Un viaje infernal sin ninguna ascensión esperanzadora

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8 | ADN CULTURA | Viernes 9 de mayo de 2014

Un viaje infernal sin ninguna ascensión esperanzadora “Escobar es el arquetipo del narcotraficante del pasado y la negación del narcotraficante actual”

Viene de la página 7

Gaviria. Él es el arquetipo del narcotraficante del pasado y la negación del narcotraficante actual. Su gran hacienda, su zoológico, los carros armados que llegaban al Parlamento cuando se iba a votar la extradición de “Pablito”, todo eso es el pasado remoto. “Pablito” fundó un partido, quiso pagar la deuda externa colombiana, son todas cosas que dan pérdidas. El narcotraficante que quiere apoderarse del Estado no es narcotraficante y si lo es o quiere serlo, se convierte en uno de los tantos políticos empresarios que inevitablemente terminará por caer. En la Argentina, hoy se habla del tema porque hay una crisis política. Una parte del país no se siente feliz con lo que ocurre y empieza a ver al problema de la mafia no como el gueto de la gente que se tirotea, sino como una forma económica que cada vez más gobierna la economía sudamericana. –Teniendo en cuenta que sos una especie de Salman Rushdie del narcotráfico, que te resulta muy difícil moverte con libertad, ¿cómo hiciste para desarrollar tu investigación? –El diálogo lo encuentro en las interceptaciones; la profundización la encuentro en las investigaciones de la policía, los procesos y los dossiers de la justicia; ése es el material con el que trabajo. Donde no puedo estar en la calle, estoy en el tribunal. Por eso, al final del libro hay una larga lista de agradecimientos a distintos cuerpos de policía de quienes recibí mucha información; sin eso, no podría haber escrito ese libro. De hecho, la Argentina y Rusia son lugares difíciles de estudiar porque las divisiones antimafia tienen dificultades para hacer su trabajo. Para un investigador como yo, no quedaría sino realizar la investigación de campo. Sería mi sueño poder hacerlo; me gustaría ir a la Argentina para estudiar las dinámicas mafiosas. –Has hablado en tu libro de las distintas formas de la actividad mafiosa; en cambio, hay otro asunto del que te ocupaste de un modo muy lateral. Si existe narcotráfico, si hay un consumo tan alto de drogas, es porque hay una demanda de droga. Sin demanda, no hay oferta. La responsabilidad del consumo de drogas se atribuye siempre a los narcotraficantes, pero nadie habla de la responsabilidad de los consumidores. Sobre ese punto, no se discute, no se habla nunca, tampoco en tu libro. Como si fuera imposible no drogarse. –Tenés razón. Me planteé ese problema, pero quise poner el acento en el narcotráfico para mostrarles a los consumidores a qué horror da origen el dinero que pagan por la droga. El consumidor de droga no se siente distinto hoy de quien compra una pelota de fútbol cosida por un niño de Pakistán o las computadoras fabricadas por obreros chinos pagados con sueldos de hambre. Ahora en la Web hay un movimiento vegano contra el consumo de carne. Las imágenes de los mataderos son

Entre el ensayo y la ficción, en Cero Cero Cero Saviano trabaja con las herramientas de la investigación periodística y las técnicas de la narrativa para llegar a la conclusión de que lo que mueve al mundo es la cocaína espantosas. Y la gente come carne. ¿Cuándo el consumidor puede entrar en crisis? Cuando en un tiroteo matan al periodista o al cura del pueblo donde uno vive, a alguien que uno conoce, a un inocente. En mi pueblo de origen, cuando mataron al cura Don Peppe Piana, el pueblo respondió. Votó a un alcalde antimafia. ¿Por qué? Porque las organizaciones estaban equivocándose. –¿Qué tipo de vida hacés en Estados Unidos? –Enseño economía criminal en la Universidad de Princeton. Siempre soñé con crear una cátedra de estudios de economía criminal. Ésta es una experiencia única, muy distinta de la experiencia universitaria italiana. Tuve que aprender a relacionarme, a vestirme de cierta forma. Empezar de nuevo. Extraño la posibilidad de poder vivir libremente en Italia, pero la complejidad de la vida italiana, la falta de ganas de razonar de los italianos en este momento, me lo impide. Allí prima el instinto, el deseo de atacar o de abrazar, hay pocas ganas de profundizar. Todo eso es peligroso para un escritor. –En entrevistas recientes, contabas que te gustaría probar un nuevo camino en la escritura. ¿Cuál? –Un camino que fuera coherente conmigo, neorrealista, pero que pueda llegar a la ficción. En este momento, estoy escribiendo series televisivas, Gomorra, que, creo, se dará también en América del Sur, porque fue comprada por la HBO Sudamérica. También se hará una serie con Cero Cero Cero. Es un trabajo literario, mucho más literario que construir un film, porque la complejidad de la serie es mucho más semejante a la complejidad de un proyecto literario, mientras que en un film todo es mucho más veloz. –Dijiste en tu libro, y lo dijiste en el comienzo de esta conversación, que es imposible no drogarse en la sociedad actual, particularmente en Nueva York, por el estrés. Tu caso, en ese sentido, es casi el ejemplo extremo del estrés. Estás amenazado de muerte por las organizaciones criminales, vivís con escolta todo el tiempo, debés responder a las exigencias editoriales y a las del periodismo... ¿Cómo hacés para no drogarte? –En una entrevista de El País, dije que tomaba psicofármacos. Sin una ayuda, blanda, de fármacos tengo dificultades para dormir. Mi resistencia es sobre todo física: mucha gimnasia, imaginación. Me imagino que mi cuerpo se ha convertido en una coraza, que mis labios, nariz, manos fueran de metal y lo único que se ve de mí, a través de la ventanilla de la armadura, son los ojos. Me imagino así cuando me procesan, cuando me atacan y me insultan. Es una forma de defensa. –¿En Nueva York, te has creado una red de amigos? –Muy lentamente. No confío en la gente. Este tipo de vida te lleva a desconfiar de todo y de todos. C

