Buenos Aires vive la temporada alta de galas benéficas

a socios e invitados, son el Yacht Club. Argentino, en su sede de Puerto Ma- dero, y el Club Náutico San Isidro. En ambos casos, los objetivos centrales.
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SÁBADO

| Sábado 1º de junio de 2013

Mariana Fabbiani fue una de las celebridades encargadas de servir la mesa en la tradicional gala de Fundaleu; el Alvear Palace, convertido en una selva para la cena de Temaikèn

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Solidaridad

Buenos Aires vive la temporada alta de galas benéficas

Organizados por fundaciones y ONG, son los eventos sociales por excelencia, donde celebrities y políticos aspiran a acceder y ser vistos Silvina Ajmat LA NACION

Cuando Lottie Taylor se hizo cargo de la presidencia de Fundaleu, en diciembre de 1988, decidió que uno de los pilares de su gestión al frente de la ONG que combate la leucemia sería difundir la misión de la organización. Para ello, importó de las fundaciones reconocidas de los Estados Unidos las ideas y acciones más exitosas. Allá, las galas benéficas con celebrities se imponían, generaban una repercusión inmediata en los medios, y, como consecuencia, la afluencia de grandes sponsors para los eventos. “Vi que funcionaba y decidí organizarlo para Fundaleu. De allá imité el modelo de que los famosos sirvieran la cena y que las personas más importantes de la comunidad compraran mesas completas”, cuenta la ahora ex presidenta de la Fundación. Con el lema “Famosos por la vida”, el Alvear Palace alojó en 1996 la primera gala. Las celebridades se pusieron el delantal de cocina para servir la mesa, entre ellos, el propio presidente de la Nación, Carlos Menem. El evento se convirtió en un clásico y ya cumplió 17 ediciones. Inaugurada la tendencia de buscar el detalle original y distintivo a su ga-

la, cada año las fundaciones más reconocidas se afanan por sorprender. El lujo y el estilo marcan la diferencia y poco a poco las galas benéficas se fueron convirtiendo en pasarelas de la moda, inspiradas en la emblemática gala del Met (Metropolitan Museum of Art), que cada año convoca en Nueva York a las celebrities más rimbombantes del mundo a una alfombra roja que se considera “los premios Oscar de la moda”. “El Met es un disparador, y ahora el Alvear Palace se convirtió en un túnel glamoroso. Si de 300 invitados llevás 50 conocidos, te asegurás un desfile de famosos que va a tener repercusión en todos lados”, explica PhilippeCharles Deroy, manager de la agencia Socialite PR, encargada de la organización de galas emblemáticas como la de Make-a-Wish. Si este año el Met causó sensación con su dress code “punk” –en concordancia con la exposición que inauguraba, “Punk : chaos to couture”– la consigna se instala como un must en las fiestas. En su primera gala benéfica –que se realizó el 7 de mayo en el Four Seasons–, la Fundación Temaikèn, dedicada a la investigación y conservación de especies y ecosistemas, eligió un tópico más que coherente: naturaleza. Así, exigió a sus in-

vitados “black tie con detalle green” y la decoración no escatimó en verdes. El ambientador Gerardo Acevedo recreó una verdadera selva. Las subastas y sorteos aportan el toque lúdico que atrae a la convocatoria. En la edición pasada de Fundaleu, por ejemplo, los famosos, además de servir la mesa, vendieron bolsas de productos L’Oréal por 500 pesos cada una y Catherine Fulop, con su carisma, prácticamente obligó a doce caballeros a comprar una rifa por el valor de 2500 pesos. El banquete también tiene que dar que hablar. El caso más destacado es el de la gala de la fundación EMA, de lucha contra la esclerosis múltiple. Su “Noche de los chefs” convoca desde hace 21 años a los gourmands más importantes de la Argentina para elaborar diferentes menús que son dispuestos en stands para que los invitados puedan degustar. Un promedio de 25 chefs son convocados cada año, aunque en la última edición se reunieron 36. “Tenemos el honor y el privilegio de tener lista de espera de chefs para participar. Ellos donan el 100% de lo que cocinan”, explica María José Wuille-Bille, directora ejecutiva de la ONG. Otra de las más tradicionales (y la más concurrida) es la gala de Con-

ciencia. Con el lema de “Noche Ciudadana” o “Noche de la Conciencia”, el 16 de mayo pasado batió récord con 900 participantes. Nacida en los albores del regreso a la democracia, la gala de Conciencia tenía en sus comienzos un fuerte acento en lo político. “Entendíamos que no se podía hablar de democracia sin inclusión y educación. Las galas surgieron pa-

