Roca, una polémica que subsiste

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OPINIÓN | 35

| Viernes 17 de octubre de 2014

A cien años de su muerte, la figura de quien condujo por dos períodos los destinos del país es a la vez rescatada y cuestionada por diversas corrientes del pensamiento político; aquí, dos lecturas sobre su legado

Roca, una polémica que subsiste El mejor presidente de la historia nacional

Un caudillo objetado por un revisionismo mal entendido

Ceferino Reato

Mario "Pacho" O’Donnell

—PARA LA NACION—

N

o hemos tenido tantos buenos presidentes; por eso, la pregunta sobre cuál fue el mejor de la historia es probable que no tenga una respuesta fácil. Para mí, fue Julio Argentino Roca, quien condujo al país durante dos mandatos; 12 años en total: 1880 a 1886 y 1998 a 1904. El general Roca es un personaje estigmatizado por algunos grupos con fuerte influencia política y que se hacen oír en los medios, en especial a causa de la llamada Conquista del Desierto, que él encabezó antes de ser presidente, como ministro de Defensa de Nicolás Avellaneda, entre 1878 y 1879, en virtud de una ley nacional. El objetivo de esa ley fue ocupar un vasto territorio que era dominado por los mapuches, dado que, según esa norma, “la presencia del indio impide el acceso al inmigrante que quiere trabajar”. Se trataba de liberar esas tierras para atraer a los inmigrantes, que solucionarían la escasez de población del país. La disputa sobre esas tierras venía desde la Independencia y los indios resistían con sus malones y ataques a las ciudades de frontera. La campaña militar, en la que Roca contó con el respaldo de 828 indios “amigos”, terminó con la derrota de los aborígenes, que tuvieron 1313 “indios de lanza” muertos. Liberó a unos 900 cautivos y tomó prisioneros a casi 13.000 indios, en su gran mayoría mujeres y chicos. A partir de esa victoria militar, la Argentina incorporó un vasto territorio: el sur y el oeste de la provincia de Buenos Aires, el sur de Córdoba, casi la mitad de San Luis y buena parte de Mendoza, y las actuales provincias de La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Según los críticos de Roca, la campaña fue un “genocidio”. La cuestión merece un artículo en sí mismo; en mi opinión, no se puede juzgar el pasado con categorías recientes. En aquella época era muy habitual que los vencedores mataran a los vencidos, algo horrible para nosotros, pero que se puede observar, por ejemplo, en episodios de la Guerra del Pacífico, entre Chile y Perú, y en la Guerra de la Triple Alianza. A propósito, Roca aprovechó que Chile estaba involucrado en la guerra contra Perú para lanzar la ofensiva contra los indios, que tenían una relación familiar, directa y fluida con los mapuches que vivían detrás de la Cordillera. Tanto era así que provenían de Chile; eran chilenos. También Chile estaba interesado en extender su frontera hacia el Sur y por eso, apenas terminada la guerra con Perú en el Norte, lanzó una campaña militar contra los indios. Algunos de los críticos de Roca adhieren al nacionalismo y tienen como emblema a Juan Manuel de Rosas. Pues bien, en 1833, en su Campaña del Desierto, Rosas mató a 3200 indios, casi tres veces más que Roca. Son nacionalistas raros, sin territorio; no se preguntan qué habría pasado si Roca no vencía a los indios: ¿ese inmenso territorio quizá sería ahora un país indígena independiente o pertenecería a Chile, a Inglaterra o a Francia? Otras voces críticas provienen de las filas kirchneristas. Supongo que no cuentan con la venia de la presidenta Cristina Kirchner y tampoco tenían la aprobación de su marido, el ex presidente Néstor Kirchner, que nació en Río Gallegos, capital de Santa Cruz, un territorio que es argentino gracias a la Conquista del Desierto. Fue nuestro primer presidente patagónico también gracias a Roca. Es claro que la Conquista del Desierto, y más aún lo que sucedió después, tuvo varios aspectos criticables, como el trato, inhumano, cruel, a los indios prisioneros (muchos chicos fueron separados de sus madres, por ejemplo) y la concentración de parte de las tierras liberadas en pocas manos. Pero, en aquel momento, la Conquista del Desierto le permitió a Roca convertirse en presidente en 1880. Fue un mandatario exitoso. Un político tiene que serlo, decía Juan Domingo Perón: “El conductor es un constructor de éxitos”. Y el primer logro es gobernar todo el mandato. Roca fue presidente dos veces y no consecutivas, porque la Constitución de 1853 no lo permitía. Roca tuvo muchos logros: sólo en su primer gobierno, la ley de educación 1420, que estableció la educación universal, obligatoria, gratuita y laica; el tratado de límites con Chile; la fundación de La Plata; la construcción de una red ferroviaria; la llegada y ubicación productiva de millones de inmigrantes. Pero lo más importante fue el lugar de Roca en la historia: fue el padre del Estado nacional y la figura política más relevante de la Generación del 80, que se convirtió en el núcleo de la clase dirigente durante varias décadas. Con Roca, se organizó el Estado nacional; se acabó la anarquía y comenzó un período de paz y administración, de paz y progreso, en el que el país se convirtió en una de las economías más pujantes del mundo. Un país en el que cambió el ciclo económico, donde pasaron a predominar los granos y la carne. ¿Gracias a qué? Gracias a la disposición de tierras fértiles y a la llegada de inmigrantes. Roca fue una figura de gran visión política. Un ejemplo: como ministro de Guerra, conquistó millones de hectáreas frente a la amenaza cierta de otros países, como Chile, de quedarse con esas tierras; pero luego firmó el primer tratado de límites con Chile, y no cedió a los cantos de sirena de quienes le proponían ir a la guerra con el país vecino. Tuvo visión: sabía que una guerra con Chile, aun cuando pudiera ser ganada, sería el germen de una sangrienta inestabilidad en la región durante décadas. Otras críticas contra Roca apuntan contra la clase dirigente de la época, contra la Generación del 80 y sus figuras: Mitre, Avellaneda, Sarmiento, Pellegrini y Roque Sáenz Peña, entre tantos otros. Es una visión de izquierda populista, tal vez anarquista, “progresista”, que está bastante arraigada en el ambiente periodístico e intelectual. Por un lado, esa visión desprecia la importancia de las elites dirigentes, pero sólo en nuestro país, dado que

