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economía
| Domingo 1º De junio De 2014
opinión De buitres y carneros columnista invitado José Luis Espert PARA LA NACION
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n los últimos 40 años hemos tenido cinco crisis económicas de mayor o menor intensidad. El Plan de Inflación 0 de Gelbard (emisión monetaria para financiar el déficit fiscal) terminó en el Rodrigazo con un cúmulo de tarifazos y una devaluación salvaje del peso. “La tablita” de Martínez de Hoz (deuda externa para financiar el déficit fiscal), en las descontroladas devaluaciones de Sigaut. El Plan Austral (reservas del BCRA), en el Austral II (emisión monetaria). El Plan Primavera, en hiperinflación. La convertibilidad (deuda externa) en la peor crisis de nuestra historia y “el modelo de la década ganada” (emisión monetaria y uso de reservas), en estanflación, fenómeno que no sufríamos desde hacía décadas y casi ningún país razonable del mundo experimenta hoy. Es claro que las crisis anteriores tuvieron
que ver con crisis de financiamiento del déficit fiscal. Es más, el déficit que quebró a cada uno de los anteriores planes económicos viene decreciendo a lo largo del tiempo y demuestra que el Estado argentino tiene, tendencialmente, cada vez menos crédito tanto interno como externo para financiar sus desaguisados fiscales. Para ponerlo en criollo: lamento informarle a la progresía que el déficit fiscal es cada vez menos reactivante y más procrisis. El Rodrigazo ocurrió con 12% del PBI de déficit fiscal. El fin de “la tablita” con 11%; la hiperinflación, con 8,5%; la crisis de la convertibilidad, con 7%, y la “década ganada” terminó con el cepo cambiario cuando el desequilibrio de las cuentas públicas llegó a 4% del PBI. Razones no les faltan a los oferentes de crédito para tener cada vez menos deseos de financiar al Estado argentino. La sucesión de licuaciones de ahorros, punciones de depósitos, defaults de la deuda pública y pesificaciones asimétricas ha estado a la orden del día con el mismo argumento (y sin sonrojarse) del “mandato popular” que previamente justificaba el déficit fiscal por motivos sociales y
de reactivación económica. Esquizofrénico. Pero si la recaudación de impuestos era de 16% del PBI hace 40 años y hoy, debido a una sumatoria infinita de impuestazos decididos por la clase política de los sucesivos gobiernos, es de 36% del PBI, quiere decir que aquellas crisis fueron por un exceso de gasto público (que es corrupto y clientelista), no por una magra recaudación. ¿Quién decide ese nivel de gasto público que genera crisis de manera cíclica, causándonos (entre otras razones) una decadencia secular? De nuevo, la clase política que todos los años lo vota en los presupuestos que sancionan el Congreso Nacional, las Legislaturas provinciales y los Concejos municipales. El número de políticos que realmente decide ese gasto público de mas de 40% del PBI (hoy en $ 1.700.000 millones anuales) no debe superar los 2000 en todo el país. A su vez, ese gasto público va dirigido a un total aproximado 13 millones de personas que, en su mayoría, votan. Ese número se compone de 3 millones de empleados públicos, 6 millones de jubilados y 4 millones de beneficiarios de planes sociales.
