FRIDA Y EL SEÑOR LIN
CONFUCIO habla de rén
© Equipo de Didáctica de CETR (www.otsiera.com)
CONFUCIO habla de rén
¿Recordáis aquel primer día que Frida habló de rén y del señor Lin, y que todos empezaron a buscar pistas? Pues al día siguiente Jeniffer llegó a clase la mar de contenta pues ya sabía el significado de rén. – ¡Rén es como runakay! –les anunció. – Y ¿qué quiere decir runakay? –le preguntó Clara. – Lo mismo que rén, porque “runa” significa “humano” y “kay” significa “ser”. Me lo han explicado mis padres. Dicen que nos ocurre como a las plantas. Runakay es la raíz que tenemos para poder crecer, y la raíz tiene que tener agua y fortalecerse para que la planta pueda crecer. – Pero eso ¿en qué lengua es? –preguntó Clara. – En quechua. – ¿En quechua? Pero tus padres son de Ecuador y hablan castellano ¿no? – Sí, pero mi familia es del pueblo quechua. – ¿Y tú sabes quechua? –le preguntó admirado Marcos. – Sólo algunas palabras, pero mis abuelos sí lo hablan. Y mis padres así así. – Es muy interesante, Jennifer –dijo la maestra–. Pero... Saber decir las cosas en distintas lenguas no es lo mismo que entender bien lo que quieren decir, ¿verdad? Pondremos runakay junto a rén y seguro que poco a poco lo iremos aclarando. Me parece que el ejemplo de la raíz puede ser una muy buena pista. Y así lo hicieron; Jennifer escribió con letra clara runakay en una hoja, y , debajo, “humano” y “ser”, y la colgó junto al hanzi. Vino luego la visita del abuelo de Samir y tantas otras pistas que ya conocéis. Sin olvidar la palabra de Niara: ubuntu.
Y ahora que ya habían pasado tantas semanas investigado pistas sobre rén, había llegado el momento de revisarlo todo. ¡A ver si conseguían descifrar el misterioso cartel del anzuelo y la red! – Y también aquello de “saber que sabes lo que sabes” y “que no sabes lo que no sabes” –les recordó Frida. – ¿Empezamos por el anzuelo y la red? –sugirió Romina. Estuvieron de acuerdo. ¿Qué era aquello que al señor Lin le parecía tan importante del mensaje? Pasaron un buen rato reflexionando. También quisieron buscar más información sobre Confucio. Finalmente Pablo propuso que estaría bien ir a visitar al señor Lin para saber si habían acertado. Y sí, le visitaron, por supuesto. Pero antes revisaron todo lo que habían reunido sobre rén y también miraron bien el hanzi. “Persona” y “dos” era la pista que había dado el señor Lin a Frida. Eso sí que lo recordaban bien. Le dieron bastantes vueltas… ¡no fue fácil preparar la visita! Pero la verdad es que se dieron cuenta de que habían descubierto un montón de cosas. ¡Quién lo iba a decir!
Y nosotros… ¿hemos descubierto algo?
¿Qué sabemos de Confucio?
EN AQUEL TIEMPO...
Su nombre era Kong Qiu y nació en China hace más de 2500 años (en el siglo VI a.C.). No se saben muchos detalles sobre su vida. Fue funcionario en la corte del rey, trabajó en la administración, pero su fama no le viene de eso sino de lo que enseñaba. Kong Qiu veía que las cosas no andaban bien. Pensó que era necesario estudiar y recuperar la sabiduría de los antiguos para volver a vivir en paz y armonía. China era (y es) un país inmenso. En aquellos tiempos el territorio se dividía en ducados, y en cada ducado gobernaba un señor, el duque. Por encima de todos aquellos duques, mandaba el rey. Y por encima del rey... el Cielo. Si el rey sabía escuchar de verdad, si sabía estar
atento, podía captar la sabiduría del Cielo. Por eso los reyes recibían el título de “hijo del Cielo”. Si gobernaban bien, haciendo caso de la sabiduría, esta pasaba a los otros gobernantes y a través de ellos se transmitía a todos los súbditos. Para que las cosas fueran bien sólo había que obedecer a los gobernantes. Así pensaban antiguamente, como si la sabiduría fuera como el agua de una fuente que corre y se esparce por los riachuelos... Pero la realidad era muy distinta. Los duques no paraban de luchar entre ellos para conquistar más tierras y el rey no sabía mandar: todo andaba patas para arriba. “Dónde está la sabiduría?”–se preguntaba Kong Qiu. En el pasado quizás sí se
esparcía sola, pero ya no. Era necesario ir a por ella y militares, o no. Ni si tendrían dinero para pagarle. y ayudar a los demás a buscarla. ¡A todos! ¡No sólo Murió anciano, dedicado a compilar y comentar a los gobernantes y a sus hijos! Las cosas sólo po- los libros de las antiguas historias de China. Pero dían funcionar bien si todas las personas, fuera cual las ideas que él enseñaba no las dejó escritas.
fuera su oficio, aprendían a reflexionar, a cuidar de todo y a comportarse como seres humanos sabios. Él mismo se esforzó en aprender de los antiguos sabios, se entrenó para escuchar por dentro y por fuera y a estar atento a todo. Y se puso a enseñar todo lo que había ido entendiendo; por eso le llamaban “el maestro” (Fu-zi), Kong “el maestro” (Kong Fu-zi, o Confucio –para nosotros–). Debido a las guerras tuvo que desplazarse de un lugar a otro; allá donde iba, se reunían a su alrededor discípulos con ganas de aprender. Y él enseñaba a todos, sin hacer diferencias. No tenía en cuenta si eran hijos de familias de gobernantes
Fueron sus discípulos quienes reunieron sus dichos y comentarios, y también algunas conversaciones y anécdotas de su vida. Y así es como se fueron transmitiendo, recopilados en un libro que recibió por título LunYu, que quiere decir “palabras escogidas” (o “analectas”, que significa lo mismo). Las resumieron en frases breves para recordarlas bien y poderlas investigar.
He aquí alguna de esas analectas o palabras escogidas: 2.15.- Estudiar sin pensar, lleva a errores. Pensar sin estudiar, es peligroso. 2.17.- Saber que sabes aquello que sabes, y reconocer que no sabes lo que no sabes: ¡eso sí que es saber! 5.11.-Lo que no deseo que me hagan a mí, tampoco lo deseo yo para los demás. 7.19.- No he nacido con sabiduría. La sabiduría la busco en los antiguos que tanto admiro. 7.26.- El maestro pescaba con anzuelo, no con red; nunca disparaba las flechas a los nidos. 7.36.- Sin rén hay inquietud y tristeza, con rén serenidad y lucidez. 7.33.- ¿Cómo podría pretender decir que ya soy humano? Todo lo que os puedo decir es que lo intento con todas mis fuerzas y que procuro enseñar a los demás sin desfallecer!
La visita al señor Lin
La madre de Frida habló con el señor Lin y acordaron un día para ir a visitarle. Él ya sabía un poco qué estaba pasando, porque Frida de vez en cuando le contaba algo. Se alegró mucho al ver aparecer al grupo. Había despejado el patio trasero de la tienda. Cuando ya estuvieron todos sentados les pidió que se presentaran y escuchó muy atentamente todo lo que le contaron. – ¡Qué interesante! ¡Cómo me gusta saber que el Corán habla de leer el libro del Universo! No tenía ni idea –dijo. Y runakay, y ubuntu ... ¡Qué interesante, qué interesante!... –iba repitiendo mientras escuchaba. – Pero..., ¿nos hemos olvidado algo? ¿O ya está todo? –quiso saber Frida cuando acabaron de explicar. El señor Lin se quedó unos momentos en silencio, pensando, hasta que se le abrió una sonrisa de oreja a oreja.
– ¿Olvidar, dices? Sólo puedes olvidar aquello que ya sabes, ¿no te parece? Todo el demás... ¡lo descubrimos! ¡No habéis olvidado nada, que yo sepa! Pero descubrir... ¡apenas acabáis de empezar! Si no os cansáis, ¡nunca os faltarán cosas por descubrir! ¡Esto es lo que a mí me apasiona! Que nunca se acaba, nunca “está todo”, ¡siempre hay más! “Saber que no sabes lo que no sabes, eso es rén”, ¿recordáis? Aahhh, así sí que se entendía bien... – Pero ¿hemos adivinado lo que significa el cartel, o no? –insistió Marcos. Otro silencio, ...¡y otra sonrisa! – Sólo cada persona, cada uno de vosotros, puede saber si ha encontrado alguna pista provechosa. Lo que os puedo decir yo –y lo haré con gusto– es porqué elegí yo esta frase. La elegí porque me ayuda a poner los cinco sentidos en lo que hago, y también el corazón. Me recuerda no ir deprisa y corriendo. Me recuerda ser agradecido. Me recuerda que los sabios del pasado nos acompañan siempre... Quizás un día cambiaré el cartel, pero, de momento, estas palabras todavía me ayudan a seguir explorando cada día. Y ahora que os digo esto... Quedó como perdido en sus pensamientos mientras muchos ojos le miraban fijamente esperando a ver que más decía. – ¡Explorar! ¡Esto es lo que importa! –añadió finalmente. El cartel, las otras frases que ahora sabéis de Kong Fu-zi, las de Jesús, las de Buda, todas, todas las que habéis encontrado, todo lo que habéis buscado y os han explicado. No dejéis de explorar, ¡explorad siempre! No lo olvidéis –les insistió–. Si queréis ser exploradores y exploradoras de la vida, cada día es una aventura. Y esto es lo que quiere decir, para mí, hacer crecer rén día a día. ¡Pero yo soy chino! –añadió riendo–. ¡Vosotros tenéis que encontrar vuestras propias palabras! Y rieron con él y así acabó la conversación. ¡Seguro que no olvidarían aquella tarde!