Llegó la revancha de la heladerita playera

José Ignacio o en los alrededores de. La Frontera, en Pinamar, con ... En La Brava de José Ignacio, fre- cuentada por familias, entre el faro y La Huella, las ...
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SÁBADO

| Sábado 3 de enero de 2015

Verano 2015

Llegó la revancha de la heladerita playera Tragos preparados, bebidas espumantes, mariscos, sándwiches de salmón, frutas de estación y snack secos forman parte del nuevo menú cool para disfrutar junto al mar sin tener que trasladarse y al resguardo de la reiterada oferta de algunos paradores Viene de tapa

“Me pasó de ir a paradores en Mar del Plata –añade Maira, una convencida de la heladerita playera– y que ni siquiera tuvieran pescado en su carta. Es incomprensible. Y si pedís una picada, no estás mejor: la calidad es muy baja y los precios, muy altos. Prefiero llevar yo lo mío. Si me esfuerzo tanto en preparar algo rico para cenar, ¿por qué voy a dejar que me arruinen el almuerzo?” El combo veraniego de calor, arena, mar, caminatas, tiempo libre, juegos de paleta, voley o fútbol da hambre y también da sed. Muchos eligen hacer un corte y retornar a la casa para almorzar y guarecerse de los rayos del temible sol del mediodía. Pero aun así, la heladerita (que, según el caso, puede ser un canasto o un bolso térmico con rica comida) demuestra su versatilidad, ya que se adapta a todo momento. Desde el mate mañanero con medialunas a la picada de las siete de la tarde, como aperitivo que alarga el día playero hasta que se oculta el sol. “Todos los veranos vamos de vacaciones a la playa en febrero, y me encanta pensar qué llevar de comer y beber –dice Juliana López May, una de las chefs más conocidas de la Argentina–. Para mí, hay cosas que son básicas, necesarias. Lo primero que hago es colocar algunas botellas con agua en el congelador, para llevarlas así a la playa. Todo lo que hacés en tu casa lo podés replicar en la playa. Yo suelo cortar al mediodía, así que armo dos heladeras; es que la playa da mucha hambre. En la de la mañana llevo frutas frescas, también secas, como garrapiñadas, almendras, dátiles, eso es ideal. Y para la tarde coloco budines, cookies, con una idea más de merienda. Pero también, y esto siempre, sándwiches con ingredientes frescos, me gusta que tengan tomate, palta, rúcula, huevo duro que a los chicos les encanta, mostaza de Dijon. Cada sándwich lo enfilmo uno por uno, para elegir el que quiero sin que el resto se llene de arena. Otros tips piolas son llevar una bolsa de basura vacía, y una tablita y cuchillo, para cortar en el momento frutas y tomates.” La tendencia en Punta del Este la instalaron los brasileños años atrás y con el tiempo fueron perfeccionando el “armado”. No hay paolista o gaúcho que no baje a la playa con una heladerita. “Es una costumbre muy común en Brasil. Nadie que vaya a la playa va sin algo para beber”, dice Annabella Meirelles, una paolista de 28 años, que veranea en Punta desde hace cinco años. Como el resto de sus connacionales, baja a la playa, junto con sus amigas, con su heladerita: dentro de ella lleva dos botellas de champagne rosado y cinco copas de vidrio. “No me gusta tomar en vaso de plástico”, cuenta y descorcha la botella al atardecer cuando se arma la fiesta electrónica en Bikini. En las antípodas, Florencia espera que su novio surfer despunte durante horas el vicio desde muy temprano por la mañana hasta el mediodía, en que ella llega a Montoya con un almuerzo vegetariano delicioso: para beber, agua saborizada que ella misma prepara con sandía y limón. “Voy variando, pero me gusta comer sano y rico. Así que hoy preparé ciabattas de rúcula, brie, semillas de sésamo y chía, con tomates secos”, y muestra su arte gourmet envuelto prolijamente con papel metalizado. En otros dos Tupper, ensalada de frutas de mango, duraznos y cerezas. Además, dos vasos de camping que mantienen fría el agua saborizada. “¿Por qué traigo mi propio almuerzo? Simplemente