O sea que 2000 personas –0,005% de la población total–, dedicadas a una política profesional que busca sólo el enriquecimiento personal y el poder, deciden directamente sobre la vida de 1/3 de los argentinos y sobre un gasto (consumo más inversión) que representa 40% del PBI. El 60% del resto del gasto que es el PBI, también afectado por los impuestos que le impone la clase política, lo realiza el sector privado, compuesto por 27 millones de personas (2/3 de la población) que no tienen un líder que los represente como sí los que viven del gasto público: la corporación política. Esto sí que es inequidad distributiva. Por eso, cuando se trata de subir impuestos, tarifas o devaluar, hay más “consenso” que cuando se trata de echar un empleado público. El lobby de la corporación política tiene claro que su negocio es velar primero para que el gasto público nunca baje y luego, muy en segundo lugar, vienen las disputas políticas entre sus miembros. En la Argentina, la palabra “ajuste” se usa sólo para describir una baja de gasto público, pero nunca si la gente de a pie en el sector privado no llega a fin de mes como consecuen-
cia de la inflación (provocada por el financiamiento monetario de los déficits fiscales producto del aumento del gasto público por encima de la recaudación) o si un empresario privado suspende o despide gente porque no da más de la presión impositiva, los costos laborales y los precios y cortes de la energía. Pero no cansados con haber “vacunado” a los privados con impuestos salvajes, inflación, devaluación y la falta de crédito para financiar un gasto público corrupto y clientelista, la clase política va por más, por no decir por todo. Con el envión del acuerdo con el Club de París y para evitar los malos ratos que el financiamiento monetario del déficit fiscal le trae con el dólar blue y la pérdida de reservas (fines de 2013) o la recesión que causó el cambio de financiamiento hacia más deuda interna con las Lebacs que el BCRA coloca a los bancos (desde fines de enero de 2014), el Gobierno (Nación y provincias) hará todo lo posible para emitir deuda externa. El gasto público se mira y no se toca.ß El autor es economista
Cristina Kirchner, la empapeladora al margen de la semana Jorge Oviedo LA NACION
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i cuando Cristina Kirchner asumió en 2007 su primera presidencia hubiera transformado mágicamente todos los billetes, de cualquier denominación, que entonces circulaban en unidades de cien pesos y desde entonces no hubiera emitido más, circularían hoy apenas poco más de la mitad de los billetes de $ 100 que, con los rostros de Julio A. Roca o de Eva Duarte de Perón circulan hoy. Dicho de otro modo. Sólo los billetes de cien, en cualquiera de sus dos versiones, suman ahora más del doble que la totalidad de las unidades que había en poder del público y de los bancos cuando Cristina asumió como Presidenta por vez primera. Gerardo Della Paolera, profesor de la Universidad de San Andrés y presidente fundador y rector de la Universidad Torcuato Di Tella, ha recordado alguna vez que en 1934 a Alfredo Palacios le disgustaba la idea de crear un Banco Central. Y que advertía: “Vamos a terminar con un país empapelado”. El BCRA se creó de todos modos en 1935 y Palacios murió 30 años más tarde. No es la primera vez en que, lamentablemente, su profecía se cumple. “La izquierda tenía una forma de razonar, desde el punto de vista monetario y financiero sumamente ortodoxo, porque no le gustaba nada las políticas inflacionistas que les licuaban los salarios; tenían una posición bastante reacia a eso”, dijo tiempo atrás en una entrevista con la nacion. Cristina Kirchner parece tener otra idea de cómo defender los salarios. Según las estadísticas del Banco Central, circulaban en diciembre de 2007 unos 1317 millones de ejemplares de papel moneda nacional de cualquier denominación. A principios del mes en curso, sólo de cien pesos había en danza 2407,2 millones de unidades y el total era de 3942,8 millones. El total de ejemplares de cualquier denominación creció 199,4% o, lo que es lo mismo, se multiplicó por tres. Pero el número de valores de cien creció 313,4%, o lo que es lo mismo, se cuadruplicó. Por eso, hoy en día los valores más altos de la línea peso representan nada menos que el 61% del total. Hay siete veces más billetes de cien que de 50 pesos; más de siete por cada uno de diez pesos o por cada uno de cinco; y cinco “Evitas” o “Julio A. Roca” por cada uno de los destartalados ejemplares de dos pesos. El valor más despreciado por el kirchne-
rismo es el de 20 pesos, que lleva el rostro de Juan Manuel de Rosas, reivindicado en los discursos de la Presidenta. En los papeles, al menos los monetarios, hay casi 31 “Evitas” o Julio A. Roca por cada Brigadier General. En momentos en que llueven las denuncias e investigaciones sobre el vicepresidente Amado Boudou por la estatización de la imprenta Ciccone, el dato cobra especial relevancia. Incluso han surgido sospechas en torno a las importaciones de la tinta para la confección de los ejemplares de 100 pesos por medio de una investigación publicada en el sitio web del escritor y periodista Jorge Asís. La herencia que la Presidenta dejará parece sembrada justamente de “papeles” que no son otra cosa que deuda. Los pesos son un pasivo del Banco Central. Y su emisión descontrolada para financiar déficits fiscales genera inflación. Cuando no hay demanda de pesos, emitirlos es hacer que se devalúen. Porque compran menos bienes o servicios o porque valen menos frente a otras monedas y, por lo tanto, compran menos bienes y servicios generados o prestados en el exterior. Ni un Nobel heterodoxo como Paul Krugman deja de admitir tal cosa. Algo parecido sucede con YPF. Como dijo el ex secretario de Energía Alieto Guadagni, “cuando Repsol estaba dispuesto a entregar una participación prácticamente a cambio de nada, sólo por parte de las ganancias futuras, el Gobierno hizo entrar a un grupo privado con domicilio en el exterior”. Luego, para recuperar la posesión estatal primero probó con la incautación y Kicillof lanzó la bravuconada de que era Repsol la que debía pagar al Estado una indemnización. Finalmente, se pagó la expropiación, como era razonable hacer, pero emitiendo deuda pública. Allí terminó la política del “desendeudamiento”, cuando los futuros vencimientos deberán ser afrontados, mayormente, por la administración que suceda a la de Cristina.
