La Gaceta núms. 549 del FCE - Fondo de Cultura Económica

3 sept. 2016 - Socorro Venegas, Rafael Mercado, Karla López y Octavio Díaz. Consejo editorial. Roberto Garza Editor de La Gaceta. Ramón Cota Meza ...
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F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I CA SEPTIEMBRE DE 2016

años de La Ciencia para Todos ADEMÁS 

De la genética a la epigenética

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El número pi wisława szymborska

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La ciencia para todos dossier

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La ciencia para todos

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a divulgación de la ciencia es una labor fundamental para el desarrollo de las sociedades modernas. Mientras que la investigación genera conocimiento y la docencia forma a los profesionales científicos, la divulgación establece un vínculo entre la ciencia y la sociedad a la que se debe. A través de la televisión, personajes como Carl Sagan y Jacques Cousteau lograron que grandes audiencias se interesaran en temas aparentemente alejados de su experiencia cotidiana o, mejor aún, despertaron su deseo de saber más sobre temas de la naturaleza y el universo en general. Los divulgadores, pues, no sólo comunican los principios, límites, importancia, riesgos y bondades del quehacer científico, sino que van más allá: muestran una forma de pensar el mundo que cada vez se hace más necesaria, pues muchas decisiones que los ciudadanos deben tomar no se pueden realizar sin un conocimiento básico de ciencia. Temas como el aborto, el cambio climático, el uso medicinal de la marihuana o el desarrollo de fuentes de energía no contaminantes demandan que las personas estén bien informadas y sean críticas para poder involucrarse en las soluciones políticas respectivas. Durante 30 años el Fondo de Cultura Económica se ha empeñado en formar este tipo de lectores a través de La Ciencia para Todos, la más grande y más longeva colección de títulos de divulgación científica, escrita originalmente en español por investigadores de los propios países hispanoamericanos. Por ello hemos querido dedicar este número de La Gaceta enteramente a ella, desde la sección de poesía hasta la de narrativa “Trasfondo”. El éxito de la colección entre lectores y autores es una buena muestra de que en los países de habla hispana se escribe y se lee sobre ciencia con interés y por gusto, tanto o más que en cualquier otra parte. Por ello se pude afirmar que, así como el universo, La Ciencia para Todos es hoy un catálogo en expansión.•

de la sociedad” conversación con maría del carmen farías agustín gendron 9

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De incertidumbres y certezas lise canseco

Martha Cantú, Adriana Konzevik, Susana López, Socorro Venegas, Rafael Mercado, Karla López y Octavio Díaz Consejo editorial

La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

La ciencia para todos luis miguel cruz ceballos

José Carreño Carlón Director general del fce

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La ciencia a la vista de todos Testimonios del diseño editorial de La Ciencia para Todos paola álvarez, laura esponda y teresa guzmán

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Roberto Garza Editor de La Gaceta Ramón Cota Meza Redacción León Muñoz Santini Arte y diseño Andrea García Flores Formación Ernesto Ramírez Morales Versión para internet Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv Impresión

“La divulgación científica, un acto de generosidad encaminado al bien común

Cuando el dinosaurio conoció al tiburón álvaro chaos

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Treinta años de compartir ciencia diego golombek

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De la genética a la epigenética clelia de la peña y víctor manuel loyola vargas

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Ilustración de portada León Muñoz Santini y Andrea García Flores

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Novedades Trasfondo Los huesos de Galileo carlos chimal

poema

El número pi Wisława Szymborska Digno de admiración el número pi tres punto uno cuatro uno. Todas sus demás cifras también son iniciales, cinco nueve dos porque nunca se termina. No se deja abarcar seis cinco tres cinco con la mirada, ocho nueve con un cálculo, siete nueve con la imaginación o incluso tres dos tres ocho con una broma, es decir, una comparación cuatro seis con nada dos seis cuatro tres en el mundo. La serpiente más larga de la tierra se interrumpe después de algunos metros. Lo mismo pasa, aunque un poco después, con las serpientes de los cuentos. El cortejo de cifras de que se forma pi no se detiene en el borde de la página, es capaz de continuar por la mesa, por el aire, la pared, una hoja, un nido, las nubes, y así hasta el cielo, y por toda esa expansión e insondabilidad celestiales. ¡Ay qué corta, ratonescamente corta es la trenza del cometa! ¡Qué débil el rayo de la estrella, que en cualquier espacio se curva! Y aquí dos tres quince trecientos diecinueve mi número de teléfono tu talla de camisa año mil novecientos setenta y tres sexto piso el número de habitantes setenta y cinco centavos centímetros de cadera dos dedos código charada, en la que a dónde irá veloz y fatigada y se ruega mantener la calma y también la tierra pasará, pasará el cielo, pero no el número pi, eso ni hablar, seguirá con un buen cinco, con un ocho de primera, con un siete no final, apurando, ay, apurando a la holgazana eternidad para que continúe.• traducción de gerardo beltrán

Se puede escribir poesía sobre cualquier cosa, incluso sobre números. La voz de este poema toma el número pi, que entraña una paradoja: la figura perfecta del círculo sólo puede ser expresada con un número imperfecto por interminable. Moraleja: un número es más infinito que la perezosa eternidad, existente sólo en la imaginación.

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1. shahen hacyan, 2. álvaro chaos, 3. juan luis cifuentes 4. isaura meza 5. julieta fierro. ilustraciones © josé quintero

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dossier 549 la ciencia para todos

El 30 aniversario de la colección La Ciencia para Todos es una oportunidad para hacer una revisión de su historia y mirar con ojo crítico sus logros, sus límites y sus tareas pendientes. En las páginas de este número de La Gaceta se encuentran las voces de algunas de las muchas personas que han ayudado a consolidar este proyecto editorial: los diseñadores de la colección nos hablan del reto de comenzar la divulgación de la ciencia desde la portada de sus libros; María del Carmen Farías, anterior coordinadora editorial, conversa con Agustín Gendron sobre los inicios de La Ciencia para Todos; los testimonios de Lise Canseco y Álvaro Chaos —como ganadores de sendos certámenes de la colección—, así como el del editor argentino Diego Golombek, muestran que los libros sí cambian vidas; el adelanto del libro De la genética a la epigenética deja ver el horizonte por conquistar de la ciencia, y finalmente Carlos Chimal ofrece en el Trasfondo de este número un fragmento de su novela El portafolios de Tesla, donde se mezclan ciencia y fantasía.

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1 . t es sy l ópe z, 2. josé sar ukhán, 3. ruy p é re z tamayo, 4. jor ge flor es. i lustr aci ones © r i ca r do p el á ez

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“ La divulgación

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s domingo al mediodía. Estoy en la librería Rosario Castellanos del fce. Desde la cómoda sala donde me encuentro puede verse un librero repleto de volúmenes. El rótulo que los identifica reza: La Ciencia para Todos. Poco menos de 250 títulos se alinean en los estantes; en conjunto, la colección es claro testimonio de un extraordinario logro editorial. Muchas de las mentes más brillantes de nuestro país han contribuido al catálogo de esta serie, misma que inició su publicación en 1986 bajo el nombre La Ciencia desde México. La maestra María del Carmen Farías ha sido participante fundamental de esta aventura del conocimiento. Estudiante de Filosofía y Letras, editora, actriz y directora teatral, rebosa energía y todavía se conmueve al recordar varios episodios de esta labor que ella define como marcada por la generosidad y la búsqueda del bien común.

científica, un acto de generosidad encaminado al bien común de la sociedad

Hace exactamente 30 años del inicio de esta empresa editorial… Así es; ¡cómo pasa el tiempo! Ha sido un esfuerzo continuo que esperamos dure muchos años más.



¿Se imaginó en 1986 que esta colección alcanzaría la relevancia que hoy tiene? Para tener un panorama completo de los inicios de esta labor, es importante hablar del cómo, el porqué y el dónde. Partimos de la idea de que el conocimiento es para todos. Ahora, ¿cómo llega ese conocimiento a los demás, sobre todo si no tenemos acceso cotidiano a él? En este caso hablamos de un tipo especial de conocimiento, del que además siempre se nos ha dicho que es difícil, hermético y poco cercano al lector común. Ante esta pregunta inicial, el Fondo de Cultura Económica, como la editorial en busca de soluciones de avanzada que siempre ha sido, tuvo la siguiente idea: hacer que tanto la ciencia como la técnica, consideradas en México temas tabúes para los legos y hasta para los estudiantes, se convirtieran en los temas de una colección editorial.

Conversación con María del Carmen Farías Una de las fundadoras de La Ciencia para Todos relata los orígenes, propósitos y avatares de esta colección que ha llegado a ser una de las más importantes y ricas de esta casa editorial. agustín gendron

Se debió enfrentar cierta resistencia en un inicio… ¡Claro! Se decía: “Es que las matemáticas son muy aburridas; la física, peor aún; la química es incomprensible: basta ver la tabla periódica”. Ante tales argumentos, don Jaime García Terrés, junto con una gran mujer, la física Alejandra Jáidar, y Felipe Garrido, vieron la necesidad de impulsar esta nueva serie de divulgación científica y redoblaron esfuerzos para hacerla realidad. Obviamente, primero debían hacer que existieran los textos. En primer lugar, invitaron a los científicos mexicanos a hacer llegar su conocimiento al público en general. En aquellos años casi todos los textos de divulgación científica eran traducciones. Casi no había textos originales en español. Así pues, de esta idea en apariencia muy sencilla se desprendió todo un programa cultural marcado desde sus inicios por la generosidad, que es la palabra clave de toda esta aventura iniciada por el Fondo de Cultura Económica y apoyada por la Secretaría de Educación Pública y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Los tres primeros títulos de la serie fueron Un universo en expansión de Luis Felipe Rodríguez, El océano y sus recursos, I de Juan Luis Cifuentes, María del Pilar Torres y Marcela Frías, y Una ojeada a la materia de Guillermo Aguilar, Salvador Cruz y Jorge Flores Valdés. Todos ellos llevan ya varias reimpresiones. Dos años más tarde se había superado el promedio calculado por el fce, que era publicar un libro por mes. Los títulos fueron integrados en ocho áreas temáticas, actualmente son once: astronomía, biología, ciencias aplicadas, ciencias de la Tierra, ciencias del mar, ecología, física, matemáticas, química, salud y varia. Como editora y coordinadora de esta nueva serie los retos debieron ser mayúsculos… En efecto, no fue fácil; los editores no éramos especialistas en ciencia pero tuve la fortuna de contar con la ayuda de Marco Antonio

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co nversaci ón con ma r í a d e l c a r m e n fa r í a s

Pulido, un extraordinario profesional de la edición. Sin embargo, la medida decisiva para el éxito de esta labor fue el establecimiento de un comité integrado por miembros de El Colegio Nacional por iniciativa de García Terrés. Estas eminencias, al ser líderes dentro de sus respectivas comunidades, impulsaron a muchos científicos a colaborar con nosotros. Definitivamente, los inicios no fueron sencillos para los autores ni para los editores… pero, y aquí reside la maravilla de este asunto, sí lo fueron para los jóvenes lectores, quienes desde el principio hicieron suyos los libros. Seguramente el contacto con el ámbito científico trajo grandes enseñanzas a todos los involucrados en este trabajo… Al aprender que existen otros fascinantes ámbitos más allá de lo cotidiano, revaloramos la importancia de estimular o despertar la curiosidad. Desgraciadamente, la educación en México no fomenta que los alumnos se hagan preguntas. Si uno no se pregunta el porqué de las cosas, permanece en una especie de limbo, con un horizonte limitado. Y aquí la labor de los maestros es también fundamental. A la par de la colección se instituyó el concurso “Leamos La Ciencia para Todos”, que desde su primera edición tuvo una gran respuesta… Actualmente el concurso, destinado a los lectores de escuelas secundarias y preparatorias de todo el país, ha llegado a su decimocuarta edición. La respuesta a la primera fue extraordinaria. Empezaron a llegar por correo paquetes y paquetes de trabajos. Ya no había dónde meterlos y seguían llegando más; ¡todas las oficinas y hasta los pasillos de las antiguas oficinas del fce en avenida Universidad estaban atestados de paquetes! Ahora, una cosa era recibir los trabajos y otra calificarlos y dictaminar a los ganadores. La simple lectura de todo ese material nos habría llevado meses a los coordinadores, pero la generosidad nuevamente entró en juego. Y así, en un episodio realmente extraordinario, muchos de los más destacados miembros de la comunidad científica y buena parte del personal de todas las áreas del fce nos dimos a la tares de abrir, clasificar, leer y calificar los trabajos: los llevábamos a nuestros familiares para que nos ayudaran en sus horas libres; estuvimos metidos allí varios fines de semana, voluntariamente unidos en una labor en pro de la cultura y el conocimiento. Fue maravilloso. Pero, además de estimular a los alumnos para que reseñaran sus libros favoritos, también se capacitó a los maestros… Los maestros son pieza fundamental de este programa editorial, ya que en la inmensa mayoría de los casos ellos son quienes ponen los libros en las manos de sus alumnos. No obstante, para hacer más efectivo este proceso, también había que capacitarlos a ellos, sobre todo en el área de la lectoescritura: cómo realizar una reseña crítica, cómo presentar los materiales, la bibliografía, etc. Toda esta labor de extensión del conocimiento se realizó gracias a la unam, que ideó talleres y seminarios para los docentes. Recorrimos todo México impartiéndolos; no hubo lugar al que no llegáramos. Todo esto para difundir el conocimiento científico en un país que no parece apreciarlo en su justa dimensión… Durante más de treinta años he dicho una y otra vez que la ciencia es cultura. Cada día estoy más convencida de ello. Necesitamos integrar todos los campos del saber y el quehacer humanos para ser personas plenas, llenas de curiosidad y en pos del bien común. La ciencia ennoblece; vea si no a la mayoría de la comunidad científica, integrada por mujeres y hombres de espíritu generoso, siempre abiertos a la crítica y a la constante actualización de sus trabajos con el fin de perfeccionarlos. Es un gran placer trabajar con ellos. Están abiertos a todas las sugerencias en materia editorial y siempre aportan elementos útiles a las ediciones.

