Volver al cine, pero en familia

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Espectáculos

Página 6/Sección 4/LA NACION

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Provocador artículo de The New York Times

Volver al cine, pero en familia

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Viernes 24 de agosto de 2007

Experimento documental

Sugerencias para compartir con los chicos algunas películas de temática adulta NUEVA YORK (The New York Times).– “Madres norteamericanas, dejen que sus hijos vayan al cine.” Siempre ha sido un consejo sensato, pero la exhortación ha envejecido un tanto desde que Frank O’ Hara publicó su poema “Ave María”. La idea de “ir al cine” tiene una connotación algo excéntrica en la era del home theatre, el iPod y el pay per view. A las películas no les molesta en lo más mínimo venir a nosotros, lo que ha inspirado a algunos a profetizar la próxima obsolescencia –o al menos, la creciente marginalidad– del rito cultural conocido en el negocio por el desapasionado epíteto de “distribución cinematográfica”. De acuerdo con esta visión, los chicos son los primeros en la fila de espectadores que se alejan de las salas de cine. En un ensayo de la revista The New Yorker, uno descubre que a los pequeños les da exactamente lo mismo ver películas en el living de su casa, en la computadora, en el auto o en el teléfono celular. Por supuesto, reconoce David Denby, autor del artículo, los chicos no han desaparecido de los cines. Por el contrario, los adolescentes y sus hermanos menores son los segmentos más codiciados del universo de potenciales espectadores. Las películas que hacen más dinero y, por ende, en las que se gasta más plata en producción y publicidad, son aquellas capaces de atraer a audiencias que cursen tanto la escuela primaria como a los jóvenes adultos que han abandonado los claustros. Y hay una potencia comercial especial en aquellas películas que los padres están dispuestos a ver –en algunos casos, más de una vez– junto a sus hijos. Generalmente animados, siempre encabezados por nombres famosos y mensajes inspiradores, estos films son aquellos obviamente destinados a toda la familia: con adorables animalitos (y sus versiones de peluche) para los más chiquitos, humor semipícaro y bastante acción para sus hermanos mayores, así como suficiente sofisticación para evitar que mamá y papá pierdan la cabeza del todo mientras se encuentran confinados a sus asientos. Como el entretenimiento destinado a los chicos ocupa un mayor porcentaje del mercado, el nivel de calidad

promedio tiende a ser mayor del que era, digamos, allá en la época dorada de las comedias no animadas de Disney. Y el fenómeno de que los padres y las madres lleven a sus hijos al cine se ha vuelto una actividad cultural central dentro del estilo participativo de crianza de los niños actualmente en boga en el mundo. No me gustaría que las cosas fueran de otra manera, pero también me preocupa que el dominio del film familiar haya tenido un efecto restrictivo en la imaginación de los chicos. El fin del

naturalmente, lo que no incluye ni Apocalypto, de Mel Gibson, ni El juego del miedo III. Pero también me perturba la timidez y la hipersensibilidad de quienes confinan la experiencia de ver películas en familia a aquellos largometrajes que tienen su propio juguete de peluche. En sus mejores momentos, las películas no sólo ofrecen atisbos de mundos fantásticos pero también de lo que es, para los niños, el universo más enigmático e intrigante: aquel en el que viven los adultos.

Experimento En estos tiempos, cuando a los chicos les da igual ver una película en el cine o en el living de su casa, el crítico más importante del diario neoyorquino cree que es posible cultivar el gusto familiar por las buenas películas como un hábito compartido

poema de O’Hara es que las películas representan un ámbito de misterio e iniciación cultural: “Es verdad que el aire fresco es bueno para el cuerpo –escribe–. Pero ¿qué pasa con el alma, que se madura en la oscuridad, al amparo de imágenes plateadas?” No le presten demasiada atención a lo que sigue, que recuerda a las madres que sus hijos “quizá les agradezcan por su primera experiencia sexual, que sólo les costó 25 centavos y no mancilló la santidad del hogar”. ¿Cómo madurarán si todas las imágenes que están a su alcance están cuidadosamente seleccionadas, como seguras y apropiadas, por la industria cinematográfica?