Cristina Kirchner se ha quedado con el éxito del discurso de que “fue excluido el FMI” por primera vez en la historia. Y comparó otras clases de negociaciones. Quien le dio esos argumentos no le advirtió tal vez que dos de los modelos que ella mencionó son para perdonar en parte o en su totalidad las deudas a países pobres muy endeudados. Son iniciativas que surgieron en los 90 y que incluyen la intervención del FMI y del Banco Industrial para que los países angustiados por la pobreza paguen menos o no paguen nada y no para que después de una “década ganada” un país que supuestamente creció a “tasas chinas” pague todo sin chistar y en plazos cortísimos, y sin una garantía de nuevos préstamos. Algo parecido pasa con los holdouts, los bonistas que no aceptaron los canjes con quita de la deuda y reclaman, como el Club del París, el pago de intereses atrasados y punitorios y el total del capital. Allí está, según los especialistas, la verdadera batalla por la deuda argentina. Y no ha habido antes un arreglo por la cerrazón de la Presidenta, quien se obstinó en no pagar a quienes no aceptaron la oferta y hasta dijo que si la justicia de los Estados Unidos fallaba que había que pagar, no acataría. Cristina defiende la aceptación de una suerte de “ley de quiebras” para países. Que ningún acreedor, tras un default, tenga derecho a reclamar más que lo que acepta la mayoría. Extraña coincidencia, es lo mismo que sigue defendiendo la ex número dos del FMI, Anne Krueger, de la que el entonces presidente Néstor Kirchner, se despidió con burlas públicas cuando dejó el organismo. Pero eso implica ofrecer a los holdouts el mismo trato que a la mayoría que aceptó antes, no dejarlos sin nada. Cristina se obstinó en no pagar y estuvo a punto de conducir al país a un nuevo default si había un fallo adverso de los tribunales estadounidenses. Cambió de estrategia ahora y aceptó sin chistar los fabulosos intereses y punitorios del Club de París como señal a la Suprema Corte de los Estados Unidos de que la Argentina no es un “defaulteador serial”, ni tampoco, como dice risueñamente Jorge Asís, un país de “motochorros de las finanzas”. Si los tribunales de los Estados Unidos dijeran que la Argentina no tiene que pagar más que lo mismo que ya recibieron las mayorías, Cristina podría decir, verazmente, que es un logro histórico. Como con el Club, la pregunta es ¿y entonces por qué no se hizo antes? Y la respuesta es clara. Porque no se estaba en medio de una crisis de balanza de pagos o de falta de dólares autogenerada y porque ahora la cuenta va a tener que pagarla otro. ß
La demora tiene su costo Otro tanto ocurrió con el Club de París. Cristina Kirchner se regodeó diciendo que se había logrado dejar fuera el FMI. Pero la demora en solucionar el entuerto ha costado carísima. Por doce años, mientras las tasas en el mundo eran cercanas a cero, la Argentina estuvo acumulando y capitalizando el 7% anual a esos acreedores. Y pagando además punitorios. Lo admitió el propio Kicillof. El economista José Luis Espert calculó que sólo en punitorios la demora le costó al Estado US$ 3800 millones. Kicillof además, prometió pagar en cinco años o, como máximo, con costo adicional, siete. Como advirtió desde Pro el presidente del Banco Ciudad, Rogelio Frigerio, le están dejando la parte más pesada de la carga a la próxima administración.