Los próximos eventos 7 de junio

Desfile del Hospital de Clínicas, en la embajada de Francia

10 de junio

Comida de Make-a-Wish, en el Alvear Palace

11 de junio

Cena de la Asociación La Casa de Ronald McDonald

En julio

Comida anual del Hospital Fernández, en el Hotel Intercontinental

ra solventar programas que buscaban apuntalar eso. Era tradicional la fiesta como un encuentro en el que todas las fuerzas políticas participaban de una noche ciudadana. Hoy, el foco está en los jóvenes y la recaudación va a programas para la difusión de estas ideas”, explica Fabián Perechodnik. Entre los invitados del arco político, este año se contaron Daniel Scioli, Mauricio Macri, Sergio Massa, Francisco de Narváez y Ricardo Gil Lavedra. En la otra vereda se ubican las galas más selectas, como Make-a-Wish, que sólo admite entre 200 y 300 invitados, o la del Hospital Austral, que tiene a Valeria Mazza como madrina y anfitriona con un límite de 300 personas. Otra famosa madrina es Mirtha Legrand, que cada año conduce la velada del Hospital Fernández. La más exclusiva y coqueta es, no obstante, la del Museo de Bellas Artes, que implica disfrutar de una velada en contacto directo con las obras, toda una experiencia. Sin embargo, es unánime la sentencia de los asiduos participantes: los eventos más divertidos son los juveniles. Un Techo para mi País y Junior Achievment llevan la delantera en lo que se refiere a frescura, ritmo y entretenimiento.

Aunque el objetivo común de estas galas es la recaudación, el factor dinero abre varias aristas más: imagen, márketing y negocio confluyen en cada fiesta de manera inquebrantable. Los montos se logran de diferentes maneras. Uno, es la venta del cubierto, que puede ir desde los 500 a los 1500 pesos. Otro es la venta de la mesa, que se ofrece, generalmente a empresas. En el precio inciden dos variables: la ubicación y las personalidades que vayan a sentarse en esos lugares. Así, las empresas pueden pagar desde 15.000 a 200.000 por una mesa. A esto se suma la venta de publicidad en los programas y la donación de productos para sorteos o subastas. “Hay una línea muy fina entre el fin de la fiesta, que es solidario, y el evento social”, reconoce Deroy. La lista de invitados y celebrities suele ser muy estricta. “No cualquiera que pague el cubierto entra, en general es un círculo cerrado”, agrega. Así, hay sponsors que ya tienen reservada con mucha antelación, como Aeropuertos Argentina 2000, Bagó, Roemmers, Farmacity, Easy, Techint. Las socialités que dicen siempre presente son Karina Rabolini, Mariana Fabbiani, Augusto Rodríguez Larreta, Julieta Spina, Rosella y Patricia della Giovampaola, entre otros.ß

Gastronomía

La cocina de autor suma valor a los clubes sociales Atrás quedaron las milanesas a caballo, los ravioles y las minutas Vicky Guazzone de Passalacqua PARA LA NACION

Para muchos, comer en un club es sinónimo de cocina tradicional argentina. En el menú jamás faltan las minutas, los ravioles y los sándwiches, y los precios son más bien bajos, cerca del rango de una fonda de barrio. Pero ese modelo dejó de ser la regla imperante. De la mano de un proceso de sofisticación que se evidencia en toda la gastronomía local, la expansión de la alta cocina encontró un nuevo terreno fértil en los restaurantes de los clubes. Deportivos, de colectividades o sociales; los platos más elaborados y lucidos ya no distinguen entre rubros ni sedes. Para algunos, la mejor manera de embarcarse en este nuevo rumbo es a través de un nombre reconocido. En el saavedrense El Clú, por ejemplo, los socios se deleitan con una carta creada por el chef Pablo Massey. “El concepto es que los clientes coman lo típico de un club, pero bien hecho”, sintetiza él, dando en el clavo del asunto. Es que la idea no es ofrecer platos complejos e inaccesibles, sino elevar el nivel de la cocina clásica a partir de la pericia y estética gourmet de un buen cocinero. Así, en El Clú es posible comer unos ravioles de espinaca y salsa de tomates asados o saborear un sándwich de lomito criollo con chimichurri de hierbas frescas, entre otros platos tradicionales pero con presentaciones novedosas. Para el Vilas Club, en tanto, el nombre que avala el cambio es más bien una marca: desde octubre pasado abrió sus puertas allí Páru, una propuesta de cocina fusión peruana-oriental con otros locales en el country Pacheco Golf (otro club) y en Punta del Este, cuyo chef estrella es Jann van Oordt, el notable creador de Osaka. “Cuando surgió la oportuni-

dad de abrir este local, decidimos cerrar el de Palermo. Sentíamos que el barrio estaba saturado; había mucho tránsito, poco lugar para estacionar, inseguridad… Hoy estamos en el medio de Buenos Aires, pero inmersos en el verde y con vista a una cancha de golf, con estacionamiento resuelto y seguridad en la puerta”, contrasta y detalla Coqui Borelli, dueño y socio de Van Oordt. Desde aquella placidez, el restaurante ofrece al mediodía una carta más cercana a la tradicional, aunque siempre con algunas sugerencias con el sello de Páru, y a la noche, con libre acceso a todo público, un menú con énfasis en el sushi, los tiraditos y ceviches. Con bebida incluida, el precio per cápita ronda aquí los $ 280. El sello Petersen Comandados por los hermanos Roberto y Christian Petersen, otros dos clubes que refinaron su oferta gastronómica, aunque sólo abierta a socios e invitados, son el Yacht Club Argentino, en su sede de Puerto Madero, y el Club Náutico San Isidro. En ambos casos, los objetivos centrales son la primera calidad de materias primas y una atención y presentación muy cuidadas, ambos denominadores comunes cuando se trata de los Petersen, y precisamente el respaldo que buscaron ambos clubes exclusivos. Pero no sólo las asociaciones deportivas se han subido a esta tendencia. También fue el caso de algunas “de colectividades” u otro tipo de unión. Aunque no sorprende relacionar la impronta francesa con la alta gastronomía, el Hotel Club Francés ha elevado su nivel a partir de su más reciente reapertura. Con Ramiro Martínez como chef (discípulo del gran Ramiro Rodríguez Pardo), se apuesta a combinar algunos clá-

sicos argentinos con un tratamiento francés, y viceversa. Así, se lucen el brie en hojaldre sobre hojas verdes, el rack de cordero y la crème brûlée. “Ofrecemos una opción gastronómica señorial, en un lugar con mucha historia y énfasis en la alta cocina”, ilustra Cristina Stegmann, directora comercial, quien informa que el precio del mediodía es de $ 160, con un menú de dos pasos, o de $ 180 con uno de tres, y que por la noche comer cuesta un promedio de $ 230. En San Isidro, el Club Austria ha cambiado su cara desde que el chef Diego García Tedesco (creador del servicio de catering Rent A Chef y con más de 20 años de trayectoria en gastronomía) se hizo cargo de la concesión. A partir de entonces, el restaurante retomó el rumbo de los platos clásicos de club, pero “bien hechos”, sumando además las necesarias variantes austríacas, como topfen strudel (strudel de queso de cabra con hierbas y hojas verdes) o gulasch con spätzle. Además de las amplias opciones de la carta, el precio promedio de $ 120 es tentador. Y, si bien no de colectividad, pero con espíritu de unión, El Club de Pescadores también se suma al grupo de clubes más gourmet. Lo hace a través de El Muelle y la labor del chef Martín Sclippa (anteriormente en Duvall, en el español Tragabuches con una estrella Michelin, y en Almanza con el chef Martín Baquero). “La idea es que te des cuenta de si estás comiendo un salmón o un atún rojo, que el sabor no se enmascare sino que se realce”, dice. El lugar cuenta con un salón elegante y cálido, con una vista impactante al río y una propuesta gastronómica de $ 220 por persona. Entre sus delicias, resalta la sopa de maíz con langostinos a la plancha y el risotto de espinaca, setas, trufas y vieiras.

El elegante Club de Pescadores renovó su propuesta gastronómica con el restaurante El Muelle

Páru, cocina fusión peruano-oriental, en el Vilas Club, en pleno Palermo

Ahora bien, la pregunta del millón: ¿a qué se debe esta tendencia incipiente? Las hipótesis son varias. “Hay una búsqueda de lo saludable que no puede obviarse. Si uno va a hacer deporte al club, no tiene sentido que luego coma una milanesa frita”, razona Coqui Borelli. También surge como causa el mayor interés general por la gastronomía: “El gran mérito

de las escuelas de cocina es que han generado mejores clientes. Quizá no todos terminan trabajando de chefs, pero se logra una mayor educación de la sociedad, que además se complementa con la enorme cantidad de programas de TV”, apunta Diego García Tedesco. En la misma línea se planta Martín Sclippa, quien sostiene que a sus 28

fotos: aníbal greco

años advierte en su generación un interés inédito: “Hoy nos juntamos a cocinar y comer, y ése es el programa central. Esto también se advierte en el resto de la sociedad y en un mercado más especializado”. La demanda del público, entonces, parece haberse escuchado. La respuesta está en la calle y, ahora también, puertas adentro de los clubes.ß