En el parador Moby Dick de Montoya, los Mac Gaw disfrutan de comer y beber

porque no se me ocurre comer en un parador. Me gusta instalarme en mi lugar y tener mis cosas, sin depender de tener que salir de la playa porque alguien tiene hambre o sed. La heladerita me da libertad”, dice Flor. En La Brava de José Ignacio, frecuentada por familias, entre el faro y La Huella, las heladeritas de última generación (blandas, como hechas de tela de avión) abundan. Son un clásico, al igual que las sombrillas, lejos de la estigmatización que antes tenían. Marianela Rodríguez Bibas, una rosarina con cuatro hijos, jamás prescinde de ella: “Cuando tenés chicos, es imposible no traerla. Si bien a veces cuesta prepararla, hacerlo rinde, porque extendés mucho el día de playa. Además no podés estar alimentando a los chicos a pancho y choclo”. Dentro de la heladerita familiar, Marianela prepara sándwich de lomito, y lleva frutas como melón cortado en Tupper y agua mineral bien fría. Precavida, también lleva algo para el té: pastaflora casera, que a sus hijos les encanta y que ella com-

pra a una pastelera de La Juanita. En los últimos años, el concepto del picnic vivió un fuerte revival urbano, con agencias de eventos especializadas en esta modalidad de comidas informales al aire libre, en jardines y plazas de la ciudad. Eventos empresariales, acciones de marketing, cumpleaños y otros festejos adoptaron esta tendencia, que el mercado acompañó con sets completos diseñados especialmente con este objetivo. Incluso en materia de heladeras, surgieron modelos aptos para toda situación. Desde formatos individuales de 10 litros y luncheras isotérmicas de material flexible para llevar en el bolso a grandes conservadoras de hasta 65 litros, con ruedas para su traslado y tapas versátiles que sirven como mesa o poseen espacios destinados para los vasos. “Hoy se consiguen cosas muy lindas, de plástico duro y muy buena calidad”, dice Matías Aldasaro, chef ejecutivo de Familia Zuccardi. A cargo del diseño integral de las propuestas gastronómicas de esta bodega mendocina,

Imprescindible entre las familias en Mar del Plata

Aldasaro organiza desde hace varios años el programa “Picnic en los jardines”, una propuesta gourmet que se disfruta sobre el césped, bajo la sombra de los olivos y con los viñedos al alcance de la mano. “Soy un fanático de la playa. Mi familia es de Tres Arroyos, y todos los años nos instalamos en Claromecó”, dice desde Mendoza. “Las opciones para armar una buena heladera de playa son infinitas, las mismas que hay para un picnic, desde cosas muy básicas hasta complejas. Entre las ensaladas, la caprese les gusta a todos, con unos bocconcinos y unos cherries. Y en lugar de la albahaca fresca, que es una hoja muy frágil, yo la proceso con aceite de oliva para aderezar. También me gusta armar una ensalada más tropical, de pollo con ananá y aceite con curry. Los sándwiches son un clásico. Para darles una vuelta de tuerca, está bueno pensar en sumar texturas crujientes, sea pepino, rabanito, zanahoria, incluso zucchini crudo. Si es de algún pescado ahumado, como trucha o salmón, va muy bien el

queso crema e hinojo, que aporta su anisado. Y un buen truco es envolver cada sándwich primero en una servilleta de papel, y luego en film, para que se mantenga húmedo, pero sin perder la parte crocante del pan. Para el postre, unas brochettes de fruta son un éxito”, dice. La heladerita se sostiene mucho en el formato familiar. Es sinónimo de supervivencia y permanencia. Pero más allá de su lógica diaria, también se presta para días especiales, donde los planes suman glamour y ánimo festivo. En materia de bebidas con alcohol, los formatos individuales son perfectos para la playa, sean los espumantes de 187 ml o vinos de tamaño reducido, de los cuales hay cada vez mayor oferta (375 ml e incluso también de 187 ml). “Llevar tragos ya hechos no es del todo fácil”, explica Matías Merlo, bartender marplatense, a cargo de Rico Tiki Bar, entre los mejores bares de coctelería de la ciudad Feliz. Asiduo practicante de surf, Merlo conoce muy bien la gastronomía de la playa. “Si querés un trago frutal, tené en

Fotos s. rodeiro y Mauro V. rizzi

cuenta que, aunque lo embotelles, las frutas tienden a precipitar, y el cóctel pierde presencia y sabor. Lo mejor es llevar todo por separado. Un aperitivo y un jugo natural en dos botellas [el jugo dura de unas 4 a 6 horas si lo mantenés bien frío]. También podés usar jugos envasados, el sabor no es el mismo, pero hoy hay buenos productos pasteurizados que se mantienen mejor que los naturales. O mezclar con tónica, que es bien refrescante. Y, claro, la cerveza siempre es buena opción. En Mar del Plata y en buena parte de la costa atlántica argentina, hay una fuerte tradición de producción artesanal que vale la pena conocer y aprovechar.” Económico, rico, con onda, apto para todo momento y para toda la familia. La heladerita es mucho más que el sándwich de milanesa con mayonesa y granitos de arena. Es un símbolo que había quedado un tanto relegado y que vuelve renovado.ß Con la colaboración de Darío Palavecino, Loreley Gaffoglio y Silvina Ajmat

El estatus y la reacción “conservadora” en la arena junto al mar Con la tendencia de recuperar la identidad, simplicidad y nobleza de los alimentos, este objeto gana un espacio gourmet cada vez más sofisticado Ernesto Martelli LA NACION

Pueden culpar al efecto cultural de la creciente “brasilerización” sobre la que alertan los economistas. También a la neoausteridad, tan de esta etapa, que mezcla consumismo suntuario con control de gastos. O acaso sea un simple efecto de traducción tropical del picnic francés en el que el vino tinto y los quesos son reemplazados por espumante y frutas, y la campiña por playas ventosas que otorgan de todas maneras el marco ideal para pensar en los placeres simples. Como sea, la mejor respuesta al regreso cool del ritual costumbrista de la popularmente conocida “he-

laderita playera” parece tenerla el lenguaje: la “conservadora” (como suele denominarse también), ítem de renovada vigencia, parece encarnar una reacción ante tanta exposición de los chefs superestrellas, los bartenders cotizados y la sofisticación gourmet. Aunque, en sus renovadas versiones, la heladerita encierra parte de esa nueva cultura. En línea con la tendencia de recuperar la identidad, la simplicidad y la nobleza de los alimentos, como en el auge de lo orgánico y el furor de los aperitivos, el rescate del incómodo pero irreemplazable dispositivo (cargarlo en la playa tiene sus secretos y no cualquiera se anima) acaso también tenga que ver con que permite almacenar y transportar frutas

frescas y bebidas heladas al servicio de una jornada prolongada en la que siempre aparece el interrogante de “qué comemos” o “qué bebemos”. Para las marcas (bebidas, vinerías) más atentas a los cambios de hábito, la inoxidable heladerita playera ya cotiza como ascendente pieza del marketing veraniego. Y lejos del telgopor de otras décadas, cada vez es más común ver llegar a un turista a José Ignacio o en los alrededores de La Frontera, en Pinamar, con modelos importados de Europa, rueditas y portabilidad para copas flauta de cristal. Así, la cosa se revierte: la mirada vergonzante cuando emergía un sándwich de dudoso mantenimiento ahora es sorpresa ante las ostras heladas, frutas impecables o un char-

donnay a la temperatura justa. Quien todavía no se animó al placer de la heladerita por motivos de comodidad o de estilo suele sentir una punzada de autocrítica cuando observa de reojo cómo el que está cerca en la playa abre ese cofre y saca algunas delis que cotizan muy alto en la playa cuando el sol pica o cuando comienza a decaer el sol. ¿Cuánto vale en esos momentos un buen espumante frío en copas o los daditos de frutas de estación? La heladerita playera tuvo un largo recorrido junto al costumbrismo popular argentino. Pero hacía muchos años que no se le encontraba funcionalidades adaptables a un público diferente. El personaje playero tradicional siempre supo de la utilidad de la heladerita y nunca dejó

de usarla, pero con el tiempo este objeto se transformó en una carga o un símbolo difícil de digerir para otros segmentos que lo veían incómodo y un poco dudoso en su interior. Hasta que algunos comenzaron a darle una vuelta de tuerca y empezaron a preparar “heladeritas” que son arcones de la felicidad. Esta misma semana, los diarios The Observer y The New York Times coincidía en un término, creado por el emprendedor Richard Kirshenbaum: las “welfies” o las selfies de la riqueza, orientadas a mostrar, y ostentar un nivel de vida lujoso, un estatus económico o social en el que la envidia es norma. Se refiere, en rigor, a la riqueza global que va de los aviones privados al polo, las super-

modelos en bikini y los restaurantes más exclusivos, expuestos y compartidos voluntariamente a través de imágenes personales, en redes sociales como Instagram. A escala local, algo de eso se filtra en las etapas vacacionales y la proyección de imágenes idílicas. La reacción que genera a quienes apenas asisten como espectadores de esa vida social ya fue analizada, pero ahora parece convertida en foco de preocupación para los analistas culturales. En sentido inverso, y analógico, el efecto de llegar a la playa y atravesar médanos cargando, literalmente, un cofre parece dejar de ser objeto de vergüenza para dar paso al orgullo y, por qué no, también a la envidia.ß