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Muchas vocaciones científicas habrán tenido su origen en la lectura de uno de los libros de la colección… Así es; otro de los elementos clave de este programa de divulgación han sido las visitas de los participantes destacados del concurso a los centros de investigación científica, donde pueden conocer a los autores y verlos en acción, profundizando en su labor y conociendo las aplicaciones que sus trabajos tienen en la vida de todos nosotros. Muchos de esos primeros visitantes ya no abandonaron a “sus” científicos, y ahora ellos mismos reciben a los nuevos lectores, con quienes comparten el asombro y el deseo de conocimiento. Es muy conmovedor observar cómo se ilumina la mirada de muchos de estos jóvenes ante una explicación del autor que ha logrado estimular su curiosidad. También se organizan cenas con los científicos y los concursantes. Varios de los investigadores más eminentes del país me han comentado que algunas de las preguntas más interesantes e inspiradoras sobre su trabajo han surgido precisamente en estos encuentros. Si, como nos comentaba anteriormente, no era usted una especialista en ciencia, ¿qué la llevó a interesarse por este proyecto? Una inmensa curiosidad por todo el conocimiento humano. Esto se lo debo sobre todo a mi padre, quien era médico y hombre de ciencia. Él introdujo los rayos X a México y fue un gran estudioso. Cuando de niña le hacía preguntas, siempre se daba tiempo para contestar, ir a los libros, estimular nuevos cuestionamientos… Gracias a su amor y respeto al saber, aprendí que todo conocimiento merece conocerse y difundirse. Participar en este

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proyecto ha sido uno de los mayores regalos que me ha dado la vida. ¿Qué espera ahora de este programa de divulgación científica y cultural? En primer lugar que no se interrumpa y que siga vivo; que continúe su proceso de internacionalización, iniciado en Cuba, y que se ha expandido a otros países de Latinoamérica y a Canadá. Es absolutamente necesario que el Estado mexicano apoye firmemente estas iniciativas porque la ciencia no es un lujo; constituye una de las actividades más elevadas del quehacer humano; un ámbito donde se ponen de manifiesto dos de las características que más nos distinguen como especie: el asombro y la curiosidad, que se transforman en el anhelo por conocer lo que ignoramos. Dicho anhelo hace eco en una colección editorial que puede abrir las puertas del universo a todo aquel que se adentre en ella con la misma generosidad con la que los autores han compartido con nosotros su saber. Ahora vuelvo a ver el estante con la colección completa. En este preciso momento, un joven revisa con impaciencia los títulos. Toma un volumen con avidez, lee la contraportada y sonríe. Se retira tomando rumbo hacia la salida, con el libro bajo el brazo y la expresión propia de quien ha encontrado algo muy valioso; algo que —tal vez— termine de definir un camino, un propósito, una vida.•

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La ciencia a la vista de todos Testimonios del diseño editorial La Ciencia para Todos Los diseñadores de portadas de esta colección relatan sus ideas y experiencias, destacando su sentido de responsabilidad para honrar la tradición editorial de esta casa, al tiempo que introducen elementos innovadores.

Paola Álvarez El diseño es una forma de pensar y expresar por medio de imágenes, tipografía y color. Por ello al diseñar portadas busco entregar algo más que una buena imagen: intento interpretar el contenido de la obra y dejar plasmado algo de mi propia invención. Pero deambular entre el color, las imágenes y los textos no es tarea sencilla, es un juego perceptivo en el que hay que identificar los destellos del texto y convertirlos en imágenes y colores que se apoyen entre sí. Por otro lado, existe la responsabilidad de que el diseño resulte seductor para el lector en el sentido de que lo atraiga hacia el libro y, una vez que observe su presentación, se decida a adquirirlo. Mi decisión de estudiar diseño surgió cuando cursaba la secundaria, acuciada por mi inclinación y gusto por las artes plásticas, el dibujo técnico e historia del arte. Estudié la carrera en la Universidad de las Américas Puebla, donde tuve la fortuna de ser alumna de Germán Montalvo, quien sembró en mí el amor por los libros como objetos de diseño con su tipografía, color y forma. Hice mis prácticas profesionales con él y después fui colaboradora en su estudio un par de años más. A partir de entonces, mi vida profesional ha estado relacionada con los libros y el diseño editorial. Después de colaborar con la Coordinación de Obras para Niños y Jóvenes de esta casa editorial, fui reasignada a la Gerencia de Producción. Mi ingreso a esta área coincidió con el nuevo diseño de la colección La Ciencia para Todos, elaborado por el fotógrafo y diseñador León Muñoz Santini. Su propuesta gráfica permite realizar una especie de poesía a través del color, las imágenes y las texturas. Trabajar con imágenes de la naturaleza, el espacio y la vida nos confronta

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con temas difíciles de representar. Uno de ellos fue diseñar la portada del libro La muerte y sus ventajas, de Marcelino Cereijido y Fanny Blanck, que trata sobre el descubrimiento de la muerte celular programada, entre otros temas. El libro me planteó el reto de representar la muerte de manera objetiva y a la vez con belleza absoluta sin recurrir a las imágenes convencionales de tristeza y patetismo. ¿Podría pensarse en ventajas de la muerte? Esto me llevó a meditar sobre las ideas de “muerte-ventajasvida-ciclos” y desemboqué en la imagen del “diente de león” que, debido a sus beneficios medicinales para preservar de alguna manera la vida mediante su muerte, la forma como florece, su cambio de color y forma, su metamorfosis rumbo a la muerte, me pareció sublime para representar la idea central del libro. Fue así que elegí la fotografía de un “diente de león” al fin de su ciclo de vida, sugiriéndonos la pregunta “¿hay algo más allá de la muerte?” Hay muchas experiencias más de este tipo por compartir, pero nos extenderíamos demasiado. He tratado de comunicar una de mis experiencias como diseñadora del fce, labor que me permite vivir gracias a los libros, buscando responder en mi trabajo diario al binomio formafunción por medio del color, la tipografía y las imágenes realistas y de ficción. Expresar en una portada la idea o ideas centrales de un libro es una gran responsabilidad, la que compartimos con editores, formadores, correctores, impresores, vendedores, en fin, todas las personas que de una u otra manera hacen del libro un objeto presencial en su vida, quienes manifiestan un compromiso íntegro con la creación, transmisión y discusión de valores e ideas, así como con la formación de lectores, estudiantes y profesionistas.

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la ci enci a a la vi sta d e to d o s . t est i m o n i o s d e l d i s eñ o ed i tor i al d e l a c i en c i a par a tod os

Laura Esponda La colección La Ciencia para Todos me gusta mucho porque sus libros son de divulgación de la ciencia y están dirigidos a estudiantes y a todo aquel que, de la mano de investigadores especializados, quiera conocer explicaciones sencillas sobre temas diversos de las ciencias duras. Es para mí un reto y una enorme responsabilidad hacer portadas para estos libros, pues éstas tienen que ser atractivas y asertivas, sobre todo. He diseñado portadas para esta colección desde que se usaba el formato original concebido por Carlos Haces y desde entonces pensaba que era necesario rediseñarla. Esta responsabilidad le fue asignada a León Muñoz un diseñador muy capaz que desarrolló una propuesta muy bien lograda que permite libertad creativa a los diseñadores, aunque con el tiempo nos hemos percatado de que tiene algunos defectos de legibilidad en formatos pequeños, como ocurre con los catálogos. En su formato original es un diseño legible y eficaz. Como suele ocurrir, hay portadas más afortunadas o que a uno le gustan más que otras. Casi todas las 26 portadas que he diseñado para esta colección me han dejado satisfecha, pero tengo unas cuantas favoritas. Unas me gustan por la experiencia del proceso creativo, otras por su resultado. Para algunas he hecho ilustración tradicional, y para la mayoría collage en la computadora, casi siempre valiéndome de fotografías, imágenes proporcionadas por el autor —como la

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de Tiburones. Supervivientes en el tiempo— o imágenes elegidas de un banco, aunque en la medida de lo posible tratamos de generar ilustraciones. En especial podría mencionar Por qué no hay extraterrestres en la Tierra. La editora me instruyó claramente que el autor no quería la imagen de un extraterrestre en la portada; entonces se me ocurrió aludirla elípticamente, usando los ojos de la figura estereotipada con el planeta reflejado en ellos. Al autor le gustó mucho a pesar de que, de alguna forma, iba contra su idea original. Disfruté mucho la elaboración de la portada de El carbono. Cuentos orientales, pues además de ser un libro muy interesante, el tema ofrecía varias posibilidades creativas y me permitió una composición con unos simples lápices en los se aprecia muy bien la textura del grafito, un diamante con un juego de hexágonos y una textura geométrica árabe como fondo. También me divirtió mucho la elaboración de la portada El estrés. Qué es y cómo evitarlo, y creo que logré generar una imagen que transmite la sensación de opresión que uno tiene cuando se encuentra bajo estrés. Saqué una foto del detalle de un alambre de púas e hice una composición en la computadora. Otro libro que me encanta es Niels Bohr. Científico, filósofo, humanista, coordinado por Leopoldo García Colín, cuya portada me tocó rediseñar. La portada anterior tenía un collage con una foto no

muy lograda del científico montado en una motocicleta y un retrato suyo. Una de las premisas de las buenas portadas es la simplicidad, así que decidí sintetizar y eliminar los aburridos retratos y, como el trabajo era urgente, decidí hacer un dibujo a modo de gesto a partir de la foto del científico llegando a trabajar en bicicleta. Las portadas de los libros Terremotos; Cáncer: Herencia y ambiente; De las bacterias al hombre. La evolución y Las toxinas ambientales y sus efectos genéticos también me gustan mucho. No todo es miel sobre hojuelas. Hormonas. Mensajeros químicos y comunicación celular, del doctor Adolfo García Sáinz, se tuvo que diseñar dos veces, pues la propuesta conceptual no le gustó al autor. Era una foto de un carrito en la montaña rusa con personas gritando. Por un lado, representaba la adrenalina y, por el otro, era una metáfora de los ciclos hormonales, pero al autor no le gustó y tuve que seleccionar de un banco de imágenes una imagen de los mensajeros químicos en la transmisión de las hormonas. Ni modo, de las gelatinas no todas cuajan. Por los temas tratados en los libros, mis favoritos son La huella del agua, El agua y La Tierra tiene fiebre, cuya portada resolví con un montaje de una foto del huracán Katrina. Creo que son títulos muy recomendables dada la situación que sufre nuestro planeta y pienso que todos deberíamos leerlos, nos guste o no la portada. Las portadas envejecen, pues los gustos cambian y hay que cambiar

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imágenes. En lo personal podría decir que en la historia de las portadas de la colección hay algunas imágenes maravillosas de Carlos Haces que no se pudieron conservar, pero si alguien tiene curiosidad puede verlas en la Biblioteca Gonzalo Robles, en la sede del fce, y conocer un poco la historia visual de esta colección. Carlos Franco Carlos Haces, diseñador original de la colección La Ciencia para Todos, y María del Carmen Farías, entonces subgerente de Proyectos Especiales, se reunían con los autores de los títulos para que les explicaran el tema que debía representarse en cada portada. Los autores les daban los elementos necesarios para elaborar las maquetas y yo recibía el material y las instrucciones para elaborar la foto: intensidad de luz, colores, ángulos, fondos, cicloramas, filtros, sensibilidad de la película y velocidad para lograr los efectos buscados. Para elaborar la fotografía de Más allá de la herrumbre, i, tuve que ir al deshuesadero de Santa Fe en la Ciudad de México, caminar entre los coches y así poder tomar algunas fotos que mostraran la corrosión. Caminar entre las barrancas fue como una excursión, pues entonces apenas iniciaban las construcciones en esa parte de la ciudad. Una foto que nos costó mucho trabajo elaborar fue la del libro La superficie de la Tierra; Tuve que ir al cerro de San Lorenzo Tezonco para combinar dos elementos: la

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luna y el desgajamiento del cerro, en un atardecer. Fue muy difícil hacer el fotomontaje y tuve que utilizar trucos. En el mismo sentido, creo que la portada de El carbono. Cuentos orientales ha sido la más difícil de lograr: doble exposición (subexpuesta, normal, sobreexpuesta) para tratar de salvar el lugar donde entraba el segundo elemento. Detrás de las fotos de estudio hay un enorme trabajo, una gran laboriosidad; por ejemplo, para La inquieta superficie terrestre, Carlos Haces hizo la maqueta: un volcán haciendo erupción. Creó un ambiente con colores rojizos para el cual tenía que preparar las luces. Utilizamos sal de uvas y polvo para darle color a la espuma, el reflector lo hicimos con una lata de leche Nido para iluminar la espuma, hicimos tres o cuatro tomas con diferentes diafragmas y velocidad para lograr la imagen buscada. En la lagunilla compré animales vivos, lámparas de mineros, planchas antiguas y otros utensilios; los

“Diseño que requiere explicación no funciona”. Es una frase simple pero muy útil porque te advierte que una imagen de portada debe decir lo suficiente para que el lector se interese en el tema del libro, sin ser tan obvia como para eliminar el interés por su contenido.

investigadores también nos prestaban sus herramientas de trabajo, objetos de los laboratorios. En una ocasión viajé al Centro Nuclear en Salazar, Estado de México, para obtener una foto. A todo esto hay que sumar que las portadas tenían que estar terminadas de un día para otro, pues se publicaban muchos títulos en el año. Aprendí mucho de Carlos Haces, él era una persona accesible, abierta, muy sensible e inteligente, con mucho ingenio y con una gran facilidad para crear las maquetas y representar el ambiente buscado. Captaba perfectamente lo que el autor quería y tenía gran capacidad para expresarlo. Decía: “Tenemos que hacer un trabajo de romanos”, es decir, generar la idea, conseguir los elementos, tomar fotografías y revelarlas en papel.

Esto es muy importante al abordar el diseño de una portada, sobre todo en una colección como La Ciencia para Todos, cuyos temas son complejos y muchas veces desconocidos por el lector o que se les considera difíciles de entender. En este caso creo que la imagen de la portada es muy importante, pues funciona como una llamada o invitación a la lectura del libro. Trato que las imágenes sean simples, enigmáticas y hasta simpáticas por el tipo de público al que van dirigidas, jóvenes en su mayoría. Para esta colección he hecho más de una veintena de portadas, la mayoría de las cuales he disfrutado porque los temas científicos son interesantes en sí mismos y sobre todo por la forma sencilla y clara como son expuestos. Decir cuál portada me ha gustado más es difícil, pero viene a mi mente la de Telescopios y estrellas porque no quería que la imagen fuera una calca del título, sino que mostrara lo que el telescopio ha significado para el hombre: una amplificación de la vista humana que nos permite escudriñar el universo; entonces, coloqué un ojo fusionado con una estrella y el resultado me pareció muy bueno. Creo que para cualquier diseñador es importante tener totalmente clara la idea central del libro para poder proponer imágenes simples pero de fuerte significado; no es fácil de lograr pero todos los días lo intento. Hace 30 años, cuando no contábamos con los medios digitales para hacer pruebas de ensayo y error (cientos de veces), la realización de portadas era mucho más tardada; el diseñador tenía que valerse de objetos existentes, o muchas veces elaborarlos él mismo para crear las composiciones que expresaran su concepto. Recuerdo las magníficas maquetas que por mucho tiempo realizó Carlos Haces para la colección, en particular una que se volvió emblemática: la de la primera edición de Las musas de Darwin. Éste es un buen ejemplo de cómo un solo objeto puede sintetizar perfectamente un concepto. Ahora el proceso es distinto pero no menos difícil, porque cualesquiera que sean las herramientas que utilicemos, lo más importante sigue siendo tener un concepto claro del tema para poder sintetizarlo y crear una imagen que lo comunique y no sólo lo adorne.•

Ignacio Padilla (1968-2016) El Fondo de Cultura Económica se une a la pena que embarga al medio literario y a los lectores de habla hispana por la muerte del prolífico, reconocido y joven escritor Ignacio Padilla. Escribió alrededor de treinta libros de casi todos los géneros en los que mezcla con acierto y elegancia la sensibilidad y la inteligencia, la ironía y la comprensión, la fantasía y el rigor, el léxico elevado y el habla popular, todo ello en un estilo exuberante sólo limitado por la claridad de sus bellas historias. Quienes lo conocieron destacan su bonhomía y su decencia. Autor, traductor y prologuista, en el fce publicó dos títulos de su aclamada trilogía sobre Cervantes y los libros para niños Por un tornillo (2009), Todos los osos son zurdos (2010) y El hombre que fue un mapa (2014), además tradujo junto con Ix-Nic Iruegas Alicia en el país de las maravillas.

Teresa Guzmán Llevo 25 años diseñando portadas para el fce y cada vez que comienzo una me repito la lección que aprendí en la universidad: “Diseño que requiere explicación no funciona”. Es una frase simple pero muy útil porque te advierte que una imagen de portada debe decir lo suficiente para que el lector se interese en el tema del libro, sin ser tan obvia como para eliminar el interés por su contenido.

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trabajos recibidos

convocatorias

12 títulos

CIENCIAS DE LA TIERR A

25 títulos

CIENCIAS APLICADAS

30 títulos

BIOLOGÍA

22 títulos

ASTRONOMÍA

Áreas temáticas

175

3

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La Ciencia

países participantes: Argentina, España, México, Perú, Puerto Rico y Venezuela

Premio Internacional de Divulgación de la Ciencia Ruy Pérez Tamayo

Infografía: Luis Miguel Cruz Ceballos

Concurso Leamos La Ciencia para Todos

instituciones organizadoras

17

Línea del tiempo

países participantes: Argentina, Brasil, Canadá, Colombia, Cuba, Estados Unidos, México y Perú

8

ganadores

2 800

Más de

trabajos recibidos

430 072

concursos iberoamericanos

6

concursos nacionales

14

23 títulos

VARIAS

20 títulos

SALUD

11 títulos

QUÍMICA

9 títulos

MATEMÁTICAS

57 títulos

FÍSICA

14 títulos

ECOLOGÍA

16 títulos

CIENCIAS DEL MAR

Jaime García Terrés (1924-1996), director del FCE de 1983 a 1988

Carlos Haces (1949), primer diseñador de la colección

Marco Antonio Pulido (1937), jefe de publicaciones durante 20 años, hasta 2006

María del Carmen Farías (1944), coordinadora durante 20 años, hasta 2006

Alejandra Jáidar (1938-1988), coordinadora fundadora

Fundadores

3 mujeres

18 hombres

actuales

21 miembros

fundadores

10 miembros

Comité Editorial

Fernando de Alba Andrade, autor más longevo de la colección (97 años, El desarrollo de la tecnología)

Diana García, autora más joven de la colección (29 años, El fotón de Asclepio)

José Luis Córdova Frunz, autor del libro más exitoso de la colección: La química y la cocina

extranjeros

25

mexicanos

181

hombres

154

52

mujeres

autores publicados

206

Autores

para Todos

Celebración del 30 aniversario de la colección

2016

Se lanza la convocatoria del primer Premio Internacional de Divulgación de la Ciencia Ruy Pérez Tamayo

2011

Se publica el título número 200: Cien años en la vida de la luz, de Luis de la Peña

2004

La colección cambia su nombre por el de La Ciencia para Todos

1997

Aparición del título número 100: El océano y sus recursos, xii, de J. L. Cifuentes, P. Torres y M. Frías

1991

Primera emisión del Concurso Nacional “Para Leer La Ciencia desde México”

1989

Se publican las 17 obras inaugurales de la colección

1986

Se proyecta la colección La Ciencia desde México

1984

l a cie nc ia para tod o s

De incertidumbres y certezas La autora relata el cambio que significó para su vida haber participado en el concurso Leamos la Ciencia para Todos, desde sus inquietudes científicas infantiles en su natal Oaxaca, hasta su enfilamiento en una carrera de posgrado en una universidad de la Ciudad de México. lise canseco

E

l tiempo de la infancia parece ño Crecí en Oaahora un sueño. xaca, donde empecé a conocerr las cosas del mundo divididas en materias. Esto me causó entonces un conflicto difícil de entender, pues me gustaban muchas materias, creo que todas, y sentía como si hubiera algo injusto en ello, pues no podía tener “una favorita” que considerase “mía”. Finalmente elegí estudiar arquitectura por ser la más cercana a las artes visuales. Sentía gran placer al dibujar lo que se me ocurriera en el programa de computación especial para hacer planos. Sentía una impresión de precisión gracias a la capacidad del programa para representar las cosas con exactitud geométrica. De niña me gustaban las matemáticas, creo que porque se me facilitaban y había algo en ellas que me ayudaba a entender, a decir. Acaso me favorecía el hecho de ayudar a mis abuelos en la papelería. Todas las tardes, durante varios años cuando cursé la primaria, estaba en contacto con el dinero, lo que implicaba contar, recibir cantidades, calcular, dar el cambio, etcétera. Participé por primera vez en el IX Concurso Leamos La Ciencia para Todos con un texto y un video sobre el libro Caos, fractales y cosas raras de Eliezer Braun. Debo admitir cierta timidez en el desarrollo de ese trabajo. Entonces todo me parecía ajeno, desde ver la convocatoria hasta comenzar a usar las nuevas tecnologías. No tenía claridad de cómo enfrentarme a lectores imaginarios. Aun así logré obtener una mención, no recuerdo los detalles y no encuentro las comunicaciones en correos electrónicos para corroborarlo. El caso es que esta experiencia me motivó a escribir de nuevo para la siguiente convocatoria. Tenía muchas ganas de hacerlo a pesar de que la ciencia no estaba entonces entre mis intereses principales, pues mi actividad está y sigue estando orientada a las artes visuales. Pese a mi facilidad para las matemáticas, sentía que no eran “lo mío”, pues en la secundaria y bachillerato (ese tiempo rebelde) no entendía para qué me servirían.

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l a g ac e ta

Pero a raíz de mi primera experiencia como P con concursante y con la práctica de mis trabajos plá plásticos y gráficos, empezó a tomar fuerza en mí la necesidad de explorar ese campo, en especial la geometría. Para participar por segunda vez en el concurso Leamos la Ciencia para Todos lo primero que hice fue revisar de nuevo la lista de libros disponibles para trabajar. A pesar de que la convocatoria sugería ciertos títulos para secundaria en adelante y otros para bachillerato en adelante, sin importar el grado escolar que uno cursara, se podía elegir el título libremente. No pude evitar el trauma al ver que no conocía muchos temas que se suponía ya conocía por haberlos cursado. En fin, me enfoqué en matemáticas, lo más cercano a la geometría. Esto me permitió una mejor elección de los temas que me motivaban, sobre todo porque estaba interesada en la forma y en cómo expresarla en un plano o volumen. Con un interés casi romántico realizaba caleidociclos, que son figuras que se pueden armar con papel, se estructuran con una retícula de triángulos y, al final, quedan como un anillo que puede girar sobre sí mismo sin deformarse ni romperse. Yo dibujaba y armaba pero me hacía falta algo que hablara de esos fenómenos que me interesaban. Me costó trabajo elegir los libros, pues todos tenían temas muy interesantes. Además sentía emoción al ver su contenido, pues comprendía la intención de los autores de hablar a cualquier persona que quisiera comprender, a jóvenes en formación, a criaturas. Escribí tres ensayos sobre tres libros. Recuerdo en especial Aventuras de un duende en el mundo de las matemáticas de Carlos Prieto de Castro. Otros que recuerdo con agrado son La caprichosa forma de Globión de Alejandro Illanes Mejía, Mathema, el arte del conocimiento de Fausto Ongay y ¿En qué espacio vivimos? de Javier Bracho. Es curioso cómo los escribí. Puse música a alto volumen y seguí escribiendo como si se estuviera en una fiesta, sin importar si era de madrugada. De pronto me sobrecogían la inseguridad y el

miedo. Casi me susurraba a mí misma no escribir, que no tenía sentido. Entonces me enfocaba en la música y seguía escribiendo. Era como si ese sonido me sirviera de fondo, de marco o de base, más fuerte que la inseguridad. Me reconfortaba pensar que mi nombre, perdido entre miles de concursantes, pasaría inadvertido. Seguía escribiendo como si nadie hubiera de llegar a saber nunca quién era la autora de esas líneas. Fue extraño, pero ese pensamiento de anonimato me ayudó a terminar los ensayos. Eso y la música. Cuando conocí los resultados no podía creerlo. Fue algo increíblemente bueno, un primer lugar, un tercer lugar y una mención. Creo que escribir esos tres ensayos me ayudó a ir puliendo, mejorando, entendiendo el contenido y así mi esfuerzo pudo dar fruto. Como había fingido no estar al pendiente de los resultados, pues temía decepcionarme, no puse demasiada atención en lo que implicaba el primer lugar, hasta que un amigo que había sido ganador en años anteriores me dijo: “Entonces irás a una estancia de investigación”. Sólo hasta entonces leí con atención las indicaciones y condiciones. Sí, era una estancia de investigación, había una lista de investigadores y debía elegir a uno. Por supuesto, sería en el D.F., ahora Ciudad de México. Escribí “arte + arquitectura” en el buscador de asesores inscritos en la Academia Mexicana de Ciencias —no recuerdo con exactitud los términos— y apareció el nombre del doctor Nicolás Amoroso Boelcke, de la Universidad Autónoma Metropolitana, campus Azcapotzalco (uam-a). Cada vez parecía más cercano el cambio. Las condiciones advertían que uno no podría sostenerse solo con el apoyo económico para la estancia. Abrí una cuenta de banco (un requisito) y me planteé la posibilidad de no solo hacer la estancia, sino quedarme definitivamente en el D.F. Quedarme definitivamente en el D.F., esa ciudad a la que mi madre nos llevaba de niños, de adolescentes. Locura. Miedo. Deseo. Aventura. Tal vez la oportunidad de la estancia fue solo la puntilla para seguir mi impulso de cambiar de ciudad. Conforme se acercaba la fecha, recorría el centro de Oaxaca, las calles donde crecí, con la certidumbre de que muy pronto mis calles cotidianas serían otras, lejanas. Recuerdo que imprimí la página del concurso y la lista donde figuraba mi nombre junto con muchos otros. Veía las hojas impresas como la prueba de que todo lo que pensaba estaba sucediendo en la realidad. En menos de un mes reorganicé todas mis actividades. Desocupamos un pequeño taller que rentábamos cerca de casa, guardé ahí todas mis cosas y mi entonces novio se animó a viajar conmigo. No era una decisión fácil, pues el plan no incluía regresar a vivir a Oaxaca. En la Ciudad de México, una prima muy querida nos recibió en su departamento. Debo decir que sentí el cambio muy abrupto, tal vez rudo, pues nos instalamos por el rumbo del metro Canal del Norte, cerca de Tepito. Fue impresionante conocer el movimiento de esa zona. El doctor Amoroso Boelcke me incorporó a su seminario. Mi experiencia fue increíble y muy estimulante para seguir aprendiendo, conociendo personas y sintiendo un mundo nuevo. Conocer en ese seminario a muchas personas que valoraban la transdisciplina fue gratificante y de gran valor para mi espíritu. Poder entender el mundo así, desde una actividad que disfruto mucho, pero con libertad para incursionar en otras parcelas me produce regocijo. Después se abrió la posibilidad de estudiar una maestría en la uam-a. La cursé, me quedé en la Ciudad de México y en poco tiempo pudimos establecernos en San Pablo, Azcapotzalco. Rememoro la sensación de nervios, un poco de miedo, emoción, aventura, nostalgia de mi Oaxaca. Recuerdo también el profundo sentimiento de admiración por el trabajo del Fondo de Cultura Económica. Uno a veces tiene desconfianza en las instituciones y en sus procesos. Participar con todos mis recursos y sobreponerme a la inseguridad me han fortalecido en sentidos inmediatos, como cambiar de ciudad y otros que revaloro a ocho años de haberme mudado a la Ciudad de México.•

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la c ienc ia para todos

F Cuando el dinosaurio conoció al tiburón Relato de las peripecias al escribir un libro para concurso, de su contenido, de las experiencias vividas al presentarlo en diversas ferias de libros, de las es amistades hechas, las satisfacciones obtenidas y la ratificación de la importancia del fomento a estas actividades. álvaro chaos

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© andrea garcía flores

ue un lunes decembrino cuando apareció la noticia en el diario de la Ciudad de México donde escribo. Se convocaba a participar en el segundo Premio Internacional de Divulgación de la Ciencia Ruy Pérez Tamayo del Fondo de Cultura Económica (fce). Suele ocurrirme que cuando me entero de convocatorias a concursos de premios literarios, plazas laborales y hasta de espectáculos, el plazo ya se ha agotado o le queda muy poco tiempo ¿Será que voy en el último vagón? Esta vez fue la excepción. El plazo concluía en julio. ¡Tenía seis meses para escribir un libro! Ahora sí era posible acabar en ese lapso. Sólo una vez había logrado terminar un escrito para presentarlo en competencia. Se trató del Premio Nacional de Divulgación de las Ciencias y Tecnología Juan Oyarzábal, que organizaba —no sé si todavía lo haga— la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (uacm). En esa ocasión me enteré por mi hermana con bastante antelación. Tenía la idea del libro y algún material desarrollado pero la enfermedad terminal de mi padre me impidió terminarlo para concursar entonces. A la siguiente convocatoria, ya con más bríos y mejor ánimo, competí con un texto sobre la evolución biológica, donde expuse las nuevas formas de aproximarse a su estudio. La evolución biológica es el fundamento que da unidad a la ciencia de la biología. Es el fenómeno que explica todas las causas de las configuraciones de los seres vivos y sus ensambles. Por esta razón, la evolución es la columna vertebral del plan de estudios de biología, compuesto por tres materias. La primera es la sistemática. En ella estudiamos la transformación de las especies en un horizonte de 3 500 millones de años, cuando surgió la vida. La ciencia postula que todas las especies provienen de una población ancestral de individuos similares a las bacterias, a partir de la cual ha ocurrido la especiación, que ha generado la rica biodiversidad actual. Estudiamos cómo descubrir la maraña de relaciones de parentesco y cómo representarla en un dibujo denominado árbol filogenético. De allí sabemos que nuestros hermanos más cercanos son los chimpancés y los bonobos, y que las aves son descendientes de los terribles dinosaurios y que como tales son dinosaurios también. La segunda materia es la biogeografía, que identifica dónde viven las especies y expone las razones de su residencia en determinadas zonas del planeta. Por ejemplo, ¿por qué hay koalas exclusivamente en Australia? ¿Por qué hay leones en las sabanas de África cuando podrían vivir cómodamente en las pampas argentinas también? ¿Cómo es posible que los avestruces africanos, los emúes australianos y las reas sudamericanas, grandes aves pedestres emparentadas, vivan en lugares sin conexión terrestre alguna? ¿Cómo se dispersaron a través de mares enormes? ¿Se dispersaron acaso? Evidencias descubiertas al responder esta última cuestión llevaron a descifrar que antaño los continentes estuvieron unidos. La especie antecesora deambuló por las tierras unidas, hasta que éstas se fragmentaron, produciendo los continentes de África, Australia y Sudamérica. Posteriormente cada población de aves se adaptó a las condiciones de sus respectivos ambientes, originando las tres especies actuales de pajarotes no voladores. La tercera materia es la evolución, que redondea todo. En ella estudiamos las causas de que las poblaciones cambien, evolucionen. En las otras dos materias rastreamos el parentesco de los organismos, fijándonos en sus formas y en su distribución geográfica. Con el estudio de la evolución se amalgama todo, como si fuera la piedra filosofal de todo esto. Se pensará que la teoría evolutiva que estudiamos es la de Darwin pero la más aceptada en la actualidad es la síntesis formulada en la década de 1940. En ella se retoma la fuerza descubierta por Darwin y Wallace, la selección natural, pero se añaden muchos otros elementos, como la genética de Mendel, el monje de los chícharos que empezamos a estudiar en preparatoria. Ésas son las materias que impartía y sigo impartiendo en la Facultad de Ciencias de la unam. Me había dedicado a investigar las maneras novedosas de abstraer la evolución. Esto incluía estudiar y aprender temas cargados de matemáticas y modelados en computadoras, ambientes desconocidos para mí como biólogo típico, excepto la programación, gracias a que antes de iniciar la carrera de biología había estudiado programación. Después

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cuand o el d i nos aur i o co n o c i ó a l t i bur ó n

de sumergirme en el mundo de los sistemas complejos, de la autoorganización y del caos, entendí que estos acercamientos contestaban muchas preguntas que la síntesis moderna no podía contestar. Alegremente añadí esos temas al curso de Evolución con magnífica acogida por los alumnos. Eran cosas que ellos desconocían y que les ampliaban la visión de la evolución, tal como me había sucedido a mí. El problema consistía en que la bibliografía era escasa, muy técnica y difícil de obtener, incluso en inglés. Por eso me entusiasmé cuando supe del concurso patrocinado por la uacm. Escribiría un libro sobre temas limítrofes de la evolución biológica, con el cual facilitaría su comprensión a los alumnos y a cualquier interesado, con la posibilidad de ganar una buena suma de dinero. Titulé el libro Cazadores de monstruos y obtuvo el primer lugar. Todo iba sobre ruedas pero el tiempo pasaba y el libro no se imprimía. Pasaron uno, dos, tres, cuatro años y el barquito, digo el librito, no salía al mercado. Varias amistades me reclamaban: “¡Álvaro, qué mala onda, no me has dado tu libro!” Yo ni recordaba a qué se referían. Había olvidado el tema. Por supuesto que no me creían cuando les informaba que no estaba impreso aún. Pensaba con tristeza que a ese paso mi intención de mostrar la última frontera de la ciencia biológica se convertiría en historia de la biología. Pasó un cuatrienio y por fin salió el libro pero surgió un segundo escollo: no se distribuía. Mis alumnos no podían adquirirlo aun en los planteles de la uacm. Comprendí por experiencia propia el triste destino de infinidad de títulos en México, de lo absurdo del proceder, de cómo desperdiciamos dinero y trabajo. Transcurrieron varios meses hasta que logré saber que el libro se encontraba en las librerías Educal. Me puse de acuerdo con la persona que dirige la sucursal de esta cadena en Ciudad Universitaria, ubicada dentro del museo Universum, para que me llevara tantos ejemplares según la demanda del alumnado. Cada inicio de semestre iba a recoger unos cincuenta ejemplares para llevarlos a las aulas. Me sentía como los vendedores de garnachas que abundan en el campus. Solo me faltaba mi puesto con cobija. Debo mencionar, eso sí, que la edición quedó muy bonita, a colores, con las gráficas muy bien hechas. Cuando leí la convocatoria del Premio Ruy Pérez Tamayo recordé el trajín que acabo de contar. Mi esfuerzo por divulgar esas ideas científicas que apenas rompían el cascarón no había funcionado como esperaba. Este segundo libro sería una continuación del primero. Escribiría, si la suerte me acompañaba ganaría y, ahora sí, el libro se divulgaría. Diciembre no es un mes adecuado para poner las ideas claras. En enero maquiné mentalmente el esquema general. En febrero, ya embalado por la actividad académica, empecé el primer borrador. Decidí hacer pequeñas secciones para imprimirle agilidad al texto, de modo que me era fácil incorporar ideas o temas que surgían de mis discusiones en clases o durante seminarios. El libro comenzaba a tomar forma y tamaño, virtuales claro; lo que aumentaba era la cantidad de octetos —bytes, en inglés—. Una mañana de domingo soleada, fresca y transparente, dando mi acostumbrado recorrido en bicicleta por el campus, sentí un picor en la garganta justamente cuando pasaba a un costado de la Facultad de Filosofía y Letras. Tres días después estaba en cama con influenza. Tardé dos semanas en comportarme de nuevo como humano en vez de parecer muerto viviente y seis semanas después me sentí, por fin, dueño de mi cabeza. Me costó mucho retomar la inspiración y el hilo del escrito. Iluso de mí, pensaba que el malestar era como un catarrito pero el maldito virus me vapuleó, y encima, me recordó la frasecita célebre de Agustín Carstens. Los compromisos postergados reclamaban atención. El tiempo pasaba y yo no escribía. El tiempo que me quedaba para finalizar el libro era justo. La alternativa de postergar su finalización no era viable porque el concurso es bianual, mucha espera, además, quién me aseguraba que el concurso continuaría vigente. Aceleré y terminé el fin de semana previo al plazo. Pero ¿y el título? Mucha gente dice que no hay que juzgar un libro por su portada ni a una persona por su apariencia, lo cual es cierto, pero una presentación sexy nunca está de más, seduce. La experiencia con mi libro anterior me decía que debía echarle coco a éste. Recordé el día en que le explicaba a un sobrino de ocho años que los pollos eran dinosaurios. A medida que se lo explicaba,

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su asombro crecía. Al terminar, mi primo de 30, presente también, exclamó: ¡Vaya, casi te la creo! Cuando le dije que no era un cuento, él también se asombró. Fue entonces cuando se me ocurrió el título del libro: ¡Hay un dinosaurio en mi sopa! Lo curioso es que no pocos colegas piensan que el enunciado no es verdadero. Que uno sea sonorense no quita lo mexicano, les contesto. Igual pasa con las aves: un pingüino es un ave y un dinosaurio. Son dos niveles de pertenencia. Estas minucias aparentes me dejan la sensación de que es necesaria mayor divulgación científica. Mi única duda era si mi libro podría ser confundido con un libro para niños a primera vista. Pensé que este inconveniente podría salvarse con una portada adecuada. A pesar de eso, el libro fue recomendado una vez como un excelente regalo para el Día del Niño. ¡Disculpas a los pequeños! Elegir seudónimo fue más fácil. Acababa de ver un reportaje sobre los suricatos en África, animales que viven en la sabana y que se caracterizan por su simpática posición erecta al otear en busca de depredadores. Ahora sí, ya estaba todo. El suricato sería el autor. Ese mismo día salí a imprimir las tres copias que pedían, fui a una papelería a las faldas del Ajusco, a unos metros de las oficinas centrales del fce. Una hora después ya estaban engargoladas y metidas en el sobre; corrí a las oficinas donde debía entregar todo. Regresando a casa descubrí que había olvidado meter algunas partes que si bien

La ciencia es, quizá junto con la filosofía, la única actividad humana que provee conocimiento. Enseña a estructurar el pensamiento, a identificar lo lógico, a eliminar contradicciones e incongruencias, a evitar supercherías. Su objetivo es entender el mundo y predecirlo, dominarlo. El saber empodera.

no afectaban la estructura ni el entendimiento del libro, sí hicieron falta para redondearlo y pulirlo. ¡Esa influenza! Un día de septiembre recibí una llamada del fce. De momento no entendí el motivo, si el fallo se daría a conocer en octubre, según recordaba erróneamente. ¿Había olvidado poner algo? Seguramente la influenza seguía haciendo de las suyas, pensé, pues no había razón para llamarme si el sobre con mis datos reales permanecía cerrado. La única justificación para abrirlo era que yo había ganado, pero mis neuronas no me daban para tanto. Minutos después Tomás Granados me daba la gran noticia y los miembros del jurado me enviaban una ovación telefónica. Se me invitaba a recibir el premio durante una conferencia de prensa en la librería Rosario Castellanos y luego asistir a un programa en Foro TV. A todo asentí. Colgué. Pasaron unos minutos y grité feliz. Acudí a recibir el premio. Conocí al director del fce, José Carreño, al gerente editorial Tomás Granados, al editor Miguel Nadal y al ganador del primer premio, al colega Mario Jaime. Recibí como regalo su libro: Tiburones. Supervivientes en el tiempo, el cual me dedicó amablemente, rubricándolo con un peculiar autógrafo en forma de escualo. Es un amante de los tiburones. Pasé mi vista detenidamente por esas 303 páginas azules y encontré un trabajo de biología preciso cuya profundidad espero entendamos pronto los humanos. Luego supe que él también es biólogo de la Facultad de Ciencias de la unam, que también ama escribir y que tiene una hermana arquitecta que se llama Aldara. En diciembre del mismo año presenté el libro en la fil de Guadalajara donde, por coincidencia, la ciencia tenía un lugar por vez primera. Allí, minutos antes de hablar, me dieron mi ejemplar de ¡Hay

un dinosaurio en mi sopa! ¡Tres mil ejemplares!, una barbaridad. Seguramente sobrarían muchos en un país que, según se dice, no lee, menos temas científicos. Durante el acto tuve el honor de conocer al mismísimo Ruy Pérez Tamayo. Me di una vuelta por la fil, salivando ante la magnífica oferta editorial y demás artilugios literarios. Desde entonces he tenido el honor de ser invitado a hablar sobre el libro en diferentes ferias de México y Guatemala. He conocido a muchas personas del fce, quienes siempre se han portado muy amables y profesionales en la organización de estos eventos. Ha sido una experiencia novedosa y enriquecedora para alguien que está acostumbrado a los congresos, a las conferencias y al modus operandi científicos, donde uno no tiene la oportunidad de interactuar con gente de otras áreas especializadas de nuestras ciencias. Gracias a las ferias de libros he comprendido que la ciencia realmente interesa a muchas personas ajenas a la disciplina, que están ávidas de escuchar y leer sobre lo que hacemos los científicos y, lo más importante, que cuando los eventos se planifican bien y se realizan con profesionalismo, la respuesta de la gente es muy buena. Prueba de lo anterior es que la primera edición de ¡Hay un dinosaurio en mi sopa! se vendió toda, ¡sí, esa que pensé inagotable! Para mayor satisfacción mías hará cosa de un mes salió la segunda impresión. La ciencia es, quizá junto con la filosofía, la única actividad humana que provee conocimiento. Enseña a estructurar el pensamiento, a identificar lo lógico, a eliminar contradicciones e incongruencias, a evitar supercherías. Su objetivo es entender el mundo y predecirlo, dominarlo. El saber empodera. Las grandes revoluciones, aquellas que producen un cambio de vida donde se crean relaciones nuevas entre los hombres y sus artificios, son científicas siempre. ¿Cuántos inventos no han sido el combustible de las abruptas transformaciones sociales, culturales, artísticas? Con lo anterior no quiero minimizar el papel de otras actividades humanas, cada una tiene importancia en su propio contexto, sólo deseo subrayar el lugar de la ciencia. Así como el arte es único en transmitir realidades sin explicarlas, la ciencia es única en explicarlas sin proyectar sensaciones. Por ello, cuando ciencia y arte se maridan, el resultado es superior. Uno no sólo siente amor, libertad, alegría o tristeza, sino que entiende por qué experimenta esos sentimientos. Esto da para discusiones largas y ricas. Mi objetivo aquí es destacar que el pensamiento científico puro y consecuente es inmune a la manipulación, a la pseudociencia y al acomodo irresponsable, tendencioso e ignorante de datos, como muchas extrapolaciones estadísticas, por ejemplo, si resulta que nueve de 10 ratones enjaulados desarrollan cáncer después de estar expuestos al humo del cigarrillo en los Estados Unidos, el dato significa exclusivamente eso, no que los humanos corran igual riesgo. Lamentablemente estamos viviendo una época donde germinan las semillas del retroceso. Entre la enajenación religiosa y la enajenación económica vemos resurgir grupos políticos de tendencias reaccionarias. El nacionalismo, la religión, el racismo, el maltrato, la xenofobia y la adoración a la divergencia e independencia de la tribu son ominosos augurios de un ambiente donde la exaltación de las diferencias no hará más que producir fanáticos letales. La ciencia nos enseña que todos venimos de África, que todos hablábamos un lenguaje, que las fronteras y las independencias son franquicias de los modelos económicos. La colección La Ciencia para Todos cumple 30 años, felicito a los creadores de la iniciativa y a sus continuadores. Divulgar la ciencia es uno de las actividades importantes para avanzar, progresar, hacer a los hombres menos esclavos de los otros, de ellos mismos y de sus pensamientos supersticiosos. Allí es donde brilla el otro acierto: el Premio Ruy Pérez Tamayo. Concursos literarios hay muchos, de todos los géneros, pero no de ciencia. Sólo me resta desearle larga vida y éxito al premio y agradecer al fce que me haya distinguido con él en 2014. ¡Bienvenido sea quien llegue a acompañar al tiburón y al dinosaurio!•

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la c ie nc ia para tod o s

Relato de la recepción, novedad y consecuencias de la colección La Ciencia para Todos en Argentina. Hacía falta algo así…

Treinta años de compartir ciencia diego ego golombek

Y

a había pasado la época de oro de la edición en nuestro país, cuando la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba) y el Centro Editor de América Latina (ceal) inundaron kioscos, librerías y bibliotecas con una propuesta completamente novedosa para nuestro lejano sur: ofrecer textos de calidad indiscutible a bajo costo, dando así un nuevo sentido al concepto “cultura popular”. Allí estaban esas reliquias, en los estantes de mis padres, escondidas en el recuerdo y, en el mejor de los casos, en la pequeña biblioteca escolar. En esos anaqueles había algunos tesoros, sí, pero con títulos poco atractivos para adolescentes que quisieran conocer el infinito y más allá. Tampoco nuestros vecinos conosureños más cercanos hacían mucho honor a contar de qué se trataba esa aventura llamada ciencia. Pero de a poco los nuevos visitantes fueron llegando a descubrirla en la feria del libro, en algún anaquel de librería especializada, en la calle Corrientes que nunca duerme, en lo que fuera aquella primera “Librería del Fondo” en que nuestros dedos y nuestros ojos revisaban lomos, índices, contratapas. Finalmente, La Ciencia para Todos (entonces con otro título) estaba entre nosotros como una brújula, un norte que venía del norte y nos marcaba lecturas y caminos a seguir. Sí: era posible compartir la ciencia en nuestro idioma, en una aventura en que los héroes también fueran latinoamericanos y los libros fueran, antes que nada, objetos literarios, cuidados, pensados, donde el contenido no tuviera nada que envidiarle al estilo ni viceversa. El objetivo era claro desde el mismo lema de la serie: contar la ciencia con ojos y sombreros mexicanos (sí, se trataba de “La ciencia desde México”, un título for export que, siendo sinceros, era justo en su afán de elegir a los mejores científicos del país de las pirámides y los chiles y ponerlos a narrar el mundo con mirada científica). Allí estaba todo, desde el mismísimo comienzo: el universo, los océanos, la materia de que están hechos los sueños. Comenzaron tímidamente pero se multiplicaron rápido, y nosotros, lectores de ultramar, ni siquiera podíamos llevar la cuenta, con decenas de propuestas amenas, rigurosas, literarias (y vaya rabieta enterarse de que aquél título que esperábamos con ansia no había traspasado las fronteras). De a poco fuimos conociendo a nuestros héroes: Pirincho Cereijido,

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Julieta Fierro, Ruy Pérez Tamayo y tantos otros, esperándolos año a año. Si la misión original era que “los jóvenes conocieran algo de ciencia de manera amable”, el objetivo estaba cumplido. Un breve recorrido de autoestopista por el universo de los libros de comunicación de la ciencia ¿Y qué aprendimos en estos 30 años? Mucho, sin duda: cuando se tienen raíces sólidas, los retoños evolucionan de manera sorprendente. Aprendimos, por ejemplo, que la vida cotidiana está repleta de historias por contar y que hay ciencia en el amor, en la comida, en el bostezo o en la muerte (tema este último al que nuestros colegas mexicanos nos han enseñado a tenerle un poquito menos de respeto). También que lo lejano, el mundo de las galaxias, el fondo del mar o el interior de una célula pueden ser igualmente fascinantes si encontramos el tono justo, la metáfora que nos haga cosquillas, la aventura que nos invite a ser protagonistas. También supimos que los títulos son un arte. Obnubilados por frases maravillosas, fantásticas, alegóricas, dignas de Lovecraft o el Popol Vuh, a veces olvidamos que el libro entra por los ojos, y lo primero que entra es, justamente su título. Así, La Ciencia para Todos fue una escuela de nombres sencillos, efectivos y, sobre todo, claros. Mal que nos pese a algunos, si un libro es sobre astronomía, o sobre drogas o satélites… debe tener la palabra astronomía, drogas o satélites en su portada. La Ciencia para Todos estableció también la marca de la extensión de los textos, valga la redundancia, para todos. Ni demasiado breve como para que uno se quede con gusto a poco ni tan extenso como para desanimar al lector apasionado. Probablemente lo que más aprendimos es cómo escribir desde la ciencia. Hagan el experimento: pídanle a un investigador que redacte un libro, un ensayo sobre su tema de trabajo. Acostumbrado a la brevedad y precisión de los papers, la oferta puede ser tomada como un acto liberador para explayarse a sus anchas. No sólo eso: de pronto, mágicamente, nuestros escritores científicos recordarán sus clases escolares de literatura, y nos ametrallarán con todo el siglo de oro y con cuanto adjetivo tengan a su alcance, convencidos de que de eso se trata, de escribir “bien” (entendido como “correcto”) cuando, en realidad, sólo se trata

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de escribir como la vida misma, de convertir a la ciencia en un hecho literario. Así, analogías, metáforas, ficción, humor, todos son bienvenidos. Al mismo tiempo tuvimos que aprender a cambiar de lector imaginario. Convengamos en que el primer lector con el que se atormenta el científico divulgador es, más que lector, un contrincante: su colega —quizá envidioso por una pequeña pero repentina fama—, su competidor —deseoso de encontrar hasta el mínimo error o la metáfora que voló demasiado lejos—, sus alumnos —incrédulos de la transformación de ese llenador de pizarras con fórmulas incomprensibles en este contador de historias que no sabían que se escondía bajo el abrigo—. Hubo sorpresas, claro. Por ejemplo, que la divulgación científica hecha libro despertara interés. Dicho más claramente: que esos libros se vendieran, y a veces de manera muy exitosa. Aun convencidos de que la divulgación no ha llegado para remplazar la educación formal ni mucho menos, qué alegría enterarnos de que nuestros libros son quizá el complemento ideal de la escuela, el disparador que necesita el maestro para afrontar un tema particularmente espinoso, la chispa que encienda la curiosidad. Aprendimos, en fin, a querernos. Los herederos Hay más para contar en esta historia. Quizá sin preverlo, La Ciencia para Todos fue un imán para Iberoamérica, una señal de que sí se podía (y se debía) ofrecer al público libros de gran calidad, escritos por verdaderos expertos en los temas pero que, a la vez, fueran amables con el lector. En términos más revolucionarios, algo así como endurecerse pero sin perder la ternura. Ante todo, el rigor, por supuesto, y asegurar que cada afirmación estuviera sustentada en la gaya ciencia. Mas una vez asegurado ese rigor científico, todo —o casi todo— vale en pos de que un libro nos queme las manos, los ojos y la cabeza. Sí: uno no siempre sabe que tiene maestros, o quiénes son esos maestros, pero nosotros, hijos desperdigados por el continente, lo tenemos muy claro: somos hijos de La Ciencia para Todos, herederos de una tradición que continúa desde el sur del río Bravo hasta la mítica Tierra del Fuego. A hombros de gigantes, que le dicen. Gigantes científicos y, por si fuera poco, amables.•

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adelanto de libro

De la genética a la epigenética La epigenética o estudio de los factores no genéticos que intervienen en el desarrollo de los organismos vivos y la interacción entre los genes y el medio ambiente, será el centro de la investigación biológica en los próximos años. Este libro describe en forma sencilla la evolución de esta disciplina y su enorme potencial para el mejoramiento de la salud humana. clelia de la peña y víctor manuel loyola vargas

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l descubrimiento brimiento d de la estructura del adn en 1953 sentó las bases moleculares de la herencia que permitieron comprender cómo la información hereditaria es transmitida de generación en generación. Desde entonces hemos aprendido que la información genética cifrada en la secuencia de nucleótidos de esta molécula es ilimitada; que los mecanismos que, por medio de moléculas de arn, traducen el lenguaje genético del adn a uno bioquímico, en forma de proteínas, incrementa aún más el número de estructuras y funciones posibles que han dado lugar a la casi increíble diversidad que existe en el mundo viviente. Los millones y millones de virus, bacterias, plantas y animales, desde organismos microscópicos hasta gigantescos dinosaurios que han poblado este planeta, son el resultado de la multiplicidad de combinaciones que permite la información guardada en estas macromoléculas. Hemos aprendido también que la interacción entre los ácidos nucleicos y las proteínas es un mecanismo que permite interactuar con el ambiente y brinda aún más opciones de variabilidad regulando la expresión de los genes. Parecía que estos mecanismos de flujo de información eran suficientes y creíamos tener una buena idea de cómo se controla el funcionamiento temporal de los genes. Sin embargo, en los últimos 10 años hemos empezado a comprender cómo ciertos mecanismos de interacción entre las proteínas y el adn incrementan aún más las posibilidades de variación y explican cambios más duraderos que pueden, inclusive, ser heredados. Estos cambios, sin embargo, no son genéticos, ya que no alteran la información genética contenida en la secuencia de bases del adn, tan sólo la modifican pegando o quitando grupos químicos a las bases del adn o a las proteínas que lo envuelven formando la cromatina. La epigenética, como se conoce genéricamente a estas modificaciones, no es algo nuevo; algunos fenómenos difíciles de explicar parecían ser el resultado de algo que escapaba a las leyes de la herencia, pero por muchos años no fueron otra cosa que curiosidades científicas. Hoy en día, los nuevos métodos de secuenciación del genoma han revelado los mecanismos responsables de estos fenómenos y se han convertido en la herramienta de moda que permitirá estudiar a fondo muchos otros fenómenos biológicos. La epigenética no es sólo un mecanismo más de la regulación del funcionamiento celular, es la forma en que se controlan los procesos biológicos fundamentales que determinan nuestro ciclo de vida a través de la diferenciación y el envejecimiento celulares, o nuestro comportamiento social por medio de los sentimientos. La epigenética será el centro de la investigación biológica en los próximos años.

La historia de la epigenética en sí se remonta a Aris Aristóteles (384-322 a.C.), quien proponía a la epigén epigénesis como un método del desarrollo de los embrio embriones en animales. Durante el siglo xix hubo un gran debate entre los embriólogos acerca de la natu naturaleza y localización de los componentes responsables para llevar a cabo el plan de desarrollo de un organismo. A fin de cuentas, los embriólogos se dividieron en dos disciplinas: los que pensaban que cada célula contenía elementos preformados que crecían durante el desarrollo y los que aseguraban que el proceso involucraba reacciones químicas entre los componentes solubles que ejecutaban un plan complejo en el desarrollo. El diccionario de la Real Academia Española define a la epigenética como “perteneciente o relativo a la epigénesis”, y define la epigénesis como “los rasgos que caracterizan a un ser vivo en el curso del desarrollo, sin estar preformados en el huevo fecundado”. Uno de los principales personajes en la historia de la epigenética es Conrad Hal Waddington (19051975), quien es considerado como el padre de esta disciplina. Waddington se graduó en 1926 de la famosa Universidad de Cambridge, en Inglaterra, y era un hombre perseverante, con un gran interés en la integración de la genética, la embriología y la evolución. Se ha descrito a Waddington, al principio de su carrera científica (entre 1930 y 1940), como un investigador que no encontraba una posición estable y siempre estaba en posiciones de

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medio tiempo, ya fuera en laboratorios privados o incluso como profesor visitante en el laboratorio de algún amigo o conocido. Fue en 1936 cuando Waddington y el bioquímico Joseph Needham (1900-1995) —quien fue el primer director de la sección de Ciencias Naturales de la Unesco en París (1946-1948)— intentaron establecer un centro interdisciplinario en la Universidad de Cambridge para investigar la bioquímica y genética del desarrollo. Sin embargo, la propuesta fue rechazada por la universidad, ya que sentían que el dinero debería de ir a los grupos existentes de fisiología y anatomía. Por otro lado, la fundación Rockefeller también se opuso a la propuesta porque, a decir de la fundación, Waddington y Needham estaban trabajando en una “isla desierta” entre dos de las más ortodoxas disciplinas, y fueron vistos con escepticismo. Pero a pesar de todos los obstáculos que los investigadores tuvieron que afrontar, siguieron trabajando. Waddington se dedicó por muchos años al desarrollo embrionario y encontró que cuando trasplantaba regiones embrionarias de un pollo a un embrión de conejo sucedían cambios que no podían ser explicados por la genética. Observaba que el embrión seccionado del conejo respondía a señales inducidas por el embrión del pollo, formando la red neuronal y desarrollándose de forma normal. Fue así que Waddington enfocó su investigación en las células competentes más que en la inducción de células para establecer los mecanismos no genéticos en el desarrollo embrionario. Waddington decía que las células necesitaban de un inductor para que se desarrollaran en su forma final, describía a este inductor como sólo “un empujón” y pensaba que la competencia era la responsable de los detalles del desarrollo. Esto llevó a Waddington a proponer que esta competencia se debía a la existencia de rutas controladas genéticamente. Waddington visualizaba los mecanismos causales de la embriología como una búsqueda crucial en los procesos del desarrollo. Estos procesos fueron clasificados en tres grandes vertientes: histogénesis (diferenciación en el tiempo), organogénesis (diferenciación en el espacio) y morfogénesis (diferenciación en la forma). Sostenía que si la ruta del desarrollo era ventajosa para el organismo, entonces esa ruta se mantenía; si no era ventajosa, se canalizaba de un estado a otro. La canalización significa que la ruta está amortiguada de tal manera que será difícil salir del canal una vez en él (umbral de canalización), y una vez que la ruta ha sido introducida, el destino de la célula es fijado rígidamente. Es decir, si una célula entraba en el canal para la formación de células del cerebro, ya no era posible que saliera de esa ruta para formar parte de las células del corazón. Fue la visualización de este concepto de canalización lo que llevó a Waddington a diseñar el “paisaje epigenético” para explicar cómo la regulación genética determina el desarrollo. En este paisaje, Waddington proponía que al principio de la canalización todas las células eran iguales, y una vez que pasaran el umbral de la canalización, cada célula tenía una orientación para convertirse en células del cerebro, del corazón, del ojo o de una extremidad del cuerpo. Antes de pasar el último umbral de la canalización, las células podían cambiarse de canal, pero una vez que lo pasaran ya no había retorno y la célula se diferenciaba hacia el tejido u órgano que formaría finalmente. Años más tarde, en 1939, Waddington usó el término epigenotipo para referirse al “grupo de organizadores y relaciones de organización a las cuales un cierto trozo de tejido es sustancial durante el desarrollo”. El epigenotipo es el que determina el estado del desarrollo de los genes. Para Waddington, el curso del desarrollo es determinado por la interacción de muchos genes entre sí, así como con su medio ambiente. Recordemos que durante los experimentos que Waddington realizó todavía no se sabía que el adn era el material genético responsable de la herencia, por lo que todos sus hallazgos fueron revolucionarios durante esa época. Todos estos experimentos e hipótesis le ayudaron a proponer la metáfora de paisaje epigenético. Puesto que la genética era el campo propio de los genetistas, era muy extraño ver a un biólogo que se interesara en ella. Waddington fue la excepción, él fue uno de los primeros biólogos en observar las mutaciones genéticas que ocasionaban anormalidades en el desarrollo y definió por primera vez, en 1942, a la epigenética como “la

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estud las interacciones rama de la biología que estudia causales entre los genes y su sus productos que dan lugar al fenotipo” —el fenotipo es el conjunto de rasgos físicos y conductuales de un individuo—. En 1947 Waddington obtuvo una posición como profesor en la Universidad de Edimburgo, una de las universidades más antiguas de Escocia, donde permaneció hasta su fallecimiento. De hecho, en la universidad se construyó un edificio en 2009 con su nombre, en el cual se realizan investigaciones sobre sistemas biológicos en temas emergentes. La palabra epigenética se deriva del griego ἐπί, epi, “sobre, encima”, y γένεσις, génesis, “generación, origen, creación”. Este epi de la epigenética se refiere a un fenómeno que va “más allá” de los genes, es decir, a todos los factores no genéticos que intervienen en el desarrollo de un organismo, y de las interacciones entre los genes y el medio ambiente. Así, la epigenética son todos los mecanismos que no dependen de las mutaciones en los genes, sino de las modificaciones que sufre la cromatina de estos genes. Esto puede explicarse mejor con el ejemplo de los gemelos homocigóticos —esto es, que provienen del mismo óvulo fecundado—, quienes comparten el mismo adn y, aunque la información genética es idéntica, presentan ligeras diferencias fenotípicas, dadas por modificaciones epigenéticas que ocurren a lo largo de la vida del individuo debido a la exposición a un medio ambiente diferente, experiencias di-

Hoy sabemos que todo lo que hagamos no sólo nos afecta a nosotros, sino que también afectará a nuestros hijos, nietos y hasta tataranietos.

ferentes e incluso comida diferente. Más adelante abordaremos la importancia de los alimentos en los cambios epigenéticos que conducen a un fenotipo saludable.

Es cierto que los rasgos físicos los adquirimos de nuestros padres, ya sea el color de los ojos o la forma de la nariz, pero ¿de dónde adquirimos nuestra personalidad o los talentos musicales o académicos? ¿Es acaso que los adquirimos de nuestros padres y ya estaban predeterminados en nuestros genes, de manera que nosotros solo los desarrollamos con nuestro estilo de vida y nutrición? Hoy sabemos que todo lo que hagamos no sólo nos afecta a nosotros, sino que también afectará a nuestros hijos, nietos y hasta tataranietos. La creencia de que el alcohol, el tabaco, las drogas o los agroquímicos (fungicidas y pesticidas) sólo les afectan, fisiológicamente hablando, a los que los usan o consumen, ha sido complementada con el descubrimiento de que también afecta a la salud de nuestra futura, y a veces hasta muy lejana, descendencia. Las variaciones fenotípicas que son transmitidas a los nietos o bisnietos y que no vienen de cambios en la secuencia del adn se originan en los cambios en el funcionamiento de los genes a partir de las modificaciones epigenéticas producidas por el medio ambiente en el que vivieron los abuelos o bisabuelos. Por años se creyó que los genes eran los principales protagonistas en la transmisión de las características fenotípicas de una generación a otra, pero ahora se sabe que también participan variaciones no genéticas que pueden ser heredadas. Existe una creciente evidencia de que las modificaciones epigenéticas son transgeneracionales, esto es, que se heredan a través de múltiples generaciones,

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para dar lugar a un fenotipo. Algunos científicos han definido la transferencia transgeneracional como un cambio en la fisiología de la progenie en respuesta al estrés en los padres antes de que se llevara a cabo la fertilización. Ejemplos de estos casos son el color del pelaje en los mamíferos, el color de los ojos en la mosca, la simetría en las flores y la longevidad del gusano C. elegans, el cual es el animal multicelular más simple y por ello ha sido usado como organismo modelo para explicar la genética del desarrollo. Los cambios epigenéticos producidos por químicos o por una alimentación deficiente ya se habían estudiado por muchos años, pero fue hasta hace poco que se descubrió que esta memoria epigenética es transgeneracional. Así, la dieta de nuestros padres, incluso la de nuestros abuelos, puede influir en nuestro metabolismo, comportamiento y hasta nuestra personalidad por medio de mecanismos epigenéticos (algunos de estos temas los abordaremos más adelante). A principios del 2010 un estudio con ratas reveló que los padres alimentados con una dieta alta en grasas podía provocar problemas de salud en sus crías hembras, ya que algunos eventos epigenéticos sólo son heredados de padres a hijas y no de padres a hijos. Otro estudio mostró que los genes de ratones, cuyos padres habían sido alimentados con una dieta baja en proteínas, desde que dejaron de amamantarse hasta que alcanzaron la madurez sexual, mostraban cambios en “cientos de genes” en el hígado de los descendientes. Lo que esto demuestra, dicen los científicos, es que la información nutricional puede pasarse también por el esperma. De hecho, se ha encontrado que la cantidad de comida que el abuelo consumió entre los nueve y 12 años de edad fue primordial, dado que ésta es la edad en que los varones pasan por un periodo de crecimiento lento y es cuando forman las células que darán lugar a los espermatozoides. Durante la formación de estas células el epigenoma es copiado junto con el adn y, dado que la dieta de los varones impacta directamente en la fidelidad con la que se transcribe el epigenoma, éste puede ser heredado a las generaciones futuras a través del esperma. Hasta el momento, aunque ha habido un gran avance para comprender la herencia epigenética, ésta sigue siendo un gran misterio. Lo que resulta fascinante del estudio de la epigenética es conocer que algo que ocurrió en generaciones pasadas produce un efecto biológico en generaciones futuras. Para entender por qué y cuándo las variantes celulares epigenéticas serán heredadas, necesitamos saber primero las condiciones que promueven su inducción y estabilidad en las futuras generaciones. La epigenética confiere memoria a las células, en las que deja marcas muy estables que se pueden propagar en los primeros años de vida de las generaciones futuras. En un resumen general, se debe decir que cuidando las condiciones alimenticias y ambientales de los padres, estaremos contribuyendo a un mejor desarrollo de los hijos, nietos y bisnietos. La epigenética puede tener un alcance sin precedente en la programación genómica durante el desarrollo embrionario, probablemente a través de aproximaciones terapéuticas en la medicina regenerativa que más adelante retomaremos.•

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La decisión de Ricardo

El pozo de los ratones

El corazón de Juliette

El lector literario

vivian mansour, con ilustraciones de laura pacheco

pascuala corona, con ilustraciones de david daniel álvarez

tahereh mafi

pedro c. cerrillo

Vivian Mansour siempre tiene la mirada puesta en las situaciones cotidianas de los niños, como lo demuestran muchas de sus obras, en las que sin pretensiones y valiéndose del humor explora las reacciones de los niños frente a sus propias vivencias. En La decisión de Ricardo sigue esta temática y cuestiona la idea de que la niñez es la etapa de los “no problemas”. Esto mismo opina Ricardo, el protagonista de esta novela, cuya vida se ha puesto de cabeza en los últimos meses. Mientras sus papás libran una batalla en casa, él enfrenta sus propias batallas: ¿deberá obligar a su amiga Joana a pagar la apuesta con la que él conseguirá pasar el año escolar?, ¿cambiarán las cosas ahora que sus mejores amigos se hicieron novios?, ¿conseguirá que su hermano Martín deje de tratarlo como un niño y salga de su burbuja darketa? y, más difícil aún, ¿logrará que sus papás decidan volver a estar juntos? Ante cada una de estas situaciones, Ricardo se ve obligado a tomar decisiones. Sin embargo, cada vez que cree que ha resuelto sus problemas, se mete en nuevos aprietos. Por fortuna, sus amigos y su ingenio siempre lo ayudan a salir de ellos. Los dibujos de Laura Pacheco, ilustradora e historietista española, son frescos y están llenos de humor y guiños al lector. Pacheco consigue construir personajes empáticos y sumamente expresivos, además propone en cada imagen situaciones paralelas al texto que invitan a construir otras historias.

Este álbum se desprende de El pozo de los ratones y otros cuentos al calor del fogón, el primer libro publicado en la emblemática colección A la Orilla del Viento, que este año celebra su aniversario número 25. Se trata de un ingenioso relato en el que conviven un príncipe convertido en sapo, una hechicera muy envidiosa, un herrero tan pobre como ambicioso, sus tres hijas, una vieja gata a la que todos tratan mal y el pozo de los ratones, donde van a parar todos los delincuentes del reino. La hija menor del herrero, para salvar su vida, tendrá que convencer al ratón mayor del pozo de que doña Pancha la hechicera, experta en hacer menjurjes venenosos y en traspasar paredes sin quebrarlas, se ha llevado al príncipe sapo. Desde que se publicó por primera vez, este cuento ha conquistado a lectores de diferentes generaciones y lo seguirá haciendo con esta edición en forma de álbum, pues Pascuala Corona, autora de la obra y pionera de la literatura infantil en México, cuenta con talentosos cómplices que han hecho crecer el relato con sus propios oficios. Con un dominio de su carboncillo y acentos de color rojo, David Daniel Álvarez crea ilustraciones tan sugerentes como inquietantes, las cuales proyectan la fuerza del texto y añaden otros elementos que amplían sus posibilidades de lectura. Mardonio Carballo traduce el texto del español al náhuatl, o acaso lo regresa a su lengua original, pues El pozo de los ratones fue recopilado de la tradición oral.

Este libro es la última parte de la aclamada trilogía La piel de Juliette. A lo largo de la trama, Juliette evoluciona, crece, su personalidad da un giro drástico e impresionante y deja atrás a la pequeña, indefensa, tímida y frágil adolescente que conocimos en los libros anteriores de esta saga. La esperanza de vivir en un planeta libre y humano, así como el deseo de que sus amigos estén sanos y salvos, la harán encontrar y controlar el poder que ha estado contenido; por esto se dará cuenta de que ella es la única capaz de acabar con el Restablecimiento. Juliette entenderá que hay personas a las que necesita para conseguir lo que se ha propuesto, y otras a las que, a pesar de los recuerdos y sentimientos que la atan, tendrá que dejar ir. Armada de valor y temple, deberá tomar una decisión que definirá su vida y la de los sobrevivientes de la resistencia. Para cumplir con su objetivo pactará la más inesperada alianza en la que también encontrará el amor. En este libro, la autora Tahereh Mafi mantiene una atmósfera de tensión, emoción y expectación. La mezcla de ficción, aventuras, drama, romance y acción hacen de su escritura un gran atractivo para el joven lector, que se dejará llevar por la historia, cuyo impactante final lo dejará satisfecho.

Pedro C. Cerrillo, autor español, especialista en literatura infantil y juvenil, analiza y reflexiona sobre la etapa más sofisticada en la vida de un lector: aquella en la que ha alcanzado —gracias a su experiencia lectora— la capacidad de discernimiento y juicio propio frente a lo que lee, así como la habilidad de poner esta experiencia al servicio de su desarrollo intelectual y personal. La obra puede considerarse como una magnífica descripción del proceso a través del cual se forma un lector crítico y reflexivo, capaz de analizar, cuestionar, razonar y aplicar lo leído a su vida cotidiana. En este sentido, dos de las grandes aportaciones de El lector literario son el análisis del concepto y conformación de “lo clásico” y “el canon”, y la descripción del proceso histórico de la literatura oral a la literatura escrita. Sus análisis, propuestas y reflexiones se enfocan en las etapas más importantes del desarrollo de los lectores: la infancia y la juventud. Asimismo, el autor ejemplifica sus observaciones con interesantes experiencias de campo y menciones de los autores de literatura infantil más reconocidos del mundo.

a la orilla del viento 1ª. ed. en el fce, 2016 128 pp.

los especiales de a la orilla del viento 1ª. ed. en el fce, 2016 56 pp.

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a través del espejo 1ª. ed. en español, 2016 352 pp.

espacios para la lectura 1ª. ed. en español, 2016 216 pp.

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Hechos e interpretaciones Hacia una hermenéutica analógica mauricio beuchot

El título de este libro alude a la famosa frase de Nietzsche: “No hay hechos, sólo interpretaciones”, la cual, en opinión del autor de este ensayo, ha sido muy mal interpretada. Para corregir este malentendido propone interpretar la idea desde la perspectiva de la hermenéutica analógica, enfoque que no se limita a la univocidad de la letra ni cae en la equivocidad de la alegoría. Lo que en realidad hay, nos dice el autor, son hechos interpretados. Es decir, existen las dos cosas, los hechos y las interpretaciones que hacemos de ellos. El presente trabajo hace una presentación sucinta de la hermenéutica analógica y de algunas de sus aplicaciones, sugiere cómo puede ser fructífera y los ámbitos en los que encuentra cabida. Asimismo, indica su ubicación dentro de la filosofía, la historia y la política actuales y sus implicaciones epistemológicas y éticas. filosofía 1ª ed. 2016, 168 pp. $140

Los demonios de Cervantes

Viajes de Gulliver

Matemática para Iñaki

Violencia, cuerpo y lenguaje

ignacio padilla

jonathan swift

ignacio zalduendo

veena das

Tercera y última parte de la extensa y galardonada investigación literaria de Ignacio Padilla sobre Cervantes y El Quijote. Las dos primeras son El diablo y Cervantes (fce México, 2005) y Cervantes en los infiernos (fce España, 2006). El autor toma distancia de dos lugares comunes que han perjudicado la lectura de esta obra: la concepción de El Quijote como emblema romántico de la lucha de lo real contra lo ideal y la confusión de Cervantes con su personaje. “De alguna manera, Cervantes es lo contrario de El Quijote”, sostiene Padilla. La idea central de su investigación es la melancolía tal y como se entendía en la época de Cervantes. Guiado por este concepto, el autor se adentra en los aspectos más profundos y reveladores del genio de Cervantes: sus tormentos religiosos, sus posibles patologías, sus posesiones, exorcismos y avatares teatrales y lingüísticos. Todas estas nuevas vías para redescubrir a Cervantes se conjugan en la palabra demonio (melancolía) para arrojar luz sobre una de las cumbres de la lengua española y la cultura universal.

Uno de los equívocos más extendidos del mundo de los libros es considerar a este gran clásico de la literatura universal como una historia para niños. Publicado como anónimo en 1726, en realidad es una bomba de tiempo para las buenas conciencias, potenciada por una ironía ingeniosa y mordaz, magistralmente camuflada como un libro de viajes por países de fábula. Se trata de un ataque alegórico —y por ello todavía más certero— contra la pedantería y la falsedad de las cortes, los hombres de Estado y los partidos políticos. Las descarnadas reflexiones sobre la condición humana que Swift hilvana en el recorrido de su protagonista se alternan con una narración en la que el ingenio y la imaginación corren a la par con los denuestos. Esta traducción, obra de Agustí Bartra, comprende los cuatro viajes de Gulliver, lo que otorga un atractivo más a una de las sátiras más despiadadas, efectivas y memorables de la historia.

Es indudable que la matemática afecta de manera profunda la vida de todos nosotros pero, según el autor, vivimos en una sociedad “mágica” en la que casi nadie comprende realmente cómo funcionan las cosas. Siendo así, ¿para qué nos sirve estudiar matemática? En primer lugar, para desarrollar una estructura mental lógica. Con este fin, el autor echa mano de una gran variedad de recursos y demuestra que para resolver un problema matemático se necesitan muy pocos conceptos bien definidos y manejados con un discurso razonado, despojado de prejuicios. Consigue distinguir lo esencial de lo accesorio en todos los temas tratados, buscando analogías y cambiando en varias ocasiones el punto de vista a fin de captar relaciones no evidentes. Todo esto dentro de una frontera delimitada por reglas claras e inteligibles para todos los lectores.

Compilación de artículos de una de las figuras más relevantes de la antropología contemporánea sobre la violencia contra las mujeres, la cotidianidad y el poder desde el punto de vista de la dignidad humana. Su enfoque permite entender los modos en que la violencia configura la subjetividad humana. Sus hallazgos resultan particularmente relevantes para los lectores interesados en problemas relacionados con la salud pública, la crianza de los niños, la relación entre el lenguaje y el cuerpo y la capacidad de las mujeres violentadas para incorporar sus experiencias traumáticas a su vida cotidiana. Das sostiene que la paz verdadera sólo es posible si se reconocen las violencias diarias y las vulnerabilidades a las que están expuestas las personas.

tezontle 1ª ed. 2016, 608 pp.

la ciencia para todos 1ª ed. 2016 411 pp. $245

umbrales 1ª ed. 2016 147 pp. $120

letras mexicanas 1ª ed. 2016 256 pp.

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t ras f o n d o

Los huesos de Galileo Carlos Chimal Insólito y divertido viaje en el tiempo de un grupo de contemporáneos en busca del astrónomo Kepler y del episodio de la exhumación de los restos de Galileo, el cual logran atestiguar. Fragmento de novela que nos deja ansiosos por conocer la historia completa.

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ora y mi hermana se sonrojaron. Al salir el ama de llaves las miró con recelo, antes de cerrar la puerta no se aguantó las ganas y dijo: –Eso del Sol le va a sacar canas verdes, pero aún estamos a tiempo de corregirlo. El profe Ramiro nos explicó más tarde que Anna había tenido relativo éxito, pues Nicolás Copérnico nunca fue condenado por publicar sus hallazgos pero logró que el público lector los conociera. Se dice que su asistente Rheticus y un oscuro teólogo se confabularon para advertir al lector que sus ideas acerca del universo “solo eran puras especulaciones”. –Pero, se dan cuenta, chicos, el tiempo suele hacernos jugarretas. Tenía razón, yo esperaba llevar a Mora al concierto de su grupo favorito pero los boletos eran para ¡ayer! ¿Quién querría boletos para una función que se celebró el día anterior? “Los viajeros del tiempo”, escuché la voz de Mora que me susurraba al oído, “solo a ellos les servirían”. Tuve que espabilarme porque el profe Ramiro estaba terminando de decir la tríada de palabras: “Dorada, proporción, elípticas”. Y en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos en medio de una ventisca de nieve. No podíamos ver más allá de un metro y los avatares empezaban a sufrir. A mí me dolieron las orejas. –Creo que estamos en Praga, 1610.

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–¿Y a quién venimos a ver aquí, en medio de esta helada? –preguntó Chamarras. –A Juan Kepler, quien también encontró la proporción dorada en determinadas formas de la naturaleza. Más importante fue que ese año escuchó hablar y leyó acerca de las observaciones del cielo que Galileo llevó a cabo con su telescopio. Puesto que muchos dudaban de lo que había visto el italiano, Kepler escribió una larga carta a favor bajo el título de Dissertatio cum Nuncio Sidereo, que quiere decir: “Conversación con el Mensajero de las estrellas”. –Profe, ¿por qué estarán tan necios con “secuestrar” esa proporción? –No sé, quizá porque ellos son tres y para la construcción de un pentágono es esencial la proporción dorada; de esa manera quieren estabilizar su espiral a fin de no tener que regresar, qué sé yo... Sin saber el verdadero propósito de su endemoniada travesía caminamos por el puente de Carlos IV sobre el río Moldava y llegamos a una pequeña casa, no lejos del castillo que se levantaba para defender Praga, en ese entonces ocupado por el rey Rodolfo II, de cuya corte Juan Kepler formaba parte. Poca gente se atrevía a cruzar el puente debido a la intensa nevada. El profe Ramiro nos había advertido sobre algunos detalles del breve y fructífero periodo que el astrónomo alemán pasó en Praga. Su trabajo más importante fue la revisión de los esquemas

cosmológicos conocidos a partir del trabajo previo de su antecesor, Tycho Brahe (en especial, los relativos a Marte), labor que desembocó en la publicación de la Astronomia nova (Nueva astronomía) en 1609, obra que contiene las dos primeras leyes de Kepler, relativas a la elipticidad de las órbitas y a la igualdad de las áreas barridas, en tiempos iguales, por los radios vectores que unen los planetas con el Sol. Su maestro Brahe reconoció su genialidad al introducir de manera notable las matemáticas al mundo de la física. –Él inventó la mecánica celeste –remató el profe Ramiro. Tocamos a la puerta. Kepler mismo acudió a abrir. Como buen protestante convencido no dudó en hacernos pasar a la pequeña sala-comedor y ofrecernos cena caliente. El profe Ramiro tuvo que recurrir a las consabidas evasivas. –Maese Juan Kepler, nada más lejos de nuestras intenciones querer abusar de vuestra hospitalidad. Sólo deseamos encontrar a nuestros muchachos, a quienes se les ha metido la idea de usar la espiral maravillosa... –Sí, sí, los recuerdo bien, era un trío de chiflados a quienes les explique lo mejor que pude el asunto, el cual puede resumirse en una frase: “Eadem mutato resurgo”. Los traductores de nuestros avatares seguían funcionando de maravilla mientras no se toparan con algo escrito, así que pudimos saber que la frase podía traducirse así: “Aunque cambie, volví igual”. Kepler siguió diciéndonos:

© andrea garcía flores

–También quisieron saber dónde se hallaba semejante espiral alucinante. –¿Y le habló de los pétalos de las flores? –intervino Mora, a quien le gustaba la numerología y sabía quién era el matemático Leonardo Fibonacci. Kepler sonrió. –Su impaciencia me produjo enojo y les dije que estaban en los dientes del mejor astrónomo de todos los tiempos, Galileo Galilei, quien vive en la ciudad italiana de Padua... –No se afane, lo conocemos —terció el profe Ramiro—, de hecho lo visitamos la primavera pasada. –¡No sé por qué dije eso! –¡Poco importa, nos ha dado una buena pista! –interrumpió el profe Ramiro la reflexión del ilustre astrónomo. Me atreví a abrir la boca. –¡Gracias por mirar el cielo de la forma como lo hace! Kepler levantó los brazos, con gran alegría me tomó de los hombros y revolvió mis cabellera. Sólo agregó, mirando al profe Ramiro: –Muchachos ocurrentes, líos en el horizonte. Dejamos la casa de Kepler y volvimos por nuestros pasos sobre el puente de Carlos IV. El profe Ramiro confesó sentirse confundido. –¿Ya no sabe adónde nos dirigimos? –preguntó mi hermana. –Ése no es problema —contestó el profe—, sabemos que fueron por un diente o... por un hueso de Galileo.