Volver al cine, pero juntos En otras palabras: ¡madres y padres de los Estados Unidos, lleven a sus hijos a ver las películas que ustedes quieren ver! Dentro de lo razonable,

Durante los últimos seis meses, disfrazado de cinéfilo común y silvestre, he llevado a cabo un experimento. Ignorando el sistema de calificación de películas y a los departamentos de marketing de los grandes estudios acerca de lo que mis hijos, que tienen 10 y 7 años, deberían ver en el cine, los he llevado a salas que proyectan clásicos y a museos, además de complejos multipantalla, a ver películas musicales y films subtitulados además de superproducciones de acción y largometrajes con historias de amor no demasiado explícitas. El experimento tiene dos lineamientos centrales: quiero que aprendan a apreciar la variedad presente en este arte, lo que también significa adquirir la habilidad de soportar e incluso disfrutar sentirse aburrido, confundido o atemorizado por lo que se ve en la pantalla. También espero

que comiencen a disfrutar el hecho mismo de concurrir al cine. De una de las películas que vi, El ilusionista, me pareció que su historia de amores contrariados, sus efectos teatrales y sus vueltas de tuerca cuidadosamente construidas era lo que encantaría a un chico de cuarto o quinto grado con inquietudes intelectuales, y me sorprendió ver el cine lleno de adultos. Pero me sorprendió gratamente cómo mis hijos discutieron las idas y venidas de la trama camino a casa al igual que lo hacían los adultos. Nuestra casa está llena de DVD, muchos de ellos de clásicos del cine, remasterizados y reestrenados para permitir su redescubrimiento. Hemos visto a Charlie Chaplin y Frankenstein, a John Wayne y Casablanca, pero también miramos con lupa la cartelera en busca de esas pequeñas salas que nos permitirán descubrir viejas películas del modo antiguo. “¿Por qué el señor es violeta?”, me preguntó mi hija en medio de Amor sin barreras, notando los efectos de una copia antigua en technicolor en la cara de Tony. Mi hijo, por su parte, quería saber ARCHIVO por qué Un tiro en la noche viraba del blanco y negro al sepia y de vuelta al plateado. No tengo idea de qué le pareció la película. Pero la vio reconcentrado, la misma atención que demostró con Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores de Monty Python, y Oliver! , algunas de las paradas de nuestro errático tour de la historia del cine. Estoy convencido que la cautivante excentricidad de estos films fue mayor al ser vistos fuera de casa, con las motas de polvo suspendidas en el trayecto entre el proyector y la pantalla, y el murmullo mecánico del primero como sonido ambiente. El hábito de ir al cine, aunque difícilmente desaparezca, no volverá a ser la actividad universal que fue alguna vez. Esto no es una catástrofe, sólo un cambio de hábitos. Ver películas en las salas quizá sobreviva como un gusto que debe ser cultivado y, además, en consecuencia, como un acto a través del cual se cultiva el gusto.

A. O. Scott

Roberto “Tito” Cossa ARCHIVO

Vida y obra de Tito Cossa Entrevista con el dramaturgo El próximo lunes, Canal (á) emitirá el documental Roberto “Tito” Cossa. El pueblo a escena, en el marco del ciclo Biografías, de la producción de Román Lejtman. Este programa permitirá conocer un poco más acerca de la obra y vida de este dramaturgo argentino, que creó obras clave, como La nona, Gris de ausencia, Tute cabrero y Yepeto, entre otras. El documental presenta una extensa entrevista exclusiva con Cossa, quien se desempeñó también como periodista, militó por los derechos humanos y colaboró con la formación del Teatro Abierto durante la última dictadura. Además de la entrevista al dramaturgo, el programa cuenta con los testimonios de algunos miembros de la familia de Cossa, de Pepe Novoa, Juan Carlos Gené, Daniel Marcove, Ricardo Kirchbaum y el cineasta Héctor Olivera. PARA AGENDAR

■ El pueblo a escena, documental sobre Roberto Cossa. Canal (á) Lunes, a las 10, 15 y 20; sábado 1° de septiembre, a las 4 y a las 23; domingo 2 de septiembre, a las 11.

Ignacio Irigoyen, realizador de ¿Alguien conoce al Führer? ARCHIVO

Sondeo que resulta un tanto inquietante En un pueblo, pocos conocen a Hitler El episodio podría figurar en el ¡Créase o no!, de Ripley. Sin embargo, no es necesario viajar a un lugar demasiado alejado de algún centro urbano para comprobar que es realidad. Ignacio Irigoyen tiene 39 años y se autodefine como “activista cultural”, además de escritor, actor y realizador audiovisual. Un día se le ocurrió recorrer el área rural de la provincia de Córdoba con una cámara de video para investigar el grado de conocimiento que los habitantes de esa zona poseen sobre Adolf Hitler y el nazismo. Las respuestas le pusieron la piel de gallina. Ante semejante desconocimiento históricocultural, decidió indagar los niveles actuales de manipulación política y socioeconómica ejercida por los partidos políticos sobre aquellos pobladores de diferentes niveles de educación, a través de la compraventa de votos o “clientelismo político”. Para lograrlo, reproduce la estrategia del “puntero” local, actuando como un “enviado de Hitler”, a quien presenta como un “nuevo político radicado en Buenos Aires”, y soborna a la gente con dinero y ayuda material, logrando en unos pocos pasos adeptos a la causa “nacional socialista”. Finalmente, les revela la verdad histórica, demostrando las posibles consecuencias de un sistema político irracional. El trabajo de una hora de duración con el que Irigoyen dará seguramente que hablar se titula ¿Alguien conoce al Führer? Hasta ahora, no tuvo suerte a la hora de querer mostrarlo en festivales de cine locales. Seguramente por ese singular ninguneo, en 2005 envió una copia al Festival Internacional de Derechos Humanos de Praga y poco después otra al Festival de Cine Latinoamericano de Trieste, donde en octubre de 2006 recibió el VI Premio Unión Latina, dedicado al documental histórico. El testimonio de una realidad que conmueve por su correlato en los tiempos de decisión que la Argentina vive y vivirá este año también sorprendió a los concurrentes de DocumentaMadrid06. ¿Alguien aceptará programarlo, finalmente, en la Argentina? –¿Cómo nació la idea? –Estaba escribiendo un guión de ficción acerca de un chico que vive en Misiones, en la frontera con Brasil, mitad de origen alemán, mitad nativo, que recibe de manos de un anciano refugiado a punto de morir el libro Mi lucha, y este hombre le dice: “Quiero que hagas realidad estas ideas, porque mi amigo que escribió esto se murió antes de poder lograrlo”. El chico revive en su lugar una pequeña Alemania nazi. Entonces me pregunté si eso sería posible y quise comprobarlo por mi cuenta. –¿Qué tipo de gente elegiste como entrevistados? –Clase media rural, docentes, policías, comerciantes. Todos tienen un desconocimiento inaceptable. Uno supone que hoy eso no debería ocurrir. En la primera parte, voy como entrevistador recorriendo la zona de Traslasierra, donde se refugiaron oficiales nazis después de la guerra, y le pregunto a la gente qué sabe acerca de Hitler, quiénes fueron los nazis y qué fue el nazismo. Con sorpresa, descubrí que el 80% de las 252 personas que entrevisté dijeron desconocerlo. El sistema de preguntas fue textual, oral, visual, con una foto de Hitler… Hubo uno que me dijo: “¿Este no es el Che Guevara?”. Otro lo confundió con Perón.