—PARA LA NACION—

suelen admirar a las clases dirigentes de otros países. Es un pensamiento absurdo y, a la vez, ladino, puesto que incluso y sobretodo fuerzas de izquierda o “progresistas” han desarrollado su propia clase dirigente; su establishment de candidatos que se repiten elección tras elección. Una sociedad está conformada por sus sectores populares, sus clases medias, sus elites; una sociedad sin clase dirigente, o con una clase dirigente disminuida, débil, timorata, es una sociedad sin timón, que anda a los tumbos, a los bandazos: una década es privatista, la siguiente se vuelve estatista. El segundo rasgo de esta visión interesa más: los vicios del esquema político y electoral del roquismo y de la Generación del 80. Roca fue precisamente conocido como “el Zorro” por su astucia y habilidad para manejarse en esa situación. Falta decir que esos vicios fueron corregidos desde la propia Generación del 80 a través de sus sectores más modernos, más liberales, con la ley Sáenz Peña, de 1912, que garantizó el voto universal, obligatorio y secreto. La Argentina tenía un gran dinamismo: llegaron millones de inmigrantes, y tanto la escuela pública como la red de hospitales públicos, dos creaciones de la Generación del 80, convirtieron a esos inmigrantes en sectores medios que pudieron votar y fueron los principales beneficiados de la ley impulsada por Roque Sáenz Peña. Una democracia republicana no se da en el vacío. Se necesita un conjunto de ciudadanos que voten y hagan valer ese voto; eso ocurre en un país con una cierta complejidad, con una clase media más órganos de clase media, como diarios y grupos políticos. Esa clase media fue construida por la Generación del 80 gracias a la salud y la educación públicas, y es la que llegó al poder con el radicalismo. En síntesis: Roca organiza el Estado y la Nación; conduce la Argentina hacia el éxito económico; un éxito relativo, con tensiones, porque así son las cosas en un país que se mueve hacia arriba. Lo importante es que el país de Roca es dinámico, desata fuerzas que van solucionando esas tensiones. Roca es el símbolo de un país en evolución; de un país que mejora en forma progresiva y que en esa marcha incorpora a todos sus sectores: al pueblo, a la clase media y a las elites. Un Estado moderno, una nación pujante, un país que progresa y que contiene a todos sus habitantes. ¿Se puede pedir más de un líder político? © LA NACION

El autor es editor ejecutivo de la revista Fortuna, su último libro es ¡Viva la sangre!