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–No entiendo –replicó mi hermana. –Una leyenda afirma que pocos meses después de su muerte, acaecida el 8 de enero de 1642 en su villa de Arcetri, en las afueras de Florencia, su tumba fue profanada por un monje fanático que hurtó unos huesos, no se sabe si para venerarlos o satanizarlos. Se dice que fue ayudado por al menos dos saqueadores más. Otra leyenda cuenta que en 1737, durante la exhumación de sus restos con objeto de ser trasladados al monumento dentro de la basílica de la Santa Cruz de Florencia, algunos médicos forenses, tres por casualidad, quienes se dijeron admiradores devotos, decidieron quedarse con un diente a fin de rendirle honores. Yo veía al avatar de Mora con la esperanza de que se revelara su lado “Bella Swan” y empezara a adorarme por haberla invitado a este viaje macabro que hacía parecer al Horror Picture Show un espectáculo de mocosos. Entonces improvisé. –¿Y si nos dividimos? –¿Cómo propones hacerlo? –No sé, unos van a 1737 y otros vamos a 1642. Por ejemplo, usted, mi hermana y Chamarras... Mora se echó a reír y opinó. –Eres como un “guampiro” que quiere sentarse a la mesa con una gatita y su plato de leche, mientras él mete la cuchara en su gazpacho. Mi avatar estaba a punto de tueste. ¿Qué puedes hacer cuando intentas robarte una base, el tiro llega antes que tú y los enemigos te atrapan en la línea? –Pero me parece bien como dice él –remató mi Bella Swan, dirigiéndose al profe Ramiro. Me había quemado en primera, segunda y tercera bases. No obstante, inexplicablemente, el profe Ramiro me salvó al tratar de pisar home. –No es mala idea porque, según mis cálculos, estamos cerca de sobrecalentar el sistema, pero no sabemos si al encontrarse Mora y tú con ellos estarán dispuestos a hacerles caso. Quizá el profe Ramiro tenía razón. Esperamos a que encontrara las tres palabras adecuadas para llegar en el verano de 1642 a las afueras de Florencia. Empecé a decirle a Mora: –Nervios es intratable, actúa de manera errática, casi nunca sabes cómo va a reaccionar en situaciones donde los demás manejan un código social. –¿En qué sentido? –preguntó ella. –Es de esos que en el metro entra primero, y si un viejo le reclama su patanería, cuando el otro le da la espalda Nervios lo patea. Un día que fui a hacer la tarea a su casa empezó a decir que todo sería mejor si el mundo fuera menos desordenado y caótico: el autobús que te lleva al metro pasa con retraso, empieza a llover cuando se supone que estaría soleado, la señora de las tortas en la cooperativa de la escuela les pone rebanadas de aguacate o muy gordas o muy flacas... –Toñito Malsano no canta mal las rancheras —intervino mi hermana, después de todo fue su pretendiente—, pues vive solo con su madre, una santa señora que goza de una pensión, si bien vitalicia, más bien flaca, por lo que está obsesionada con que su niño maravilla llegue a ser

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algo de grande, que aprenda a moverse en el mundo para subir como la espuma. Le dio lecciones para usar las influencias cuando consiguió que lo admitieran en una secundaria privada, la cual tenía preparatoria y alguna carrera con la que lograra salir adelante, eso nos los chismeó Patracio. –¿Y Gavilán? –Ése es solo una sombra caricaturesca de Toño, aunque como todo ser humano no le falta inteligencia y sagacidad, en este caso las tiene orientadas a joder al prójimo. “Un daplo, de los más ruines”, terminé diciendo para mis adentros, aún no estaba seguro de confesarle lo que se escondía en los rincones de mi habitación interior. El profe Ramiro gritó: “¡Eureka, lo tengo!” Nos tomamos de las manos (nomás, por chiflados) y pronunció las siguientes palabras: “Péndulo, reloj, longitud”. Hacía calor esa tarde, por lo que dedujimos que estábamos en medio del verano. Lo único que teníamos que esperar era la noche, pues en algún momento aparecerían los profanadores. Seis años antes de su muerte, en 1636, Galileo propuso a los Estados Generales de los Países Bajos usar los eclipses de los satélites de Júpiter como referencia para determinar la longitud en el mar, en ese entonces una pesadilla muchas veces mortal que perseguía a los barcos, nos advirtió el profe Ramiro. –¿Y qué pasó? –preguntó Chamarras, poco antes de llegar a la catedral. –Por su magistral esfuerzo en abril del año siguiente los Estados Generales le otorgaron una cadena de oro, con valor de 500 florines, pero rechazaron su propuesta por impráctica. Medio ciego y a punto de perder el otro ojo, le ha de haber caído como chile crudo en ayunas. Llegó agosto de 1638, en tanto que él estaba inmerso en el problema de encontrar un péndulo preciso para los relojes de la época vinieron a entregarle el premio de consolación. Lo rechazó y el papa Urbano VIII lo tomó a mal, por lo que dictó una condena en contra de su persona. –¡Qué mala pata con los señores de la Iglesia! –comentó Mora. –Bueno, es que a muchos ni les pasaba por la cabeza que estaba sentando las bases de la astronomía moderna pero intuían el peligro; ya saben, hay unos que ven más allá de sus narices y otros que no, suponiendo de antemano que tampoco es bueno para los demás —dijo el profe Ramiro—. Galileo logró perfeccionar sus telescopios hasta el límite humano en ese momento y abrió nuevas ventanas al universo. Aun así, algunos sangrones académicos se negaron a mirar por ese “tronco”. El sol se ocultó y nos agazapamos. Nunca se aparecieron los susodichos, la leyenda era más falsa que un gallo yendo al psicólogo, por lo que nos apresuramos a buscar la tumba de Galileo. Nos explicó que, debido a su rencilla con el papa Urbano VIII, sus allegados no quisieron enterrarlo en la cripta familiar dentro de esta basílica, pues además las gestiones del Gran Duque de Toscana con objeto de construir un mausoleo también habían sido desaprobadas por el jerarca eclesiástico. Entramos

hacia el ala izquierda, a la altura de la primera columna encontramos el sepulcro de Galileo. Había sido enterrado el 9 de enero de 1642 en forma discreta, casi anónima. En 1703 el matemático Vincenzio Viviani, ferviente admirador y alumno, uno de los fundadores de la Accademia del Cimento (Academia de la Experimentación), científicos que evitaban al máximo la especulación teórica, dejó dinero suficiente para construir una tumba alegórica y ser enterrado junto a su maestro. Finalmente en 1737 se erigió el monumento definitivo. Allá fuimos, al mismo lugar donde estábamos parados pero en otro tiempo. Las palabras fueron: “Monumento, exhumación, morgue”. Llegamos justo a tiempo, es decir, poco antes de que se abrieran las puertas de la basílica a los trabajadores y médicos que llevarían a cabo el traslado de los restos, si bien la fachada no estaba terminada, y no lo estaría por mucho tiempo, pues en el siglo xv la familia Quarantesi estaba dispuesta a financiarla con la condición de que se pusiera en el centro el escudo de la familia. Los monjes se negaron y así se quedó hasta finales del siglo xix, cuando se concluyó en estilo neogótico para no desentonar con el gótico original. Era el 12 de marzo de 1737. También se hallaba presente el séptimo Gran Duque de Toscana, quien a pesar de sentirse agobiado por la maldición de la familia Médici, la gota, había hecho el esfuerzo de asistir a fin de mostrar públicamente su independencia de la Iglesia. Nadie olvidaba que su abuelo, el quinto Gran Duque Fernando II de Médici, había sido entusiasta mecenas de Galileo hasta el final. Y si a aquél se le había prohibido rendirle honores al genial científico, su nieto Juan Gastón, el último de la dinastía Médici que gobernaría la Toscana, habría de presidir el acto reivindicatorio por doble partida. El interior de la basílica dibujaba una estructura de cruz egipcia en forma de “T” con tres naves. Admiramos la central, grande y solemne, cuyos pilares octogonales y arcos ojivales soportaban muros finos, símbolo de las ideas franciscanas. El arquitecto Arnolfo di Cambio quiso reflejar la sencillez y pobreza de la orden, de manera que ordenó construir una planta desnuda. Las amplias ventanas iluminaban los frescos de las paredes con la vida de Cristo y de los santos, una forma de poner en contacto a los analfabetos con las escrituras bíblicas. Caminamos hacia la parte posterior de la basílica, donde vimos capillas dedicadas a familias adineradas de la ciudad. Mora, mi hermana, Chamarras y yo nos quedamos contemplando frescos originales de un tal Giotto y otros pintores del siglo xiv. Muchos universitarios y florentinos curiosos se agolpaban en la entrada de la catedral. Con tanto ir y venir, nuestros avatares lucían ropas anticuadas, si bien el gentío y la emoción del momento nos permitieron pasar sin despertar sospechas. Como que no quiere la cosa, me paré junto a Mora en el momento en que los galenos exhumaban la osamenta de Galileo, la colocaron en un contenedor, de hecho, una tina de porcelana, y la llevaron a la morgue con el

propósito de prepararla para su regreso triunfal al monumento. ¡Cuál va siendo nuestra sorpresa que los galenos eran réplicas de los avatares de Toño Malsano, Nervios y Gavilán! Angustiado, Chamarras miró al profe Ramiro: –¿Cómo le hicieron? –Ni idea —contestó, enfadado—, quienes los estén ayudando saben mucho de esto. –¿Eso quiere decir que mientras están aquí sus “suplentes”, ellos siguen haciendo de las suyas quién sabe dónde? –preguntó mi hermana, con ojos de plato. –Me temo que así es. La comitiva cruzó por donde estábamos, seguida por la tina cubierta con un paño azul de lino que ostentaba una cruz bordada de hilo negro. El profe Ramiro trató de interponerse en el camino de Toño, quien actuaba como jefe de médicos, si bien no pudo acercarse a él dado que el piquete de soldados que resguardaba el acto le bloqueó el paso. Por detrás venían Nervios y Paredes. Entonces el autómata que suplía a Toño habló con un tono ligeramente metálico: –Vuestra Señoría me confunde con el Excelentísmo Profesor Malsano, mi nombre es Anton Francesco Gori y ellos son mis asistentes, Paolo Nerviosso y Strozzino di Muro. Casi nos gana la risa. Con su inevitable rostro de pusilánime, el suplente de Toño continuó: –El Excelentísimo Profesor Malsano le envía sus más afectuosos saludos desde un futuro muy lejano. Ahora casi nos gana la rabia. Chamarras y yo estuvimos a punto de lanzarnos a los puñetazos, sobre todo para poner a trabajar las neuronas virtuales y, de paso, impresionar a las chicas. El profe nos invitó a retirarnos. Era una treta encaminada a ganar tiempo y encontrar la manera de introducirnos en la morgue. No fue difícil, el anfiteatro no se había llenado y aún quedaban lugares para aprendices de médico. Pronto la gente venida de Padua, Pisa y otros lares ocuparon sus sitios. Desde las alturas fuimos testigos del entusiasmo y las voces de emoción que los expertos en cadáveres despertaron cuando el ataúd fue abierto. En memoria de su fácil palabra le arrancaron un premolar de la arcada superior, la respuesta del público fue un prolongado aplauso y vítores en nombre de Galileo. Enseguida separaron los dedos con los que había sostenido tantas veces sus telescopios y catalejos, es decir, el índice y el pulgar de la mano derecha. Alguien gritó algo acerca de la ceguera eclesiástica, muchos corearon de nuevo el nombre de Galileo y mostraron el dedo cordial, apuntando hacia las estrellas. Entonces Francesco Gori, Paolo Nerviosso y Strozzino di Muro cortaron la falange de ese dedo en la misma mano derecha del cuerpo exhumado. Para rematar la sesión, y en honor a la reciedumbre frente a la ignorancia, Gori tomó un serrucho y retiró una vértebra. Una vez iniciado el proceso de embalsamiento de las piezas, los presentes fueron testigos de cómo Paolo Nerviosso las colocó en sendos relicarios.• Fragmento de la novela El portafolios de Tesla, próxima a publicarse por Tusquets.

l a g aceta

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