sin descanso; con una fuerza interna que provenía del deseo de saber que había atrás. Finalmente fue testigo de un milagro: la puerta retrocedió un milímetro, aunque no fuera mucho era algo. No entendía como una puerta tan delgada podía pesar tanto, pero eso no la detuvo, podía escuchar unas risas familiares que le daban ánimos y fuerza para continuar. Necesitaba saber qué había tras aquella puerta y no dejó de empujar, a pesar del esfuerzo sobrehumano que debía ejercer. Lo que más tenía claro la señora Camila, es que cada cosa de aquel mundo recóndito había venido del interior de su hija; por lo que no le sorprendería ser testigo de algún descubrimiento. Se le escaparon varios gruñidos, pero veía su esfuerzo fructificar con cada centímetro con el que se movía aquella puerta gigante y tan pesada. Clamó a fuerzas que no sabía que tenía; no se rindió. Por primera vez en la vida quería sentir que se estaba preocupando por conocer algo más de su hija y necesitaba aquel esfuerzo para lograrlo; hasta que al fin logró abrir la pesada puerta que se interponía entre la verdad y ella. Lo que vio no sólo la sorprendió, sino que la enterneció hasta un extremo nostálgico. Había espectadores que se giraron a ver a la intrusa en aquella habitación inmensa, que parecía del espacio de dos salas reales; y en el escenario estaban ellos: el pequeño Oscar y Berenice. Esta última, parecía en un estado de verdadera estupefacción en medio de la sala con su hermano, con el que antes estuvo danzando. Hubo un silencio inmenso en aquella habitación colosal decorada con motivos de fiesta. Parecía que todo alrededor hubiera perdido sonido; hasta que fue la propia Berenice que rompió con el silencio. — ¿Quién ha dejado entrar a ésta persona? "Ésta persona", pensó Camila,"¿así debía referirse a su madre?" — Soy tu mamá —fue su reacción—, he venido hasta aquí por ti. — ¿Por mi? No necesito de ti aquí; puedes partir —le contestó fríamente. La señora Camila no podía creer aquella actitud e intentó acercarse con una emoción tal al poder sentir que hablaba nuevamente con su hija, que no se dio cuenta con la gravedad con la que ella escuchaba esas palabras; sus explicaciones y sus motivos. — No te quiero aquí —fueron las únicas palabras que le dirigió con completa turbación; incluso parecía algo asustada. La señora Pérez de León, creyó que se trataba de algo ocasionado por un mal sueño e insistió en todos los sufrimientos que había padecido desde que ella estaba en ése estado, y en lo mucho que la quería. — Pronto podremos estar juntos otra vez, una vez que salgamos de aquí, y todo volverá a ser como antes... — ¡Largo! —le interrumpió la joven con voz estruendosa y lastimera al ver que hacía ademán de acercarse para darle un abraso. Su voz fue como un fuerte eco que se llevó todo a su paso: las personas, la decoración e incluso a su hermano; con excepción de ellas dos. El cuarto quedó prácticamente desolado. — ¿Ves lo que has hecho? —reaccionó Berenice con desesperación—. Por tu culpa todo se deshizo. Ya no puedo repetir la escena; nada volverá a ser igual —se repetía con evidente turbación y pánico en la voz, entre otras palabras más que dejaron a Camila en un estado por completo absorta. "¿Qué es lo que sucede?", pensó su madre.

El hecho de que la tratase de ese modo la hacían preguntarse si no estaba siendo victima de un engaño, o tal vez pesadilla; pero no tardó mucho en darse cuenta de que para su hija, la pesadilla era ella. Por un momento hizo un gesto como si intentara desaparecerla de su presencia; empero, al no ser esta parte de sus sueños no le fue posible. Fue entonces cuando la señora se dio cuenta de que algo andaba mal e intentó decirle nuevamente como ansiaba su despertar para que pudiese vivir su vida, y en lo mucho que la querían ella y su padre; pero nada de eso parecía importarle a la joven, quien actuaba como si quisiera escapar. — Me doy cuenta de que extrañas mucho a tu hermano —agregó Camila casi a punto de llorar—, y, aunque no está en nuestra realidad, aquí tu no has renunciado a su recuerdo... por mucho que nos duela, Oscar ya no está... yo, más que nadie puedo entender tu dolor. — ¡Tú no entiendes nada! —objetó Berenice seriamente consternada; parecía tener los nervios de punta; algo que se hizo más evidente en sus palabras próximas— , no me prometas cosas que sabes que no sucederán. Soy feliz aquí; vete y déjame tranquila... no quiero verlos... tú y mi papá hagan allá lo que crean que es correcto y a mi déjenme en paz. — ¿Por qué dices esas cosas? ¿Por qué me tratas de ese modo si tú no eres así? Tú eres una niña buena. — ¡Aja! Sólo vete. Ya no deseo ser parte de esto... sean felices sin mi... yo- yo ya hice todo lo que pude — con estas palabras, apareció de la nada una enorme pared que las dividió; desapareciendo la una de la vista de la otra. Durante todo ese momento de completa soledad, que causaban en su alma una profunda agonía, la señora Camila no se encontraba explicación para lo que acabó de presenciar; se negaba a creer que se trataba de su hija y sí de una pesadilla en la que ella no quería volver. Las palabras de ella y la forma tan esquiva en como la recibió. Bien habría recordado que en más de una ocasión supo que Oscar era parte importante de sus sueños y sus alegrías. Pensó incluso, que el quererlo tanto era la razón por la cual no quería dejar de soñar; por que allí compartía cosas que no se le había visto compartir con su hermano mientras vivía. Lo quería y por eso disfrutaba al soñarlo, porque era una forma de sentirse más cerca de él. Camila lloró al recordar que hubo muchos momentos en que quiso hacer lo mismo que su hija y quedarse dormida para siempre cuando soñaba con su pequeño muerto; era tan joven y no merecía morir así. Quedarse soñando era una buena forma de calmar el dolor; pero al despertar, puede llegar hacer el peor sabor de la amargura jamás vivida. Ahora entendía que Berenice no quería volver; no deseaba estar en un mundo sin su hermano, y Camila tampoco quería vivir en un mundo donde tuviera que enterrar a su hija en vida. Así que tan pronto se vio clara en sus propias conclusiones, se puso en pie, más decidida que nunca a volver a la razón junto a su hija.

EL CAMINO MÁS ALLÁ Camila despertó de lo que se había convertido en una pesadilla. Su esposo se apresuró a quitarle los cables de inmediato, al ver la forma tan espantada en la que su mujer volvió en si, y lo primero que hizo fue abrasarlo con mucha fuerza. Se sentía estupefacta y aturdida por los efectos de la medicina, pero recordaba su tristeza claramente. — La vi —pudo decir entre lágrimas—, pero no comprendo por qué no quiso regresar conmigo...