Una probeta social –¿Cuánta gente demostró conocerlo? –Cerca del 12%, es decir 25 o 30 personas sabían perfectamente que Hitler fue un criminal del siglo XX; otros tenían ideas confusas, como “un asesino que mandó a matar a todos los negros que había”. –Y cuando descubriste esto, ¿qué pensaste? –La segunda parte del documental comienza con un cartel aclaratorio en el que explico que

el entrevistador asume un papel de ficción. Empiezo a acercarme a la gente que sé que no sabe quién fue Hitler y actúo como un puntero político que vende una idea, un candidato y, de hecho, un partido político. Les digo que Hitler es un político que está en Buenos Aires, que acaba de fundar el Partido Nacional Socialista, que quiere echar a todos los judíos y extranjeros de la Argentina, que quiere recobrar las tierras y propiedades para los trabajadores rurales, que su primera preocupación es el hombre de campo y que queremos su voto. –¿Y el tema del “voto comprado”? –Al mismo tiempo les preguntaba cuánto era lo que pagaron los punteros políticos en esa zona por un voto en las últimas elecciones, y les ofrecía el doble o el triple. En ese ir y venir de cada charla les llego a enseñar hasta el saludo nazi. Lo que descubro es la necesidad de esa gente de que alguien vaya con una promesa de que algo puede cambiar para ellos. Después busqué a cada una de estas personas y les expliqué que lo que les había dicho era falso y les conté la verdad de Hitler. –¿Cuál fue la sorpresa más grande? –La pasividad con que después tomaban el engaño. Podían reaccionar mal, incluso me podían haber pegado, pero no, nada. Es tanta la cantidad de veces que estos tipos han sido engañados que ya están curtidos. Además, no se asombran, y creo que ni les preocupa. Uno me dijo: “A nosotros siempre nos cagaron todos, los peronistas y los radicales”, y entonces yo les digo:

“Cuando les decía que «…había que echar a todos los judíos de la Argentina», no escuchaba ningún reclamo ni crítica” “No: Hitler es diferente, no los va a defraudar”. Cuando a ese mismo tipo le revelo el engaño, empezando por decirle que Hitler murió, me respondió: “Ah, ¿entonces no va a venir nadie a ayudarnos… Y qué hacemos ahora?”. Una inocencia muy manipulada por otros. Conste que es uno de los departamentos más pobres de la provincia, el 8 de la zona oeste, pero a sólo 50 km de Mina Clavero. La cuestión es que cuando les decía que “…había que echar a todos los judíos de la Argentina” no escuchaba ningún reclamo ni crítica. Sólo una mujer, y porque su marido era chileno, me dijo que no podía apoyar a Hitler. Cuando lo vieron en Madrid, no creían que fuese un documental, pensaban que era un documental inducido, ficcionado. –¿Y qué proponés? –La sociedad civil tiene que generar cambios en la relación que existe con los políticos. Me parece que hay que repensar muchas cosas. Si cualquiera va con 100.000 dólares a cualquier pueblo, puede hacer un desastre: se puede convertir en candidato a intendente o senador provincial, con cualquier idea, por descabellada que fuera, que les prometa mejorar su vida, o simplemente con dinero. En el interior no es mediático como en Buenos Aires, sino más personal. Lo hacen todos los partidos. Al fin y al cabo, 500 intendentes pueden hacer un presidente. En esto tienen mucho que ver el sistema educativo y el vaciamiento que viene sufriendo: “¿Hitler? No me acuerdo, lo debí haber leído muy por encima”, me dijo una aspirante a maestra. “No, no sé quién es, porque soy de primer grado”, me dijo otra de más de cuarenta años en Capilla del Señor. Cuando Hitler escribió su primer libro en la cárcel habló de que hay que rescatar el “alma aria” y que la pureza está en el campesinado. Por ahí se empieza.

Claudio D. Minghetti