Las preguntas que se hacía - Otsiera

Escribió a un poeta famoso, Rainer Maria Rilke, esperando que le resolviera sus dudas. Y Rilkele respondió esto: Usted es tan joven que me gustaría que no se ...
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FRIDA Y EL SEÑOR LIN

Las preguntas que se hacía

BUDA

© Equipo de Didáctica de CETR (www.otsiera.com)

Las preguntas que se hacía

SIDDHARTHA GAUTAMA, BUDA Cuando de buen comienzo pusieron orden a todas las pistas que tenían, el texto que había traído Eloy quedó solo, sin más pistas que lo acompañaran. Pero la cosa cambió cuando empezaron a tirar de algunos hilos... El caso es que Eloy explicó en casa que tenían que buscar información sobre rén; habló de lo que había dicho Frida y de todo aquello de reunir pistas. Pero la verdad es que Eloy no entendía porqué tenían que hacerlo. – ¿Por qué no nos lo explica la maestra, y ya está? O ¿por qué el señor Lin no habla más claro? ¡Es muy fácil decir que lo busquemos nosotros! Cuando hubo acabado de refunfuñar, la primera que habló fue la abuela: – A nadie le gusta que le den una manzana masticada, ¿no te parece? ¿A ti te gustaría? Y antes de que Eloy tuviera tiempo de reaccionar, la abuela se dirigió hacia su mesa. Una mesa repleta de papeles y de cosas varias, aunque ella siempre encontraba lo que buscaba. ¡Parecía imposible! Tiró de una hoja de papel y se la dio a Eloy. – Ten, me parece que esta puede ser una buena pista. Eloy la leyó y estuvieron un rato comentando. Al día siguiente la llevó a clase. Esto es lo que decía:

Un día Siddhartha... Un día Siddhartha y los suyos llegaron a un pueblo llamado Opasada. Allí había dos jóvenes estudiantes que discutían entre ellos. Eran Kapathika y Bharadvaja. Kapathika sostenía que todo lo que decían los Vedas, los himnos sagrados, era verdad. Por eso había que aprendérselos. Mientras que Bharadvaja opinaba todo lo contrario: que las ideas de los Vedas eran falsas y antiguas, y que nada de todo aquello era verdad. Esto era lo que cada uno de ellos había aprendido. Cuando oyó la discusión, Siddhartha preguntó a Kapathika: – Quién sea que te ha enseñado así, ¿acaso te ha dicho: “yo he investigado y he podido entender por propia experiencia lo que es verdad y lo que es falso”? Kapathika le dijo que no. Planteó la misma pregunta a Bharadvaja que también respondió negativamente. Siddhartha entonces les dijo: – Una persona que se limita a repetir las opiniones de los otros sin procurar ver y comprender por sí misma, ¡es como un ciego que se une a una hilera de ciegos! – ¿Pero quién de los dos lleva la razón? -insistieron ellos. – Si yo ahora os doy un “sí” o un “no” por respuesta, ¿qué haréis vosotros? Creeréis “sí” o “no” hasta que alguien os diga lo contrario. – ¿Y qué tenemos que hacer, pues? – ¡Confiad en vuestras fuerzas y atreveros a buscar por vosotros mismos! Mis palabras, o las de otra persona, sólo os serán útiles si las usáis para investigar.

¡Realmente, podía ser una buena pista! Pero, quizás, antes de continuar... ¿Qué sabemos de Siddhartha?

EN AQUEL TIEMPO... Channa retomó las riendas y se volvieron a poner en marcha. Un poco más adelante vieron a una mujer que se quejaba de dolor. De nuevo, el príncipe quedó muy sorprendido y Channa le contó que aquella mujer estaba enferma. Hablaron de las enfermedades. No habían avanzado mucho, cuando tuvieron que detenerse por tercera vez. En esta ocasión se trataba de un cortejo que acompañaba a un muerto al crematorio. Y Channa habló a Siddhartha de la muerte: ¡tarde o temprano, todo el mundo tenía que morir! ¿De qué le servía a su padre ser rey si no podía hacer nada contra la muerte? –pensaba Siddhartha. ¿Qué podía hacer él contra el sufrimiento de la gente? Muy preocupado le pidió a Channa que diera media vuelta. Cuando ya estaban a punto de llegar a palacio, les detuvo otra visión. Ahora quien tenían ante ellos era un hombre con la cabeza afeitada por completo, vestía una túnica y llevaba un bol colgando. Era extraño porque, a pesar de su aspecto, se le veía feliz. El príncipe bajó del carruaje y habló con él. El hombre le explicó que era un peregrino, que lo había dejado todo para ser libre y poder ayudar a todo el mundo. Desde aquel día, el príncipe ya no pudo vivir Un día Siddhartha quiso visitar el reino y sa- tranquilo. Cavila que cavilarás, decidió que seguilió de palacio. La gente le saludaba con alegría al ría el ejemplo del peregrino. Se marcharía para verle pasar sobre su carruaje, y él les respondía. buscar una solución. Y así fue como una noche saEn el futuro también él sería un buen rey, como su lió secretamente de palacio, con Channa, y cuando padre, que hacía que todo el mundo viviera feliz –pensaba. Pero de repente, Channa, el cochero, frenó el carruaje en seco. Un hombre medio agachado cruzaba la avenida con mucha dificultad. El príncipe preguntó qué le pasaba a aquel hombre. Channa le respondió que era un viejito. – ¿Qué quiere decir eso? –preguntó Siddhartha, que no había visto nunca nadie andando con tanto esfuerzo. Channa se lo explicó y el príncipe descubrió que también él sería viejito un día. ¡Incluso el pequeño Rahula seria viejito! Se quedó pasmado. Eso sí que no se lo esperaba. Siddhartha Gautama era el príncipe heredero del país de los Sakyas, un reino que hoy forma parte de India y de Nepal. Vivía, con su esposa Yasodhara y con Rahula, su hijito, en el amplio recinto del palacio real. Dentro del recinto había parques y casas para todos los miembros de la corte y sus familias. Siddhartha pasaba sus días felizmente. Su madre había muerto pocos días después de nacer él, y su padre, el rey, hizo todo lo que estuvo en sus manos para que el niño pudiera crecer feliz, sin ver escenas de tristeza.

Pero a Siddhartha no le satisfacían esas resestuvieron bien lejos, se cortó la noble cabellera y se cubrió con un trozo de tela. Channa recogió la puestas. Se retiró en los bosques, cerca de unos ropa y el caballo de Siddhartha y regresó a palacio, que hacían penitencias. Le decían que si se liberaba de él mismo, si se olvidaba de su cuerpo, su solo y triste. mente comprendería mejor. Siddhartha lo probó, No es nada fácil ponerse a buscar cuando uno porque quería seguir todas las pistas. Pero desno sabe qué busca. Siddhartha viajó mucho y pre- pués de muchos días de no comer ni beber, pudo guntó a muchos maestros. Unos le hablaban de comprobar que aquel camino no le llevaba a adorar a los dioses, otros de hacer sacrificios, otros comprender mejor, ¡más bien directamente a la muerte! Por eso aceptó la leche y la comida que le ofreció una mujer que pasó por ahí. La buena mujer lo alimentó unos días y, cuando hubo recuperado las fuerzas, volvió a meditar. Escuchaba por adentro, procuraba mantenerse atento, en paz y sin distraerse, ¡pero ahora sin olvidarse de cuidar su cuerpo! Hasta que un día... Un día Siddhartha sintió una felicidad muy honda. ¡Era feliz!... ¡pero de un modo muy distinto de como lo había sido en palacio! ¿Qué era aquella felicidad tan especial? Siddhartha se dio cuenta que era cómo si su corazón no fuera sólo suyo, sino el corazón de todos los seres, y su vida, la vida de todos... Su corazón y su mente se habían ensanchado de una manera muy especial. ¡Ahora sí que se sentía libre, pero por dentro! Todo se volvió muy claro para él. de conformarse con el destino. También le decían Y aunque no era nada fácil ponerle palabras, supo que tenía que intentarlo. que quizás en otra vida lo entendería todo...

A partir de aquel día se puso en camino para poder explicar a la gente lo que quería decir “ser libres” de verdad. “No lo han entendido bien –les decía– quienes enseñan que sólo hay que conformarse, y no intentar cambiar nada, porque así lo quieren los dioses. Ni tampoco lo han entendido bien las personas que se estropean a base de hacer muchos sacrificios.” “De lo que se trata es de aprender a desear aquello que de verdad nos hace felices” –decía–.”Pasar la vida deseando más y más cosas no te hará feliz. Al contrario, ¡es el motivo de la infelicidad!. Sólo quien comprende esto puede salir de la trampa, ¡es muy importante llegar a entenderlo!” La gente le escuchaba y procuraba buscar tal como él les enseñaba. Así, de pueblo en pueblo... hasta que un día volvió a su antiguo reino. ¡Su padre y su esposa, todos, le recibieron con una gran alegría! Ahora eran su familia y sus amigos los que le escuchaban con atención y querían seguir sus pistas. Pero Siddhartha no se quedó allí para

siempre; transcurrido un tiempo, continuó viajando. Años después, cuando Rahula fue mayor, se reunió con su padre. También él llegó a ser un hombre muy sabio. Siddhartha murió viejecito. Centenares, miles, de personas se habían animado a buscar siguiendo sus orientaciones. Ricos y pobres, sin hacer diferencias, ministros o artesanos, sacerdotes o guerreros, hombres y mujeres... todos eran sus discípulos y cuando hablaban de él le llamaban Buda, que quiere decir “iluminado”, porque su manera de comprender era como luz que ilumina. Buda enseñaba a todos a ser budas, a crecer en sabiduría. Insistía que hacerse buenas preguntas era muy importante, y que aprender cosas sin investigarlas no les serviría de nada. Y ponía este ejemplo: – Imaginad un río y que mis palabras son como una barca que encontráis en la orilla. Usadlas para cruzar el río, y después dejadlas, para que otros puedan cruzar. ¿De qué os serviría seguir adelante cargando la barca?.

MÁS PISTAS PARA INVESTIGAR A la maestra aquello de dejar la barca le recordó a otro sabio que hablaba de soltar una escalera... Y lo de hacerse preguntas... sobre eso también encontró más pistas para investigar. ¡Aquí las tenéis!

Soltar la escalera... Wittgenstein (Viena 1889 – Cambridge 1951) era filósofo. Reflexionó mucho acerca del lenguaje. Al final de uno de sus libros dice:

Mis ideas son iluminadoras cuando quien me entiende las deja atrás; cuando ¿Sabéis qué quiere gracias a ellas –subiéndose a ellas– ha decir “filosofía”? Viene del griego podido subir más arriba. (Por decirphilos (amor) lo de algún modo, ¡tiene que tirar la y sophia (sabiduría) escalera después de haberse subido a ella!)

Hacerse preguntas Jane Goodall ha investigado la vida de los chimpancés y trabaja para mejorar las condiciones del medio ambiente. En una conferencia dijo:

Antes de tomar una decisión, en lugar de preguntarte: “¿qué me aporta ahora?”, pregúntate: “¿qué impacto tendrá dentro de un tiempo?”

Ela Bhatt es una abogada, nacida en el India. Ha impulsado muchos proyectos para la mejora social y económica. En una entrevista habla de hacerse preguntas:

– Si tuviera que dar un consejo... – Diría que hay que poner mucha atención a las preguntas que nos hacemos cada día. Las preguntas son más importantes que las respuestas, son ellas las que orientan nuestra vida. Y me parece que hay tres preguntas fundamentales: • ¿Qué impacto tendrá mi acción en mí? • ¿Cómo influirá en el planeta Tierra y en las personas que viven en él? • ¿Cuáles serán las consecuencias de esta acción en el futuro? Nunca hay que perder de vista que toda acción genera algo. El fruto de cada acción son sus consecuencias.

Había un joven que quería ser poeta, y tenía muchas dudas. Escribió a un poeta famoso, Rainer Maria Rilke, esperando que le resolviera sus dudas. Y Rilke le respondió esto:

Usted es tan joven que me gustaría que no se impacientara ante todo lo que no está resuelto en su corazón, procure amar las preguntas como si fueran habitaciones cerradas, o libros escritos en un idioma extraño. Ahora viva las preguntas. Y quizás llegará el día en el que, poco a poco, podrá vivir las respuestas.

Buda decía: No considero que alguien sea brahman por su nacimiento o sus bienes. Brahman es aquella persona que no se aferra a nada. No considero que alguien sea brahmán por sus trenzas o por su vestimenta. Lo es la persona paciente, con capacidad de autocontrol. Yo considero brahmán a quien no es violento con nadie, al que ni mata ni ordena matar. A quien habla con sinceridad, sin deseo de herir a nadie. Brahmán es aquel ser humano que se ha esforzado por alejarse de la ignorancia, librándose del peso de las falsas ideas. Considero brahmán a quien ha retirado el candado y ha abierto la puerta de su mente. A quien respeta a todos los seres, a quien no hace distinciones entre las personas. Llamo brahmán a aquel ser humano que, como la luna llena, es limpio de corazón y todo lo ilumina. (palabras de Buda, extraídas de una compilación llamada Dhammapada)