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Nuestra última oportunidad para salvar el planeta perspectiva global Jeffrey Sachs PARA LA NACION
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MELBOURNE
a Humanidad ya casi se ha quedado sin tiempo para abordar el cambio climático. Los científicos señalan que un aumento de la temperatura de dos grados centígrados por encima de los niveles preindustriales colocará a la Tierra en un terreno peligroso y desconocido. Pero vamos camino a una suba de cuatro grados o más en este siglo. Llegó la última oportunidad para actuar. La oportunidad se producirá en diciembre de 2015, en París, cuando los gobiernos del mundo se reúnan para la 21a reunión anual de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, pero ésa vez será diferente. O los gobiernos acuerdan adoptar medidas decisivas o la salud climática se nos deslizará de entre los dedos.
En 1992, los gobiernos del mundo aprobaron la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y prometieron evitar “la peligrosa interferencia antropogénica [inducida por el hombre] en el sistema climático”, para reducir la tasa de emisión de los gases que provocan el efecto invernadero, en particular el dióxido de carbono. Aunque el tratado entró en vigor en 1994, la tasa de emisiones de gases subió. En 1992, con la combustión mundial de carbón, petróleo y gas, más la producción de cemento, se lanzaron 22.600 millones de toneladas de CO2 al aire. En 2012, las emisiones ascendieron a 34.500 millones de toneladas. En lugar de controlarlo, la humanidad aceleró el cambio inducido por el hombre. Es el mayor problema moral de nuestro tiempo. El uso de combustibles fósiles amenaza a los pobres, los más vulnerables al cambio climático y a las generaciones futuras. Estamos causando ese daño en una época en la que los adelantos tecnológicos permiten al mundo substituir los peligrosos com-
bustibles fósiles por fuentes energéticas con escasas emisiones de carbono, como, por ejemplo, la eólica, la solar, la nuclear y la hidroeléctrica, y reducir las repercusiones de los combustibles fósiles usando tecnología para la captura y el almacenamiento de carbono. El papa Francisco ha dicho: “Si destruimos la Creación, ¡la Creación nos destruirá a nosotros! ¡No debemos olvidarlo nunca!”. Pero para los muchos intereses poderosos, el cambio climático es todavía un juego cuyo objetivo es retrasar la adopción de medidas. Las compañías de combustibles fósiles han presionado contra el paso al uso de una energía con escasas emisiones de carbono. Aun así, la política del cambio climático puede estar cambiando para mejor. El fin del estancamiento podría llegar pronto por las seis razones siguientes. En primer lugar, el mundo se da cuenta de la calamidad que estamos causando. El público ve sequías prolongadas (ahora en partes de Brasil, California y el Sudeste asiático, por citar algunos lugares), inundaciones enormes
(recientemente en Bosnia y Servia) y olas de calor letales (en muchas partes del mundo). En segundo lugar, los ciudadanos no quieren morir en las llamas. La opinión pública ha bloqueado la construcción del oleoducto Keystone XL, que aceleraría la producción de arenas petrolíferas de Canadá, algo escandaloso en vista de que ni Canadá ni EE.UU. se comprometieron aún con un plan climático. En tercer lugar, puede que nos esperen crisis climáticas más graves. Este año podría haber un muy intenso El Niño, que se sumaría a la tendencia general al aumento de las temperaturas mundiales. El fenómeno podría hacer que 2015 sea el año más cálido de la Tierra. En cuarto lugar, EE.UU. y China, los dos mayores emisores de CO2, empiezan a ponerse serios. El gobierno de Barack Obama intenta parar la construcción de dos nuevas centrales eléctricas de carbón, a no ser que estén equipadas con tecnología para la captura y el almacenamiento de carbono. China ha comprendido que su profunda dependencia del carbón causa una contaminación devastadora.
En quinto lugar, las negociaciones de París atraen la atención mundial. El secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, pidió a los dirigentes políticos que asistan a una cumbre especial en septiembre, para lanzar unas negociaciones intensivas. La red de expertos de las NN.UU. que dirijo, Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible, publicará un informe en julio sobre cómo pueden descarbonizar sus sistemas energéticos las economías más importantes. Y creará una plataforma para que los ciudadanos participen en la misión de salvar el planeta. Por último, los avances tecnológicos en materia de sistemas energéticos con escasas emisiones de carbono contribuyen a la transición a una energía de bajo costo y escasas emisiones de carbono tecnológicamente realistas, con unos enormes beneficios para la salud humana y la seguridad planetaria.ß © Project Syndicate, 2014 El autor es director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia