Septiembre 2009
ISSN: 0185-3716
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Número 465
Setenta y cinco Aniversario
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Sumario José Emilio Pacheco Cristina Pacheco Emigdio Martínez Adame Alí Chumacero Carlos Monsiváis Martí Soler Vicente Leñero Ricardo Nudelman Bárbara Jacobs Adolfo Castañón Christopher Domínguez Michael Fabio Morábito Alicia García Bergua Nicolás Alvarado Álvaro Enrigue Homero Aridjis Huberto Batis Enrique Serna Juan Manuel Servín Ana García Bergua Fabienne Bradu Sergio González Rodríguez Pablo Boullosa Mauricio Montiel Luis Jorge Boone Guillermo Samperio Leopoldo Lezama Pura López Colomé Carlos Montemayor Pedro Ángel Palou Sandra Lorenzano Paola Tinoco David Miklos Pablo Raphael Eve Gil Daniel Rodríguez Barrón Omegar Martínez Heriberto Sánchez Max Gonsen Mónica Vega Ernesto Ramírez Morales
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a Director del FCE Joaquín Díez-Canedo Director de la Gaceta Luis Alberto Ayala Blanco Editor Moramay Herrera Kuri Consejo editorial Sergio González Rodríguez, Alberto Ruy Sánchez, Nicolás Alvarado, Pablo Boullosa, Miguel Ángel Echegaray, Martí Soler, Ricardo Nudelman, Juan Carlos Rodríguez, Citlali Marroquín, Paola Morán, Miguel Ángel Moncada Rueda, Geney Beltrán Félix, Víctor Kuri, Oscar Morales. Impresión Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv
Formación Miguel Venegas Geffroy Versión para internet Departamento de Integración Digital del fce www.fondodeculturaeconomica.com/ LaGaceta.asp
El fce cumple 75 años de existencia, a lo largo de los cuales prácticamente todos los que estén leyendo estas líneas lo han acompañado en su aventura. Difícilmente podríamos toparnos con algún lector que jamás haya tenido entre sus manos un libro del Fondo. Sus dominios son vastos y se proyectan allende las fronteras. No sólo ha marcado la pauta de lo que se lee en México, sino también en varios países de Latinoamérica e, incluso, durante algunos períodos de tiempo, en España. La magia de este proyecto cultural radica en su diversidad y en su persistencia: persistencia en la calidad y diversidad en su catálogo. Una buena editorial se calibra por los títulos que tiene, y el Fondo puede enorgullecerse, sin ningún problema, de su atinada selección a lo largo de los años. Economía, filosofía, derecho, historia, sociología, ciencia, psicología, poesía, novela, cuento, antropología, códices, arte, en fin… literatura. Abarca prácticamente todo el variegado abanico de la producción cultural del hombre, sin perder de vista, en ningún momento, su objetivo: la calidad. El fce no sólo se caracteriza por ser una editorial que pretende llegar a todos los estratos sociales, sino que lo hace teniendo en mente que la cultura debe ser un motor que impulse a los espíritus hacia las alturas. Es decir, no apostar por productos comerciales y condescendientes. Su tarea es ofrecer objetos que vayan más allá de lo útil, inscritos en el necesario espacio de aquello que provoca placer: el placer de la lectura. Claro que la utilidad del conocimiento es importante, pero sería estéril si quien lo busca no disfrutara del trayecto para alcanzarlo. Por todo lo anterior, el fce se compromete a continuar con una política editorial rigurosa, que, sin dejar de ser inclusiva, persista en su objetivo de publicar obras de calidad indiscutible. Por ejemplo, continuar rescatando a los clásicos no sólo de México sino de todo el mundo. Lo nuevo no puede subsistir si no arraiga antes en la tradición. El Fondo es tradición en movimiento. Lo único que se pretende con este número de la Gaceta es festejar el 75 aniversario de una institución cultural que promete vivir muchos años más. G
Joaquín Díez-Canedo Director del fce
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Moramay Herrera. Certificado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716
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José Emilio Pacheco Bagatela para un aniversario
Desde hace medio siglo cada año Espero el nuevo aniversario de esas tres letras, fce, Que jamás he pronunciado como tales Pues desde entonces, o aun antes, Son para todos nada más y nada menos Que El Fondo. Para mí ese día de septiembre Se vuelve más bien Una celebración interior, Una fiesta en las intimidades del yo Que se resiste a ahogarse en la voracidad de sus límites. En doce meses habré leído cuando menos algunos libros, La cosecha del año, Entre los muchos más que, para mi tristeza, Ya no podré leer nunca. Pero cuánto le debo a todo lo que me han dado En tantas horas de lectura. Porque jamás será inútil el tiempo otro Excavado en el interior misterioso del tiempo Hasta encender las letras de luz en la oscuridad de la tinta. Jamás sabré cómo sería el mundo Si no existieran los libros del Fondo. Tampoco podré medir todo lo que me han dado. Lamentaré en todo caso no haber leído más Entre todo lo rescatable y digno de perduración y defensa En este cada vez más doloroso país nuestro sitiado Por la miseria, la sequía y la violencia. Y no puedo evitar la cita deformada de Pound: El pensamiento de lo que México sería Si los libros tuvieran más circulación. G
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Emigdio Martínez Adame* Entrevista con Cristina Pacheco
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Todo empezó con diez mil pesos
Por unos minutos, mientras dura nuestra conversación, don Emigdio Martínez Adame se olvida de los tesoros que ha logrado reunir en la Biblioteca de la Procuraduría General de la República —que ahora dirige— para entregarse al placer de acariciar otros tesoros: sus recuerdos, esta vez centrados en el surgimiento del Fondo de Cultura Económica, su amistad con su fundador —don Daniel Cosío Villegas— y con su grupo de intelectuales que ha enriquecido la vida nacional desde hace sesenta años. Galería de retratos Conocí a Daniel Cosío Villegas a finales de los veinte. Lo vi por vez primera cuando era presidente de la Federación de Estudiantes de México. Lo recuerdo como un joven alto, muy delgado. Siempre llevaba un libro bajo el brazo. En la Facultad de Jurisprudencia fue mi profesor de sociología mexicana. Si como estudiante era distinguido, como maestro Daniel era muy ordenado. Enemigo de perder el tiempo, lo fue también de la improvisación. Al terminar su clase —que desarrollaba a base de notas— le gustaba relacionarse con sus alumnos, conversar con ellos. Así fue como nos hicimos amigos. Con el tiempo aprendí a conocer a Daniel, a apreciar sus cualidades, de las que tal vez la mayor haya sido su honestidad intelectual. Recuerdo que ya desde aquellos años tenía el deseo de contribuir en algo al progreso del país. Creo que con su trabajo de historiador y con la fundación del Fondo de Cultura Económica su anhelo quedó plenamente satisfecho. Daniel Cosío Villegas y yo llegamos a tener el mismo círculo de amigos. Frecuentemente desayunábamos o cenábamos con Gonzalo Robles, Alfonso Reyes, Antonio Castro Leal, Manuel Gómez Morin, Jesús Silva Herzog, Eduardo Villaseñor. De una u otra forma todos estuvimos relacionados con el surgimiento del Fondo de Cultura Económica. Un cuartito del Banco En el grupo se hablaba mucho de la necesidad de traducir al español los libros de economía, entonces desconocidos en México. Manuel Gómez Morin —director de la Facultad de Derecho— organizó unos cursos de inglés mediante los cuales los estudiantes podrían comprender los libros que llegaban de Estados Unidos. Daniel se dio cuenta de que eso no bastaba y
*Entrevistas de Cristina Pacheco, En el primer Medio Siglo del Fondo de Cultura Económica. Testimonios y conversaciones, fce, México, 1984.
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sugirió la idea de que se creara una editorial especializada en ciencias sociales. Era cuestión de comenzar desde cero. Eso no amedrentó a Daniel, hombre de carácter muy fuerte y —como dije antes— decidido a trabajar por el país. En esa época Marte R. Gómez llegó a la Secretaría de Hacienda y me nombró director general de Egresos. Yo estaba enterado del proyecto de Daniel, de su grupo, y de la urgencia de recabar fondos. Hablé con Marte R. Gómez y le pedí que nos obsequiara un donativo de diez mil pesos. Me los dio. Hoy esa cantidad parece insignificante, pero en los años treinta era muchísimo dinero. Si quiere darse una idea exacta, le diré que el presupuesto que comenzó a ejercer el general Cárdenas fue de 242 millones de pesos para todo el país. Cuando Marte R. Gómez me dio el dinero se lo comuniqué a Daniel, que entonces era asesor en la Secretaría. En seguida hablamos con Gonzalo Robles —entonces director del Banco Hipotecario y Obras Públicas—, que nos ayudó permitiendo que nos instaláramos en un cuartito del Banco, que estaba en las calles de Madero. Para celebrar aquel donativo, del que arrancó el Fondo de Cultura Económica, todos nos fuimos a comer. Los que hicieron el Fondo Desde el principio se pensó que Daniel debía ser el director. Él, muy atinadamente, formó una junta de Gobierno para la editorial. Fui miembro de ella, lo mismo que Jesús Silva Herzog, Gonzalo Robles, Antonio Castro Leal, Manuel Gómez Morin. Con el grupo estuvo siempre muy relacionado don Alfonso Reyes, aunque nunca formó parte de la junta. Alfonso fue siempre un notable hombre de letras, humorista distinguido y siempre oportuno en sus observaciones. No diré que Daniel fue su discípulo, pero es indudable que Reyes tuvo gran influencia sobre él. Jesús Silva Herzog fue uno de los primeros organizadores de la Escuela de Economía, donde fue maestro de doctrinas económicas. Desde entonces lo reconocimos como un hombre íntegro, limpio, con una impecable trayectoria de izquierda. Hasta la fecha son admirables su honestidad y su afán por servir al país. Ahora que recuerdo a los amigos pienso también en Gonzalo Robles. Ingeniero agrónomo, manejó el Banco Hipotecario y de Obras Públicas con absoluta limpieza. Gonzalo era poseedor de una gran cultura literaria, y tuvo una cualidad: jamás agredió a nadie con su sabiduría. Junto con la honestidad quizá su mayor cualidad fue la modestia. Manuel Gómez Morin número 465, septiembre 2009
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—que fue director de la Facultad de Jurisprudencia— daba clases de derecho público. No era buen maestro cuando estaba en el salón de clase; pero cuando salía a los pasillos y conversábamos con él todos disfrutábamos de una verdadera cátedra. A pesar de que la verdadera vocación de Antonio Castro Leal —considerado como el último de los “siete sabios”— era la literatura, debemos decir que contribuyó en mucho a la formación del Fondo de Cultura Económica. Progreso y proceso Como dije antes, desde que se fundó el Fondo de Cultura Económica he sido miembro de la Junta de Gobierno, que por lo general ha estado dirigida por el secretario de Hacienda en turno. Desde la junta vi toda la evolución, el progreso de la editorial y también me di cuenta de que en un momento dado comenzó a tachársela como una editorial comunista. Absurdo: nunca lo fue. Los rumores se hicieron más insistentes cuando se publicaron dos libros: Escucha, Yanki y Los Hijos de Sánchez. No faltó quien fundamentara los ataques diciendo que habíamos publicado El capital. Claro que lo hicimos: como que se trata de un libro fundamental para comprender la economía moderna. Aunque en el proceso contra el fce se nos llamó “traidores a la patria” por haber publicado la investigación sociológica de Oscar Lewis, Antonio Rocha, entonces procurador general de la República, concluyó: “No hay delito que perseguir.” El cambio Pese al veredicto de Antonio Rocha, el proceso tuvo consecuencias para el Fondo. Yo era director del Banco Ejidal y
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frecuentaba a Antonio Ortiz Mena, entonces secretario de Hacienda. Recuerdo que una mañana fui a verlo junto con Arnaldo Orfila Reynal, Plácido García Reynoso, Gonzalo Robles. Íbamos a pedirle el subsidio para el Fondo. Al despedirnos Ortiz Mena me dijo: “Quédate un momento: tenemos cosas que arreglar.” Cuando nos quedamos solos me preguntó: “Oye, ¿no crees que haya un mexicano capaz de dirigir el Fondo?” En ese momento Orfila Reynal ganaba ocho mil pesos mensuales como director del fce, así que la única cosa que se me ocurrió decir fue: “No creo que por ocho mil pesos encontremos un mexicano, tan capaz como Arnaldo, para dirigir la editorial.” Ortiz Mena no quedó convencido y antes de despedirnos insistió: “Bueno, de todas formas hay que ver eso…” A partir de ese momento Ortiz Mena ya no asistió a las reuniones de la Junta. Enviaba a Jesús Rodríguez y Rodríguez, entonces subsecretario de Hacienda. Vino el cambio de gobierno, renuncié al Banco Ejidal. Esperé tres meses a que me encomendaran un nuevo cargo que me habían prometido. No fue así. Vendí mi casa, decidido a hacer un viaje y dispuesto a reordenar mi actividad a mi regreso. Llegué al aeropuerto de Barajas el primero de noviembre de 1965. Allí estaba para recibirme Antonio Martínez Báez y Ricardo J. Zevada. Uno de ellos me dijo: “Te felicitamos porque ayer te cesaron de la Junta.” Entonces me enteré de que habían hecho lo mismo con Arnaldo y el resto de la Junta… Durante algún tiempo permanecí apartado del Fondo, pero nunca de los libros, que han sido mi pasión desde que era niño y hoy, casi al final de mi vida, representan mi mayor interés y mi refugio. Cuando Antonio Carrillo Flores asumió la dirección del fce me restituyó mi nombramiento como miembro de la Junta, en la que permanezco hasta la fecha. G
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Alí Chumacero
El Fondo de Cultura, que fue creado hace 75 años, es el origen de muchas formaciones dedicadas a fortalecer lo mucho o poco que se ha aprendido fuera y dentro de las aulas. Su trabajo en la cultura general ha sido decisivo y reconocido por todos aquellos que han dedicado su vida a leer, a escribir, a formarse, sobre todo en las ciencias del espíritu que no son la ciencia aplicada. Yo llegué al Fondo de Cultura hace 58 años, he permanecido ahí a la fuerza porque han querido, algunos amigos, extraerme y llevarme a otras labores que seguramente me habrían producido una mejor recompensa, pero yo decidí, desde un principio, dedicarme a las labores en las que estoy todavía y allí pienso morirme. El Fondo de Cultura fue para mí, entonces, el medio, el ambiente, el arma, que me ayudó a hacer de mi propósito una verdad, una forma de ver el mundo y de querer resolverlo de alguna manera. Yo llegué en 1950, he pasado el reino, el reinado de muchos directores, yo he permanecido firme en mi lugar, no pensé nunca en retirarme y nunca pensé tampoco en diferir en cuanto al lugar de creación de
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libros que no fuera el Fondo de Cultura Económica. Primero, mi primer trabajo fue en la Universidad y enseguida pasé al Fondo de Cultura, después de haber hecho algunas revistas literarias como Tierra Nueva, Letras de México y El Hijo Pródigo; colaboré durante 25 años en periódicos y vine a dar al lugar en que verdaderamente me siento a gusto, tranquilo y colmado de todo aquello que yo pensé que debería hacer. De manera que el Fondo es, pues, una cuna y un lugar para desarrollar la cultura. Ha cumplido maravillosa y espléndidamente y seguirá cumpliendo. Pienso que mi paso por aquí sea hasta el último momento, y ojalá, yo tengo 91 años…, ojalá viva por lo menos otros 91 para trabajar en un lugar que me encanta, que me gusta, en que lo que se hace allí me enorgullece y siempre he dicho con gusto y con cierta presunción que el Fondo de Cultura es el sitio en que me he encontrado mejor o únicamente el único sitio en que me he encontrado de verdad muy bien colocado. Yo quiero que el Fondo dure por lo menos una eternidad. G
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Carlos Monsiváis A propósito de la deuda histórica con una editorial
En 1934, por iniciativa de un grupo de abogados, se crea el Fondo de Cultura Económica en la Ciudad de México. En vísperas del ascenso del general Lázaro Cárdenas a la presidencia de la República, se requieren cambios profundos en la orientación del pensamiento estatal. Se ha modificado la imagen de la nación, y ya la preparación de la minoría dirigente requiere integrar las necesidades del país con las prioridades del conocimiento. Si, como señala el marxismo predominante, la economía ocupa la infraestructura, la preparación económica del grupo gobernante le es imprescindible en un país pobre, periférico si se acude al término entonces indispensable, cuya revolución —según la corriente radical— rechaza la desigualdad que relega a campesinos y obreros, y que en todo caso exige para progresar una economía sólida. Si se continúa el desconocimiento de una disciplina primordial —es el punto de vista generalizado— se legitima el atraso, y por eso urge fortalecer a la Escuela Nacional de Economía y al Fondo de Cultura Económica. No obstante el auge del marxismo, desde el principio el fce es lo opuesto a una editorial sectaria, y cumple de inmediato
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funciones formativas en el mundo de habla hispana. Difunde los materiales de Europa y Norteamérica, obliga al canje de las impresiones por los datos duros, y ayuda a entender el panorama regido por las crisis económicas y los dispositivos bélicos. Don Daniel Cosío Villegas, abogado e historiador, es el primer director y su propia formación (entre otros haberes intelectuales, discípulo de Pedro Henríquez Ureña, el gran humanista latinoamericano) le lleva a auspiciar la zona de intereses literarios y culturales que diversifica la editorial. El segundo director del fce, Arnaldo Orfila Reynal, también ligado a las enseñanzas de Henríquez Ureña y asesorado en la parte literaria por don Alfonso Reyes, es un editor excepcional y, entre otras, dos de sus iniciativas son muy fructíferas: la colección Breviarios, impulsada en sus inicios por don Alfonso, y la colección Letras Mexicanas. Los Breviarios inician la modalidad de los libros de bolsillo, y se guían por la experiencia de las series francesas de divulgación científica, histórica y cultural. A Reyes le resultan indispensables los ejemplos de la cultura grecolatina, del Renacimiento, la Ilustración, y creadores como Goethe.
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En la década de 1950 se cristalizan varios de los proyectos de Orfila. Se continúan las series del pensamiento económico, se atienden el marxismo y corrientes como la Keynesiana, se publican textos históricos fundamentales, se fortalece la necesidad de impulsar materiales de las ciencias sociales, y se responde a las exigencias de modernidad crítica de lectores y autores. Letras Mexicanas —que se inicia con la poesía de Alfonso Reyes— se vuelve con rapidez el espacio bibliográfico de reconocimiento de la gran literatura en activo. Ya han publicado en el Fondo Carlos Pellicer, Salvador Novo y Octavio Paz entre varios escritores reconocidos, pero Letras Mexicanas amplía el catálogo, y de modo formidable. (Por otra parte la editorial Porrúa sustentada en el criterio de Felipe Teixidor, un humanista de primer orden, se concentra en divulgar lo mejor de la literatura mexicana del siglo xix y de la primera mitad del siglo xx, y algo semejante hace la unam.) Una lista muy incompleta de Letras Mexicanas da sin embargo idea de una etapa. En unos cuantos años publican Juan José Arreola (Confabulario y Varia invención), Juan Rulfo (El Llano en llamas, Pedro Páramo), Carlos Fuentes (La región más transparente), Luis Spota (Casi el paraíso), Edmundo Valadés (La muerte tiene permiso), Ricardo Pozas (Juan Pérez Jolote), Octavio Paz (La estación violenta), Jorge López Páez (El solitario Atlántico), Rosario Castellanos (Balún Canán), Fernando Benítez (El rey viejo). Antes, el destino de los escritores mexicanos, en manos de editoriales carentes de continuidad, era, por así decirlo, azaroso, casi todos los libros se demoraban en la primera edición y es excepcional el caso de Agustín Yáñez, cuya novela Al
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filo del agua ya conoce ediciones interminables. Pero con Letras Mexicanas se quebranta la tradición de libros vueltos inexistentes por la distribución mala o pésima. A la primera etapa de Letras Mexicanas la distinguen los descubrimientos y júbilos comunitarios, las esperanzas y las impaciencias. Si no exactamente clásicos instantáneos, aunque varios lo son, sí marcan a una generación El laberinto de la soledad (que publica al principio Cuadernos Americanos), Confabulario, El Llano en llamas, Pedro Páramo, La región más transparente y Casi el paraíso. Hay —no lo puedo probar, no lo consigo olvidar— la sensación eléctrica de los descubrimientos simultáneos, de otra literatura, otra concepción de la ciudad, otra relación con lo moderno, en especial en Letras Mexicanas los libros de Juan Rulfo, Juan José Arreola y Carlos Fuentes. Y el Fondo le aporta a sus lectores una identidad comunitaria (“Nos sumergimos al mismo tiempo en la literatura que señala nuestro rostro contemporáneo”, sería el mensaje), y el gusto por volver noticia un número significativo de libros. Un libro que es noticia es algo que no pasaba desde Ulises Criollo y La sombra del caudillo, cuyo primer atractivo, en todo caso, fue político y cuya gran calidad literaria se revela paulatinamente. Desde el principio y hasta ahora el fce ha contado con editores modernos, es decir, al frente de proyectos exige anticiparse a las demandas y satisfacer las exigencias, concentrado en el cultivo de diversas líneas editoriales, en este caso el énfasis en los clásicos, la actualización de los libros de texto, el interés por el pensamiento internacional y la historia de las ideas y la escritura en América Latina, la atención continua a los nuevos escritores. G
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Martí Soler Los que también cumplimos 75 años…
Cuando Joaquín Díez-Canedo me contrató en 1959 como“técnico” (hoy decimos “editor”) integrante de la gerencia de producción, mucho se hablaba con nostalgia (un poco irreverente) entre los integrantes del departamento de tres exiliados que habían formado parte de él: dos de ellos habían muerto ya y el tercero había decidido cambiar de aires contratado por la cepal en Santiago de Chile. Se trataba de Sindulfo de la Fuente, Luis Alaminos y Julián Calvo. Un cuarto, aunque de la segunda generación del exilio, se había desplazado a Jalapa, a la Universidad Veracruzana, con Sergio Galindo a la cabeza de sus publicaciones: Francisco González Aramburo, “niño de Morelia” que con el tiempo se iba a convertir en mítico traductor (el Fondo de Cultura cuenta con más de 50 traducciones de él entre 1954 y el año 2000: Berlin, Braudel, LéviStrauss, Redfield, Santayana…) y que ya, según tengo entendido, rebasa los 80 años. El Departamento Técnico, en esa época, contaba con el siguiente personal, además del gerente Joaquín Díez-Canedo: Elsa Cecilia Frost, subgerente y filósofa, la “delegada” de José Gaos en el Fondo que con el tiempo se convertiría en “mi Elsa”; Carlos Villegas, el hombre de la sociología; Lauro José Zavala, el antropólogo; José C. Vázquez, el corrector estrella, y su atendedor, Crispín; y dos jóvenes exiliados: Juan Almela y Jas Reuter. Juan era hijo del viejo Almela, hombre indispensable en la Biblioteca Central de la unam, restaurador y curador de libros, autor del famoso Higiene y terapéutica del libro (publicado en 1956), y Jas lo fue del fotógrafo Walter Reuter y tenía a orgullo haber nacido en Málaga, lo que lo convertía en dos veces exiliado: en España, de las furias de Hitler, y en México, de las furias de su émulo Francisco Franco. En 1959, Juan, Jas y yo contábamos con 25 años. Y en ese año cumplió 25 años el Fondo de Cultura. Hoy celebraríamos los 75 años con el Fondo (y digo celebraríamos porque Jas murió ya hace algunos años, demasiado joven, siendo el jefe de publicaciones de El Colegio de México). En 1959, pues, como novato que era, me tocaba revisar y corregir los libros de economía, pues era notorio que a los demás no les interesaban demasiado (el hecho era motivo de bromas en el departamento y espero que los economistas no
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sientan que por ese hecho fueran de segunda en la editorial que les estaba dedicada). Es una afirmación que me lleva a decir que la “clasificación” de obras era en principio, como debe ser, según los intereses y los conocimientos lingüísticos de cada uno de los integrantes del departamento, pero nadie se interesaba por la economía, hasta que por fin se contrató a Roberto Reyes Mazzoni y nos vimos libres de esa “pesadilla”, y así Jas, pasante de filosofía, se dedicaba a las humanidades y Juan a las ciencias (y a su otra pasión, la lingüística). La literatura nos la repartíamos entre todos, así como las colecciones misceláneas. Más tarde, me convertiría en una especie de comodín, cuidando ediciones de todo tipo y, ya con Alí Chumacero de regreso de una corta incursión por otros lares, entraría de lleno a la literatura y cuidaría esas famosas ediciones de arte coeditadas con la empresa estatal checoslovaca, Artia. Fueron años de formación, desde luego, pero creo que los tres aportamos bastante a la tradición editorial de esta gran empresa mexicana, hasta que a fines de 1965 apareció el puño del gobierno diazordacista y varios de nosotros tuvimos que emigrar: Alí, un poco a salto de mata; Elsa, al Instituto de Investigaciones Filosóficas de la unam; Jas, al Colegio de México, y yo, al recién fundado Siglo xxi. En cambio Juan Almela siguió en el Fondo por un tiempo todavía. En cuanto a nuestra labor en la editorial, habría que revisar todos los colofones de esa época, aunque sólo aparecían en ellos uno o dos de los responsables de la edición: nos tocaba sin duda seguir los libros a nuestro cuidado desde que se nos entregaba el “manuscrito” (original en nuestra lengua o traducido) hasta su entrada triunfal en el almacén; es decir, revisábamos los originales, corregíamos por lo común la última prueba y cotejábamos las que otros correctores corregían (incluyendo el “abanicado”, hoy un acto indispensable abandonado gracias a las computadoras). Juan se convirtió también en un gran traductor y a él se deben obras de autores como Dumézil, Jakobson, Lévi-Strauss, Tagliavini… o de científicos como Frisch o Gamow (desde luego, también se convertiría en autor de la casa como Gerardo Deniz). En cuanto a mí, aunque también traduje algunos libros, sigo en la brecha. G
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Vicente Leñero
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Mi vida con el fce
Mi relación con el Fondo de Cultura Económica empezó siendo frustrante. Amanecían los años sesenta cuando avalado por Ramón Xirau presenté el original de mi segunda novela, Los albañiles —escrita durante una beca del Centro Mexicano de Escritores—, para su ambicionada publicación. Se me hacía agua la boca con sólo pensar en una edición en la colección Letras Mexicanas donde habían aparecido los grandes libros de Rulfo, Arreola, Rojas González… Publicar ahí, para los jóvenes, después de haberlo hecho en la plataforma de lanzamiento que representaba la Editorial Veracruzana en Ficción, era punto menos que una consagración anticipada. Esperé ¡un año y semanas! la respuesta afirmativa, y la respuesta fue un ¡No! apenas atenuado por las advertencias de cajón: que el Fondo está sobrecargado de proyectos, que debería llevarme mi novela y presentarla más tarde, que no me desanimara, etcétera. Me sentí en el fondo. Tardé en saber que el rechazo fue provocado por un dictamen reprobatorio del célebre Emmanuel Carballo, y gracias a Joaquín Díez-Canedo, quien acababa de fundar Joaquín Mortiz, Los albañiles terminó siendo publicada en Seix Barral de Barcelona. Años después, a poco de estrenar la versión teatral de la novela, conocí a Arnaldo Orfila Reynal en casa de Óscar y Elena Urrutia. El fundador del Fondo de Cultura Económica había fundado ya Siglo XXI después de haber sido expulsado del Fondo por aquel escándalo absurdo de Los hijos de Sánchez. Se comportó extrañamente amable conmigo. Me ofreció exageradas disculpas porque en sus tiempos, cuando él era director general, su casa editora hubiera rechazado mi novela. Co-
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metimos un error, dijo. Y quería rectificarlo publicando en Siglo XXI la versión de teatro. Le respondí “Gracias, no” —la espina continuaba clavada en lo profundo—, y se la di a Díez-Canedo para su serie del Teatro del Volador. Perdí casi todo contacto con el Fondo de Cultura Económica. De no ser que Antonio Magaña Esquivel incluyó Los albañiles-teatro en el tomo 5 de su antología Teatro mexicano del siglo XX —publicada en el fce en 1970— y de una volátil edición de Viaje a Cuba en la serie Testimonios del Fondo en 1974, la gran editorial mexicana me era totalmente ajena. Hasta que entró a dirigirla Gonzalo Celorio en el sexenio de Vicente Fox. Fue entonces cuando Celorio y Hernán Lara Zavala, su director de Literatura, me propusieron rescatar dos de mis viejas novelas que naufragaban en ese cruel fenómeno de los libros descatalogados, muertos sin remedio para los posibles lectores nuevos: A fuerza de palabras y La gota de agua. Las vi aparecer flamantes, en ediciones bellísimas de ¡Letras Mexicanas! en el 2002. Desde luego ya no era la misma ilusión, el mismo afán de existir que me desazonaba cuarenta años atrás cuando Los albañiles. Había logrado sobrevivir sin el Fondo, pero estar publicado en el Fondo era, por fin, la realización tangible de un sueño de juventud. Consuelo Sáizar remachó ese contento. Me ofreció publicar en dos tomos mi Teatro completo y mis relatos autobiográficos de Vivir del teatro que han iniciado su emocionante trayecto de edición. Para colmo de colmos: pertenezco al Comité de Literatura de la editorial. No estoy en el fondo. Estoy en el Fondo. G
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Ricardo Nudelman
Autoridades presentes, señoras y señores, amigos todos: Hoy 3 de septiembre de 2034 festejamos los 100 años de la fundación del Fondo de Cultura Económica. Desde 1934 hasta hoy, no solamente pasaron años, también ocurrieron muchas cosas que hicieron que el Fondo llegara a su primer centenario con el poder y la fuerza que ostenta. Recuerdo que cuando celebramos el 75 aniversario —era el año 2009— pudimos hacer un balance muy positivo, aun dentro de esos tiempos en que una tremenda crisis se abatió sobre el mundo y repercutió con fuerza en nuestro país. Ya para entonces, la institución brillaba con luz intensa en el espacio cultural de lengua hispana, y con sus nueve filiales en distintos países se contaba entre las editoriales más importantes y punto de referencia inevitable. Teníamos un imponente catálogo de más de 9 000 títulos, que pueden parecernos poco frente a los 30 000 del catálogo actual. Muchos de esos títulos se reeditaban permanentemente, porque eran clásicos no solamente de la cultura mexicana, sino también instrumentos indispensables para el estudio de todas las universidades de América Latina y España, y de consulta en las bibliotecas de todo el mundo. Publicábamos autores clásicos y jóvenes del país. Pero también del resto de los países de América Latina y de otros lugares del mundo. Recuerden que entonces el mundo estaba dividido en naciones independientes, muchas veces enfrentadas entre ellas. Creo que con nuestros autores y nuestros libros, ayudamos un poco a borrar esas inútiles fronteras nacionales.
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En el 75 aniversario publicábamos todavía libros de papel. Pero ya en ese año logramos montar en la red los primeros títulos del Fondo, que presagiaban, como luego sucedió, un espectacular crecimiento de la difusión del conocimiento y la circulación de las ideas en otros formatos: el e-book, la venta de contenidos en línea, las librerías virtuales, etc. Y aunque hoy la mayor parte de nuestra producción circula en formatos diferentes al papel, sobrevivimos todavía quienes preferimos leer en el papel y no en una pantalla, por más calidad que ésta haya logrado. Y por eso, y para preservar un valor intangible pero importante en la conformación de nuestra cultura, el Fondo siguió y sigue produciendo algunos libros en la forma tradicional. Todo un canto de amor al libro, de parte de una empresa que nació para ser libro. Cuando volvemos la mirada al festejo de esos 75 años, cuando revivimos los logros que hasta entonces habíamos conseguido, cuando nos percatamos del grado de prestigio al que habíamos llegado en el mundo de la cultura universal, es cuando podemos percibir realmente por qué estamos donde estamos, festejando nuestros primeros 100 años. Declaro también inaugurada, como parte de los festejos del centenario del Fondo, la Biblioteca Virtual Benito Juárez, ubicada en la Estación Espacial México, recientemente colocada en órbita, después de superar los problemas presupuestales que la demoraron. Levantemos todos nuestras copas de este fino vino sintético, y brindemos por la prosperidad del libro, o lo que éste haya llegado a ser. G
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Bárbara Jacobs
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Celebraciones
Debo al Fondo de Cultura Económica la lectura, entre otros títulos, de El Llano en llamas y Pedro Páramo, de Juan Rulfo; Siete noches, de Jorge Luis Borges; los tomos I y II de la Historia de la literatura hispanoamericana, de Enrique Anderson Imbert; la colección de Iconografías, en especial la de Julio Cortázar, de Alba Cama de Rojo; Las trampas de la fe, de Octavio Paz; la más reciente y definitiva biografía de Malcolm Lowry, y, muy particularmente, La oveja negra y demás fábulas, de Augusto Monterroso. Ahora bien, no soy autora del fce, pero como el mejor ejemplo de mi relación con esta casa editorial puedo citar que intervine en una de sus publicaciones estrella, precisamente, La oveja negra y demás fábulas. Me refiero a la edición conmemorativa del vigésimo aniversario de este libro de 1969 que, ahora en 2009, cumple veinte años más de ininterrumpidas y diferentes ediciones, reimpresiones y traducciones. Coordinamos la edición/homenaje del fce (que no apareció hasta 1991), Alba Cama de Rojo, Adolfo Castañón, Guillermo Samperio, Elena Urrutia, Juan Villoro y yo. El diseño, que fue obra de Vicente Rojo y Rafael López Castro, constituyó una de
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las particularidades de la edición, pues a lo largo del libro los tipos Baskerville corren de 11 a 40 puntos, variación que, junto con la de ampliar o reducir márgenes, fue determinada con el fin tipográfico de que cada texto, de muy diversas extensiones, ocupara desde la capitular hasta el pie de la caja, según se tratara de una fábula más breve o más larga. La otra particularidad es que quienes presentan la edición conmemorativa, aparte de las casas editoriales de España y Latinoamérica que habían publicado La oveja… hasta ese momento, son veinte escritores hispanoamericanos, uno por país: Jorge Enrique Adoum, Ecuador; Claribel Alegría, El Salvador; Rubén Bonifaz Nuño, México; Ernesto Cardenal, Nicaragua; Luis Cardoza y Aragón, Guatemala; Eliseo Diego, Cuba; José Donoso, Chile; José Durand, Perú; Eduardo Galeano, Uruguay; Gabriel García Márquez, Colombia; José Luis González, Puerto Rico; Noé Jitrik, Argentina; Carmen Naranjo, Costa Rica; Nélida Piñón, Brasil; Augusto Roa Bastos, Paraguay; Alejandro Rossi, Venezuela; Pedro Shimose, Bolivia; Rogelio Sinán, Panamá; Roberto Sosa, Honduras, y, por último, JoséMiguel Ullán, España. G
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Adolfo Castañón Haz de Gacetas
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica tiene más de medio siglo de historia. Su antecedente es el Noticiero Bibliográfico del Fondo de Cultura Económica que se publicó entre los años 1941 y 1953. El primer número de la Gaceta aparece en septiembre de 1954. Esta publicación nacida bajo los signos de Libra y del Caballo en el horóscopo chino se presenta como un papelón bien impreso y de dimensiones parecidas al Times Literary Suplement y, entre nosotros, al Boletín Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda, que inicia su publicación también en ese año. A partir de 1971 bajo la dirección de don Antonio Carrillo Flores en el Fondo de Cultura Económica, y la subdirección de Jaime García Terrés, la Gaceta cambia al formato que aún se conserva. Gracias al entonces joven poeta David Huerta, quien se retiraría para trabajar en el proyecto de la Beca Guggenheim que acababa de recibir, me hice cargo de la redacción de la Gaceta en marzo de 1974. La Gaceta era entonces dirigida por el eminente poeta, políglota y diplomático Jaime García Terrés. Era una publicación modesta, impresa a dos colores, apenas engrapada pero no encuadernada. Se distinguía no sólo por los adelantos de libros diversos que publicaría la editorial o por los poemas y textos de creación eventual y esporádicamente editados entonces, sino por la columna, de tan grato recuerdo, llamada Litoral, escrita anónimamente por JGT, heredera del género de glosas marginales tan atinadamente practicada por
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Alfonso Reyes. Don Jaime, como lo llamábamos, escribía sus breves comentarios a lápiz y en hojas sencillas de block con letra pequeña pero legible que su secretaria Catalina Iparraguirre, Catita, pasaba en limpio para que don Jaime García Terrés los corrigiera. El reparto de esta suerte de correo menor de la editorial, los envíos al extranjero y el depósito legal ante la Secretaría de Gobernación los cumplía puntualmente el señor Loaeza, quien, además, se desempeñaba como chofer del subdirector (el mismo JGT). Poco a poco, a partir de esos años, la Gaceta fue transformándose hasta llegar a ser una de las mejores revistas literarias y culturales de México, como acredita el Diploma Premio Nacional de Periodismo y de Información 1987, que recibió don Jaime García Terrés, junto con sus redactores —José Luis Rivas, Francisco Hinojosa, Adolfo Castañón— de manos del entonces presidente, el Lic. Miguel de la Madrid Hurtado, quien llegaría a ser director de la editorial entre 1991 y 2000. Además de los mencionados Huerta, Rivas, Hinojosa y Castañón, la redacción de la Gaceta ha estado en manos de diversos autores como Juan Almela, Marcelo Uribe, Rafael Vargas, Jaime Moreno Villarreal, Alejandro Katz, David Medina Portillo, Tedi López Mills, para hablar sólo de algunos. La Gaceta se hacía por fuera de la editorial, y era en las inmaculadas instalaciones de la Imprenta Madero donde Vicente Rojo y su equipo de diseñadores envolvían aquellas letras en el prístino celofán de su diseño. G
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Christopher Domínguez Michael Participé en el consejo de redacción de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica entre 1987 y 1992, aunque mi nombre permaneció en el directorio algunos años más. Fue una época maravillosa aquélla, de formación literaria pura y dura; hacer La Gaceta era un festín. Nos llamaba a la mesa Adolfo Castañón; estábamos alrededor de él Daniel Goldin, Jaime Moreno Villarreal, José Luis Rivas y yo (entré en lugar de Rafael Vargas, en el número 200, de agosto de 1987). Poco después llegaron Julio Hubard y Francisco Hinojosa. Hicimos números monográficos formidables que leo y releo como si fuesen la Enciclopedia Británica que consultaba Borges. Recuerdo los números sobre Borges, sobre Eliot, sobre Pessoa, sobre Kafka, sobre la crítica, sobre Goethe. Hacer aquellos números no sólo implicaba leer, traducir,
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corregir galeras (yo era pésimo), sino escribir ensayos y escribirlos casi en grupo, de manera dialogada, hacerlos en el corazón de un cenáculo. Dirigieron el fce, en ese lapso, don Jaime García Terrés, Enrique González Pedrero, el licenciado Miguel de la Madrid. Creo que la Gaceta llegó a ser, en su modestia, una de las mejores revistas literarias de América Latina. Hace poco, dos o tres años atrás, nos encontramos juntos, casualmente, a la entrada de la Feria del Libro de Guadalajara, casi todos los que hicimos La Gaceta en los años ochenta. Los que ya he mencionado y algunos otros, como Marcelo Uribe, David Huerta (mi primera colaboración me la pidió él, en el 83, sobre Stendhal), Alejandro Katz, Tedi López Mills. El arca de Noé completa. G
Fabio Morábito Xavier Villaurutia, Nostalgia de la muerte. Juan Rulfo, El Llano en llamas. Juan Rulfo, Pedro Páramo. Octavio Paz, El laberinto de la soledad. Octavio Paz, Libertad bajo palabra. A. S. Neill, El regreso de Summerhill. Erich Auerbach, Mimesis. Werner Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega. Gaston Bachelard, La poética del espacio. Alejandro Rossi, El manual del distraído. Una de las grandes alegrías de mi vida fue poder publicar mi primer libro, Lotes baldíos (1984), en el fce, un golpe de suerte que compartí con otros poetas de mi generación, como Coral
Bracho, Alberto Blanco, José Luis Rivas y Ricardo Castillo. Fuimos, en este sentido, una generación afortunada, diría incluso que mimada. Hoy día es casi impensable que ocurra lo mismo. Además, fue en el Fondo, en sus antiguas oficinas de Av. Universidad, tan accesibles y a la mano, donde conocí a personas que luego fueron mis amigos, como Adolfo Castañón, Daniel Goldin, Rafael Vargas, Tedi López Mills, María Baranda y Christopher Domínguez. Es que uno iba al Fondo por mil motivos: para entregar una traducción, un dictamen, un poema a la Gaceta, después de haber ido previamente para solicitar una traducción, un dictamen o proponer un poema a la Gaceta, y entre tantas idas y venidas acababas conociendo a éste y a aquél, mientras que ahora mandas la traducción, el dictamen y el poema como archivo adjunto desde tu casa. G
Alicia García Bergua Entre los libros del Fondo que siempre me han acompañado están la poesía de Tomás Segovia (1943-1997), la obra poética de Eliseo Diego, la obra reunida de Eduardo Lizalde, el tomo de ensayos sobre poesía de la obra completa de Octavio Paz, Alfabeto del mundo de Eugenio Montejo, La ola que regresa de Fabio Morábito, la obra de Xavier Villaurrutia, la de José Gorostiza, la de Carlos Pellicer. Además gracias a los Breviarios conocí a Gaston Bachelard, a Foucault y a muchos autores más.
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Entre mis grandes ilusiones siempre estuvo publicar alguno de mis libros de poesía en el fce, lo intenté pero no tuve suerte. Quería que al menos uno de mis libros estuviera en ese catálogo de autores que admiro tanto. No obstante tuve la suerte de publicar en la Gaceta del fce, una publicación muy buena; publiqué ahí reseñas de libros de divulgación científica y un ensayo sobre Stendhal, entre otras cosas. La Gaceta era de esas publicaciones que te hacían naturalmente parte de la comunidad cultural de México. G
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Nicolás Alvarado 35 centímetros de fondo
No bien termine de escribir esta nota debo hacer un cálculo: el que me lleve a determinar en cuántas cajas de cartón caben 56 metros de libros, habida cuenta de que las tales cajas —fabricadas en el origen para almacenar tostadas que, a diferencia de la vida y de la memoria, no tienen empacho en asumirse “muy frágiles”— son paralelepípedos rectos con dos caras de 50 centímetros de ancho, dos de 40, y 35 centímetros de fondo. La tarea no es fácil. Primero, porque cada libro exhibe la enojosa particularidad de tener dimensiones en todo distintas a las de sus (falsos) semejantes, lo que ha de llevarme por fuerza a repetir la operación varias veces antes de llegar al resultado final. Y, segundo —pero acaso más importante, y sobre todo más triste—, porque el ejercicio representa el ocaso de una era: la de la existencia de la biblioteca que diera origen a mi vocación lectora. La casa de mi abuela, que también fuera mi hogar infantil y juvenil, se vende. Y, en su nuevo departamento —uno de esos pisos polanqueños de hoy, refulgentes de glamour insulso y estandarizado—, Doña Elvira no dispone de tantas paredes para libreros como hasta ahora. Así, ha decidido fraccionar su biblioteca. Unos pocos volúmenes se los queda ella. Otros tantos, aportados por mi madre a la colección, habrán de regresar a su legítima dueña. Y los más, que fueran de mi abuelo y por tanto constituyen el núcleo del catálogo, me han sido legados en vida, a cambio de mi nimia asunción de las tareas de clasificación y embalaje.
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17 centímetros de alto por 11 de ancho, y lomos de unos 2 centímetros —milímetros más, milímetros menos— impresos en buena parte de la gama del technicolor: en los 35 centímetros de fondo de una caja cabe una quincena de Breviarios del Fondo de Cultura Económica, multiplicados por las ocho torres que las otras dos dimensiones permiten albergar a cada caja. Total: 120 libros. Serán dos cajas, pues. Dos cajas en las que habrá de morar por unas horas o unos días un zoológico fantástico —no me refiero al de Borges aunque, claro, también está incluido— desde el que Bertrand Russell perora y Erich Fromm consuela, donde Julio Torri honra la tradición y Viktor Frankl postula una nueva tradición a partir de los maux du siècle (del siglo xx, quiero decir), donde Héctor Velarde entra en racional éxtasis clasicista y Adolfo Salazar en dosificada decadencia dodecafónica. Nunca los leí todos y aventuro que, aunque ahora sean míos, tampoco llegaré a agotarlos un día. Pero he leído muchos y leeré más. Y allende los placeres y las provocaciones que me han deparado y todavía me depararán los Breviarios, me han dispensado, en su concepción misma como colección, una certeza dichosa: la de que todo lo que ha hecho y pensado el hombre cabe, si no en 35 centímetros de fondo, sí en 75 años de Fondo; la de que, cuando todas las abuelas y los nietos y las casas y las bibliotecas nos hayamos ido, los libros —y con ellos lo humano— seguirán ahí. G
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Álvaro Enrigue
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El año de las orejas calientes
La importancia de una editorial podría medirse en proporción a la cantidad de autores que se sienten en casa en ella. Fui el editor de Literatura del Fondo durante un año exacto entre los veranos de 2004 y 2005, un año en el que al parecer no hice nada más que hablar por teléfono. El primer escritor del día llamaba como a las nueve y al último le decía que sí a todo como a las tres y media. En medio me hablaban todos los demás sin pausa ni misericordia: no hay ningún autor en México —o América Latina, para el caso— que no tenga un asunto que ver en la oficina literaria del Fondo. Esther Seligson, que por entonces vivía en Israel, me llamaba una vez a la semana durante tanto tiempo que supongo que todo el estipendio que cobraría en la universidad en que estaba dando clases se le iría en la cuenta. Hubo una semana en que no me llamó: usó esa parte de la dieta para denunciarme porque no sacaba su libro por estar platicando con ella. Nuestra amistad está fundada en ese gesto. Y no es que tomara llamadas mientras contemplaba el valle metafísico desde el mejor ventanal de la ciudad de México. Atendía al correo electrónico, organizaba comités, retacaba exceles; incluso recibía invitados. Todo con el teléfono eternamente pegado a la oreja. Hubo libros que hice completos por el auricular: Eugenio Montejo revisó su antología verso por verso en una llamada tan larga como las tres californias y Gerardo Deniz me dictó epígrafes en lenguas imposibles para su poesía completa —cuando vio las pruebas me regañó porque
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estaban todos mal. Afortunadamente, las comidas literarias tienen una duración mínima de cuatro horas, de modo que en las tardes podía leer originales, ver portadas, escribir cuartas. Organizar, en lo posible, un programa editorial en el que no había nadie que no tuviera un libro. Un día me hablaron urgentemente de Alemania: era mi propio agente presionándome para que acelerara una obra de otro (la autoestima registró un daño del que no me he repuesto). Hubo un volumen de ensayos de Juan Gustavo Cobo Borda que se quedó misteriosamente atorado en el departamento de corrección. Primero me habló su secretaria, luego él mismo, después el ministro colombiano de algo y al final un mismísimo ex presidente. La cortesía exquisita que utilizó para pedir que se acelerara un libro que no tenía por qué estar detenido, me hizo pensar que alguien como él nunca había hablado con un funcionario de rango tan bajo como el mío. En una ocasión padecí un horrendo ataque de aguas menores mientras atendía a un autor de plática pausada pero insistente. Eduardo Milán —que tenía la apacible costumbre de leer el periódico tomando café en mi oficina— me quitó el auricular de la mano y me señaló con un gesto relajado que fuera al baño. Cuando retomé la conversación, el escritor apenas había notado el relevo. El año del Fondo fue el equivalente a un round en Vietnam: ese periodo de bárbaros y maravillas en el que aprendemos todo lo que nos restaba por aprender y que tal vez no sea tan bueno que hayamos aprendido. G
