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espectáculos
| Jueves 29 de enero de 2015
Tras los excesos y el estrellato, cambiar la realidad es la batalla
angelIna jolIe. Con Inquebrantable, su segundo film como directora, que se estrena hoy, y su creciente compromiso social, la actriz queda atrás Viene de tapa
En 1999, el dealer que solía proveer a la actriz de cocaína y heroína la grabó en un video casero de 16 minutos (que todavía puede rastrearse en Internet) en el que se la ve fuera de sí, balbuceando un monólogo incomprensible al teléfono, con el cuerpo escuálido bombardeado por erupciones y moretones, y los ojos como manchas de sangre en un pozo negro. Aunque ésta no es la peor película que protagonizó, marcó un hito: el momento cumbre de su desintegración en público. Este episodio fue el último golpe de un choque en cadena que se había iniciado muchos años antes. Al cuidado de su madre –separada de su padre, el actor Jon Voight–, Jolie deambuló por varios colegios de Los Ángeles, a los que iba como una punkette íntegramente vestida de negro, y donde se mantenía aislada de compañeros y profesores. A los 14 años anunció que abandonaba sus estudios para poner una funeraria y hasta llegó a estudiar embalsamamiento por correspondencia. En ese momento, convivía con novios mucho mayores en la casa familiar, con los que descubrió la cocaína. Cuando se sentía sobrepasada por la frustración, encontraba alivio, según confesó, en producirse cortes en el cuerpo. Por la misma época, se tatuó “Lo que me alimenta me destruye”. Su debut actoral había sido a los 7 años, con un rol menor en el film de Hal Hashby Looking to Get Out (1982), protagonizado por su padre, pero recién unos diez años más tarde retomó esta actividad, en películas de clase B como Cyborg 2 (1993). Hackers (1995) no fue un éxito, pero le otorgó sus primeras críticas favorables y se convirtió en un film de culto. Allí conoció a Miller, el de la primera boda de sangre (y el de la serie Elementary).
Aunque había logrado independencia económica y cierta estabilidad laboral, no sucedió lo mismo en el plano emocional: la depresión y las adicciones que venía arrastrando desde la adolescencia implosionaron en un colapso nervioso que la obligó a internarse. Su larga caída en cámara lenta debe haberle servido en las construcciones de sus roles más celebrados hasta ese momento: la modelo adicta a la heroína Gia Carangi en el telefilm Gia (1998) y la paciente psicopática y rebelde de Inocencia interrumpida (1999), film que iba a ser un vehículo para el lucimiento de Winona Ryder, pero que terminó otorgando a Jolie un Oscar como mejor actriz secundaria. El premio y su pedigrí hollywoodense le abrieron las puertas de las superproducciones. En 2001, llegó el rol que la convertiría en una estrella clase A: el personaje de videojuego Lara Croft de Tomb Raider. Mientras rodaba escenas de esta película en Camboya, encontró el modo de expulsar sus demonios, una suerte de exorcismo secular que inició la conversión en lo opuesto a lo que había sido antes: la beatificación de Angelina. Santa Angelina Durante su estadía en Camboya vio de cerca un sufrimiento mucho más arraigado, injusto y difícil de revertir que el propio, hecho que produjo un cambio en su vida y su visión del mundo. Se entregó al trabajo por las víctimas de la miseria y la guerra con la misma intensidad que años antes había experimentado por las drogas. Comenzaron sus adopciones y su labor humanitaria como embajadora de las Naciones Unidas. Se separó de su segundo marido,, Billy Bob Thornton, y al poco tiempo inició su relación con Brad Pitt, en quien encontró tam-
bién un socio para sus aventuras tercermundistas. Al mismo tiempo, cambió su relación con la actuación. Su más reciente columna en The New York Times –aparecida anteayer– en la que narra el desastre de los campos de refugiados de iraquíes y sirios, está firmada “Angelina Jolie, realizadora de cine y enviada especial de las Naciones Unidas”. Ni una palabra de su carrera como actriz, que es lo que hace que su estadía en esos sitios sea relevante. Evidentemente, la actuación ahora es sólo su ganapán, no aquello que la identifica. En su trabajo actoral sigue sumando películas de acción y fantasía (con Maléfica ganó 15 millones de dólares), pero, en su nueva carrera como realizadora, el vínculo es exclusivo con la realidad, que parece ser el sitio que más le interesa últimamente: hizo un documental y dos películas de ficción basadas en hechos reales (la segunda de ellas, Invencible, sobre la experiencia de un prisionero de guerra y escrita por los hermanos Coen, se estrena hoy aquí). Su aspecto físico también cambió: ya no es ni la darkie de sus primeros films, ni la bomba pansexual de sus blockbusters y la primera parte de su biografía. Su cuerpo delgadísimo, más aún que en su época de adicciones, al punto de que parece que podría colapsar bajo el peso de su hermosa cabeza, ya no irradia descontrol y deseo sino ascetismo. Sus fotos con trajes severos o ropas sencillas y oscuras hacen pensar en alguien despojado de toda frivolidad y de cualquier interés mundano que no sean los grandes problemas de los que sufren, pero de modo tan consistente y estudiado que nunca falta el cínico que se pregunte si éste no será su mejor personaje. También el pragmático que repreguntará: “¿Y eso qué importa?”ß
Jolie, dirigiendo: aquí, como su ópera prima, ambientada en Bosnia, la guerra es una constante
uip
cine
Sólida, pero algo estereotipada Inquebrantable (unbreakable, estados unIdos/2014). ★★ regular . dirección: Angelina Jolie. guión: Joel Coen, Ethan Coen, Richard LaGra-
venese y William Nicholson, basado en el libro de Laura Hillenbrand. fotografía: Roger Deakins. música: Alexandre Desplat. edición: Tim Squyres y William Goldenberg. diseño de producción: Jon Hutman. elenco: Jack O’Connell, Domhnall Gleeson, Miyavi, Garrett Hedlund, Finn Wittrock y Jai Courtney. distribuidora: UIP. duración: 137 minutos. calificación: apta para mayores de 13 años.
U
na vida de película. La frase hecha, el lugar común tantas veces utilizado de manera recurrente y exagerada, le calza a la perfección a la épica de Louis Zamperini (Jack O’Connell), corredor olímpico devenido integrante de la fuerza aérea estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, período en el que pasó 47 días perdido en el mar a bordo de una balsa y luego dos años en condiciones infrahumanas en un campo de detención de los japoneses. Una historia extraordinaria narrada de forma bastante ordinaria (aunque con algunos méritos que deben
reconocérsele) por Angelina Jolie. En su nueva incursión detrás de cámara, la diva hollywoodense propone tres películas en una y tamaña ambición hace que los 137 minutos se sientan tanto como el cansancio que sufre el protagonista en su faceta inicial de corredor, la sed y el hambre que nublan al náufrago en la segunda parte y el dolor que aqueja al torturado prisionero de guerra en el extenuante último episodio. Es cierto que Jolie apuesta en líneas generales por la contención (hay, sí, algunas frases “célebres” y algunos momentos donde cede a la tentación
de subrayar el heroísmo y la nobleza “inquebrantable” de Zamperini), pero así y todo cuesta entender cómo escritores de la talla de los hermanos Coen, Richard LaGravenese (autor de Pescador de ilusiones) y William Nicholson (Gladiador) pudieron entregarle a Jolie un guión tan elemental, que arranca con estereotipos sobre la comunidad ítalo-norteamericana, remeda luego a Una aventura extraordinaria, de Ang Lee, y cierra con un regreso al rigor y el sadismo de los militares japoneses. Con el aporte de técnicos de primer nivel, como el extraordinario fotógrafo Roger Deakins, Jolie construye una película sólida y digna, es cierto, pero no demasiado atrapante. De todas maneras, su indudable oficio y el éxito comercial conseguido en los Estados Unidos le auguran un promisorio futuro también en la silla de directora. Delante de cámara, se sabe, ya lo tiene asegurado desde hace rato. ß Diego Batlle