J

ulio Argentino Roca ha sido juzgado con visiones sesgadas, muy enconadamente favorables o desfavorables, que afectan la seriedad historiográfica. Sin duda fue una personalidad relevante, que marcó con claroscuros el devenir de nuestra patria. Ha sido objeto de ataques por parte de un revisionismo mal entendido, fundamentalista y demagogo, que ha propuesto, por ejemplo, el derribo de sus monumentos. Lo cierto es que “el Zorro”, como acertadamente se lo llamó en su tiempo, accede al gobierno con el apoyo del Ejército Nacional, de esencia provincial, alternativo al ejército al servicio del porteñismo; también de la poderosa liga de los gobernadores provinciales enfrentada con Buenos Aires. Ya antes de asumir como relevo de Nicolás Avellaneda coincide con éste, no casualmente ambos tucumanos, en cumplir con uno de los anhelos del interior, también de sus derrotados caudillos federales: capitalizar la República. Acción rechazada desde siempre por la provincia de Buenos Aires, que no ignoraba que ello significaba la federalización de los ingresos de la Aduana y la pérdida de otros privilegios económicos y políticos que hasta entonces el puerto había considerado propios sin compartirlos con el resto del país. Avellaneda y Roca llevaron adelante su decisión y Tejedor, gobernador de Buenos Aires, se resistió con las armas provocando una breve guerra civil que dejó más de tres mil muertos. Un padre del revisionismo nacional, popular y federal, Arturo Jauretche, aunque crítico en otros aspectos, opinó que “el roquismo significa una integración nacional, pues después de Pavón sólo habían contado los porteños y aporteñados. Ahora el poder estaba en manos de la «liga de gobernadores» y del caudillo del ejército, también provinciano”. Si bien el roquismo no modificó la dependencia económica de Gran Bretaña y tampoco cambió la condición de exportador de materias primas, encarnó una política dirigida a construir un Estado nacional: por ejemplo, estableció la unidad monetaria con lo que cesó la circulación de varias monedas. Para Roca, la Argentina no se reducía a la pampa húmeda, y promovió una alta inversión pública en el interior; en contraposición al liberalismo aporteñado que, según Salvador del Carril, diagnosticaba que los males nacionales radicaban “en la extensión”, es decir, las provincias sobraban, se llevó adelante una política de territorio fijando soberanía en la Patagonia y en el Chaco y se arreglaron problemas limítrofes con Brasil. Su propósito de hacer de la Argentina un país moderno, secularizado, a tono con las naciones más