— No pienses de forma negativa; recuerda que esto también es difícil para ella y hay cosas que no puede asimilar. Acto seguido, el señor Benjamín fue a la cocina a prepararle un té para que se calmara y se lo llevó al cuarto, donde permanecía observando el cuerpo laxo de su niña. Ella deseaba tener el suficiente entendimiento como para comprender lo que había visto. Quizás, su esposo tenía razón y Berenice misma debía entenderlo para reaccionar. Se incorporó de su cómoda postura recostada en la cama y tomó el té a pequeños sorbos. Después, secundada por su esposo, fue a su habitación a darse un baño para tranquilizarse; pero en su interior no hacía más que pensar en un sin número de cosas; como en lo placentero que fue volver a encontrar a la ex niñera de Oscar y en lo doloroso que fue escuchar una vez más la voz de su hija y luego ya no más. La nostalgia la invadía. Cuando salió del baño, la cena ya estaba servida en la mesa; pero el señor Benjamín no estaba. Camila lo sorprendió hablando por teléfono con uno de sus socios y, aunque no fuera dada a escuchar las conversaciones ajenas, no pudo evitar prestar atención a las palabras jactanciosas que decía él. — Sí, la prueba con la máquina fue un éxito... mi hija despertó. "Como que despertó", se decía la señora Camila para sus adentros,"eso no es más que una mentira". — ¿Cuándo vendrás a darle el visto bueno junto con los demás?... entonces te esperaré. "¿Desde cuándo Benjamín miente tan descaradamente si, desde que me casé con él, lo que más le he admirado es el respeto que siente por su profesión?". Entonces, reparó en una figura que estaba sentada en la mesa de comedor justo en la cabecera, quedando frente a ella: era una niña que comía de forma muy natural, como si estuviese en su casa y en su asiento, salvo porque Camila jamás la había visto. Tenía el cabello suelto en unos desaliñados rizos castaños que llegaban hasta su diminuta cinturita; cubierta con un vestido blanco perla de mangas anchas; mientras que, aparentaba tener entre ocho a nueve años; de piel morena y delicada. Pero, lo que sorprendió a Camila, fue que ni siquiera se dio cuenta cuando llegó, ni cuando se sentó en la mesa. — ¿Quién eres tú? —le preguntó tan pronto pudo volver a reaccionar de la estupefacción. La niña se mantuvo en silencio saboreando su ensalada de frutas y su puré de papas con salsa hecha a base de queso; no planeaba decir nada. Hasta que el señor Benjamín regresó de su conversación en la sala y fue a tomar su lugar en la mesa, el cual, para sorpresa de Camila, fue al lado de la niña y no con ella. — ¿Quién es esa niña, Benjamín? — ¿Cómo que quién es? —le contestó saboreando su cena. — Es que nunca la he visto. — Mírala bien —le instó su marido con una mueca de alegría en su rostro. Camila enfocó la vista, pero no identificaba nada. La niña seguía comiendo ajena a todo lo que se decía. — Sigo sin conocerla, Benjamín. — No puedo creer que no reconozcas a tu propia hija. Es Berenice... Aquella respuesta la tomó por sorpresa. "Mi hija". Fue entonces cuando prestó más atención. En su interior sintió el brinco de su corazón y una emoción sincera. Creía ver los rasgos de su hija pequeña en esa criatura.

— ¡Por fin está despierta! —se emocionó a tal extremo, levantándose de golpe de su asiento y corriendo hacia ella para abrasarla y llenarle de besos. Lloraba de alegría sobre su cabecita mientras la niña seguía inmutable. — Papi, ¿puedo comer más puré? —dijo la niña al fin, dirigiéndose a Benjamín, quien las veía complacido. Camila se negaba a soltarla. Después de todos aquellos años de aflicción, al fin podía acariciar su cabecita como nunca antes lo había hecho desde que era tan solo una bebé, y ahora que la sentía devuelta, se rehusaba a dejar de hacerlo. Aunque al poco tiempo tuvo una sensación extraña; algo como inconformidad. Tenía a su hija con ella y la abrasaba con cariño desde atrás; su esposo les sonreía como si hubiesen vuelto a ser una familia feliz, pero algo no encajaba y no lograba identificar que era. "Mi hija", se repetía para sus adentros a cada minuto menos convencida, "¿Berenice no era más grande?". Fue entonces cuando todo comenzó a venir a ella de forma aleatoria y la sonrisa se fue borrando de su rostro a la vez que se alejaba de la visión perfecta de una familia feliz. "Recuerdo que soñaba; que veía cosas que no podían ser más que inventadas. ¿Esto es un sueño también? No entiendo. Si es un sueño, ¿cómo pude confundirme? Los recuerdos que a mí vienen son completamente contrarios a lo que veo". Tenía que estar segura y, a paso veloz, se metió por el pasillo buscando la prueba que le ayudaría a salir de la duda. Fue a la habitación de su hija y ahí estaba ella; dormida, en la misma forma que recordaba; ahora todo regresaba a su mente de forma más clara. "Debo encontrar a mi hija; es por eso que estoy aquí. Debo salir". Ahora que todo cobraba sentido, sólo quería escapar. "¿Si fui capaz de confundirme en este estado, qué pasaría si me adentro mucho más? ¿Esto también le pasará a Berenice? ¿Ella tampoco podrá distinguir lo real de lo no real? ¿Qué hago?, pues no pienso volver hasta que no me lleve a mi hija conmigo". Pensando en esto llegó a la puerta de salida de la casa y temblando la abrió. Todo era oscuro, como cuando tienes esos días en los que tu mente se queda en una completa oscuridad durante el estado de vigilia. Estaba asustada; por momentos sintió el fuerte deseo de despertar para salir de tan terrible oscuridad, y luego pensaba en su hija. "Tengo que ir hasta el final", se decía. Divagó entre la oscuridad por tiempo desconocido; con el temor de no saber hacia donde se estaba dirigiendo; hasta que divisó una luz a lo lejos, como la luminosidad del sol, y se dirigió hacia ella con el corazón hecho gelatina; más por el susto que había pasado anterior mente que por la misma oscuridad. Ella no entendía mucho de estas cosas; aunque el tiempo en que estuvo estudiando los libros de su esposo y las investigaciones sobre el sueño; sobre todo de los pacientes en coma, ya que era el tema que en verdad le interesaba, le ayudaron a entender ciertas cosas. Berenice se había sumergido en un sueño aún más profundo que el anterior en su afán de alejarse de todo aquello que le hacia daño; aunque Camila no sabía explicarse a qué, con exactitud, debía referirse. Algo le decía "todo esta en la mente"; era algo que venía a ella como un hecho; cada momento con más frecuencia; una voz confusa que apenas podía percibirse. Estaba lejos de imaginarse que era el señor Benjamín susurrándole del otro lado; acompañándole en su aventura. Apenas puso un pie donde había más luz, sintió como una sacudida en todo su cuerpo que ella no supo entender, y por un momento pequeño se sintió azorada. Sin saber cómo, estaba dentro de una casa que le resultó extrañamente familiar. Unas personas vestidas de negro pasaron por su lado sin siquiera notarla. "¿Desperté?", fue la primera pregunta que Camila pudo hacerse al saber que aquél ambiente le era familiar

de cierta forma, y luego recapacitó en que era una escena muy extraña para haberse despertado. Deambuló por el lugar, prestando igual atención a los detalles de cómo lo hizo la primera vez, y no le tomó mucho darse cuenta de que aquella escena era un velorio. Lo recordó de repente. Era el entierro de uno de los hijos de una vieja amiga de Camila, quien falleció en un accidente de auto. Berenice apenas tenía nueve años cuando los llevó, y Oscar apenas unos seis; así que no podía comprender por qué precisamente aquella escena era lo que su pequeña proyectaba; porque tenía que ser la misma. No le tomó mucho tiempo encontrarlos en el lugar de aquella vez. Camila cargaba a Oscar en su regazo y su hija estaba sentada a su lado. En aquel entonces Benjamín no pudo ir porque se encontraba trabajando en Alemania. Ella pudo verse como en un espejo: joven, elegante, inteligente y con dos hijos bellos. Una señora la interrumpió de su ensimismamiento para brindarle café, a lo que ella negó con la cabeza con gentileza y continuó contemplando la escena. Se acercó lo suficiente como para escuchar que le decía algo a los pequeños, lo malo es que la Camila del presente no recordó que fue lo que les dijo; pero al mismo tiempo que la pequeña abría la boca los recuerdos le vinieron de repente. — Sí —respondió la niña con mucha convicción—, que todos esperaban que se muriera el otro. En aquel entonces, aquellas palabras que dijo la niña le parecieron reprensibles y espantosas. Ella la zarandeó en silencio; pero ahora que veía las cosas desde el punto de vista de la joven, y trataba de ser de mente más abierta, empezó a preguntarse por qué una niña de nueve años se le ocurriría decir algo tan cruel. Sucedió entonces que prestó atención a los murmullos que sonaban; ella no los recordaba y tampoco les había prestado atención; pero al parecer, Berenice sí; en su calidad de niña que podía desplazarse por donde quisiera. A la amiga que la señora Pérez de León le estaba cumpliendo en el velorio tenía sólo dos hijos; ambos varones en diferencias de un año. Uno era un muchacho muy libertino que, incluso abandonó la escuela a un paso de terminar el bachiller para vivir su vida, y era de compañías no muy buenas; sin embargo, el que murió, era un muchacho aplicado, cariñoso y con aspiraciones para un futuro. Muchas personas murmuraron eso en silencio, y una señora, como de algunos cincuenta y tantos, fue la que dijo aquellas palabras que, sin saber, formaron parte de la mentalidad de la niña. "Él, que era un muchacho aplicado vino a morir así; cuando el que anda en carreras es el otro. Que ironía; el que tenía que ser no fue...". Aunque la señora no lo dijo con mala intención, la niña lo escuchó y sacó sus propias conclusiones. "¿Cómo pudo pensar algo tan horrible siendo tan sólo una niña?", pensó la señora de León completamente horrorizada. Eso fue lo que pasó, púes lo que más destacaba en ese recuerdo eran las comparaciones: las virtudes de uno y las desvergüenzas del otro. En ese momento, Camila sólo pudo pensar que, en vez de haberla zarandeado, debió hablar con ella y ayudarle a no guardar esa semilla en su interior, para que no germinara en algo que debía ser ahora una idea fija. "Estoy en sus recuerdos", se dio cuenta en un santiamén. Tampoco pudo evitar el recordar cuando perdió a su querido Oscar. "¿Acaso Berenice se sentía culpable de algún modo? No encuentro otra explicación de por qué este recuerdo deba estar aquí". Como traicionada por su propia mente, recordó muchas ocasiones en las que alabó más a Oscar que a Berenice. El muchacho era tan inteligente, dinámico, amistoso y tan

tierno, que le era muy fácil ganar afecto; muy al contrario de su hermana, quien parecía sumida en sus propias reflexiones. A veces, más que una niña, parecía una abuela. Tan pronto como pudo volvió en sí y continuó abriéndose paso entre aquellas personas para salir; alejándose hasta la puerta de salida, la cual se precipitó a abrir. Nada en el exterior le parecía conocido. Cruzó el puente que estaba sobre el lago inexplicable frente a la casa y luego continuó vagando como una errante por el lugar, que se le hacia más interminable que cualquier otra cosa; y no conforme con esto, también se encontró con un laberinto que no podía ser rodeado. Estaba ubicado de extremo a extremo y, para poder salir, se necesitaba pasar por allí. No tuvo tiempo de reflexionar en que, justamente era un laberinto; se encontraba adentro ya cuando se dio cuenta. Después de eso creyó no entender nada; eran demasiadas molestias para que alguien no la encontrara. Estuvo meditándolo durante todo el trayecto, hasta que un temor la abordó. "¿Mi hija esta huyendo de mí? Mi hija me huye", se repitió con más convicción al analizar los antiguos hechos. Por fin dio con una pequeña Claridad frente a ella y la siguió sin pensarlo. Era la salida. Allí se apreció a Berenice vestida con un hermoso vestido blanco, leyendo un libro. Apenas ésta levantó la cabeza y vio a su madre se espabiló; posiblemente por la idea de que ya no la iba a ver, pero se equivocó. — Todavía lo estoy cuidando. —dijo ella dejando escapar un deje de nervio en la voz, pero Camila sólo se impresionó de que actuaba como si no hubiese pasado nada antes. — ¿Cuidando qué? — A Oscar, que anda por ahí. Pero no lo perdí mami, te lo aseguro. Camila entendía ahora menos que nunca lo que estaba pasando. Su hija actuaba como si no la hubiera visto antes y la hubo tratado con una piedra en la mano. — Quiero que regresemos a la casa juntas —fue su respuesta. Entonces divisó algo extraño en la mirada de su hija; entre una mezcla de lástima y miedo, quizás dolor; pero podría ser cuales quiera de las tres—. Tu papá nos está esperando. —No me quiero ir —dijo con bastante naturalidad— .Me quedaré esperando. Berenice se sentía algo incómoda. Para Camila fue evidente que era por su persona, pero se le hizo más raro aún verla actuar como en los viejos tiempos, antes de que Oscar falleciera. Lo único que pudo pasar por su mente en ese momento, era lo mucho que debió quererlo su hermana para que su subconsciente insistiera en él. Tomó bastante aire en los pulmones para explicarle una vez más, de forma pacifica a su hija, que estaba soñando; que nada de aquello era real y ella parecía reaccionar con bastante incredulidad. — Oscar no vendrá — concluyó secándose la primera lágrima que brotó de uno de sus ojos. — Lo que tú quieres entonces, no lo encontraras aquí. — ¿De qué estas hablando? —apenas hubo acabado de decir estas palabras, Berenice reaccionó. — ¿Por qué me quieres quitar esto? —en sus ojos parecía haber verdadera tristeza y, por primera vez en su voz, Camila percibió algo de dolor—, ya que no los hago felices a ustedes al menos podrían dejarme el placer de ser feliz conmigo misma. Me quiero quedar —dijo con voz bastante firme, aun con más seguridad de la que era habitual en ella. Su madre sólo la miró con ojos tristes. La voz no podía salir de su garganta, ni podía articular palabra alguna. No sabía qué decir; salvo mirarla. Permaneció frente a su hija como una estatua de piedra, hasta que reaccionó al ver como ésta se echaba a correr. La

persiguió; no planeaba dejar escapar esa oportunidad. La joven miró para atrás al tiempo que su madre le alcanzaba el brazo y ambas cayeron al suelo. Todo se volvió blanco.

DESPERTAD Camila despertó de un brinco; como la reacción a una caída de bastante altura, y se tocaba el pecho en un intento por apaciguar los latidos. Su esposo le quitó los cables de inmediato y le dio un beso en la frente, alegrándose de que haya salido con bien. Fue entonces que otro sonido llamó su atención; el de alguien que también se espabila al sentir que cae de una altura muy elevada; un sonido gutural. La mirada de Benjamín delató a la persona que lo emitía: Berenice. El señor de León se encontró en la encrucijada de no saber a quién tratar primero; entonces la voz de su esposa lo ayudó a decidirse. — Mírala —le dijo después de reunir las fuerzas necesarias para hacerlo. Y, de esa forma, Benjamín abandonó de inmediato a su esposa para atender a la joven, quien comenzó a jadear de forma un tanto dificultosa; intentando respirar. En ese preciso momento, el señor Pérez de León fue lo más cercano a un medico que pudieron tener; en especial por la forma en como chequeaba a su hija: abriendo sus ojos; chequeando su pulso. La señora Pérez de León, apenas podía verlo porque aun se sentía somnolienta y, sin darse cuenta, volvió a quedarse dormida. Por mucho que luchó por mantenerse lucida el sueño le venció; demostrando más fuerza que ella. Cuando volvió a abrir los ojos estaba sobre su cama; con la cabeza en la almohada y bien cubierta con la sábana. Le tomó un momento darse cuenta de que Benjamín debió ser quien la llevó. Entonces, golpeada de repente por un recuerdo, se puso de pie de un salto y fue a paso veloz hacia donde estaba el cuarto de su hija. Vio la puerta cerrada y la abrió de un solo empuje contra ella. Una fuerte duda la embargó cuando encontró la habitación vacía; además la cama estaba tendida y los aparatos ya no estaban. Como era lógico, empezó a buscar a su esposo y a llamarlo por casi toda la casa; cuando una de las sirvientas acudió a su llamado que, poco a poco, se formaba en pánico. — El señor esta afuera... con la niña. —... ¿Cómo dijo...? —reaccionó un tanto estupefacta. — El señor nos dijo que le dijéramos, si se despertaba y él no estaba, que todo estaba bien; que él se ha hecho cargo de la recuperación de la niña. Camila aún no salía de su espasmo. — ¿Cuántas horas llevo durmiendo? — Dos días. — ¡Dos días! —aquella información sí que la despabiló. Se acarició el cuello en señal de fatiga; intentando por demás aclarar sus ideas. Apenas recordaba retazos de unos días atrás cuando se ofreció a ser la conejillo de indias de Benjamín, pero después de ahí apenas y recordaba. — Me siento como si hubiese dado un salto a través del tiempo, porque todo en mi mente está oscuro desde el día en que me ofrecí a Benjamín para ayudar a mi niña, hasta esta hora que acabo de despertar... me siento boba y completamente fuera de lugar. — Le prepararé un té, entonces — se ofreció la sirvienta retirándose de inmediato a cumplir su cometido. Camila aprovechó ese momento a solas para observar por la ventana del pasillo que daba al jardín, intentando recordar en donde estaba; pero en lugar de encontrarse con un

jardín vacío lo que vio la dejó sin habla. Benjamín estaba dando un paseo al lado de la piscina, nada más y nada menos que con su hija. Ahora sí que recordaba. Berenice y ella habían vuelto al mismo tiempo a la realidad, y allí estaba ella, con un pantalón jeans azul que le quedaba al justo, con ambas manos en los bolsillos del frente y una camisa con mangas de decoraciones florales; muy al estilo tropical. Ambos andaban en sandalias y, como siempre, Benjamín vestía su camisa remangada y sus pantalones de oficina. A pesar de que no podía oírlos, se notaba que la plática debía de ser sobre un tema reflexivo, porque la muchacha asentía con la cabeza en ocasiones. La señora se aferró a la ventana a un punto que parecía que iba a atravesarla para llegar a ellos; y una vez que las piernas le respondieron corrió por la casa hasta salir por la puerta de la cocina hacia el jardín. Corrió como si estuviera en la villa olímpica; corriendo hasta llegar a la meta. Cuando los tuvo lo suficientemente cerca, se detuvo. Benjamín fue el primero en advertir su presencia tras ellos y giró, justo al tiempo cuando ella se hubo detenido para descansar; entre respiraciones fuertes y rápidas, como el ritmo de su corazón. Decidió esperar a que la muchacha también se diera vuelta. No quería ceder una vez más al engaño; a una jugarreta de su mente, y entonces la muchacha se dio vuelta. Se veía tan bonita. Con esa ropa se destacaban los tres años de crecimiento que no había vivido aún; y su cabello había crecido mucho; hasta la mitad de la espalda. Camila la veía tan bella, tan encantadora, tan dulce. Su niña que despertaba al fin. Berenice la miró avergonzada, como quien no sabía que decir, y clavó la vista en el suelo antes de hablar. — Hola, mami —aquellas palabras que Camila no escuchaba de hace tiempo fueron como el permiso para terminar de correr hacia ella y darle un fuerte abraso lleno de lágrimas y alegría. Prácticamente cubrió todo el rostro de ella a besos y lágrimas; y Benjamín veía la escena derramando un par también; y se unió al grupo de los abrazos y los besos para las dos únicas mujeres que reinaban en su corazón. Por fin, la familia Pérez de León volvía a estar reunida. Al cabo de los días ambos padres sólo se desvelaban en mimos para su hija. La señora Pérez de León soltaba más el trabajo sólo por pasar más tiempo de calidad con ella e intentar ayudarla a reintegrarse en la sociedad. En pocas semanas, la joven Pérez de León, volvió a la escuela y se veía de mejor humor; increíble mente se adaptó rápido a los cambios que habían hasta ahora; incluso se estaba acostumbrando al cambio de su cuerpo; decía que ahora se veía mucho mejor. En cuanto a la máquina, a Camila sólo se le ocurrió preguntar por ella tres días después, cuando encontró a Benjamín en la sala leyendo un libro sobre física cuántica, a lo que él sólo respondió. — Esta guardada; debo hacerle algunas modificaciones cuando me reencuentre con Gutiérrez; ahora se encuentra en Inglaterra, en una conferencia sobre Neurociencia. — ¿Y por qué no fuiste tú también? De eso se tratan tus investigaciones. — No todos los días despierta mi hija de un coma de tres años; sin embargo, hacen una conferencia cada que ni te imaginas. Benjamín no se dio cuenta de que su respuesta la tranquilizó mucho; eran señales favorables de que ahora todo iba a ser diferente. Sin embargo, habían momentos en que ella misma recordaba que la razón por la que había vivido una aventura tan larga era porque Berenice no quería seguirla, y el no saber la razón era algo que la torturaba, y no le preguntaba directamente a ella porque no quería avivar ningún mal recuerdo, ahora que se notaba feliz. Inspeccionaba en sus recuerdos, buscando la razón de por qué su hija huía de ellos de ese modo y reparó en cosas que habría pasado por alto de no haber estado en aquella situación tan apremiante.

Siempre consideró a su hija un tanto diferente y de un carácter maduro y juicioso, por lo que la consideraba una chica en la que se podía confiar. Ahora que lo analizaba, tal vez había colocado demasiado peso sobre sus hombros. Berenice era una joven que sonreía cuando encontraba motivación en las cosas, así fuesen insignificantes; pero luego, y sin que ninguno de los padres se diera cuenta, ya no fue más así; en particular después de la muerte de Oscar. Su alejamiento, tanto de ella como de su esposo, quizás fue lo que causó que la joven se refugiara de manera consciente en sus adentros; buscando un escape a la soledad en la que vivía después de la muerte de su hermano. "¿Significa entonces que Benjamín y yo teníamos la culpa?", pensaba para sus adentros, "La empujamos a refugiarse en un mundo en donde la soledad es su mejor amiga. A esconderse tras puertas que ni siquiera a su propia madre es capaz de dejar ceder". Recordaba, como traicionada por sus propios sentimientos, que jamás había tenido un momento de conversación estable con ninguno de sus hijos. Para la señora Pérez de León, verlos reír y jugar de forma sana, eran signos inefables de que todo estaba bien. Tampoco tras la muerte de Oscar. Estaba tan concentrada en su propio sentimiento de dolor que no pensó que tal vez su pequeña también la necesitaba. Sí se dio cuenta de que había cambiado un poco en el pasado: trataba de llevar más amigos a la casa; incluso, en una ocasión sintió la necesidad de inscribirse en algún deporte; tomaba clases extracurriculares y participaba en varias actividades de su colegio; dejó de escribir y leer más y empezó a salir, como lo hacían las jovenes de su edad. Estaba actuando de una forma normal y Camila no veía nada malo en ello. Sin embargo, muchas veces las personas no comprenden que lo que es normal para unos no significa que sea normal para otros. Cada ser crea su propia personalidad a base de algo, y el tiempo es el que se encarga de fundamentarlo o debilitarlo según la ayuda que tengamos en el proceso; esbozando así los caracteres que son la diferencia entre un individuo y otro. "¿Qué no vi en aquel momento?", pensó Camila,"todo en ella parecía estar bien...ahora tengo una segunda oportunidad y no la dejaré ir." Recordó incluso, que ambas no contaban con aquella relación que es sólida entre madre e hija. Antes, la joven le contaba algunas cosas. Luego, después de la muerte de Oscar, esas "algunas cosas" se convirtieron en divagaciones molestas, con tal de salir de la conversación. Aquella típica forma de ahorrarse detalles y darle a entender a la otra persona que todo esta bien, aun cuando fuera evidente que no todo era verdad. En ese entonces sólo se le ocurrió que, como gozaba de más amigos, preferiría tratar con ellos ciertos asuntos. Ella lo había entendido así y estaba bien. "¿Cometí un error?, dejé que todo siguiera su curso sin que yo interviniera y le causé daño a mi niña". Pensaba en un montón de cosas mientras estaba en la oficina, jugando con un bolígrafo entre los dedos y la vista perdida hacia el frente. Ahora todo sería diferente.

ES EL MOMENTO DE OBSERVAR Berenice regresó de la escuela con una nueva amiga de su edad. Tenían una conversación muy amena cuando su madre las interrumpió. Había llegado mucho antes de su trabajo y esperaba con ansias estar cerca de su hija; pero no importó el esfuerzo que hizo por formar parte de la conversación; ella estaba muy dedicada a su compañera. Estuvieron horas conversando en la sala, hasta que la joven de León subió un momento al baño y sólo quedaron Camila y la otra muchacha. La primera, fingía leer el periódico mientras las chicas conversaban.

En el momento en que su hija desapareció por las escaleras, ella bajó el periódico de su rostro y procedió a hacerle preguntas sencillas a la muchacha; tales como: de qué manera se conocieron, cuanto tiempo tenían siendo amigas, y cosas que una madre suele preguntar. La muchacha respondió a todas con conformidad y, al final agregó. — Somos diferentes, pero también tenemos muchas cosas en común; a ambas nos gusta el arte; casi los mismos libros...ella es alguien con quien puedo hablar. — Me doy cuenta que las dos se entienden mucho. Ojala y conmigo se entendiera también así. — Con el tiempo puede que lo haga. Me dijo que acababa de despertar de un coma de tres años; lo normal es que sienta interés de hablar con jovenes de su edad, para saber lo que se mueve. — Ojala... ojala que sea sólo eso y no que ya no hay oportunidad... No pudo continuar, porque en ese momento bajó su hija y estuvo devuelta en la conversación con su amiga. Que extraño se sentía ser excluida de algo. Camila, precisamente la Camila por la que muchos en la escuela se morían por hablarle. Ella jamás tuvo ese problema, salvo a hora con la única persona con la que deseaba compartir. Ya no había nada que se interpusiera entre ellas, excepto por una distancia que, no siendo física, era emocional, y es una de las distancias que más lastiman pues, estando allí no lo estas. Los días que le precedieron a ese fueron mejores. La tierna adolescente iba teniendo más amigos; con un parecido a ella que escandalizaban a Camila. Sin embargo, esas visitas le fueron de ayuda para conocerla mejor, y de esa manera pudo romper la barrera que las separaba; y en sus momentos juntas parecían las mejores amigas. Todo estaba bien; eran felices y estaban unidos. Benjamín pasaba menos tiempo en su laboratorio, por lo que tenían mucho tiempo de calidad juntos. Y aún así, ella no podía deshacerse de una inquietud que la embargaba desde hacía mucho. No sabía por qué esa inquietud permanecía. Al principio creyó que fue por la actitud que tomaría Berenice al tener que volver a adaptarse a la sociedad; luego pasó y la inquietud prevaleció. Luego creyó que era por la falta de comunicación con su hija; pero acabó de romper ese obstáculo y prevalecía la inquietud. Concluyó que debía ser por Oscar, por una parte de ella que lo extrañaba, en momentos donde la familia estaba unida. Si Oscar estuviese con ellos en esos momentos la felicidad estaría completa. Ahora todo estaba bien y aún tenía esa sensación de vacío que no sabía como explicar. Hasta que una noche hermosa, la señora se ofreció para hacer la cena. Tenía mucho tiempo que no cocinaba nada y quería hacer algo especial como familia. Benjamín, conociendo el poco talento de su esposa en la cocina, se ofreció a ayudarla; y Berenice, al ver lo divertido que hacían el cocinar, se ofreció también, convirtiendo la preparación de la cena en una actividad familiar. Fue cuando, picando las verduras, Camila no se dio cuenta, por tanto reír, y se cortó gravemente el dedo anular con el cuchillo filoso. Ella no se dio cuenta hasta mucho rato después. Cuando vio su dedo supo que se había cortado un pedazo de este; y por la herida, debería estar vertiendo mucha sangre, pero no sangraba ni una gota. La herida estaba increíblemente limpia. Un terrible temor la embargó. Cerró la mano herida contra su pecho al tiempo que apretaba los ojos como diciéndose así misma que no podía ser posible. No sentía el más mínimo dolor, pero la había visto; y mientras más tardaba en volver a verla más crecía la inquietud y el temor. Decidió mirarla para estar segura de sus temores y lentamente abrió la mano. Sus ojos se abrieron de par en par; su boca no pudo evitar un suspiro profundo con voz temblorosa. La mano herida estaba sana, y todo ocurrió tan rápido que Berenice y Benjamín apenas se dieron cuenta de que algo

paralizaba a Camila; tal y como si hubiese visto un fantasma. Sin avisar volteó a ver a su marido y a su pequeña y los observaba con ojos confundidos. — ¿Qué es lo que te pasa? —le preguntó Benjamín preocupado al ver la expresión en su esposa. Ésta dejó escapar una lágrima mientras le contaba de la herida que se había hecho. Benjamín, de inmediato la revisó para cerciorarse de qué tan grabe era. Sin embargo, su expresión cambió a una incrédula cuando supo que no tenía nada. Nada físico tal vez, empero, era la mente de Camila la que le decía que algo estaba mal. Con una vorágine de pensamientos, volvieron sus recuerdos de la única vez que se había sentido lúcida y fue antes de ofrecerse para ser sujeto de prueba en un proyecto que, se supone, traería a su pequeña devuelta. Ahora lo que le aterraba era la posibilidad de que fuera ella la que se hubiera quedado atrapada dentro de su propia mente. Aterrada se miró ambas manos y fue cuando creyó recordar ese algo que le faltaba. Estaba confundida y medio idiotizada; su expresión no era fácil de descifrar sin saber donde terminaba la frustración y comenzaba el pánico. — Benjamín —llamó su atención en cuanto pudo articular palabra— ¿Qué pasó con tu máquina, Benjamín? ¿Por qué ya no te escucho hablar de ella? —Porque ya no importa —algo hacia que esa respuesta chocara con su subconsciente; dudando en si sería algo que Benjamín diría o no. Estaba confundida y asustada. En un momento a otro, vio golpeada toda su cordura por la inquietud de seguir en una fantasía, y lo siguiente que hizo fue pellizcarse fuertemente el brazo, buscando alguna fuente de dolor, pero no hallaba ninguna. Trataba de recordar; había algo que olvidó y no podía precisar qué. Sentía sus cinco sentidos abandonarla mientras su esposo y su hija la abrasaban para tranquilizarla; y ella pensaba: "todo lo que quería es lo que tengo...". Entonces, no podía explicarse esa terrible sensación de vacío. Aunque su esposo y su nenita la abrasaban, ella no sentía nada especial. Era como si estuvieran y al mismo tiempo te queda el vacío de que no están. No podía controlar las lágrimas que se escapaban por sus mejillas, cayendo en el hombro de su hija. Fue entonces cuando lo supo de verdad: que todo lo que había vivido desde aquel día en la habitación con su familia, no era más que un sueño. Soñaba y no estaba segura desde cuando; incluso dudaba que hubiese despertado alguna vez. Cerró los ojos con tanta fuerza que no se dio cuenta en qué momento dejó de escuchar las voces de consuelo de su esposo e hija; y cuando los abrió, ya no había más que una habitación vacía y una única puerta.

OTROS MUNDOS PARA MÍ La señora Pérez de León jamás había tenido tanto miedo; excepto en ese momento de terrible confusión, y el temor de no volver a despertar jamás. Estar atrapada dentro de un mundo falso por siempre. Quien sabe por cuanto tiempo estuvo viviendo en ese engaño pensando que todo era real. Abrió la puerta, vacilante. Tenía miedo de seguir hundiéndose y se le cruzó por la mente que cabía la posibilidad de adentrarse más a un mundo sin retorno. Sólo por un milagro pudo discernir ese sueño, antes de quedar sumida en el para siempre. Era un escenario que le resultó poco familiar. Una sala de conciertos donde un grupo de niñas danzaban en un ballet clásico, y luego el momento dorado; el solo de una niña muy querida. Camila jamás la había visto bailar cuando estuvo en la clase de ballet. Jamás tuvo tiempo. Solía pedir que se los grabaran en video para apreciarlo a solas, cuando tuviera oportunidad; e incluso, esos momentos eran difíciles de conseguir; siempre había algo que hacer.

Berenice se veía tan tierna en su tu-tú azul celeste, con un precioso moño decorado con listones del mismo color y unos brillos azulados del lado izquierdo del rostro, para dar una impresión de fantasía. En aquel entonces, ella tenía doce años cuando decidió que no bailaría más y declaró que le gustaba otra cosa. Siempre creyó que todo lo que deseaba su hija eran caprichos temporales de la edad, hasta que ella encontrara su verdadera vocación. Pero según lo que apreciaba su madre, no lo dejaba por falta de talento o falta de vocación; su pequeña lo tenía. Las luces del escenario únicamente la iluminaban a ella, y Camila lo veía desde la lejanía de detrás del escenario; tras bambalinas, como se decía. Fue un baile enérgico, con gracia y muy bello. Ni siquiera fue capaz de moverse de su lugar hasta que el baile hubo terminado. Era una imagen de su pequeña hija que había olvidado. Supuso que eso no podía emanar de ella, o su subconsciente la había llevado a ver una imagen al azar de lo que debió ser; no lo sabía con exactitud. Y de modo que había pasado ya tantas veces por lo mismo, sabía que no podía quedarse en el mismo sitio; tenía que atravesar cuantas puertas encontrara; y estaba la que llegaba hasta la salida; una de doble puerta, que estaba en medio del escenario. En cuanto terminó el momento mágico de su hija fue hasta la puerta, aprovechando la increíble oscuridad que emanaba de todas partes, menos del escenario, y abalanzándose sobre ella de manera impetuosa, descubrió otra imagen; esta vez eran Berenice y Oscar en una noche fría. En aquel entonces ambos compartían la misma habitación, ya que eran demasiado jovenes para dormir solos. La señora lo presenciaba todo como si fuera una especie de fantasma. — A mi profesora le gustó mucho el cuento que escribí para la materia de literatura —le contó la niña al pequeño Oscar—. También me preguntó si yo escribía mucho y le conté que me gusta escribir en mi diario... — ¿Y después qué te dijo? —preguntó el pequeño impaciente. — Ya voy a eso. Ella me dijo que me expreso muy bien en las letras para tener tan solo doce años, así que me felicitó... y ¿te digo algo? Se sintió bien; quizá hasta me guste. Siempre me ha gustado fantasear e inventar historias en mi cabeza; hasta cuando bailo. — ¿Vas a hacer cuentos para qué? — Para saber si sirvo. Tengo unas cuantas en mi cabeza y, como no tengo con quien compartirlas, las leeré entre nosotros; y si te gustan yo sigo asiendo más. — ¿No les dirás a mami y a papi? — ¿Para qué si sé que no lo van a leer? Ayer le dejé el cuaderno con mi cuento a mami sobre su mesa de trabajo y lo tiró en una pila de papeles y, ahí lo encontré cuando fui a buscarlo. Tampoco van a ninguno de mis bailes... ya me estoy aburriendo. — ¿Y tampoco sabes cuando vuelve papi? — No. Ahora vamos a dormirnos que mañana tenemos clase. Berenice cubrió bien a Oscar con la misma sábana que ella y se arroparon muy juntitos, uno junto al otro. Ella parecía cuidarlo de lo que fuera, como una auténtica hermana mayor. Cerraron los ojos en un intento por quedarse dormidos y no volvieron a abrirlos. La madre de aquellas dos pequeñas criaturas quedó tan enternecida con lo que veía, que sus lágrimas volvieron a salir a colación. Aunque se alejaba porque mientras lo hacía más recordaba el propósito de su viaje interno, y el temor de regresar sin éxito fue más fuerte que el de jamás volver. Atravesó la puerta, que se supone era la del armario, y terminó en otro escenario. El pequeño Oscar, jugando en una piscina con alguien. Supo que se encontraban en un Spa. Camila recordó ese día. Ella hablaba por el celular con su secretaria sobre un problema que le había creado en la agenda. La muy inepta arregló dos citas importantes

para un mismo día. Ese terrible despiste le costó el trabajo. Estaba furiosa y, para culminar, justo en ese momento su hija se le acercó a enseñarle algo, a lo que ella no prestó la más mínima atención; sólo quería devorar a insultos a la pobre mujer del otro lado del teléfono. Ahora veía que era lo que tanto quería enseñarle. Berenice hizo en un pedazo de papel su primer dibujo y se lo llevó a su madre muy emocionada por enseñarle lo que había hecho. Al principio estaba algo tímida, al verla tan autoritaria y tan molesta. Esperaba que su dibujo la pusiera de mejor humor. Apenas y llamó su atención cuando su madre le respondió en un apuro por librarse de ella. — Sí, esta muy lindo mi vida. Ahora vete con tu hermano. Ni siquiera lo miró. El dibujo era de ella; fuerte, poderosa, importante. "¿Por que a mi mami no le gusta nada de lo que hago?", Camila podía sentir esa pregunta, y no provenía de ella. Sabía que no. Lo que se escondían tras aquellas puertas no eran más que memorias y sentimientos ocultos, visualizados a través de escenarios diferentes; todas vistas en forma de primera persona: como si estuviera viendo a través de los ojos de Berenice y sintiendo, en cada escena, lo que ella sintió dentro de su corazón. También escuchaba su voz: sus tonos tristes y alegres; taciturnos y ansiosos por decir algo; lo irónico y lo concreto. La señora de León no podía evitar sentir en momentos que invadía la privacidad de su hija; descubriendo sus vergüenzas, miedos e inseguridades, en diferentes aspectos de su joven vida. Eso la hizo sentirse mal consigo misma. La idea de saber que algún día su hija los necesitó y ellos le fallaron, era algo que le atormentaba y que le dolía. Lloró; especialmente al ver su recuerdo sobre la muerte de Oscar y saber lo que ella sintió. No sólo se encerró en su cuarto a llorar aterrada fuera de la vista de todos, sino que se culpaba de una manera tan consistente que, a Camila no sólo le dolía vivirlo; también sentirlo: miedo, temor, tristeza y culpa. "Dejé que ella se enfrentara a todo esto sola. Cuando se murió mi Oscar, cómo pude olvidar que mi hija también existía. Deseaba tanto morirme que se me olvidó; como si todo mi mundo se hubiera muerto con él y ya no tuviera ninguna otra razón para vivir".

LA MENTE REFLEJA LO QUE HAY EN MI CORAZON Al abrir la siguiente puerta, vio a una mujer de espaldas a ella. Estaba sentada en un comedor a la intemperie y parecía escribir algo sentada de espaldas a Camila. Ella la observó, al principio parecía petrificada. Ya no podía confiar que su mente podía distinguir lo real de lo que no. Pero tenía una extraña sensación placentera al ver a esa chica. Su corazón se aceleró por la misma extraña sensación de confidencialidad. Su corazón le gritaba algo fuerte; tan fuerte que no encontraba las palabras con las cuales comenzar. La chica no se dio cuenta de que alguien estaba tras ella, y Camila por fin tuvo el valor de avanzar; a pasos lentos y a veces pausados; apretando en ocasiones los ojos muy fuerte, deseando con enérgica pasión no ser victima nueva vez de la locura. Se colocó lo suficientemente cerca como para verla de frente. La chica tardó un tiempo en darse cuenta de que se encontraba alguien frente a ella, observándola escribir. Su cabello rizado, largo hasta los hombros, no dejaba apreciar su rostro con claridad. Paró de escribir ante el descubrimiento y lentamente levantó la mirada, hasta que la de ambas se encontraron. La joven la miró con extrañeza; como si fuera la primera vez que la veía. En cambio, Camila buscaba en sus ojos a los de su hija; aunque no se parecían, pero todo en esa joven le recordaba a Berenice.

Estuvieron en silencio por un largo tiempo sin que ninguna de las dos encontrara que decir. La joven parecía aturdida y muy desconcertada; al ver a esa mujer fue como si un revoltijo de recuerdos quisieran salir juntos al mismo tiempo y no la dejaban pensar con claridad; finalmente hizo una reacción, como si hubiera sido golpeada por la respuesta. Miró a la mujer con un tono alarmante en su semblante, tal y como un ser que pierde la memoria y luego la recupera de golpe al instante. —...Mami...—fue justo lo que la pobre mujer necesitó para soltar una lágrima. — Perdóname —suplicó ella en cuanto tuvo una pequeña oportunidad para hablar. Parecía serena; por completo congojada y dolida—, como madre te he fallado y te pido perdón por eso —agregó mientras dejaba escapar las lágrimas con profundo dolor y explicando todo lo que había pasado para llegar a donde estaba. De nuevo le insistió en todo lo que la extrañaba y de como la quería devuelta. Sus palabras parecían llegar al corazón de la muchacha, quien por primera vez, dejó escapar una lágrima frente a ella. Apretó sus puños con fuerza mientras la escuchaba, perdiendo de nuevo el control y viendo su escenario cambiar por uno completamente desierto, en lo que parecía una enorme sala sin ventanas o puertas; con suelo pulido de madera; oscuro y lúgubre; sin divisar los finales de las paredes, y sólo ellas dos en el centro, a varios pasos la una de la otra. La señora de León no dejó de suplicar, no sólo su perdón, sino que le diera otra oportunidad. En los ojos de su hija se reflejaban la lástima, por todo lo que hacía sufrir a su madre, aunque no dio su brazo a torcer. — ¡Tú no entiendes nada! —le gritó dejando escapar más lágrimas que denotaban su dolor; que por algo sufría. De la nada surgió una ventisca que no parecía controlado ni por la misma protagonista del sueño. Berenice intentó escapar, aprovechando lo fuerte del repentino viento que parecía enceguecer a su madre. A pesar de todo, no pudo ser más rápida que esta que se apresuro a tomarla de la muñeca al presentir sus intenciones de huir, deteniendo su intento. — ¡Te seguiré a donde quiera que bayas! —le dijo— Porque tú eres mi hija y te amo. Tu padre también te ama y es la razón de porque estoy metida en esto; por que no soy capaz de dejarte ir, ni perderte como perdí a mi chiquito. Si tengo que suplicarte un millón de veces yo lo haré sin cansarme, hasta quedarme seca... pero por favor... ya no corras más. La joven Pérez de León temblaba mientras escuchaba a su mamá, ni siquiera podía contener sus lágrimas. — Huir es mi única salida — contestó con los ojos más tristes que Camila hubiese visto nunca en ella—. Ya no aguanto más; ya no puedo soportarlo... intenté todo para parecerme a Oscar, pero no me funcionó; en verdad lo intenté. Yo- yo intenté hacer las cosas que él hubiera hecho si estuviera vivo... no quería que se muriera. — Nadie quería que él se muriera —rectificó Camila con dulzura. — Tengo miedo de volver y estar de nuevo en la misma situación. Entendí desde el primer momento que todos hubieran esperado que la que se hubiera muerto en ese accidente hubiera sido yo y no él. Oscar tenía un futuro maravilloso; en él estaban puestas las expectativas de todos y yo no sabía llenarlas... yo fui quien se debió haber muerto. Tras esa dolorosa confesión de Berenice, guiada por los impulsos de sus emociones contenidas; la señora Pérez de León, le dio un fuerte abraso y un beso; inundándose la una con las lágrimas de la otra; dejándola desahogarse para no interrumpir el valor que le costaba decir esas palabras; aquel momento en donde ella por fin abría su corazón. — Mi hermano se murió creyendo que yo lo odiaba, porque le tenía envidia porque todos lo admiraban... yo no lo odiaba... yo lo amaba y nunca se lo dije... se murió

creyendo que yo lo odiaba. Nunca le dije cuanto lo quería, ni tampoco pude darle el cuento que estaba haciendo para él... por eso no me atrevo a mirar a nadie a la cara sabiendo que los decepcioné, y que Oscar murió en mi puesto. Él sabía ganar el aprecio de todos sin mucho esfuerzo porque así era él. Y sabía que mientras todos estuvieran pendientes de él no lo estarían de mí... que no pondrían demasiada atención a mis defectos y a mis vanidades, que sólo me hacían perder el tiempo... pero esas cosas me hacían feliz cuando nadie se daba cuenta que existía. Creía, dentro de mi corazón, que podía vivir así y con el tiempo ser yo misma... pero cuando murió Oscar... sentí la presión sobre mí. Quise ser como él; llenar lo que su perdida vació, pero no pude. Era lo que todos esperaban que hiciera... — Estoy por completo segura de que tu hermano sabía que tú lo amabas también. El llanto inundaba el lugar con lágrimas fuertes y un dolor tal, que no sólo conmovió el corazón de las dos que lloraban en sus mentes; si no también el corazón del señor Pérez de León, quien podía escuchar las divagaciones. Veía las lágrimas desprenderse de los ojos de su esposa y de su hija; mas lo que ella decía, y no pudo evitar llorar sintiendo un dolor agudo en el pecho. Como padres, no se habían dado cuenta de que le regalaban la soberbia a uno y el degrado al otro. Madre e hija cayeron desplomadas al suelo en llanto; llorando como nunca lo habían hecho juntas. Mantenía su rostro en su regazo, acariciándole la cabeza, y la escuchaba llorar; asiéndole compañía. Era el dolor de una herida que volvía a ser abierta. Sólo que esta vez se escuchaban los lamentos de la que faltaba. Tan sólo en ese entonces Benjamín y Camila entendieron el error que habían cometido al hacer aquel tipo de diferencias entre sus dos hijos; y que en aquel fatídico día no solo ellos habían perdido a un hijo, sino que también, Berenice había perdido a su mejor amigo.

EL SUEÑO Y LO QUE ES REAL Cuando Benjamín vio despertar a Camila sintió un fuerte rayo de esperanza. Esta estaba tan somnolienta que se sentía fuera del universo; uno de los síntomas por haber estado sedada por más de cuatro días en el mundo real. Apenas podía hacer que su cuerpo respondiera sin sentir ese fuerte cosquilleo por todo el cuerpo. Su esposo de inmediato se balanceó a revisarla para cerciorarse de que estaba bien, pero esta apenas y pensaba en ella cuando dijo, con las fuerzas que pudo, el nombre de su hija. Benjamín levantó la cabeza en dirección a su princesa y no pudo evitar el que su corazón diera un salto de alegría. —... Está despierta —le dijo apenas vio sus somnolientos ojos abiertos. Camila lo avía logrado; y desde la muerte de Oscar esa podría decirse que fue el primer momento de gozo que tuvo la familia, hasta el punto de ceder a los golpes de pecho. Aunque ambas mujeres estaban muy débiles; en especial la joven Pérez de León, quien ahora debía componerse de los efectos realizados por el coma, y solo el señor podría decir cuanto tiempo podía tardar en recuperarse. Tras haber reflexionado en lo que realmente hacía feliz a su hija, la señora Camila decidió participar en su nombre en el concurso para escritores, con el libro que Berenice había escrito para su hermanito y que solo carecía de un buen titulo. Su madre le puso:"El príncipe y yo", pensando en que él jamás llegó a leerlo. Ya que Berenice aun seguía en un estado débil debido al tiempo que estuvo en coma; se sintió feliz cuando le dieron la noticia de que ganó el segundo lugar. Un segundo

lugar era mejor que nada; significaba que tenía talento y eso le enorgullecía a Berenice, y sus padres también aprendieron a enorgullecerse de eso. Pese a todo lo anterior, ese no fue el único suceso increíble que les sobrevino a los Pérez de León; sino que, cuando el señor Benjamín le comunicó a sus socios y compañeros de trabajo como la máquina había funcionado, en un principio se sorprendieron y quedaron estupefactos, pero en cuanto se les hicieron las pruebas de rigor y funcionamiento, entre otras requeridas para darle el visto bueno, se llevaron la sorpresa de saber que la máquina no funcionaba como debería. Encendía, y sentía sensores cerebrales, como Benjamín les había dicho, pero nada más. Para lo que había sido creado seguía siendo algo por completo inútil. Cuando le hicieron saber esto a Benjamín, quedó asombrado, estupefacto y, hasta incrédulo en un principio; cuando él y su esposa eran fieles testigos de que le habían visto funcionar. No se explicaba el por qué todas las pruebas realizadas daban a demostrar que jamás lo había hecho. Él señor Benjamín no tenía cómo poder explicárselo, en tanto que no salía de su asombro absorto. Se dejó caer sobre la silla giratoria de su oficina mientras reflexionaba; casi en un intento de reírse por sus propias ironías, preguntándose si lo que habían pasado él y su esposa durante todos esos días, fueron el resultado de un arduo y laborioso trabajo, logrado por los años de dedicación, o fueron victimas de un increíble suceso extraño, ajeno a cualquier uso de razón; a lo que fuera, el señor Pérez de León le estaba eternamente agradecido, mientras se reía de sí mismo. — ¿Qué crees que fue lo que pasó? —le preguntó Camila, guiando la silla de ruedas que su hija debía usar en tanto se recuperaba; durante un paseo en el jardín, en compañía de Benjamín. — Me dijeron que no servía —fue la respuesta que se precipitó a decir, extrañamente conforme—, y para mí es más que suficiente que haiga servido una vez. — Pero son todos tus años de trabajo. — Yo lo sé. Hubo después un momento de breve silencio. Camila inclinó la cabeza. No podía ser posible que estuviera en un sueño otra vez; después de todo lo que había pasado, eso la derrumbaría. Entonces comenzó a acariciar la cabeza de su niña. Estuvo a punto de ponerse a temblar cuando sintió el brazo cálido de Benjamín rodeándola. Era una sensación especial lo que la recorrió en ese momento; más al sentir bajo su mano la cabeza quieta de su hija. Su recuperación, después de un sueño tan largo, era aún lenta y trabajosa. Sobre todo, no podían prescindir de una enfermera. Ahora más que nunca necesitaban, no solo una, sino dos; en especial, después de que Benjamín se jactó de contarle como se había deshecho de la enfermera en aquellos días, mandándola a su casa con paga. "No quería que nadie me estorbara en lo que iba a hacer", fue lo único que alegó. Al menos la enfermera pudo regresar a su trabajo hallando la sorpresa de ver a su paciente despierta y la noticia de una nueva compañera. — No te creas que fuiste la única que vivió un estado de verdadero terror —le dijo Benjamín con una sonrisa—. A cada hora yo debía estar observando y revisando a las dos, y no tienes idea como me aterraba cada vez que veía que Berenice reaccionaba cada vez menos a los estímulos, y tú te hundías más. — Eso era porque siempre se alejaba de mí...pero ya no más. Con su hija en aquel estado, no estaba viviendo un sueño perfecto, pero sabía que tenía todo lo que necesitaba. El vacío ya no estaba. "No. No es un sueño". — Tuvieron que pasarnos todos estos sucesos extraños para poder entender lo que teníamos —dijo Camila mirando a su esposo con una sonrisa encantadora—. A

nosotros. Si huimos de pasar tiempo con la gente que amamos, después serán ellos los que se pasarán una vida entera huyendo de ti. FIN