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Homero Aridjis
En 1971, comenzó mi relación editorial con el fce con la publicación de El poeta niño. Todavía tengo delante de mí el ejemplar de Letras Mexicanas con la bella portada de Francisco Corzas, la cual ha sobrevivido en las ediciones de Tierra Firme. Ese libro conmemoraba dos eventos personales: el retorno a los recuerdos de mi infancia temprana en el pueblo de Contepec, Michoacán, y el inminente nacimiento de mi hija Chloe, en Nueva York. No se trataba de una autobiografía, sino de un libro hecho con sueños, de sueños reveladores de mí mismo. Mi vida hasta entonces estaba separada en dos mitades: una, obnubilada por un accidente de escopeta que sufrí a los diez años, en el que casi muero, y otra, en la que resucité convertido en poeta en el Hospital General de Toluca. El libro comienza con un sueño que tuve en el verano de 1970 sobre mis primeros días de nacido: Chupar. El mundo era una inmensa teta. Un monte a la medida de mi boca. Dedos. Chupones. Succión. Rostros femeninos con presencias de madres. Instantes blancos. Luz lechosa. La hora cóncava. La cuna cálida. Y yo, centro del cuarto, esperando el seno puntual, que me transmitía, como una cornucopia, la vida. Mi más reciente publicación en el fce es la Antología poética (2009), que recoge obra de Los ojos desdoblados (1960) hasta Los poemas solares (2005), sin omitir, desde luego, Ojos de otro mirar, el título bajo el cual se ha publicado mi obra lírica en otros idiomas por ser altamente definitorio. En los versos que siguen
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de “Poema al Sol” convergen ojos y soles, presencias recurrentes de mi vida poética, además de las del sueño y el amor: Si el ojo no fuera solar, ¿cómo podría ver la luz?, dijo el poeta. En la sección “Los poemas soñados” viene un poema que resume mis aspiraciones de libertad espiritual: El deseo de ser uno mismo (Desde Kafka) Si uno pudiera ser un jinete cabalgando a pelo sobre un caballo transparente a través de vientos y de lluvias constantemente sacudido por la velocidad de la cabalgadura si uno pudiera cabalgar intensamente hasta arrojar lejos de sí las ropas porque no hacen falta las ropas hasta deshacerse de las riendas porque no hacen falta las riendas hasta arrojar lejos de sí la sombra porque no hace falta la sombra y así viera que el campo no es campo sino puñado de aire si uno pudiera arrojar lejos de sí el caballo y cabalgar solo sobre sí mismo G
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Huberto Batis
En la sede del fce en Avenida Universidad y Parroquia, fui por primera vez invitado por Emmanuel Carballo, quien hacía entonces la Gaceta, circa 1957. Arnaldo Orfila acabó despidiendo a Carballo no sé por qué razón; oficialmente AO decía que porque en la oficina de la Gaceta hacían mucho alboroto y el ruido no dejaba trabajar a los correctores (absurdo, ¿no?). Muy pronto empecé a hacer reseñas de libros para Manuel Andújar, cuyo ayudante era Tomás Mojarro (de quien me hice muy amigo, tanto que salíamos de picnic con nuestras mujeres y niños, hasta tengo película en 8 mm). Andújar te daba un libro nuevo contra reseña entregada y publicada en algún suplemento. También conocí a Joaquín Díez-Canedo, gerente de Producción, quien me daba manuscritos para hacerles dictámenes “negativos” (me acuerdo de uno de Miguel Barbachano Ponce). Cuando Díez-Canedo se fue a su editorial Joaquín Mortiz en Romita, tuve mucho trato con él. Me daba traducciones mal hechas para reescribirlas y me pagaba no con dinero sino con libros y hasta con una máquina de escribir portátil. A veces me invitaba a comer cuando cambió la editorial a la calle Tabasco, pero para entonces yo le conseguí una reunión con Luis Spota, quien sacó sus libros de Costa-Amic y los dio a J. Mortiz para que los publicara. Spota se encabronó con don Joaquín porque le pidió regalías y no se las dio (Spota comentó que en cambio a Carlos Fuentes le pagaba por adelantado libros aún no escritos). Resultado: Spota abandonó a Joaquín Díez-Canedo y se llevó sus libros con Juan Grijalbo. Recuérdese que Spota publicó en el fce Casi el paraíso casi al mismo tiempo que Fuentes La región más transparente. En 1969 regresé al fce a trabajar como corrector y editor, con Jasmin Reuter, Lauro José Zavala y Juan Almela. Me invitó Raymundo Ramos, nombrado gerente general por Salvador Azuela cuando el “golpe a Orfila”, quien ya había puesto Siglo XXI en una casa que le prestó Elena Poniatowska en la Col. Del Valle. A Ramos lo llevó Arturo Azuela, el hijo del director impuesto por la Junta de Gobierno dominada por Antonio Ortiz Mena y Jesús Rodríguez y Rodríguez, de Hacienda. Raymundo Ramos me
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sacó de corrector y me puso en Producción. Yo traje como auxiliares a Teresa Segovia, Víctor Villela y Juan Carvajal. Duramos muy poco tiempo. Raymundo me comentó que Salvador Azuela era “imposible”. Entonces le ocurrió un accidente en la carretera de Texcoco y Raymundo no daba signos de vida… Salvador Azuela me llamó y me interrogó como un energúmeno sobre el “borrachazo” de Ramos !!! Yo no sabía nada así que nada pude informar. Azuela me encargó el trabajo de Ramos quien pronto se presentó y tuvo un enfrentamiento con Azuela, quien le tiró a la cara su salario, y Ramos lo dejó regado en el suelo, en donde estuvo varios días. Ramos se fue para siempre y me advirtió que echara mis barbas a remojar. Ramos se fue a trabajar a la revista La Capital de Alfredo Kawage Ramia. En efecto muy pocos días después Azuela me echó del fce con mis tres ayudantes por supuesto… y Ramos me dio asilo en La Capital, de donde se fue pronto, lo mismo que nosotros, pues Kawage “tronó” la revista… Eran tiempos difíciles, todavía de Gustavo Díaz Ordaz en la presidencia. Yo hacía la Revista de Bellas Artes, con José Luis Martínez en el inba y Agustín Yáñez en la sep. Cuando llegó Luis Echeverría, puso en el inba al filósofo Miguel Malo, quien ordenó que yo entregara la revista. Entonces Paciencia Ontañón de Lope Blanch me invitó a dar clases en la Universidad Iberoamericana, y Ricardo Guerra me envió con su hermano Manuel Guerra, al cch Azcapotzalco. Llegó de rector Pablo González Casanova, quien fundó los cchs. Me llevé a Inés Arredondo a coordinar los Talleres de Redacción y de Lectura de Clásicos, en las mañanas, y yo la sustituía por las tardes. Teníamos 15 mil alumnos por turno… En tanto en el fce Echeverría se deshizo de Salvador Azuela y puso en su lugar a Francisco Javier Alejo… y de ahí pa’l real vino la montaña rusa de directores políticos, intelectuales algunos, y finalmente el orden que impuso el ex presidente Miguel de la Madrid y sus sucesores. De ahí salió Consuelo Sáizar a dirigir el Conaculta. En su lugar está ahí el hijo de Joaquín Díez-Canedo, el muy capaz Joaquín Díez-Canedo Flores. Larga vida al fce !!! G
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Enrique Serna Mimesis, de Eric Auerbach. Paideia, de Werner Jaeger. La coronación del escritor, de Paul Benichou. Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, de Octavio Paz. La experiencia literaria, de Alfonso Reyes. El dictador resplandeciente, de Rafael F. Muñoz. El alma romántica y el sueño, de Albert Beguin. Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Poesía completa, de Rubén Darío. Ulises criollo, de José Vasconcelos.
El Fondo de Cultura Económica fue la institución cultural mexicana más importante del siglo xx y sus libros han educado a varias generaciones de estudiantes universitarios, entre ellos a mí, que tengo en mi biblioteca infinidad de libros de su catálogo. A pesar de haber tenido como director a un ex presidente gris, que se mantuvo en el puesto dos sexenios, milagrosamente el Fondo ha logrado sustraerse a la corrupción, el amiguismo y la inercia burocrática que caracterizan al aparato cultural del Estado. Sin duda es la editorial que más ha influido en mi formación literaria, y espero que en lo futuro siga siendo un contrapeso al poderío de la mercadotecnia editorial española. G
Juan Manuel Servín Menciono aquí sólo algunos de mis libros favoritos, dado que lo otro (los más importantes del fce en 75 años) me sería imposible pues carezco de la erudición y el rigor bibliográfico que amerita el caso. La lista corresponde a mis lecturas durante los últimos veinte años, más o menos, y es, de algún modo, registro de mis inquietudes existenciales y formación como individuo y como escritor: Aforismos, de Lichtenberg, traducción y prólogo de Juan Villoro. La estética anarquista, de André Reszler. Historia de la locura en la época clásica, de Michel Foucault. Una máquina de leer: la novela policiaca, de Thomas Narcejac. Piratas y corsarios, de Martín Luis Guzmán. Los anormales, de Michel Foucault.
El libro rojo (continuación), Gerardo Villadelángel, coordinador. Cuentos mexicanos, de Stephen Crane. La teoría del apocalipsis y los fines del mundo, de Malcolm Bull (compilador). El libro vacío/Los años falsos, de Josefina Vicens. En cuanto a mi relación con el Fondo, es y será de agradecimiento profundo. El conocimiento es un largo camino a lo desconocido donde uno dice adiós para siempre a la inocencia. En ese sentido, esta casa editorial ha sido para mí una especie de Virgilio a través de libros como los que menciono; fortaleció mi autodidactismo desde mi adolescencia hasta hoy. Además, es un orgullo estrenarme próximamente como autor de la casa, colaborando en el tomo ii de El libro rojo. G
Ana García Bergua El Fondo tiene unas colecciones impresionantes. Desde luego, las obras completas de Paz y las de los Contemporáneos, ediciones de novelas comentadas como La sombra del caudillo, la colección de Letras Mexicanas completa, toda la biblioteca de historia y antropología. Pareciera que en el Fondo se asienta, literalmente, la cultura mexicana que en otras partes está destinada a desaparecer.
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Mi hermano Jordi García Bergua falleció en 1979; cosa de un año o dos después, nos avisaron a la familia que su novela Karpus Minthej había aparecido en el escritorio de Adolfo Castañón; a Adolfo le había gustado y la iba a publicar. Creo que se la llevó Bruce Swansey, pero de todos modos para mí fue algo misterioso y, por supuesto, maravilloso. G
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Fabienne Bradu Una casa de excepción No me gustan los aniversarios y menos aún los de las instituciones. Antes bien, aprecio la continuidad, sobre todo cuando ésta no se advierte. Por eso, la recapitulación a la que me obligan los 75 años del Fondo de Cultura Económica me seduce por la sobriedad con la que he vivido mi pertenencia a la editorial. Pese a las “traiciones” con otras casas editoriales, principalmente debidas a los embotellamientos en la producción del fce, desde 1987 el Fondo de Cultura Económica ha sido MI editorial, porque publicar significa mucho más que sacar un libro. No diría que tanto como entrar en religión, pero sí ingresar a una amplia familia que, dada la envergadura del fce, es una verdadera tribu. Sometí mi primer libro: Señas particulares: escritora al dictamen del fce con la ambición de formar parte de la más digna colectividad intelectual de México. Hasta la fecha ignoro quién lo dictaminó y me aceptó en el cenáculo. Me gustó el rigor de los procedimientos de la editorial.
Pasé mi prueba de traducción como quien se somete a un examen de buena salud gramatical. Además, tengo una gran deuda con los legendarios correctores del fce, que tuvieron la generosa paciencia de señalarme mis incorrecciones en mi lengua de adopción. Al filo de los años, los libros han ganado en belleza exterior, y con las reediciones mis volúmenes van embelleciendo como si había que merecer las apariencias gracias a un contenido sancionado por los lectores. El fce ha dejado atrás una época en que la seriedad estaba reñida con una atractiva envoltura. También habría que mencionar la honestidad de la editorial, casi siempre puntual en el pago de los derechos de autor, un hecho excepcional en un horizonte mercantilizado para lo mejor y lo peor. Son muchas más las características que hacen de ella una casa de excepción, pero el espacio destinado a las palabras siempre es exiguo, incluso en una editorial. G
Sergio González Rodríguez El capital, de Karl Marx. La fenomenología del espíritu, de G. W. F. Hegel. El ser y el tiempo, de Martin Heidegger. La teología de los primeros filósofos griegos, de Werner Jaeger. Introducción a la historia, de Marc Bloch. El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. Ladera este, de Octavio Paz. El Llano en llamas, de Juan Rulfo. Pedro Páramo, de Juan Rulfo. La región más transparente, de Carlos Fuentes. Ante todo he sido lector admirativo de los libros del fce. Son parte consustancial a mi experiencia de vida y sinónimo de calidad y excelencia intelectual y editorial. Vinculo más el fce con la antigua sede de la avenida Universidad que a la actual de Camino al Ajusco. En el trayecto de un edificio a otro su pro-
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yecto humanista sufrió transformaciones decisivas. Tuve la fortuna de conocer a don Jaime García Terrés, el último director del fce que encarnó la tradición cultural que fundara esta casa. Al final de su vida me reveló que el fce había dejado atrás su vocación de editar libros para concentrarse sobre todo en la agencia de venderlos. Lo lamentaba. Ahora las librerías son la vanguardia del fce. Un signo de los tiempos: se venera a las piedras, el monumento, la memoria de lo que que fue el fce, o se privilegia su destino exclusivamente mercantil, o bien su uso como plataforma clientelar y de poder político-burocrático. Pero la prioridad vital del libro impreso, en su fragilidad perdurable, se ha perdido aunque se continúe con la impresión de volúmenes. Habría que unir el renacimiento del imperativo humanista del origen con las renovaciones que imponen los tiempos. Éste sería el mejor homenaje y reto a cumplir en su 75 aniversario. G
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Pablo Boullosa Mis primeros libros del fce
Tuve la suerte de nacer en una casa en la que había muchos libros y pocos lectores. La mayoría de los libros eran religiosos, más precisamente católicos, y seguramente entre tantos volúmenes tenía que haber muchos títulos del fce. Digo esto sólo como una estimación, sin base alguna. No puedo precisarlo porque dejé esa casa en mi adolescencia y hoy el único título del fce que recuerdo con certeza de aquellos años es El Llano en llamas. Entonces intenté leer algunos de sus relatos, pero mi impresión era que su autor, un tal Juan Rulfo, había ahorrado demasiadas explicaciones y datos que según yo eran indispensables para su comprensión. “Adentro de la hija de Anacleto Morones estaba el hijo de Anacleto Morones”, decía una voz no identificada por el autor. ¿Y quién era Anacleto Morones? ¿De dónde venía? ¿Quiénes fueron sus padres? ¿Cómo es que su hijo acabó dentro de su hija? Hablo de una época en la que yo sólo podía leer libros del tipo David Copperfield. No, no hablo del mago. Hablo de una época. Mi verdadera relación con el fce comenzó más tarde, y se debió, más que a mi tenue inclinación por la literatura, a mi afición por la música y más aún a mi aversión por la escuela. Guardo muy gratos recuerdos de la librería del fce que estaba en la esquina de Avenida Universidad y Pilares. Mi preparatoria quedaba muy cerca y yo solía abandonar las clases para perderme en la librería. Tan sólo escuchar la música que hacían sonar en ella, siempre un lp de los que tenían en oscuras y prometedoras estanterías, era una experiencia más educativa y más reconfortante que los inocuos sermones de mis maestros. Yo era más melómano que lector, porque la música me producía un enorme placer sensual y la lectura simplemente me procuraba un pasatiempo, aunque en rigor no sabía apenas nada de música y mucho menos de literatura ni de ninguna otra cosa. Aun así recorría las estanterías y tomaba, por ejemplo, un volumen de Rubén Bonifaz Nuño —El ala del tigre— o de Werner Jaeger —la inmensa, en todos los sentidos, Paideia— y, pleno de ignorancia como el que más, no dejaba de sentir cierto cosquilleo, ¿cierta curiosidad?, al imaginarme lo que podría ser descifrar aquellas páginas. Leía, por ejemplo, estas líneas de Bonifaz Nuño: Sobre la milpa de tu sueño terrestre, barcos pasan. Corren peces bajo tu piel, raíces. Y del amor que dura siempre y del que se acaba, te iluminas. Olvido, simiente de acordarse.
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Francamente no entendía nada, y creo que hoy tampoco. Pero entonces no podía ni siquiera oír los versos. Hay cosas que duran siempre, y otras que no, y no logro iluminarme. También la Paideia sigue siendo demasiado para alguien con mi preparación. Ignorancia, simiente de saberse. En esa librería compré mis primeros libros y algunos discos, con la inconsciencia propia de la primera juventud, y las ventajas que me daba el recibir, todavía, una cantidad equis de dinero que me entregaba mi padre, confiado en que yo estudiaba. En realidad lo único que hacía era dedicarme, casi por completo, a averiguar quién era yo en el mundo y, en menor medida, a dilucidar quién era el mejor intérprete de las sonatas de Beethoven. (Pollini fue mi respuesta tentativa.) La escuela apenas tenía que ver con eso, y los libros, como iba a descubrir poco a poco, tendrían muchísimo más que ver. Quizá el primer libro del fce que compré haya sido la Antología del cuento hispanoamericano, de Seymour Menton. Debió ser una mezcla de ganas de saber, tan pronto como me fuera posible, cómo se contaban los cuentos en nuestro continente, junto con la vergüenza de no tener ni la más remota idea. ¿O fue La estación violenta, de Octavio Paz? Mis recuerdos más antiguos de la colección Letras Mexicanas están en ciertos versos de “El cántaro roto”: Dime, sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes, por el hambre sin dientes, polvo molido por dientes que son siglos, por siglos que son hambres, dime, cántaro roto caído en el polvo, dime, ¿la luz nace frotando hueso contra hueso, hombre contra hombre, hambre contra hambre, hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra, hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol de anchas hojas de turquesa? La estación violenta también incluía el “Himno entre ruinas”, con sus muchachos fumando marihuana en lo alto de la pirámide, y Piedra de Sol, un poema demasiado largo para mi pobre, escasa capacidad de concentración en aquellos años. No ha sido fácil pasar de Las aventuras de Guillermo a Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, pero ha sido muy enriquecedor. Hablando de riqueza, y de aquellos años, y de aquellos libros, no dejaba de pensar que los libros del fce no eran tan baratos como debieran, pues suponía que una editorial del Estado promovía en verdad una cultura económica en el sentido en el que uno puede rentar, por ejemplo, un auto económico. Grande fue la Gaceta 21
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mi sorpresa al descubrir que Económica no era sinónimo de Barata, Rebajada, Conveniente. Como lo fue descubrir, mucho más tarde, que el nombre de la colección Tezontle originalmente iba a ser Cenzontle, hasta que un afortunado error de imprenta iluminó a Alfonso Reyes. Cuando tenía 16 años leí, en dos o tres tardes memorables, como una epifanía, Autoridad e individuo, de Bertrand Russell, en la colección Breviarios. A esa epifanía siguieron muchas otras, con autores como Martin Buber, Viktor Frankl, Nicola Abbagnano, Xavier Villaurrutia, Erich Fromm, etc. Decidí entablar para siempre un diálogo con los libros. Sí, un diálogo. Platón decía que los libros no escuchan cuando uno les dice algo. Para mí esto es apenas una suposición, no necesariamente más cierta que el cuento de las sombras y la caverna. Así que puede decirse que sigo creyendo en los Reyes Magos (o en las sucesivas epifanías). Quizá no haya mejor experiencia que la de ser un joven que comienza, y tuve la suerte de
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contar con los títulos del fce para acompañarme. Creo que no hay mejor inversión pública que la de permitir que las personas entren en contacto con las mejores inteligencias de México y del mundo, de todas las épocas y todas las disciplinas. Le doy las gracias al fce por ayudarme a crecer, y en verdad espero que muchos miles, millones de mexicanos corran con la misma suerte. Siete noches, de Jorge Luis Borges. La fábula de las abejas, de Bernard Mandeville. La rama dorada, de Sir James George Frazer. Quetzalcóatl y Guadalupe, de Jacques Lafaye. Recordando a los clásicos, de Kenneth Rexroth. Nueva memoria del tigre, de Eduardo Lizalde. Muchos Méxicos, de L. B. Simpson. El héroe de las mil caras, de Joseph Campbell. Leviatán, de Thomas Hobbes. Del relámpago, de Gonzalo Rojas. G
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Mauricio Montiel El agua y los sueños. Ensayo sobre la imaginación de la materia, Gaston Bachelard. Ficcionario. Una antología de sus textos, Jorge Luis Borges. Historia de la locura en la época clásica, Michel Foucault. El ser y el tiempo, Martin Heidegger. Aforismos, Georg Christoph Lichtenberg. Libertad bajo palabra, Octavio Paz. El pacto con la serpiente. Paralipómenos de “La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica”, Mario Praz. El mundo como voluntad y representación, Arthur Schopenhauer. Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción, George Steiner. Viaje sentimental por Francia e Italia, Laurence Sterne. He sido lector, editor y escritor del Fondo de Cultura Económica, en ese orden. En otras palabras, he sido outsider e insider de una de las editoriales iberoamericanas con mayor tradición en la formación de lectores serios e inteligentes; jugar este doble papel me ha permitido adquirir una experiencia definitiva en mi proceso personal. Como lector, agradezco que el fce
continúe fortaleciendo y puliendo un catálogo de calidad en estos tiempos en que la industria editorial parece inclinarse más bien por la cantidad de títulos vendidos sin importar demasiado su contenido. Como editor del área de literatura del fce en México, aprendí que el arte de la edición implica una labor compleja y exhaustiva que no obstante trae enormes satisfacciones; trabajar con valiosos colegas a ambos lados del escritorio —es decir, dentro y fuera de la oficina— me permitió establecer amistades y complicidades que espero mantener en el futuro, y que de otra forma no habrían existido. (Acostumbrado a las presiones semanales de suplementos y revistas culturales, tuve que cambiar mi reloj interno para habituarme a la tensión diaria de la producción de libros. No me arrepiento del cambio: así descubrí que en el mundo editorial también hay diferentes husos horarios.) Como autor del fce, estoy satisfecho y agradecido de que mi libro Terra cognita (2007) se haya publicado tal como lo imaginé; a lo largo del proceso de edición, que incluyó proponer el diseño de portada que más me atraía, sentí como si trabajara en mi propia casa editorial, cuidando y controlando cada detalle. Porque eso es justo el fce: una casa en la que uno se puede sentir a sus anchas, como invitado de honor. G
Luis Jorge Boone Libertad bajo palabra (Obra poética1935-1957), de Octavio Paz. Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Erdera, de Gerardo Deniz. Obras, de Gilberto Owen. Farabeuf, de Salvador Elizondo. Nueva memoria del tigre, de Eduardo Lizalde. Cuentos reunidos, de Amparo Dávila. Obras reunidas I. Cuentos, de Juan García Ponce. Antología de aire, de Gonzalo Rojas. La región más transparente, de Carlos Fuentes.
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Incluso en Monclova se podían encontrar libros del fce. Quizá la frase no diga gran cosa a muchas personas, pero en un país de escasísimas librerías y ofertas editoriales que apuestan por la facilidad y la moda, encontrar un libro de poemas de Paz o una novela de Fuentes en mi remoto paisaje me hizo convertirme en fan y lector de la gran editorial mexicana. Ahora, siglos o eras geológicas después —o eso parece—, que el Fondo cobija un libro de mi autoría en su catálogo, me siento como un niño al que Ronaldo regaló su camiseta al terminar un partido, y ahora va de la casa a la escuela con su trofeo bajo el uniforme. Una felicidad secreta, ingenua; un círculo que se cierra. G
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Guillermo Samperio
Es difícil dar una opinión general del desempeño del Fondo de Cultura Económica (fce), a menos que se haya formado parte de la institución. Lo que puedo afirmar es que cuando empecé a escribir, hará unos 40 años, encontré en esta editorial a los autores mexicanos fundamentales en los diversos géneros literarios. Cuando tenía esos 20 años no se me ocurría pensar en que alguna vez pudiera publicar en el fce. Allí leí a mis autores predilectos, como Torri, Arreola, Revueltas, Reyes, Martín Luis y muchos más. Cuando me introduje en la economía, la filosofía o la sicología, encontré también autores fundamentales. Llegó un día, por ahí del 83 (ya era yo conocido), cuando tuve el original de Gente de la ciudad, un libro de varia invención, y fue aceptado por el fce y se distribuyó en el 85. En mis 25 años de escritor, con el título Cuando el tacto toma la palabra (toda mi ficción breve hasta el momento), el fce publicó un tomo. Entre los escritores de literatura existe la idea de que hay que publicar por lo menos un libro en el fce y estar en el catálogo, aunque sepamos que la promoción será casi nula. Una vez cumplido el trámite, nadie quiere volver a publicar ahí, a veces ni las vacas sagradas. El problema, nos decimos, es que el fce es o debería ser la editorial de los escritores mexicanos, y tiene el compromiso de una promoción fuerte, nacional e internacional, de nuestra obra. Entonces no tendríamos que darla a editoriales extranjeras. Quiero pensar que sería prudente crear dentro del fce un área exclusiva para la promoción de los autores mexicanos en el país y fuera de él con un plan de promoción y ventas muy
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eficaz, pensando incluso en la venta para ser traducidos a través de gestiones con editoriales del extranjero. Ésta es mi lista de los diez autores y sus obras (van en orden alfabético, no en orden de importancia porque, más o menos, alcanzan el mismo nivel, exceptuando El capital, que fue un descubrimiento para la humanidad tanto como la teoría de la relatividad): Juan José Arreola: Confabulario. Varia invención (cuentos, fábulas y textos breves inclasificables). Fernando del Paso: Obras (dos tomos). Salvador Elizondo: Farabeuf (novela). José Gorostiza: Muerte sin fin y otros poemas. Martín Luis Guzmán: Obras (dos tomos) (novelas, crónicas y testimonios). Carlos Marx: El capital (tres tomos) (fundador de la economía moderna). José Revueltas: Los errores (novela). Alfonso Reyes: Obras completas (“n” tomos) (Ensayos, historia y creación literaria). Juan Rulfo: Pedro Páramo (novela). Julio Torri: De fusilamientos y otras narraciones (cuentos y microficción). Lástima que sólo pusieron diez (como los pecados; de ahí viene elegir 10 para todo; el mejor portado saca 10 —pero bastardías—) porque me faltaron Carlos Pellicer, Salvador Novo y Carlos Fuentes, pero la ausencia que más me duele es la de Pellicer, pero ya puse al mero-mero de la poesía por los siglos de los siglos (otra referencia religiosa): Gorostiza. G
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Leopoldo Lezama Fondo de Cultura Económica: la memoria ha levantado ya una fortaleza
El alma piensa, se detiene, se observa, quiere armar anaqueles para ordenar sus obsesiones, concibe la muralla que hará frente al torrencial paso de las eras. Entonces la historia se recobra, la memoria crea una resistencia contra el tiempo, pues como pensaba Gastón Bachelard: ¿Qué sería una resistencia si no tuviera una persistencia, una profundidad sustancial, la propia profundidad de la materia? La raíz levanta un árbol, un templo, una casa grande donde el pensamiento se ha propuesto construir un escenario para el curso de los siglos. Y esto ha hecho el Fondo de Cultura Económica a lo largo de 75 años: ha detenido el tiempo para ubicar los instantes en que se ha ido formando el perfil del hombre contemporáneo. La revisión crítica de la historia, el análisis del pensamiento filosófico, la investigación y el rescate de las culturas antiguas, la elaboración de estudios sobre el comportamiento de las sociedades, la divulgación de admirables obras literarias, son algunas de las labores que esta casa ha realizado. Ha reunido con criterio impecable las diversas manifestaciones de una comunidad creativa, ha abierto el aula universitaria para los lectores en castellano, ha sido la Academia que por décadas viene diseñando el coloso imaginario de México y América. Breviarios es una de las mejores colecciones que ofrecen un amplio panorama de la cultura universal, la Gaceta es una de las más notables publicaciones periódicas literarias en castellano, Letras Mexicanas ha publicado varias de nuestras obras mayores; aquí están los libros de nuestros grandes poetas: Velarde, Paz, Villaurrutia, Owen, Cuesta, González Martínez, Bonifaz Nuño, Huerta, Montes de Oca, Segovia, Pacheco, Gorostiza; aquí Alfonso Reyes dejó una de las obras capitales del siglo xx, Arreola instauró para siempre una manera de hacer cuento con su Confabulario, y un lunes de 1954 Juan Rulfo entró a las oficinas de Alí Chumacero con las cuartillas de la novela más bella escrita en México: Pedro Páramo. Al tiempo de abrir un espacio donde se expusiera el espíritu nacional y americano, el Fondo de Cultura logró lo que intentaron los pensadores ateneístas y los poetas del grupo Contemporáneos: la creación de un gran canal que trajera las manifestaciones más importantes de Europa. De esta forma, a las primeras traducciones de libros de economía hechas por Antonio Castro Leal, Salvador Novo y Alfonso Reyes, el proyecto editorial se extendió hacia muchas más áreas del quehacer intelectual. Entonces (sólo hay que recordar los espléndidos trabajos de hombres como Samuel Ramos, José Gaos, Manuel Sánchez Sarto y Wenceslao Roces), aquí se hicieron magníficas
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traducciones de Marx, Hobbes, Weber, Russell, Foucault, Fromm, Piaget, Heidegger, Canetti, Bobbio, Berlin, Habermas, Todorov, Ricoeaur, Steiner, Bachelard, Bajtin, LéviStrauss, entre muchos otros. De esta manera, lo que en principio comenzó como un surtidor de libros para la antigua Escuela Nacional de Economía, creado, entre otros, por Daniel Cosío Villegas, pronto se transformó en un enorme organismo desde el cual, y hasta la fecha, ha adquirido forma buena parte del torrente intelectual del último siglo. Mediante el cultivo de la sociología, la pedagogía, la economía, la antropología, la literatura, la ciencia política, la filosofía, la historia del arte, el Fondo de Cultura Económica le ha dado un digno cauce al pensamiento actual. Si ha habido durante el siglo xx y lo que va del xxi alguna expresión del alto espíritu, ésa ha sido reflejada aquí, en el lugar donde la inteligencia, la sensibilidad y el ansia de integración ha vuelto tangible el carácter de la cultura universal. La raíz crece, se bifurca, las eras detenidas se esclarecen, brindan sus más brillantes resúmenes: el puente colgante que va del tratado a la teoría, del análisis al verso. Los siglos corren, el intelecto se vierte sobre materia fija, y el Fondo de Cultura Económica es ese viejo maestro que durante 75 años ha labrado zonas fértiles para el pensamiento. El alma imagina, formula una marea para saciar la sensación de vastedad, el infinito percibido como una planicie transitable. Entonces el tiempo se detiene, reposa, visualiza tierras a lo lejos… la memoria ha levantado ya una fortaleza. No hay en nuestra lengua una casa editorial, donde el alto pensamiento haya construido tan magistralmente la imagen gigantesca de nuestra cultura, y donde haya quedado, tan claramente definido, el registro de una civilización que se construye. El ser y el tiempo, de Martin Heidegger, trad. José Gaos, 1951. El capital, de Karl Marx, trad, Wenceslao Roces, 1946. Pedro Páramo, de Juan Rulfo, 1955. Pensamiento y poesía, de María Zambrano, 1939. Leviatán, de Thomas Hobbes, 1940. Economía y sociedad, de Max Weber, 1944. La poética del espacio, de Gaston Bachelard, 1957. Historia de la locura en la época clásica, de Michel Foucault, 1967. La invención de América, de Edmundo O’Gorman, 1958. Confabulario, de Juan José Arreola, 1953. G
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Pura López Colomé
Debo comenzar por decir que me es sumamente difícil elegir estos diez libros, ya que el Fondo de Cultura Económica ha sido clave en mi vida literaria. He aquí, sin embargo, algunos de los libros a los que acudo con frecuencia, y que se han vuelto compañía indispensable para mí. Las Obras completas (más de 26 tomos, hasta hoy), de don Alfonso Reyes. Las Obras, de Xavier Villaurrutia. Las Obras completas —mi preferida, de las cuales sigue siendo, hasta hoy, El arco y la lira—, de Octavio Paz. Las Obras, de Ramón López Velarde. Poesía, de José Gorostiza. Las Obras, de Juan Rulfo. El ensayo mexicano moderno (2 tomos) y Nezahualcóyotl: vida y obra, de José Luis Martínez. Erasmo y España, de Marcel Bataillon. Minucias del lenguaje / Nuevas minucias del lenguaje / El español en América, de José G. Moreno de Alba. Tarde o temprano, de José Emilio Pacheco. Antes que nada, como autora, he tenido el privilegio de ser miembro de la familia del Fondo de Cultura Económica, la mejor casa editorial de quienes no sólo apreciamos la mexicanidad per se, sino el haber recibido gracias a ella un lugar como artistas, como escritores, en la lengua de este país. El fce ha publicado mi poesía, así como mis traducciones de los ensayos de Seamus Heaney, poeta irlandés, Premio Nobel de Literatura 1995. En la Gaceta he publicado poesía, traducciones y ensayo, todo lo cual constituye mi quehacer principal. No creo que haya poeta que no crea en el poder musical inherente a la realización expresiva que le es propia y, por tanto, en su oralidad indispensable, eso que Juan José Arreola siempre defendió: la poesía en voz alta. Por medio de la colección Entre Voces, el fce ha destinado este espacio especial a su desempeño, dentro del cual también tuve la oportunidad de grabar una antología bilingüe de poesía (5 cds), junto con el gran poeta y traductor
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escocés Alastair Reid, que saldrá a la luz en enero de 2010. Nunca imaginé que algún día podría considerarme autora “de casa” en el fce, así que el orgullo que siento podría muy fácilmente desembocar en los excesos emotivos. No obstante, por esta ocasión, aquí y ahora, me lo estoy permitiendo. Como lectora, si he de ser franca, no sé qué haría sin el fce. Uno de sus fundadores y mi Capitán con C mayúscula, don Alfonso Reyes, con la visión humanísitica y cultural que caracterizó todas sus empresas, a mí en lo particular me ofreció su obra desde muy joven y, desde luego, las colecciones que se relacionaban estrictamente con el campo literario y lingüístico. Reyes me enseñó a leer bien, lo digo sin soberbia alguna; a distinguir el arte en un texto bien escrito, a sentir en carne propia su capacidad transformadora. Mi padre era un lector muy ávido. En su biblioteca, los títulos del fce ocupaban un lugar primordial, y no nada más en lo que al arte se refería: hablo de libros de historia, filosofía, economía, psicología, que siempre me ofrecieron un marco referencial casi abrumador. El fce, según insistía este hombre a quien debo tanto, es una garantía para todo aquel que desee poseer un mínimo nivel cultural y encontrarle un sentido a la vida. Es mucho decir. Y, paradójicamente, poco es lo que uno podría decir a su favor: ahí están los libros como prueba, al alcance de todos nosotros y, huelga decirlo, a precios accesibles. Como editora, sólo he participado en la serie Anuario de poesía, teniendo a mi cargo el volumen del 2006. No solamente gocé de toda la libertad para hacerlo, sino que la tarea misma me enriqueció enormemente al ponerme a leer a fondo, sobre todo, a los jóvenes poetas que quizás no habría leído con el mismo interés a no ser por un proyecto como éste. Así que incluso podría decir que no hice un trabajo para el fce, sino que él lo hizo por mí. También edité y escribí el prólogo de la Poesía reunida de Juan Carvajal, lo cual me permitió dar a conocer lo mejor de un poeta tan importante para nuestras letras, y con ello rendirle un merecido homenaje. ¡Felicidades, fce! G
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Carlos Montemayor Tradición clásica, de Gilbert Highet. La vida literaria en la Edad Media, de Gustave Cohen. Literatura europea y Edad Media latina, de Robert Curtius. El otro mundo en la literatura medieval, de Howard Rollin Patch. El alma romántica y el sueño, de Albert Béguin. Mimesis, de Erich Auerbach. Psique, de Erwin Rohde. Paideia, de Werner Jaeger. La rama dorada, de James George Frazer. El toro de Minos, de Leonard Cottrell.
Mi relación con el Fondo como lector ha sido permanente, como autor ha sido muy breve y errática. Mi primer libro de poemas publicado por el Fondo lo cuidó Alí Chumacero y fue el momento en que entré en contacto personal con él. A partir de entonces hemos sostenido una amistad muy importante para mí y para mi formación como poeta y literaria en México. Luego, no fue hasta el período de Consuelo Sáizar, que el Fondo volvió a integrarme como autor. G
Pedro Ángel Palou Babel, de George Steiner. Pedro Páramo, de Juan Rulfo. La región más transparente, de Carlos Fuentes. El iluminismo rosacruz, de Frances Yates. Tarde o temprano (Poemas 1958-2000), de José Emilio Pacheco. Paideia, de Werner Jaeger. El ser y el tiempo, de Martin Heidegger. Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda. El arco y la lira, de Octavio Paz. Obras, de Xavier Villaurrutia. He comenzado amando al Fondo como lector —lo sigo haciendo ahora. Tuve la oportunidad de publicar mi novela En la alcoba de un mundo allí, lamentablemente en Cuadernos de la Gaceta, por lo que no volvió a reimprimirse. Sé que se dictaminó positivamente la edición corregida de mi ensayo La casa del silencio, aproximación en tres tiempos a Contemporáneos, pero nunca salió. Prefiero, sin embargo, ser el
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ávido lector del Fondo y disfrutar con mis amigos la colección infantil que inició Daniel Goldin y que continúa con un tino admirable. Cuando salió González Pedrero y entró De la Madrid me tocó presenciar un zafarrancho de antología entre Martha Robles —que venía acompañada con su marido de entonces, Gastón García Cantú— y el policía de la puerta. El Fondo estaba entonces en el laberíntico edificio de Parroquia y Universidad. Más de veinte minutos duró el lío y al final la Robles entró amenazando al guardia a la manera mexicana: “Usted no sabe con quién se metió, no se extrañe si mañana amanece despedido”. Y todo porque no quiso dejar una credencial en la puerta. Ahora hasta en el metro vas a tener que identificarte con la cédula de identidad. Lo que quiero decir es que el Fondo tiene que volver a esa relación personal entre el editor y el escritor. Una relación que se hace en el café, en las largas pláticas, no en las oficinas ni con la burocracia. G
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Sandra Lorenzano
Empiezo por la segunda pregunta que, en realidad, da la clave para la primera: Desde que tengo memoria, mis padres guardaban en el clóset más alto de la casa —después aprendí que eso en buen idioma argentino se llama “baulera”, aunque en mi casa se llamara simplemente “el placarcito del baño”, porque curiosamente esa especie de tapanco de entrada pequeña pero muy profundo, estaba en el baño (¿qué habrá pensado el arquitecto que diseñó la casa en los años 40?)—, pero bueno, a lo que voy: decía que guardaban en ese lugar varias cajas (¿cinco, seis, ocho? Como todo recuerdo, éste es incierto) con libros. Me sorprende la normalidad con que veíamos nosotros, los chicos, allá por los años sesenta, que una parte de la biblioteca familiar estuviera oculta. Parecía tan natural como el pan con manteca y azúcar de las mañanas, o las vueltas a la manzana en bicicleta, o las moscas del verano porteño. Sabíamos que había habido un golpe de Estado hacía poco tiempo. Me acuerdo del momento en que entró una vecina mientras desayunábamos y le dijo a mi mamá: “Graciela, prendé la radio que hay golpe de Estado”. Pero como ése no era el primero ni sería el último, las cajas con libros estaban allí y seguirían allí por diez años más. Iba a escribir para siempre, pero no fue así. Cuando el 24 de marzo de 1976 hubo un nuevo golpe militar, mi padre decidió que era el momento de deshacerse de la parte más querida de su biblioteca, la del “placarcito del baño”. Empezamos entonces a usar más que nunca la parrilla del fondo del jardín. Todas las noches encendíamos el fuego para ir quemando el tesoro de la familia. Todos llorábamos. Mis padres por lo que aquello significaba; nosotros ¿por solidaridad? ¿Por contagio? ¿Intuíamos lo que estaba pasando? ¿Sería cierto que no había otra forma de salvar la vida? Ya éramos adolescentes y nos creíamos invencibles como todos los adolescentes del mundo. Pero Papá había estado preso por “ideólogo de izquierda” (?) en el 68 y parecía que ahora “la mano venía más dura”. Deshacernos de los libros era protegernos. Varias noches repetimos el ritual, hasta que un vecino, de los muchos cómplices del autoritarismo que rondan siempre por ahí, comentó: “¿No está haciendo demasiados asaditos, doctor?” Fin de las fogatas. A partir de entonces, llenábamos maletas y las tirábamos al río.
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Otra vez, claro, llorábamos todos. Lo que vino después es historia conocida: la represión, los desaparecidos, el exilio. Los libros del placarcito fueron las primeras víctimas de la familia. Cualquiera que conozca el catálogo del Fondo puede imaginarse cuántos de sus títulos murieron ahogados o en la hoguera. Yo recuerdo algunos en este momento: Los dos tomos de la Breve historia de la Revolución mexicana de Jesús Silva Herzog (¿cómo iba a estar en un lugar visible un libro con la palabra “revolución” en el título. Cuando llegamos a México y descubrimos que se llamaba así la avenida por la que caminábamos todos los días para ir al colegio, pasando por el mercado de Mixcoac, no podíamos creerlo). Los de abajo de Mariano Azuela. Un título demasiado “populista”. El pensamiento hispanoamericano de José Gaos. Era sospechoso a pesar de que no dijera “latinoamericano”, palabra mucho más subversiva, como todo el mundo sabe. En mi catálogo personal se suman muchos libros del Fondo a los que vuelvo una y otra vez, para escribir sobre ellos, para dar clases o simplemente por el puro “placer del texto”. Pienso, por ejemplo, en El Llano en llamas que fue el primer libro que me regalaron en México. Me lo dio Pilar García Fabregat que era mi profesora de historia, con una hermosa dedicatoria que me invitaba a conocer de verdad mi nuevo país. Después corrí a la librería a comprar Pedro Páramo. Me deslumbra cada vez que lo abro. Pienso en Balún Canán de Rosario Castellanos, que me enoja y me conmueve por igual siempre que lo leo. O en los cuatro tomos de las Obras completas de sor Juana que me regalaron cuando entré a la Facultad. Pienso en Libertad bajo palabra y El arco y la lira. Los dos libros que me resultan más entrañables de Octavio Paz. En Memorias póstumas de Blas Cubas de Machado de Assis, porque América Latina no sólo habla en español. O en Arte y poesía de Heidegger, al que llegué gracias a Paul Celan. Y muchos otros que me han revelado mundos —exteriores e interiores— y que me acompañan de manera cómplice y generosa en la vida. Lejos de cualquier tapanco. G
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Paola Tinoco Confabulario, de Juan José Arreola. Manual de zoología fantástica, de Borges y Margarita Guerrero. Obras reunidas, de Rosario Castellanos (cuentos). Sinfonía concluida y otros cuentos, de Augusto Monterroso. El arco y la lira, Octavio Paz. Farabeuf, de Salvador Elizondo. Los de abajo, de Mariano Azuela. Cuentos completos, de Amparo Dávila. Los paseos de la ciudad de México, de Salvador Novo. La guerra de las gordas, de Salvador Novo.
Mi relación con el Fondo se divide en dos: la parte en que trabajamos codo a codo para organizar eventos literarios, y la parte personal, como vecina de una de las librerías (Rosario Castellanos) que se ha convertido en un punto de encuentro con los amigos, con lecturas, y con un café, en los ratos de ocio. Mi acercamiento al fce fue a través de libros que necesitaba para la carrera (sociología) entre los que se contaban Un siglo de la educación en México 1 y 2 de Latapí, ¿Podremos vivir juntos? de Alain Touraine y Economía y sociedad, de Max Weber. Después de verme obligada a comprar estos libros hurgué en el catálogo del Fondo y encontré lecturas que no eran obligatorias y me gustaban mucho más. G
David Miklos Pedro Páramo, de Juan Rulfo (Colección Popular). El Llano en llamas, de Juan Rulfo, (Colección Popular). Los misterios de Trieste, de Jean Piel (Breviario). Reunión de familia, de Julieta Campos (Lecturas Mexicanas). Tiempo destrozado, de Amparo Dávila (Lecturas Mexicanas). Música concreta, de Amparo Dávila (Lecturas Mexicanas). Memoria para el olvido, de Robert Louis Stevenson (Tezontle). Rusia y sus imperios, 1894-1991, de Jean Meyer (Historia). Objetos sobre una mesa, de Guy Davenport (Noema). El horror económico, de Viviane Forrester (Sociología). Los libros del fce han sido una presencia perenne en mis libreros. Tanto la casa de mis padres, en la que viví entre 1970
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y 1993, como la mía, están habitadas por centenas de volúmenes editados por el Fondo. Todo lo que sé sobre Grecia y Roma se lo debo a los Breviarios. Y mi acercamiento a la mejor literatura mexicana se consolidó con los libros que comprenden las Lecturas, así como varios títulos fundacionales ubicados en la Colección Popular. Para novedades, siempre están las coediciones con Siruela (y con Turner, en su momento). Como lector, es imposible salir sin un libro del fce cuando se visita sus librerías. Como editor, no hay mejor curso que asomarse al catálogo del Fondo y contemplar la evolución de sus portadas, cajas y selecciones tipográficas. Cualquier cosa que diga aquí será ínfima en comparación con lo mucho que los libros editados por el fce me significan. G
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Pablo Raphael Viajeros extranjeros en México, Juan José Iturriaga. Clipperton, isla mexicana, Miguel González Avelar. Obras completas, de Octavio Paz. Obras completas, de Alfonso Reyes. Obras completas, de Martín Luís Guzmán. Erasmo y España, Marcel Bataillon. Antología de la literatura mexicana del siglo XX, Christopher Domínguez. Artaud, todavía Fabienne Bradu. Traspatios, Luis Ignacio Helguera. El diablo y Cervantes, Ignacio Padilla.
a No recuerdo mi primer contacto con el Fondo, pero sí el último. Durante el periodo lectivo de mis estudios de doctorado en España no hubo clase donde no se reconociera al fce como la editorial que hizo posible el flujo cultural y de ideas durante el franquismo. México editaba lo que España prohibía y los libros del Fondo eran un botín (muchas veces en riesgo) que ahora se guarda en estantes abiertos. Los libros del Fondo honran la memoria histórica, la educación sentimental y la formación de muchas generaciones de españoles que hoy viven en libertad y democracia. Lo qué más me honra del Fondo es que uno de sus libros me haya sido dedicado. G
Eve Gil Obras completas, de sor Juana Inés de la Cruz. El lenguaje secreto de Hildegard von Bingen, vida y obra/ Verónica Martínez Lira y Alejandro Reta Lira, compiladores. Los anormales, de Michel Foucault. Cultura femenina, de Rosario Castellanos. Otromundo, antología poética de Juan Gelman. Tablero de divagaciones I y II, de Eduardo Lizalde. Un folletín realizado: la aventura del conde Rousset-Boulbon, de Margo Glantz. Tiene la noche un árbol, de Guadalupe Dueñas. Tiempo destrozado y música concreta, de Amparo Dávila. El duelo de los ángeles: locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno, de Roger Bartra.
Con el fce he tenido relaciones paralelas, la principal, como lectora. Considero que cuenta con el mejor catálogo de autores latinoamericanos y de ensayo literario de Iberoamérica. Por otro lado, desde 1998 mantengo un vínculo profesional con el fce, donde empecé haciendo reseñas para aquellos famosos “encartes” de La Jornada, y actualmente, como titular de la columna Charlas de Café de la revista Siempre! y del blog La Trenza de Sor Juana, sigo gozando de la confianza y generosidad de esta gran casa editorial que comparte conmigo sus novedades editoriales. G
Daniel Rodríguez Barrón Por más que intento, no puedo recordar cuál fue el primer libro del Fondo de Cultura Económica que leí. Su presencia en mis libreros me parece que data de siempre. Lo que encontré en el fce fue mi primera enciclopedia. Allí había de todo, historia, filosofía, literatura, ciencia. No es posible ser un lector mexicano sin tener toda una colección de sus libros, porque, en cierto modo, el Fondo es una suerte de conciencia editorial del país. Tiene un catálogo vivo que ha dejado huellas, y lo mismo edita clásicos que escritores contemporáneos; se ocupa de la poesía y de la ciencia, para nombrar sólo los géneros imposibles pero insumisos, de pocos lectores, y al mismo tiempo, conserva un aire de editorial boutique por selectiva, con títulos donde necesariamente se corre un riesgo y su nombre suena a una contraseña entre enterados. Su presencia es una defensa de la inteligencia, un alegato que dura 75 años contra la idea de que en este país no se lee.
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Reflexiones sobre la historia, de Jacob Burckhardt. De paseo con Heródoto, de Jacques Lacarrière. Viaje sentimental por Francia e Italia, de Laurence Sterne. Cien libros claves del movimiento moderno, de Cyril Connolly, 1880-1950. Los cuatro cuartetos (trad. de José Emilio Pacheco), de T. S. Eliot. El alma romántica y el sueño: ensayos sobre el romanticismo alemán y la poesía francesa, de Albert Béguin. Ensayo sobre el entendimiento humano, de John Locke. Ética demostrada según el orden geométrico, de Baruch de Spinoza. El progreso de la civilización, de Norbert Elias. Pedro Páramo, de Juan Rulfo. G
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Omegar Martínez Popol Vuh. Antiguas leyendas del Quiché. Poesía no eres tú. Obra poética 1948-1971, de Rosario Castellanos. Tarde o temprano (Poemas 1958-2000), de José Emilio Pacheco. La muerte tiene permiso, de Edmundo Valadés. El cuento hispanoamericano. Antología crítico-histórica, de Seymour Menton. La casa de la tribu, de Sergio Pitol. El Llano en llamas, de Juan Rulfo. ¿Águila o sol?, de Octavio Paz. Obras completas, de Martín Luis Guzmán. Leviatán: o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, de Thomas Hobbes.
El Fondo de Cultura Económica siempre significó para mí algo casi inalcanzable. Para darle contexto a esta sensación habría que pensar que el primer presidente del que tengo memoria es don Miguel de la Madrid —no sé por qué razón uno siempre piensa en el presidente como en ese presidente del que se acuerda cuando era niño—; después, cuando mi amor por la lectura me llevó a estudiar letras y me di cuenta de qué tan importante era el Fondo, la institución estaba a cargo del presidente. Esto para mí no era más que la confirmación de la importancia de sus libros, de su catálogo, de su historia literaria. G
Heriberto Sánchez 1001 años de la lengua española, de Antonio Alatorre. La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas S. Kuhn. El ser y el tiempo, de Martin Heidegger. Paideia, de Werner Wilhelm Jaeger. Farabeuf, de Salvador Elizondo. El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. El proceso de la civilización, de Norbert Elias. La invención de América, de Edmundo O’Gorman. El capital de Karl Marx. Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda. Los que me conocen dicen que tiendo a exagerar. Pero estoy cierto que esta vez estarán de acuerdo conmigo cuando digo que el Fondo de Cultura Económica ha sido mi segunda alma mater (en tiempo, no en importancia).
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No sólo me refiero a aquellas características generales como su universalidad, su generosidad, su vocación de enseñanza, su trayectoria como institución cultural y, en consecuencia, su tradición de albergar a grandes humanistas en su seno; características que signan a cada miembro de su comunidad. También me refiero a aquellos acontecimientos que enriquecen a nivel personal y que sólo pueden ocurrir en lugares que propicien el aprendizaje: en el Fondo he descubierto mi vocación, he descubierto muchas de mis facultades y de mis limitantes, incluso he descubierto sentimientos que han modificado mi carácter y mi forma de ver el mundo. Como también suele ocurrir, esta tierna madre acoge y ama por igual a los hijos buenos y a los no tan buenos; todos han contribuido a mi formación y por ello aspiro a ser un digno miembro de esta casa editorial. G
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Max Gonsen Cornucopia de México: nueva cornucopia mexicana, de José Moreno Villa. Obras completas, tomo i, de Mariano Azuela. El cuento hispanoamericano. Antología crítico-histórica, de Seymour Menton. Pedro Páramo, de Juan Rulfo. La poética del espacio, de Gaston Bachelard. El lenguaje y la vida humana, de Mauricio Swadesh. Los 1001 años de la lengua española, de Antonio Alatorre. El laberinto de la soledad, de Octavio Paz . Breve historia de la Revolución mexicana, de Jesús Silva Herzog. Irás y no volverás, de José Emilio Pacheco. Por supuesto, como seguramente sucede a todo buen lector en nuestro país, los libros del Fondo han sido fundamentales en mi formación. Mucho antes de saber qué carrera estudiaría, los primeros títulos que conocí fueron los que mis dos herma-
a nas, mayores que yo, habían adquirido; así me familiaricé primero con las portadas de libros como El diosero, Breve historia de la Revolución mexicana o la antología de Seymour Menton, El cuento hispanoamericano, y a esas portadas pronto se relacionaron los contenidos, y a la suma de contenidos se le adhirió un sello, el del fce. Y ahora sucede que yo soy gestor de nuevos títulos… Todo comenzó cuando asistí a una entrevista con la maestra Carolina Cordero para llevar, como editor externo, algunos libros de secundaria. El día de la cita llegué puntual, le avisaron a la maestra que ahí estaba yo, pero pasó tanto tiempo que decidí que si no me atendía en cinco minutos, me iba. A los cuatro minutos salió de su oficina y por fin me entrevistó. Con esos cinco minutos decisivos comenzó entonces una experiencia que puedo calificar de fantástica: poco a poco el Fondo, con todo su catálogo extraordinario, ha dejado de representar títulos, contenidos, portadas, para representar algo más: la oportunidad de conocer a las personas detrás de esas obras. G
Mónica Vega Economía y sociedad, de Max Weber. La soledad de los moribundos, de Norbert Elias. Cartas y escritos autobiográficos de C. Wright Mills. Lo mejor del periodismo de América Latina. Derecho administrativo mexicano. Derecho de autor para autores, de José Luis Caballero Leal. Crisis y salida de la crisis. Orden y desorden neoliberales, de Gérard Duménil El análisis económico y la filosofía moral, de Daniel M. Hausman y Michael S. McPherson. La economía de la deuda. Lecciones desde México, de Fausto Hernández Trillo. La vida constitucional de México, vols. i y ii, de Fernando Serrano Migallón. Primero, como lectora, puedo decir que el fce ha contribuido de manera significativa a mi formación como socióloga, como ciudadana y también como editora. Ha sido la mayor y mejor escuela para acrecentar y consolidar el cúmulo de conocimientos y experiencias profesionales previas. Sí, sin duda al-
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guna es la síntesis y consolidación de mi formación profesional en el oficio editorial. ¡En ninguna otra editorial he aprendido tanto, he corrido tanto o se me ha exigido tanto como aquí; pero eso es precisamente lo que me ha hecho crecer y capitalizar las experiencias anteriores! Cuando era estudiante de los primeros semestres de sociología en la unam, un día en la librería Daniel Cosío Villegas, al acudir a comprar un libro de Max Weber (Economía y sociedad) hice un fantástico descubrimiento: con mi credencial de estudiante me hacían 40% de descuento. No sólo compré ese libro, sino varios más. A diferencia de la mayoría de mis compañeros, que se conformaban con estudiar en fotocopias de libros de la biblioteca de la facultad, porque aun con el generoso descuento no podían comprar los libros, a lo largo de la carrera yo casi siempre tuve ediciones originales, la mayor parte de esta casa editorial. Realmente nunca imaginé que un día formaría parte de ella y de su historia. Es un gran honor trabajar en la editorial que un día fundaron Arnaldo Orfila, Daniel Cosío Villegas y otros, y donde han colaborado personajes de la talla de Juan José Arreola, Alí Chumacero, Adolfo Castañón, Alfonso Reyes y varios más. G
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Ernesto Ramírez Morales Los logotipos del Fondo de Cultura Económica
En 1935 el Fondo publica su primer libro, El dólar plata de William P. Shea, y con él aparece también por vez primera el logotipo que será reproducido en los millones de ejemplares de la obras editadas por la institución, pese a lo cual su historia es casi desconocida. Podemos empezar diciendo que la primera versión del logotipo del Fondo se atribuyó al poeta, pintor y escritor español José Moreno Villa (Málaga, 1887-México, 1955), a raíz, posiblemente, de una nota que aparece al principio de la Iconografía de José Moreno Villa, de Alba C. de Rojo, donde se lee: Jaime García Terrés, ha agradecido a la viuda de Moreno Villa, Consuelo Nieto de Macorra, quien solicita vuelva a publicarse la autobiografía de J. M. V. y, también se dé a conocer que el logotipo de nuestra casa editorial fue creado por el malagueño.1 El motivo del agradecimiento lo explica en 1994 Adolfo Castañón en la Gaceta del fce, donde se reitera la atribución del logotipo a José Moreno Villa: Pocos saben que el autor del dibujo emblemático de la editorial fce es obra de José Moreno Villa, el poeta y escritor nacido en Málaga en 1887 y muerto en México en 1955, luego de vivir casi dieciocho años en nuestro país como refugiado de la Guerra Civil. El dato sobre el logotipo de la Casa lo recordó su viuda, Consuelo Moreno Nieto en carta a nuestro director con motivo de la reedición de algunos de sus libros, y está publicado en la Iconografía de J. M. V. Algunos intérpretes traviesos sostienen que la f simboliza una cruz a cuyos costados se acomodan un ladrón bueno por su fe en la letra (la C de cultura) y un ladrón malo (la económica E). No extraña que Moreno Villa haya sido el autor de ese emblema. La amistad que lo unió a los fundadores de la editorial (Daniel Cosío Villegas, Eduardo Villaseñor y Alfonso Reyes) de la Casa de España en México, hoy El Colegio de México, dejó no pocas huellas en los catálogos de ambas instituciones.2 Posteriormente esta idea se consolida en Historia de la Casa de Víctor Díaz Arciniega, donde nuevamente se dice que Moreno Villa diseñó el logotipo: […] Pepe Moreno Villa fue el diseñador del anagrama (emblema o logotipo) que identifica a la editorial; suya es la cruz, suyo es el cuadrante, suya es la f centrada y diagonal, suya es la aplicación en la portada de los libros, suyos son los fondos e interlineados, suya es la grafía. En ese anagrama está una parte de la identidad del Fondo de Cultura Económica.3 Sin embargo, el maestro Martí Soler sostiene una versión diferente basada en dos 1 Alba C. de Rojo, José Moreno Villa: iconografía, 1a. ed., Fondo de Cultura Económica, México, 1988 (Tezontle). 2 Adolfo Castañón, José Moreno Villa: a la luz de sus ojos, la Gaceta del FCE, núm. 285, México, septiembre de 1994. 3 Víctor Díaz Arciniega, Historia de la Casa. Fondo de Cultura Económica (1934-1996), 2a. ed., fce, México, 1996, pp. 101-102.
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argumentos: uno, José Moreno Villa no conoció México hasta 1937; otro, categórico: el maestro Alí Chumacero le comentó a Soler que:
[…] ante el persistente dicho de que Moreno Villa era el creador de nuestro logotipo, a pregunta expresa, Francisco Díaz de León contestó: “Yo diseñé el logotipo del Fondo de Cultura Económica.”4 Así, el notable grabador mexicano Francisco Díaz de León (Aguascalientes, 1897Ciudad de México, 1975), se erige como el legítimo autor del logotipo del Fondo. 1934. Primer logotipo Diseño original de Francisco Díaz de León. Por tratarse de una obra de carácter artístico se esperaría poder darle un significado con valor simbólico, por ejemplo, hay quienes ven en la f la forma de una cruz y en las letras iniciales un anagrama de las virtudes teologales —fe, esperanza y caridad—. Sin embargo, sería aventurado argumentar en cualquier sentido, pues se carece de elementos documentales o testimoniales. Los únicos aspectos posibles de analizar son el de diseño general y el tipográfico. Diseño El primer elemento visual del logotipo es su configuración cuadrada, cuya proporción es de 1:1. Es un formato estático en que destaca el simbolismo geométrico de la construcción. Es una forma sólida, estable y difícil de perturbar. La proporción entre las letras c y e con la f es de 1:2, lo que sigue estando en armonía con el cuadrado que las contiene. En la composición existe cierta simetría que busca equilibrio y armonía, además de plenitud, en la colocación de los elementos, que ocupan la mayor parte del cuadro sin tocar el contorno. En el interior del cuadrado sobresale la f por su tamaño, forma y posición central, lo que nos lleva a verla primero. Luego, si nos ajustamos al sentido normal de la lectura, vemos la c y finalmente la e, cosa que concuerda con el orden en que se distribuyen las iniciales en el nombre de la editorial. La f genera cuatro cuadrantes iguales dentro del cuadro, reforzando la construcción simétrica por la ubicación en cuadrantes opuestos de la c y la e. Es interesante la presencia de rasgos curvos y rectos en la forma de la f; mientras las rectas evocan la continuidad y el rumbo claro y decidido, la curva representa el movimiento, el cambio y el desarrollo constantes. El resultado visual es una composición equilibrada, sólida, armónica y dinámica. Luis Valderde Profesor de la carrera de Diseño. ENAP-UNAM Tipografía Tipográficamente, no hay nada específico en el logotipo del Fondo. Las formas no siguen en rigor ningún estilo tipográfico: la barra de la e es típica del Renacimiento, pero la gota de la c es muy posterior (siglo xviii). La pierna de la e tiene una inclinación muy distinta de la de c; incluso el eje de las letras difiere: mientras que la c es casi vertical, la e se inclina a la derecha (tal vez como consecuencia de tomar muestras tipográficas de diferentes épocas). Finalmente, la c y la e tienen diferentes pesos: las dos son negritas, pero la e es más ligera que la c. Por otro lado, la f parece acercarse más a las proporciones de una tipografía regular (blanca); sus terminales son cóncavas tanto en los ganchos como en la barra y su forma responde más bien a la lógica de la composición simétrica. Debido a los contornos irregulares, se ve que es un diseño hecho a mano; es un producto de su época, un diseño ecléctico. Es clara la intención comunicativa que tenía que ver con transmitir una sensación de tradición editorial; su aspecto antiguo se asocia con la permanencia, la perseverancia y la tradición. Cristóbal Henestrosa Diseñador gráfico y autor de la familia tipográfica Fondo
4 Martí Soler Viñas, ¿Historia? ¿Leyenda? El logotipo del Fondo de Cultura Económica, la Gaceta del FCE, núm. 453, México, septiembre de 2008.
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1945. Colección Tierra Firme El logotipo mostrado apareció algunos años después de iniciada la colección; trataba de reflejar el espíritu original de la colección dirigido al mercado hispanoamericano. En algunos ejemplares aparecía en la esquina superior izquierda una viñeta, posiblemente de José Moreno Villa. 1947. Colección Biblioteca Americana Colección diseñada por Pedro Henríquez Ureña. El nombre de la colección rodeaba el logotipo del Fondo, con aire renacentista, lo que le cambiaba sensiblemente la forma; posteriormente el diseño de la colección cambió y con ello el logotipo tomó la forma horizontal y con diferente tipografía (Zapf Chancery).
1948. Colección Breviarios En algún tiempo, la colección tenía en la parte posterior el logotipo del Fondo formado por cuatro piezas redondeadas; en el lomo y la portada aparecía una versión más pequeña y deformada del monograma, sin la envolvente cuadrada. Posteriormente (luego de 1970) se siguió usando el monograma, pero mejor trazado y más grande.
1949. Colección Letras Mexicanas El logotipo del Fondo en una sencilla versión perfilada.
1956. Primer rediseño Al cabo de los años había muchas versiones del logotipo del Fondo, producto del trabajo y la interpretación de los diferentes talleres de impresión. El mismo punzón usado en El dólar plata, nueve años después tenía ya un severo gasto.
Alexandre A. M. Stols (1900-1973), experto en sistemas de impresión, se instaló en México en julio de 1956, y poco tiempo después llegó su discípulo Boudewijn J. B. Letswaart (Balduino); juntos eliminaron gradualmente el color naranja de las portadas de los libros del Fondo. Hasta ese momento el logotipo no tenía un color definido, el cual se fijó hasta años después en naranja, tal vez como compensación por la pérdida del color en las portadas. Debido a la falta de documentación no se conoce con precisión el diseño de Stols. El logotipo de la derecha es el diseño que predominó desde el comienzo de la década de 1970.
Logotipos de Quetzalcoatl de A. Bartra (1960) y diseño tipográfico de Stols; Catálogo General del FCE de 1974 [cuya portada es seguramente obra del polaco Marcos Kurtycz (1934-1996)] y Lecturas sobre el cambio político en México de Carlos Elizondo Mayer-Serra y Benito Nacif Hernández (2002). número 465, septiembre 2009
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1959. Vigésimo quinto aniversario
Como parte del festejo de aniversario se lanzó la Colección Popular, que usaba —como hasta hace poco— de manera muy sencilla el logotipo enmarcado por el nombre de la colección.
1975. Corporativo En ese año el Fondo se constituyó como un sistema corporativo y algunos de sus integrantes utilizaban una versión alterada del logotipo del Fondo según sus iniciales; es el caso de Fondo de Cultura Económica Internacional y Comercial Fondo de Cultura Económica.
Futbol Los primeros equipos de futbol del Fondo usaban el logotipo en sus escudos.
1979. Cuadragésimo quinto aniversario Es la primera vez que se hace una modificación del logotipo oficial del Fondo para conmemorar un aniversario. La autoría es de Rafael López Castro, Jefe del Departamento de Diseño. En la fecha y en la palabra aniversario se usó una variante de tipos monoespaciados como los de las máquinas de escribir mecánicas (Typewriter). Su color original era oro viejo (Pantone 7407) y verde.
1984. Quincuagésimo aniversario Al logotipo que conmemoraba los cincuenta años de vida del Fondo se le conocía como el del “Medio siglo”. También es obra de Rafael López Castro. La familia tipográfica se puede reconocer como una adaptación de la Baskerville; la versión oficial era en negro, excepto el logotipo que era en color naranja.
1985. Colección Biblioteca de la Salud La colección fue el resultado de un convenio de coedición que celebraron originalmente la Secretaría de Salud y el fce en 1985. A este convenio se sumo otro entre el Instituto Nacional de Salud Pública y el fce en 1987. El logotipo usado para la colección es una silueta humana de una escultura de estilo griego clásico en contrapposto; la tipografía es una adaptación de la MurrayHill. 36 la Gaceta
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1986. Colección de La Ciencia En ese año se lanzó la colección La Ciencia desde México, que posteriormente cambió su nombre a La Ciencia para Todos, una de las colecciones con más difusión. Tiene un logotipo conocido como “Observador del cielo”, posiblemente obra de Carlos Haces, del Departamento de Diseño del fce. Es una sencilla adecuación del detalle de una imagen tomada del Códice Mendocino; en ella se puede ver a un sacerdote azteca sedente en el atrio de un templo, observando el cielo pletórico de estrellas, simbolizadas por ojos entornados.
1989. Quincuagésimo quinto aniversario No hubo un logotipo oficial para conmemorar el cincuenta y cinco aniversario. En ese año se aprobaron los primeros libros de las colecciones A la Orilla del Viento y Travesías de la sección de Libros para Niños y Jóvenes. Se usó el logotipo en color azul (C=100, M=50, Y=0, K=0), con el propósito de crear una versión dirigida a los niños, algo que la hiciera distintiva y rápidamente reconocible por ellos. Las colecciones de Libros para Niños y Jóvenes son las que más se distinguen por tener un logotipo propio, como A Través del Espejo.
A LA ORILLA DEL
VIENTO El logotipo de la colección A la Orilla del Viento es con toda seguridad obra de Juan Arroyo y Rebeca Cerda (Arroyo+Cerda), que fueron los primeros diseñadores en los Libros para Niños y Jóvenes. Posteriormente (2007) se cambió al del “Niño leyendo” de León Muñoz Santini.
1992. Quinto centenario del descubrimiento de América Con este motivo, se incluyó en algunos libros relacionados con el tema el logotipo con forma de sello que conmemoraba la ocasión, pero debido a que estaba integrado y era apenas visible por su tamaño, se decidió usarlo de manera conjunta con el tradicional. La tipografía usada es semejante a la Veljovic. La carabela es un retoque de la que aparece en un dibujo de la indígena Malinche, en la Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme (Códice Ramírez) de fray Diego Durán; es de la autoría de Nicolás Moreno, que fue Jefe del Departamento de Diseño.
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1992. Colección Ediciones Científicas Universitarias El diseño de la colección y el logotipo son posiblemente obra de Carlos Haces.
1994. Sexagésimo aniversario Algunos de los compañeros del Departamento de Diseño Editorial, Argelia Ayala Pliego, Teresa Guzmán Romero, Guillermo Huerta González y Luis Valverde Salvador, contribuyeron con una propuesta de diseño. Al final, basada en esas propuestas, Argelia Ayala, con ayuda de Luis Valverde, definió el logotipo con un collage: consta de un libro abierto formado con las alas de una paloma (en naranja) y el logotipo del Fondo al centro; la leyenda de la tipografía usada es una adaptación de ITCKabel. Hasta ese momento el tono del color naranja de la institución no era bien conocido (como valor), así que aprovechando el momento Argelia Ayala propuso establecer el tono del color para el logotipo (y la editorial) definiendo los valores para la impresión en selección de color como “C=0, M=70, Y=100, K=0”, pero no recibió el apoyo y difusión necesarios.
1999. Sexagésimo quinto aniversario Logotipo de la autoría de Alejandro Correa Romero, en ese momento Jefe del Departamento de Diseño Publicitario. El número 65 es una adaptación de la tipografía Brush Script, mientras que la leyenda “Fondo de Cultura Económica”, el eslogan publicitario y la palabra aniversario se escribieron con la misma adaptación de tipografía ITCKabel del sexagésimo aniversario.
2000. Segundo Milenio Por el año de 1997 los botones de los programas de computación empezaron a mostrar el conocido efecto tridimensional, dando la sensación de modernidad; este hecho influyó en la apariencia del logotipo del Fondo. Se le conocía como el “Botón rojo”. La tipografía usada es una adecuación de FrizQuadrata Bold; el color rojo usado (C=0, M=100, Y=100, K=0 o Pantone 032) es el mismo tono que se usa en el logotipo actual. Este logotipo es diseño de Pablo Tadeo Soto, entonces Jefe del Departamento de Diseño Editorial.
Colección Fondo 2000 En el mismo año 2000, como parte de la celebración, se lanzó la colección Fondo 2000, cuyo logotipo es una simple adecuación del botón rojo y también obra de Pablo Tadeo Soto.
En vista de la indefinición sobre las características permanentes del logotipo, a lo largo del tiempo hubo variaciones sobre él como las que aparecían en el sello usado en memorandos, gafetes, separadores, etcétera (véanse las diferentes tipografías) 38 la Gaceta
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2003. Segundo rediseño Aunque oficialmente es un trabajo de R/4 (Rogelio Rangel, Bernardo Récamier, Vicente Rojo y Pablo Rulfo), la significativamente mayor aportación de Juan Pablo Pérez Rulfo Aparicio, lo hace de su autoría. El trazo sigue siendo manual, pero con mejor precisión; los ganchos de la f son trazos semicirculares, más cerrados y más largos. La c y la e cambiaron ligeramente de posición hacia el centro de sus cuadrantes, a la vez que adquirieron el mismo ángulo de modulación en el trazo. En general el peso óptico del monograma aumentó, el trazo de las letras se parece más a las negritas. Los terminales de los ganchos de la f vuelven a ser cóncavos y en cambio los remates de la barra son más rectos. Pablo Rulfo Artísta gráfico La versión más difundida tiene a la derecha la leyenda “Fondo de Cultura Económica”, en tres líneas, versales, con justificación en bandera y con la ahora tipografía oficial, que es una adecuación de Agenda Medium; esta tipografía geométrica sans serif le da una apariencia moderna y hace juego visual con la forma cuadrada. El color rojo del cuadro (C=0, M=100, Y=100, K=0 o Pantone 032) lo hace destacar y permite establecer una clara diferencia con el tradicional naranja. Este diseño, como seguramente la mayoría de los logotipos empleados hasta ese momento, fue un obsequio de sus autores para el Fondo. El logotipo fue entregado el 3 de marzo de 2003 en un disco compacto.
2004. Septuagésimo aniversario De igual manera que el logotipo de Pablo Rulfo en 2003, éste es oficialmente un trabajo en equipo de R/4 (Rogelio Rangel, Bernardo Récamier, Vicente Rojo y Pablo Rulfo), pero, dada su mayor aportación, se le atribuye a Bernardo Récamier. Este logotipo también se usó en la colección 70 Aniversario, que lo lleva realzado en la portada.
2005. Colección Aula Atlántica El logotipo de esta colección es obra de León Muñoz Santini.
2006. Colección Biblioteca Universitaria de Bolsillo El logotipo de esta colección es obra de Laura Esponda Aguilar, Jefa del Departamento de Diseño Editorial.
2007. Tipografía Fondo Cuando en 2003 se empleó en el logotipo una tipografía hasta el momento ajena (Agenda Medium), la Jefatura del Departamento de Composición observó la falta de una familia tipográfica propia del Fondo. Para subsanar esta falta se encomendó a Cristóbal Henestrosa Matus, tipógrafo de profesión, la creación de ella. número 465, septiembre 2009
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La primera versión está pensada para adaptarse a los principales criterios editoriales del Fondo en formatos pequeños y en texto corrido. Trata de acomodar la mayor cantidad de información en el menor espacio pero sin afectar la legibilidad. Contiene los glifos más usuales: alfabéticos, matemáticos, diacríticos, ligaduras, numerales, etc.; además, el formato de los archivos electrónicos es multiplataforma (OpenType). La familia tipográfica Fondo se recibió en un disco compacto el 10 de mayo de 2007. Ese momento constituye un hito en México, ya que pocas editoriales tienen una tipografía propia.
2007. Colección Grandes Letras Destinada para los débiles visuales, su logotipo es un ojo entornado y la tipografía es TradeGothic. Obra de Laura Esponda Aguilar.
2008. Colección Breviarios 60 Aniversario Para festejar el sesenta aniversario de la colección Breviarios se lanzó la colección Breviarios 60 Aniversario, formada por doce libros con un aspecto retro: en cubierta y portada aparece el logotipo de una B mezclada con ornamentos de hojas. Es obra de Paola Álvarez Baldit, Jefa del Departamento de Diseño Editorial.
Colección de Historia, Serie Clásicos Para distinguir la Serie Clásicos y Vanguardistas en Estudios de Género en la colección de Historia, se le agregó un pequeño logotipo a la portada, cuya autoría es de Laura Esponda Aguilar.
2009. Septuagésimo quinto aniversario
1934 - 2009
Aparte del cambio del cuadro envolvente, sustituido por el número 75, el monograma tiene pequeñas modificaciones que lo hacen adecuarse al número: por ejemplo, la letra e apenas cambia de posición para ponerla en el lugar que da forma al número 5. Los colores naranja y rojo se escogieron por ser los de uso tradicional del Fondo. El logotipo fue entregado por correo electrónico, y posteriormente se le agregó la fecha para reafirmar el número 75, además del nombre de la editorial, ambos con la tipografía oficial Agenda Medium. Es autoría de Juan Pablo Pérez Rulfo Aparicio.
Los logotipos del Fondo son una muestra de la evolución gráfica de la institución y, por supuesto, forman parte de su historia. Actualmente el Fondo ya cuenta con una primera versión de una familia tipográfica propia y un logotipo bien establecido; el siguiente paso en su evolución no es difícil de imaginar. El logotipo es la representación simbólica del Fondo de Cultura Económica: el público lo identifica globalmente y, por lo mismo, es importante mantenerlo intacto e igual en todos los lugares donde aparezca. G 40 la Gaceta
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Octavio Paz
ARGENTINA
Ciudad de México. Avenida Miguel Ángel de Quevedo 115, colonia Chimalistac, delegación Álvaro Obregón, C. P. 01070. Teléfonos: (01-55) 5480-1801, 5480-1803, 5480-1805 y 5480-1806. Fax: 5480-1804.
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BRASIL Gerente: Susana Acosta Sede, almacén y Librería Azteca: Rua Bartira 351, Perdizes, São Paulo CEP 05009-000. Tels.: (5511) 3672-3397 y 3864-1496. Fax: (5511) 3862-1803.
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CENTROAMÉRICA Y EL CARIBE Gerente: Carlos Sepúlveda Sede, almacén y librería: 6a. Avenida 8-65, Zona 9, Guatemala. Tel.: (502) 2334-16 35. Fax: (502) 2332-42 16. www.fceguatemala.com
CHILE Gerente: Óscar Bravo Sede, distribuidora y Librería Gonzalo Rojas: Paseo Bulnes 152, Santiago de Chile. Tel.: (562) 594-4100. Fax: (562) 594-4101. www.fcechile.cl
COLOMBIA
Rosario Castellanos Centro Cultural Bella Época
Ciudad de México. Tamaulipas 202, esquina Benjamín Hill, colonia Hipódromo de la Condesa, delegación Cuauhtémoc, C. P. 06170. Teléfonos: (01-55) 5276-7110, 5276-7139 y 5276-2547. Alí Chumacero Ciudad de México. Aeropuerto Internacional de la ciudad de México. Av. Capitán Carlos León González s/n, Terminal 2, Ambulatorio de Llegadas, Locales 38 y 39, colonia Peñón de los Baños, delegación Venustiano Carranza, C.P. 15620. Teléfono: (01-55) 2598- 3441.
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Durango, Durango. Aquiles Serdán 702, colonia Centro Histórico, C. P. 34000. Teléfonos: (01-618) 825-1787 y 825-3156. Fax: (01-618) 128-6030.
Gerente: César Aguilar Centro Cultural Gabriel García Márquez Calle de la Enseñanza (11) 5-60, La Candelaria, Zona C, Bogotá. Tel.: (00571) 243-8922. www.fce.com.co
Efraín Huerta
ESPAÑA
León, Guanajuato. Farallón 416, esquina Boulevard Campestre, fraccionamiento Jardines del Moral,C. P. 37160. Teléfono: (01-477) 779-2439.
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Gerente: Marcelo Díaz Sede y almacén: Vía de los Poblados 17, Edificio Indubuilding-Goico 4-15, Madrid, 28033. Tels.: (34 91) 763-2800 y 5044. Fax: (34 91) 763-5133. Librería Juan Rulfo C. Fernando El Católico 86, Conjunto Residencial Galaxia, Madrid, 28015. Tels.: (3491) 543-2904 y 543-2960. Fax: (3491) 549-8652. www.fcede.es
Antonio Estrada
Elena Poniatowska Amor Estado de México. Avenida Chimalhuacán s/n, esquina Clavelero, colonia Benito Juárez, municipio de Nezahualcóyotl, C. P. 57000. Teléfono: 5716-9070, extensión 1724.
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Fray Servando Teresa de Mier Alfonso Reyes Ciudad de México. Carretera Picacho-Ajusco 227, colonia Bosques del Pedregal, delegación Tlalpan, C. P. 14738. Teléfonos: (01-55) 5227-4681 y 5227-4682. Fax: (01-55) 5227-4682.
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Monterrey, Nuevo León. Av. San Pedro 222 Norte, colonia Miravalle, C. P. 64660. Teléfonos: (01-81) 8335-0319 y 8335-0371. Fax: (01-81) 8335-0869.
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Isauro Martínez Daniel Cosío Villegas Ciudad de México. Avenida Universidad 985, colonia Del Valle, delegación Benito Juárez, C. P. 03100. Teléfonos: (01-55) 5524-8933 y 5524-1261.
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Torreón, Coahuila. Matamoros 240 Poniente, colonia Centro, C. P. 27000. Teléfonos: (01-871) 192-0839 y 192-0840 extensión 112. Fax: (01-871) 192-0841.
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José Luis Martínez Elsa Cecilia Frost Ciudad de México. Allende 418, entre Juárez y Madero, colonia Tlalpan Centro, delegación Tlalpan, C. P. 14000. Teléfonos: (01-55) 5485-8432 y 5655-2997.
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IPN Ciudad de México. Avenida Instituto Politécnico Nacional s/n, esquina Wilfrido Massieu, Zacatenco, colonia Lindavista, delegación Gustavo A. Madero, C. P. 07738. Teléfonos: (01-55) 5119-2829 y 5119-1192.
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Guadalajara, Jalisco. Av. Chapultepec Sur 198, colonia Americana, C. P. 44310. Teléfono: (01-33) 3615-1214.
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Julio Torri Saltillo, Coahuila. Victoria 234, zona Centro, C. P. 25000. Teléfono: (01-844) 414-9544. Fax: (01-844) 412-0153.
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Luis González y González Morelia, Michoacán. Francisco I. Madero Oriente 369, colonia Centro, C. P. 58000. Teléfono: (01-443) 313-3 992.
Juan José Arreola Ciudad de México. Eje Central Lázaro Cárdenas 24, esquina Venustiano Carranza, colonia Centro, delegación Cuauhtémoc, C. P. 06300. Teléfonos: (01-55) 5518-3231, 5518-3225 y 5518-3242. Fax 5518-3235.
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Ricardo Pozas Querétaro, Querétaro. Próspero C. Vega 1 y 3, esquina avenida 16 de Septiembre, colonia Centro, C. P. 76000. Teléfonos: (01-442) 214-4698 y 215-1143.
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ESTADOS UNIDOS Gerente: Dorina Razo Sede, almacén y librería: 2293 Verus Street, San Diego, CA, 92154. Tel.: (619) 429-0455. Fax: (619) 429-0827. www.fceusa.com
PERÚ Gerente: Rosario Torres Sede, almacén y librería: Jirón Berlín 238, Miraflores, Lima, 18. Tel.: (511) 447-2848. Fax: (511) 447-0760. www.fceperu.com.pe
VENEZUELA Gerente: Pedro Juan Tucat Sede, almacén y librería: Edificio Torre Polar, P. B., local E, Plaza Venezuela, Caracas. Tel.: (58212) 574-4753. Fax: (58212) 574-7442. Librería Solano Av. Francisco Solano, entre la 2a. Av. de las Delicias y Calle Santos Erminy, Caracas. Tel.: (58212) 763-2710. Fax: (58212) 763-2483. www.fcevenezuela.com
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