civilizadas, lo llevó a tener un serio conflicto con la jerarquía eclesiástica, que se resistió a que lo religioso dejara de regir la vida pública y privada de la ciudadanía. Así dictó la ley 1420 de educación laica, obligatoria y gratuita, un golpe a la enseñanza confesional; se incrementó entonces un 100% la matrícula, y Osvaldo Magnasco, desde el Ministerio de Educación, presentó un proyecto destinado a reemplazar la educación enciclopedista, abstracta y universalista por una educación estrechamente vinculada con la realidad argentina. También se creó el Registro Civil, en 1884, para que asentar nacimientos, bodas y muertes no fuera exclusiva tarea de la Iglesia. Hubo algunos atisbos de desarrollo independiente que no prosperaron: se incrementaron los ferrocarriles estatales en regiones que no les importaban a los británicos; se dio una “batalla” con el FF.CC. Argentino que un gran revisionista, Raúl Scalabrini Ortiz, rescató en varias ocasiones. El ministro Emilio Civit denunció que las tarifas, fijadas en connivencia con Gran Bretaña, perjudicaban nuestro desarrollo y procuró desarrollar líneas estatales; llegó incluso a proponer la nacionalización. Se fomentaron las bodegas en Cuyo y el azúcar en el Norte. Con Roca se sancionó el código minero, que en algo atiende a la precaria situación de los trabajadores, y se encomendó a Juan Bialet Massé un informe sobre la deplorable situación de la clase obrera del interior, del que derivó en un código de trabajo, nunca sancionado, del que participó, entre otros, Manuel Ugarte, el teórico de la “Patria Grande”. Allí se proponían, entre otras cuestiones: jornada de ocho horas, descanso semanal, salario mínimo, protección de niños y mujeres en el trabajo, responsabilidad patronal en accidentes de trabajo. En cuanto a su política exterior, es de destacar la defensa de la soberanía de Malvinas y la enunciación de la Doctrina Drago a raíz del ataque a Venezuela, doctrina jurídica que establecía que ningún Estado extranjero puede utilizar la fuerza contra una nación americana con la finalidad de cobrar una deuda financiera, principio que cobra una dolorosa actualidad entre nosotros en los tiempos que corren. Para Abelardo Ramos, uno de los padres del revisionismo nacional y popular, Roca no dejaría de ser un caudillo liberal, pero liberal nacional, “ya que encarnó el progreso histórico y llevó el presupuesto nacional hasta el último rincón de las provincias. Con Roca y la reconstrucción del Ejército Nacional empieza a definirse una Política Nacional, zigzagueante entre la comprensión parcial de los hechos y el adoctrinamiento antinacional de los ideólogos […], hay por lo menos una Política Nacional, la del Ejército, expresada por su fundador, el general Roca, que tiene una Política Nacional de las fronteras y una política económica a la que falta mucho para ser nacional, pero ya retacea el librecambio impuesto por los vencedores de Caseros en obsequio de los «apóstoles del comercio libre»”. En un principio Hipólito Yrigoyen estuvo junto a Roca y algunos sostienen que en esas políticas de nacionalismo incipientes debe rastrearse el origen del radicalismo y de los consiguientes movimientos populares. El ímpetu reformador de Roca fue debilitándose hasta ganarse el apoyo del liberalismo porteño, que logró frenar las débiles intenciones industrialistas que llevaron a un Carlos Pellegrini otoñal a afirmar en vano: “Es tiempo ya de que la Argentina fabrique otras cosas que pasto”. En lo que hace a la Conquista del Desierto, es, sin duda, el aspecto más criticable en la historia de Roca, por el militarismo excesivo ante un enemigo mal armado y poco orgánico. También es criticable el destino que se dio a las extensísimas tierras conquistadas y repartidas mayoritariamente entre la oligarquía agrícola ganadera de la época. Así, se perdió la gran oportunidad de copiar lo hecho por los Estados Unidos en el Oeste, cuando los territorios ganados a los pueblos originarios fueron repartidos entre muchos propietarios. Pero lo que no se puede poner en duda es que, de no haber sido por la decisión de Roca, es más que probable que la Patagonia no sería hoy argentina. Alentaba en nuestro vecino Chile la intención de hacerla propia, como lo demuestran mapas en sus libros escolares en que puede verse a la Patagonia como parte del originario territorio chileno luego perdido por el supuesto expansionismo argentino. La astucia de “el Zorro” se puso en evidencia también en haber emprendido la campaña al desierto en tiempos en que Chile estaba enzarzado en su guerra contra Perú y Bolivia, por lo que le fue imposible abrir otro frente, algo que en otras circunstancias hubiera sido inevitable. También, para quienes hemos estudiado la época, sorprende que Gran Bretaña no la haya ocupado siguiendo su estrategia de dominar las comunicaciones entre mares, como lo hizo en Gibraltar y en Suez. La Patagonia hubiera servido mucho mejor a ese fin que las islas Malvinas. Abelardo Ramos, uno de mis maestros, quien mantiene una elogiable visión equitativa sobre el roquismo que le ganó la crítica de colegas de la corriente revisionista, hace una original defensa de la ocupación patagónica: “La oligarquía terrateniente que se apoderó de las tierras de indios y gauchos condenó a ambas corrientes del pueblo a sufrir un destino aciago, pero es justo consignar que la Conquista del Desierto realizada por Roca y el Ejército de su tiempo no sólo establece un principio de soberanía en ese tiempo harto dudoso, sino que libera al gaucho retratado por Hernández del martirio inacabable del fortín”. Sirvan estas líneas para contribuir a una desapasionada y fundamentada discusión sobre Julio Argentino Roca, dos veces presidente de la Nación. © LA NACION

El autor, historiador y escritor, fue presidente del Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego