TAREA: Caso de buenas prácticas de Liderazgo Escolar Conozco a una profesora de la Pontificia Universidad Católica que ha trabajado más de 10 años en colegio y en varios cargos, tales como profesora jefe, profesora de asignatura y coordinadora de ciclo. Trabajó en colegios municipales, particulares subvencionados y particulares privados. Posee estudios de la misma universidad, especializaciones y, además, estudios en el extranjero, para los cuales ha sido becada y ha tenido buenos resultados. No revelaré su identificación, pero en términos generales ella es mujer, de entre 30 y 40 años, trabaja y vive en Santiago de Chile. Hoy en día se dedica a la docencia universitaria, específicamente a la supervisión de prácticas. Representa un modelo de liderazgo por varias razones. En primer lugar, se destaca por su profesionalismo en todo momento. Es decir, que siempre se relaciona con los estudiantes de manera respetuosa, con vocabulario adecuado, académico y toma una distancia necesaria con ellos. Esto último es relevante desde la perspectiva del liderazgo instruccional, ya que un líder de un grupo de personas debe guiarlo con cierta perspectiva que denote su rol como un profesional líder, con una distancia que le permita comprender las situaciones y tomar decisiones desde la posición que le otorga su rol, justificado en su amplio conocimiento y experiencia. En segundo lugar y en conjunto con lo anterior, esta profesora demuestra gran cercanía con las profesoras en formación, que genera un clima de confianza y compañía constante, sin dejar de lado el profesionalismo y la distancia que debe guardar por el cargo que ejerce. Como mencionan Volante y Nussbaum en su documento, posee la “habilidad para generar y mantener un diálogo atento con el entorno, a fin de «responder y movilizar los intereses de la comunidad circundante» (Errazuriz, M.M. 1994)” (Volante y Nussbaum, 2002, p. 84). En tercer y último lugar, se destaca en el papel de esta profesora y coordinadora, su capacidad de escucha, de reflexión en torno a situaciones que le ocurren al grupo que dirige, manteniendo siempre los estándares de exigencia que se deben tener para cumplir trabajos o metas, pero siendo flexible frente a circunstancias difíciles que se presentan en ciertos contextos. Por lo tanto, es un ejemplo también de exigencia, pero con flexibilidad, ambos aspectos equilibrados para lograr los objetivos y metas propuestas, considerando las situaciones y contextos particulares. En síntesis, la representación del principio de la visión holística en gestión educacional, supone valores asociados a la participación, la inclusión y la confianza, tanto de los miembros internos como de los agentes externos que pueden aportar «variedad» a la cultura de la organización. Esta variedad ha de ser integrada, lo cual implica una transformación en las estructuras formales y la cultura organizacional, pero sobre todo implica favorecer prácticas de socialización que permitan a jóvenes y adultos, tener la experiencia de construir soluciones desde diversas visiones, observar el mundo desde distintas perspectivas y hablar diversos lenguajes con distintos actores. (Volante y Nussbaum, 2002, p. 85).