SUMARIO | EDITORIAL "ÛPt/ñNFSP Sábado 3 de julio de 2010 Buenos Aires, Argentina
POR JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ Director de adnCULTURA
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LA POLÉMICA CARVER La espinosa colaboración entre un editor y un clásico estadounidense POR LUIS GRUSS
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El cine que nos cambió
MASOTTA EN ESPAÑA Cómo se recordó al psicoanalista argentino en Casa América Catalunya
Las caras y los films que determinaron nuestros gustos y costumbres Por Hugo Beccacece Página 4
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JAZZ EN USHUAIA El festival que durante cuatro días reunió a grandes intérpretes del género POR HÉCTOR M. GUYOT
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PICASSO EN LA UNTREF Imperdible muestra de obras en papel del artista español POR BENGT OLDENBURG
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ARTHUR MILLER Vigencia de la obra del gran dramaturgo, presente en la cartelera porteña POR OSVALDO QUIROGA
ALESSANDRA LEÃO Fusión y fiesta en la música de la cantante brasileña POR LEONARDO TARIFEÑO
CRÍTICA DE LIBROS Nabokov, Rivera Letelier, Mankell, Cáceres, Larraquy, Del Barco, Dimópulos
POR EDGARDO DOBRY
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BALANCE DE ARTEBA Avances y desafíos de una feria que cambió el mercado de arte local POR JAVIER VILLA
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AGENDA
STAFF Director: Bartolomé Mitre tSubdirector: Fernán Saguier t Secretario general de Redacción: Héctor D’Amico tProsecretarios generales de Redacción: Ana D’Onofrio y Carlos Reymundo Roberts t Director de adncultura: Jorge 'FSO¹OEF[%ÌB[tDirectora de Arte: "OB(VFMMFStJefa de Redacción: Verónica $IJBSBWBMMJtSubeditores: Pedro B. Rey, Héctor M. (VZPUZ-FPOBSEP5BSJGFÚPt Editora de Artes Visuales: "MJDJBEF"SUFBHBtEditora de arte: 4JMWBOB4FHðt Editor fotográfico: Rafael Calviño tRedacción: Pablo Gianera, Natalia Blanc, Celina Chatruc y .BSUÌO-PKPtCorresponsales: Luisa Corradini (Francia), Elisabetta Piqué (Italia) y 4JMWJB1JTBOJ &&66 tDiseño gráfico: Sebastián Menéndez y .BSÌB1BVMB1JMJKPTt Corrección: Susana G. Artal Z%BOJFM(JHFOBtGerente comercial: Gervasio Marques 1FÚBtPropietario: S.A. La Nación - Bouchard 557 $"#( $"#"tDerechos: Dirección Nacional del Derecho de Autor: ADNCULTURA registro N° 825.583, 4 de marzo de 2010.
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2 | adn | Sábado 3 de julio de 2010
Huellas de celuloide U
na noche un amigo salió de ver Cinema Paradiso bañado en lágrimas y en ese mismo instante tomó una decisión crucial: renunciar a su trabajo. Llevaba once años en una empresa importante, pero lo hacía sin mística ni convicción, apenas por inercia y cobardía. La parábola de Salvatore, la pasión de Alfredo (Philippe Noiret) y el escalofriante paso del tiempo llevaron a mi amigo a jugársela en la vida real siguiendo sólo los dictados de su corazón. Por fortuna, fue una decisión acertada, de lo contrario Giuseppe Tornatore sería culpable ahora mismo de algo más que de haber filmado una película inolvidable sobre la vocación y la melancolía. Se dice que una obra no puede cambiar el mundo, pero es perfectamente demostrable que algunas formas del arte cambian de modo dramático a las personas en determinados momentos. Que otras suelen hacerlo progresiva pero silenciosamente a lo largo de todas sus vidas. Que la influencia del cine, en fin, ha sido inmensa y creciente en las sociedades modernas. El Cine de Súper Acción que yo veía todos los sábados de mi niñez y adolescencia dejó huellas profundas. Aprendí con Shane y con Más corazón que odio cuántas cosas ocurren calladamente entre los hombres y las mujeres. Aprendí gracias a Burt Lancaster y a James Cagney que los canallas pueden ser irresistibles. Y con Bogart, Wayne y Widmark, el deslumbrante glamour del fracaso y las chances infinitas de la redención. Entendí, por ejemplo, que las diferentes clases de mujeres (Ava Gardner, Grace Kelly, Rita Hayword, Maureen O’Hara, Sofía Loren) armaban una mujer única, apasionante y peligrosa. Los maestros involuntarios pero geniales de toda esa escuela inarticulada se llamaban Ford, Hawks, Wilder, Hitchcock, Fuller, Hathaway, Stevens. Me recuerdo, un poco más adelante, yendo con algunos amigos a ver una película de James Bond, y recuerdo también el deseo de poseer un reloj de poderoso imán con el que bajarles la cremallera de los vestidos a las chicas. Tampoco se me olvidó la tarde en que me enfrenté por primera vez a la horrorosa idea de una violación cuasi consentida, en aquella perturbadora escena de Perros de paja que me doblaba las piernas. Luego, de más grandes, comprendimos el verdadero mecanismo del poder con El Padrino, atisbamos el horror de la guerra con Apocalipsis Now, captamos toda la alienación de la ciudad con Taxi Driver y nos chocamos con las ambigüedades del amor gracias a Annie Hall. La lista, como se ve, es imposible y arbitaria. Vuela hacia Bergman, Fellini, Bertolucci, Kurosawa, Buñuel, Truffaut, Polanski. Y cada lector podría armar una y mil listas de las películas que más lo marcaron. Estamos todos llenos de esas marcas. Ya no sabemos, en verdad, si el cine imita la vida o si es la vida la que imita al cine. Tal vez hablamos, caminamos, miramos, bebemos, fumamos y hacemos el amor con las mismas actitudes y gestos que vimos tantas veces en aquellos personajes de ficción en quienes proyectamos nuestros miedos, sueños y frustraciones. Las películas nos modificaron por dentro y por fuera, forman parte de nuestra mochila emocional e intelectual.