Alejandro Patat para la nacion

C

oncluido su viaje por el Infierno e iniciado el periplo purgatorial, Dante le pregunta a Virgilio qué es aquello que mueve el mundo. El maestro y guía le responde: el amor, que puede ser justo o puede ser desviado pero, a fin de cuentas, es siempre amor. En Cero Cero Cero, el nuevo libro de Roberto Saviano, se nos propone otra vez un viaje infernal, aunque sin ninguna ascensión esperanzadora. Y si bien la pregunta que aparece suspendida es la misma, la respuesta categórica es otra: aquello que mueve el mundo es la cocaína. Basta pasearse por todos los sinónimos que nombran lo innombrable para entender el poder que la coca ejerce en nuestras sociedades: Aspirina, Bomba, Charly, Carrie, Dinamita, Diosa, Diablo, Alas de ángel, Polvo de oro, Soplo, Sueño, California, Nieve, Blanca, Perica, Falopa, Tierra, Bebé, Novia son algunos de sus casi infinitos apodos. “Ella consume sus nombres como consume a sus amantes”, concluye Saviano en su alucinada poesía dedicada a esta droga. Cero Cero Cero es una investigación periodística que recurre a menudo a las técnicas de la narración para desactivar la idea de un estudio socioeconómico acerca de la droga. Saviano se mueve con extrema habilidad entre el ensayo y la ficción para capturar la atención de sus lectores y guiarlos en el complejo mundo de la producción, distribución y consumo de la cocaína. Primero, están los mitos. Después, la historia. El mito es fundacional y, como en todo mito, las fechas son vagas; los lugares, imprecisos. Saviano nos cuenta que en Nueva York, un viejo capo de la mafia reunió en un lujoso hotel del centro a un grupo de chicanos, italianos, ítalo-estadounidenses, albaneses y legionarios guatemaltecos. Allí, en un inglés masticado con dialecto siciliano, impartió las leyes del juego o lo que el escritor llama, sin tapujos, “la filosofía moral mafiosa, es decir, un adiestramiento del alma”. El principio fundamental era uno solo: coca significa que “all you can see, you can have it”. Pero, atención. En esa reunión fundacional tuvo lugar un pacto internacional entre las mafias italianas y el narcotráfico latinoamericano, y éste fue establecido según códigos férreos de comportamiento que garantizan impunemente ferocidad, bestialidad, venganza, muerte, todo según un diseño matemático bien preciso. Después se narran las historias: los primeros circuitos del narcotráfico en Colombia, la supremacía del mundo mexicano, la división en carteles y territorios, la cuestión de las fronteras con los Estados Unidos, el predominio de la ’Ndrangheta calabresa sobre la mafia siciliana y la camorra napolitana, la comunión entre política, economía y narcotráfico, las intrincadas redes entre

mafias occidentales, rusas y chinas. En ese panorama desolador, que ha producido en los últimos años más muertes que los últimos conflictos armados, aparece débilmente la heroica lucha de pocos hombres, fieles a una utopía del mundo sin droga o de un mundo que se anime definitivamente a su legalización. Para muchos, el libro puede ser discutible. Las fuentes no responden a la lógica de la investigación científica. Saviano compone su mosaico a partir de los testimonios de arrepentidos, condenados, policías y adictos, a los que suma la lectura de miles de páginas de expedientes de procesos judiciales en Italia. Falta una clarificación en el uso de las estadísticas y de las conexiones sugeridas por el escritor entre un caso y otro. Pero emerge clara su capacidad de ver más allá de los hechos. Saviano lee el fenómeno en su conjunto, halla la clave de comprensión que abre todas las puertas. La suya es la visión de un cosmos cuyo principio regulador es la coca. El mundo, tal cual lo describe, aparece opaco, siniestro y temible. Todo aquello que considerábamos bello se vuelve corrupto o corrompible. “El mapa del mundo se construye sobre el carburante. El carburante de los motores es el petróleo, el de los cuerpos es la coca.” Hay otros dos datos muy interesantes en su libro. El primero está en las páginas iniciales, cuando habla de la memoria del cuerpo, más que de la psique: “A menudo me doy cuenta de que recuerdo con el estómago, que almacena lo bello y lo horrendo”. Y agrega que todo lo que está por narrar nace de la sensación de que el cuerpo ha almacenado demasiada información espantosa, demasiada basura humana, demasiado desecho. El cuerpo del escritor que vomita es la imagen que se transparenta en el libro: devolver lo indigesto, lo que envenena. El segundo dato tiene que ver con una autointerrogación a mitad del volumen: Saviano se pregunta por qué escribe sobre estas cosas. Y se responde: “La palabra te da una fuerza muy superior a la que pueden tener tu cuerpo y tu vida. Pero la verdad, obviamente mi verdad, es que hay un solo motivo por el que decides entrar en estas historias de horror y traficantes, de empresariado criminal y atentados. Rehuir toda consolación. Decretar la inexistencia absoluta de un bálsamo para la vida. Saber que aquello que sabrás no te hará sentir mejor”. Lo cierto es que el escritor italiano, nacido en Nápoles en 1971 y que vive bajo escolta desde que en 2006 publicó Gomorra, no exige a sus lectores el mismo destino. En la conclusión de su ensayo confiesa: “Escribir esto es como romper una cadena. Las palabras son tejido conectivo. Sólo quien conoce estas historias puede defenderse de ellas”. C